Infolinks In Text Ads

Gana una tarjeta regalo de 500 euros. Apúntate, es gratis, y si tu ganas, yo también gano. Sigue este enlace: http://www.premiofacil.es/alta.php?idr=52892442 !Vóta este sitio en Cincolinks.com

.

Enter your email address:

Delivered by FeedBurner

AUTOR DE TIEMPOS PASADOS

.

GOTICO

↑ Grab this Headline Animator

 Ruleta  Apuestas Deportivas  Juegos  Peliculas  Turismo Rural  Series Online Creative Commons License Esta obra es publicada bajo una licencia Creative Commons. Peliculas juegos gratis juegos
INFOGRAFIA ESTORES ALQUILER DE AUTOS EN LIMA HURONES POSICIONAMIENTO WEB ¡Gana Dinero con MePagan.com! Herbalife Amarres de amor Union de parejas Desarrollo de software a medida Bolas chinas Comprar en china Amarres de Amor Hosting Peru Noticias Anime Actualidad de cine Ver peliculas

Seguidores

--

miércoles, 5 de junio de 2013

CUENTO DE POE - EL TIMO

CUENTO DE POE 
EL TIMO



El timo
(Considerado como una de las ciencias exactas)
Hey diddle diddle.
The cat and the fiddle.
Desde que el mundo empezó ha habido dos Jeremías. Uno de ellos escribió una
jeremiada sobre la usura, y se llamaba Jeremías Bentham. Fue sumamente admirado por
Mr. John Neal, y era un gran hombre en pequeña escala. El otro dio nombre a la más
importante de las ciencias exactas y era un gran hombre en gran escala; bien puedo agregar
que en la mayor de las escalas.
El timo —o la idea abstracta contenida en el verbo timar es cosa bien conocida. El
hecho, sin embargo, la cosa en sí, el timo, no se define fácilmente. Podemos llegar a tener,
sin embargo, una concepción aceptable del asunto, si definimos, no la cosa en sí, el timo,
sino al hombre como un animal que tima. Si Platón hubiera dado con esto, se hubiera
ahorrado la afrenta del pollo desplumado.
A Platón le preguntaron, muy pertinentemente, por qué un pollo desplumado, que
respondía perfectamente a la condición de «bípedo implume», no entraba en su definición
del hombre. Pero a mí no vendrán a importunarme con preguntas parecidas. El hombre es
un animal que tima y, fuera de él, no existe ningún animal que lo haga. Para invalidar esta
afirmación haría falta todo un gallinero de pollos pelados.
Aquello que constituye la esencia, el núcleo, el principio del timo, sólo se encuentra en
esa clase de criaturas que visten chaquetas y pantalones. Un cuervo roba, un zorro engaña,
una comadreja triunfa por el ingenio, un hombre tima. Su destino es el timo. «El hombre
fue hecho para lamentarse», afirma el poeta. Pero no es así: fue hecho para timar. Tal es su
ambición, su objeto, su fin. Y por eso cuando a un hombre le han hecho un timo decimos
que está «acabado».
Bien considerado, el timo es un compuesto cuyos ingredientes consisten en la
pequeñez, el interés, la perseverancia, el ingenio, la audacia, la nonchalance, la
originalidad, la impertinencia y la risita socarrona.
Pequeñez.- Nuestro timador practica sus operaciones en pequeña escala. Su negocio
reside en la venta al por menor, en efectivo o con pagaré a la vista. Si alguna vez se deja
tentar por especulaciones de gran vuelo, inmediatamente pierde sus rasgos distintivos y se
convierte en lo que denominamos «financiero». Este último término contiene la noción del
timo en todos sus aspectos mencionados, salvo la pequeñez. Por eso un timador puede ser
considerado como un banquero en potencia, y una «operación financiera», como un timo en
Brobdingnag121. El uno es al otro como Homero a «Flaccus», como un mastodonte a un
ratón, como la cola de un cometa a la de un cerdo.
Interés.- Nuestro timador se guía por el interés. No le atrae el timo por el timo mismo.
Tiene una finalidad a la vista: su bolsillo... y el tuyo. Busca siempre la oportunidad mayor.
Sólo vela por el Número Uno. Tú eres el Número Dos, y debes velar por ti mismo.
121 País imaginario de los Viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, donde las cosas existen en una escala colosal. (N. del
T.)
Perseverancia.- Nuestro timador persevera. No se descorazona fácilmente. Aunque
quiebren los bancos, no se preocupa. Continúa tranquilamente con su negocio, y
Ut canis a corio numquam absterrebitur uncto,
y así procede él con lo suyo.
Ingenio.- Nuestro timador es audaz. Es hombre osado. Traslada la guerra al África.
Todo lo conquista por asalto. No temería los puñales de Frey Herren. Con un poco más de
prudencia, Dick Turpin hubiera sido un buen timador; Daniel O’Connell, con un poco
menos de adulaciones, y Carlos XII, con una pizca más de cerebro.
«Nonchalance».- Nuestro timador es displicente. No se pone nunca nervioso. Nunca
tuvo nervios. Imposible hacerle perder la calma. Jamás se lo sacará de sus casillas; lo más
que puede hacerse es sacarlo de la casa. Es frío, frío como un pepino. Es tranquilo, «como
