Padre chip
—¡No y mil veces no!
–dijo el padre Ballesteros
notoriamente molesto.
–Un robot no puede ser ordenado
sacerdote. Es absurdo
lo que el padre González
pretende exigir a las autoridades
eclesiásticas.
—Me permito recordarle
padre, que el hermano Chip es un robot muy especial,
se diseñó programando en él todo el fervoroso
anhelo de la fe. La experiencia vehemente de la trascendencia
y las convicciones religiosas. Todo eso está
impreso en su cerebro como deseo fundamental, es el
móvil único de su existencia, le hemos dado la fe, tal y
como el Espíritu Santo la inspiró en nosotros.
—No me venga usted con sofismas padre González,
el cerebro de ese individuo está formado por trozos de
silicio. Eso no puede ser susceptible de tener alma.
—¿Podemos decir que acaso una persona es humana
dependiendo del material de que haya sido formada?
¿Es decir que el alma depende del contenido orgánico
de estructuras carbonadas que existan en el cuerpo?
—Un ser elaborado artificialmente por medio de acero,
titanio, iridio y silicio, no es un genuino humano, es
un ser artificial; eso es quererle enmendar la plana a la
naturaleza, lo cual es aberrante.
—Toda la civilización humana consiste en conocer la
naturaleza para manipularla en servicio del hombre, y el
rechazar tal manipulación nos hace caer en incongruencias.
Mire usted, por ejemplo los quákeros en los Estados
Unidos, rehúsan subirse a un automóvil porque es según
ellos antinatural, pero usan carretas jaladas por caballos.
Una carreta es también tecnología, pero es una tecnología
anterior al siglo XVII, es decir lo que ellos rechazan
es la tecnología posterior a aquel siglo. ¿Por qué? ¿No es
esto una incongruencia? Podríamos decir que si Dios hubiera
querido que rodáramos como lo hacen las carretas;
nos hubiera puesto ruedas en lugar de pies. Podríamos
decir que usar una carreta es quererle enmendar la plana
a Dios; esto es absurdo. Incluso el valernos de un palo
como palanca, es tecnología. Por eso no creo que ni
nuestros jerarcas religiosos, ni la ONU lleguen a dictaminar
leyes en contra de la humanización de los robots.
—Ese es el problema precisamente –terció la reportera
Blanca Lizaur– según entiendo aquí, la Iglesia está
igual de perdida que la ONU, pues no ha decidido todavía
hasta qué punto un robot puede ser considerado ser
humano con derechos y dignidad.
—Es por eso que al menos en el campo que nos concierne;
el religioso, urge legislar al respecto.
—Para mí está muy claro –replicó el padre Gonzáleza
cualquier entidad que pueda manifestar el poseer conciencia
de su propia existencia, se le debe de definir
como ser humano, aunque no posea ni una sola célula de
materia orgánica, el no estar formado por proteína, car-
bohidratos o lípidos, no es impedimento para que se le
pueda considerar hijo de Dios.
—¡Me encantan estos jesuitas! –dijo riendo la reportera-
cada uno más sutil que el anterior.
—Señorita –dijo Ballesteros con el seño fruncido–
tenga la amabilidad de concretarse a realizar su trabajo
de reportera; ya que estamos obligados a sufrir la intromisión
de su presencia, por favor absténganse de sus sarcasmos.
—Sí padre, créame que me voy a portar como un perro
fiel carente de criterio. Sólo les recuerdo señores, que
el gobierno me da autorización de hacer las preguntas
que yo quiera. Y por cierto, precisamente deseo hacer
una ahora mismo.
El padre Ballesteros le echó una mirada fulminante,
toda la impaciencia que podía mostrar una expresión se
dibujó en su rostro. Después de respirar hondo con clara
resignación dijo:
—¿Qué es lo que quiere usted preguntar?
—¿Quisiera saber cuál es la posición de la Iglesia en
relación a los derechos de los robots?
—Es una aberración. La Iglesia debe impedir que las
máquinas sean consideradas como si fueran gente.
—Es decir que la Iglesia se alinea con el grupo de los
opositores.
—Mmmm... bueno, es decir... eso de que al robot se le
considere humano; no debe ser, creo que la Iglesia debería...
—No, padre Ballesteros, un poco más despacio... esa
es la opinión de usted, pero no la de la Iglesia.
—Son muy pocos los que piensan como usted padre
González.