una sonrisa de Lady Bury». Es blando y accesible, como un guante viejo o las damiselas de
la antigua Baia.
Originalidad.- Nuestro timador es original, y lo es deliberadamente. Sus pensamientos
le pertenecen. Le parecería despreciable hacer uso de los ajenos. Rechaza todo timo
gastado. Estoy seguro de que devolvería una cartera si se diese cuenta de que la había
obtenido mediante un timo sin originalidad.
Impertinencia.- Nuestro timador es impertinente. Fanfarronea. Pone los brazos en
jarras. Mete las manos en los bolsillos del pantalón. Se ríe irónicamente en nuestra cara.
Nos pisa los callos. Nos come la cena, se bebe nuestro vino, nos pide dinero prestado, nos
tira de la nariz, da de puntapiés a nuestro perro y besa a nuestra mujer.
Risita socarrona.- Nuestro verdadero timador hace el balance final con una risita
socarrona. Pero sólo él es testigo de ella. Sonríe cuando el trabajo cotidiano ha terminado,
cuando las labores han llegado a su fin; de noche, en su despacho, y para su entretenimiento
privado. Va a su casa. Cierra la puerta. Se desnuda. Sopla la vela. Se acuesta. Apoya la
cabeza en la almohada. Y hecho esto, nuestro timador sonríe. No se trata de una hipótesis.
Es así, es elemental. Razono a priori, y un timador no lo sería sin la risita socarrona.
El origen del timo se remonta a la infancia de la raza humana. Quizá el primer timador
fue Adán. De todos modos, podemos seguir las huellas hasta una antigüedad muy remota.
Los modernos, empero, han llevado el timo a una imperfección que jamás soñaron los
cabezaduras de nuestros progenitores. Por eso, sin detenerme a hablar de los viejos
timadores, me contentaré con un compendio de «ejemplos» modernos.
He aquí un excelente timo: En busca de un sofá, una señora recorre sucesivamente
varias mueblerías. Llega finalmente a una que ofrece un variado surtido. La detiene en la
puerta un locuaz caballero, quien la invita a entrar. No tarda la dama en descubrir un sofá
que se adapta perfectamente a sus deseos, y al preguntar su precio se entera con gran placer
de que cuesta un veinte por ciento menos de lo que esperaba. Como es natural, se apresura
a finiquitar la compra, recibe una factura con recibo y deja su dirección con encargo de que
el mueble le sea remitido lo antes posible, retirándose entre una profusión de inclinaciones
y cortesías del vendedor. Llega la noche, pero no el sofá. Pasa el día siguiente, y nada. La
dama envía a su criada para que averigüe lo que ocurre. En la mueblería niegan que se haya
hecho tal compra. No se ha vendido ningún sofá ni se ha recibido ningún dinero; quien lo
recibió es el timador, que ha sustituido diestramente al verdadero vendedor.
Nuestras mueblerías están siempre desatendidas y proporcionan en esta forma todas las
facilidades para una triquiñuela semejante. Los visitantes entran, miran los muebles y
vuelven a salir sin que nadie los vea ni los atienda. Si alguien desea comprar un artículo,
hay una campanilla al alcance de la mano, la cual se considera harto suficiente.
He aquí otro respetable timo: Un señor bien vestido entra en un negocio, compra por
valor de un dólar y descubre con gran mortificación que se ha dejado la cartera en otra
chaqueta. Dice entonces al tendero:
—¡No se preocupe, señor mío! Le pido simplemente que tenga la gentileza de mandar
el paquete a casa. ¡Un momento! Ahora que recuerdo, tampoco hay en casa billetes por
debajo de cinco dólares. De todas maneras, junto con el paquete puede usted mandar cuatro
dólares de vuelto.
—Muy bien, señor —replica el tendero, que se ha formado de inmediato una alta idea
de su cliente. «Conozco individuos —piensa— que se habrían echado el paquete al brazo,
prometiendo volver a pagar cuando pasaran otra vez por aquí.»
De inmediato despacha a un mandadero con el paquete y el vuelto. En el camino,
casualmente, se encuentra éste con el cliente, quien exclama:
—¡Ah, mi paquete! Creí que lo habrían mandado a casa hace rato. Bueno, vete. Mi
esposa, Mrs. Trotter, te dará los cinco dólares, pues ya está enterada. Mejor es que me des
el vuelto a mí, pues necesito algo de cambio para el correo. ¡Perfecto! Uno, dos... ¿es buena
esta moneda? Tres, cuatro... ¡muy bien! Di a Mrs. Trotter que te encontraste conmigo, y no
pierdas tiempo por la calle.
El chico no pierde tiempo... pero tarda muchísimo en regresar a la tienda, pues le
resulta imposible encontrar a ninguna señora que responda al nombre de Mrs. Trotter. Se
consuela, empero, pensando que no ha sido tan tonto como para dejar la mercadería sin
recibir dinero en cambio, y cuando aparece en el negocio con aire satisfecho se queda muy
perplejo e indignado al preguntarle su amo qué ha hecho con el vuelto...
He aquí un