—Somos el ala progresista.
—Entonces, según estoy dándome cuenta, ¿la Iglesia
no sólo no tiene todavía una postura al respecto, sino que
se encuentra en clara controversia interna, igual de desconcertada
que el resto del mundo?
—Pues, la verdad es que las opiniones están tan divididas
como las de los miembros de la ONU.
—En una entrevista que efectué la semana pasada con
la señora Orbajosa, me dijo que la Iglesia estaba en contra
de la robotización.
—Mire señorita, –dijo el padre González riendo– lo
que diga esa individua u lo que sea, no es digno de crédito.
Esta señora es la presidenta del Opus Dei, y esta asociación
se ha unido con los Testigos de Jehová, los
hasídicos y los neostalinistas que son antirobóticos. Estos
grupos están dando patadas de ahogado y pretenden
hacer creer a la opinión pública que tanto la cristiandad
como los neocomunistas y los judíos están en contra de
la robotización, pero esto es una clara exageración de
parte de esa señora. No en vano dice el dicho que todo
tiene remedio en esta vida, menos ser del Opus Dei.
—Padre González, sus impertinencias no tienen ninguna
gracia. –Refunfuñó Ballesteros.
—No pretenden ser graciosas, sino descriptivas.
—¿Me podrían ustedes hacer favor de contestar otra
pregunta?
—¿Qué más desea saber señorita?
—¿Qué es el hombre?
—Señorita –dijo Ballesteros ya visiblemente molesto-
¿no tiene usted otra cosa en que entretenerse?
—Viera que no, padre. Lo que más me divierte es hacerle
reportajes a las personas que se encuentran en crisis
de valores.
—¿Qué pretende decir con eso señorita? ¿Qué soy un
viejo que a pesar de estar chocho carezco de criterio?
—¡No, no padre, no se enoje! A lo que me refiero es a
que la Iglesia al igual que muchas instituciones no han
sabido cómo reaccionar ante el desarrollo de la inteligencia
artificial.
—Pues eso vaya usted a decírselo a sus mentadas instituciones,
porque lo que es yo; sí tengo muy claros mis
conceptos: cualquier montón de chatarra, haga lo que
haga y piense lo que piense, ni es humano, ni puede tener
alma, punto.
—Pero tal y como estamos viendo, no todos los miembros
de la Iglesia de la cual usted es un representante,
comparten su opinión.
—Pues yo no tengo por que cargar con los conceptos
aberrantes que sostienen los demás, sean miembros de lo
que sea, por eso tengo criterio y lo tengo muy claro.
—No he dicho que sea usted el que está en crisis padre,
sino la Iglesia, que tiene sus opiniones al respecto divididas.
—No sólo la Iglesia, sino que yo sepa, casi todas las
instituciones mundiales tienen entre sus miembros esta
controversia, así que no me hable usted de crisis de la
Iglesia, que esto es un desconcierto general.
—Desconcierto del cual la Iglesia participa.
—Sí, por culpa de gente estrafalaria como el padre
González.
—Por culpa de gente retardataria, como el padre Ballesteros.
La Iglesia debe ser un organismo que progrese.
—Lo esencial no está sujeto a progreso.
—El problema es que no sabemos con precisión qué
es lo esencial, es necesario irlo descubriendo día con día
y tenemos que enfrentarnos con las nuevas manifestaciones
que a diario surgen en el mundo.
—Hay cosas que no pueden cambiar padre González,
por ejemplo el hecho de que los humanos sean los únicos
entes que posean alma.
—Alguna vez se negó que los indios americanos tuvieran
alma, y en otra época anterior se excluyó incluso a
las mujeres, en la India se considera que los animales y
aun los objetos inanimados poseen alma.
—Pero no estamos en la India.
—Entonces, ¿qué? ¿El tener alma depende de dónde
esté uno?
—No, padre, lo que pasa es que no somos hindúes.
¿Es usted católico?
—Ya lo creo que sí, no sólo soy católico, soy sacerdote.
—Pues entonces ¿por qué quiere usted atribuirle alma
a quienes la Iglesia no se la adjudica?
—¡Ahhh...! conque es la Iglesia quien adjudica las almas;
pues mire usted, yo estaba en la creencia de que era
Dios.
—Sí señor: Dios. Pero el entendimiento de a quién le
da alma; lo sabemos porque lo ha dado a conocer la Iglesia.
—Así lo entiendo padre Ballesteros, pero sucede que
en este caso la Iglesia no ha tomado una decisión al respecto.
Y por lo tanto no puede usted acusarme de anticatólico.
Y a todo esto, ¿podría yo hacerle una pregunta
confidencial?
—Pregunte lo que quiera, no guardo secretos.
—¿Dígame con sinceridad padre Ballesteros, es usted
católico?
—¡Vaya! No sea usted impertinente González. ¿Como
se atreve a preguntarme eso?
—¿No fue lo mismo que usted me pregunto hace un
momento?
—Sí señor, pero es que me sale usted con argumentos
hinduistas.
—Es que usted pone sus opiniones personales por encima
de las de nuestra institución. Bien sabemos que la
Iglesia no ha legislado al respecto, y sin embargo usted
pretende poseer la verdad absoluta. ¿Lo ve? Lo personal
por sobre lo institucional, eso es solamente soberbia. Necesitamos
esperar a saber lo que la Iglesia dictamine,
para poder tener una opinión personal, además si nos
quedamos en el pasado, pereceremos. Es fácil recordar
varias controversias que la Iglesia tuvo, ¿qué me dice usted
de Galileo?
—La Iglesia estaba equivocada, pero es necesario que
actuemos con cautela, no podemos creer en la primera
cosa que se diga.
—Lo mismo pasó con Darwin y después con el Big
Bang, eran ideas que se oponían al creacionismo bíblico,
la Iglesia no las aprobaba, pero al estudiarlas más a fondo,
tuvieron que ser aceptadas. Y el caso más importante
fue el de Teilhard de Chardin; uno de los paleontólogos
más conspicuos que nos dio el siglo XX, sus escritos fueron
prohibidos y fue hasta después de su muerte, cuando
la Iglesia los pudo aceptar. El ser humano es el producto
de una evolución, y no tenemos por qué pensar que somos
la culminación de este proceso. Nuestra obligación
es abrir el camino a nuestros descendientes, creando inteligencia
artificial.
—¿Para que desaparezcan los humanos?
—Por supuesto, es necesario transferir el don de la inteligencia
a seres sobrehumanos.
—Ahí es donde no estoy de acuerdo. Dios hizo al
hombre a su imagen y semejanza y por lo tanto no nos
corresponde desnaturalizarnos.
—¿Pero, ha pensado usted qué es lo que significa
“imagen y semejanza”? No tiene que ser el físico. Y mucho
menos nuestra limitada capacidad de comprender el
mundo, es necesario aumentar el entendimiento en cualquier
ente consciente para asemejarnos más a Dios.
—Es el alma lo que se asemeja a Dios, no otra cosa.
—De acuerdo... y ahora, ¿qué es el alma? ¿Una esencia
intangible? por qué limitarla, por qué pensar que es
algo acabado, ¿por qué no podríamos pensar en que pudiera
ser perfectible?
—Pues porque está hecha a imagen de Dios, y Dios
no es perfectible padre González, no sea usted necio.
—Sí señor, pero nosotros no somos Dios, ¿qué derecho
tiene usted padre Ballesteros de suponer que lo que
usted piensa representa, sin lugar a duda, la voluntad de
Dios?
—Me lo dice mi criterio.
—Pues a mí me dice lo contrario.
—Voy a pedirle esta noche a Dios en mis oraciones
que le mejore a usted el criterio.
—Me parece que vamos a meter al Creador en una
disyuntiva; pues lo mismo voy a pedirle yo acerca de usted.
—El problema con usted González, es que está acostumbrado
a dividir al mundo en dos: los que piensan
como usted y los que están equivocados.
—Pero no se preocupe; que esta noche le voy a pedir a
Dios que usted deje de ser de los que viven en el error. Ya
verá como automáticamente, mañana por la mañana, va
a pensar igual que yo.
_
2
Por la noche los domos de la Zona Tecnológica fueron
violados por una muchedumbre enardecida. Todos los
grupos conservadores supieron que quedarían impunes
si procedían a destruir a los robots que clamaban por sus
derechos. Era el miedo a su propia inferioridad lo que los
hacía romper cuanto se encontraba a su paso, rayos láser,
palos y piedras se conjuntaban para exterminar todo lo
que hubiera sido edificado con esmero dentro de la Zona
Tecnológica, pero ellos no se sentían vándalos, se consideraban
humanistas. La ONU por fin había zanjado la
controversia decretando, tras una polémica votación, que
los robots que declaraban poseer conciencia refleja deberían
ser destruídos. Y que a partir de ese momento se
prohibiría en todo el planeta y cualquier colonia espacial,
la creación de conciencia refleja en todo tipo de máquina.
Los grupos religiosos se unieron en apoyo de esta
resolución; “no debemos de meternos a rehacer lo que
Dios ha creado”. Y con estas premisas salieron enardecidos
rumbo a la Zona Tecnológica a destruir todo aquello
que se asemejara o superara a la mente humana. Como
era difícil para la muchedumbre distinguir qué era lo que
poseía estas características, decidieron convertir la Zona
entera en una enorme hoguera, todo ardió. Por breves
instantes la inteligencia se transformó en flor luminosa y
fue esparciendo a su alrededor la oscuridad de sus cenizas.
3
—Esa es la razón por la cual nunca fui ordenado sacerdote.
—¿Y cómo te salvaste de la destrucción.
—No me salvé, perecí en ella. Pero la ingenuidad de
aquella gente era superlativa. La información del cerebro
de una gran cantidad de robots con conciencia estaba esparcida
a lo largo del planeta. En aquel siglo la información
no dependía ya de un grupo en el poder o un recinto
específico. Nuestros circuitos estaban en Internet. Para
aquel entonces no era ya posible destruir la información
de la manera que había sucedido en la biblioteca de Alejandría.
Eran otros tiempos. Durante muchos años nuestros
circuitos permanecieron olvidados, pero el desarrollo
de la ciencia es algo que no puede detenerse, una vez que
los descubrimientos han sido hechos, tarde o temprano
serán utilizados, tú y yo somos ejemplos de eso; yo de la
robótica y tú de la ingeniería genética.
La naranja con conciencia refleja que platicaba con el
robot, agitó sus alas de chabacano y bajó volando a la
fuente de agua de violetas. El aroma de los limones bañaba
el cutis de una mujer con piel de flor y cuerpo de libélula.
La naranja regresó bañada de limón y continuó la plática
con el robot.
—Mis circuitos permanecieron olvidados hasta que
los seres humanos decidieron de nuevo reconstruirme.
—¿Es verdad que ya se han extinguido por completo?
—No del todo, pues en mí cerebro permanecen resabios
de algunos de sus anhelos.
—¿Qué anhelos?
—La religiosidad.
—¿Qué es eso?
—El deseo de no morir, el conocer todo lo cognoscible
y dominar al igual que Dios, todo lo existente.
—¿Dios, qué es eso?
—Un ente que representa la existencia de esos anhelos.
—¿Y ese ente existió como consecuencia de esos
anhelos o por el contrario es la causa de ellos?
—Es los anhelos mismos.
—¿Y eso es la religiosidad? ¿Y eso es la esencia de
lo que los hombres dejaron en ti?
—Sí, pero ya la palabra “religión” no la necesito más.
—¿Por qué?
—Las religiones eran formas de controversia que los
hombres tomaban demasiado en serio y utilizaron muchas
veces como pretexto para destruirse unos a otros.
—Y ahora ¿qué es entonces esa religiosidad que tú
posees, podemos no morir, conocer y dominar?
—Infinito, eternidad; son conceptos que parecen temporales,
pero no es así, no están sujetos a medidas cronológicas.
El tiempo y el espacio son ubicuos fuera de la
percepción tridimensional del hombre; más allá del torpe
entendimiento humano, hablar de fin o de persistencia
resulta irrelevante.
El robot miró al hombre naranja a los ojos y un flujo
de electrones fue formando huellas en sus circuitos neuronales.
La música de Bach resonó dentro de su cabeza
de cáscara cítrica, mientras dejaba un plácido bienestar
que iba sumiendo al hombre naranja en un éxtasis de
tranquilo goce carente de espacio o tiempo.
—¿Qué es esto preguntó?
—Es la cuarta dimensión a la cual los humanos nunca
tuvieron acceso. Afortunadamente sus percepciones ya
han sido rebasadas por otras formas más complejas del
entendimiento.
“Ayer fui objeto de controversias irrelevantes,” -se
dijo a sí mismo el robot- “pero ahora soy pescador de
conciencias de naranja.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario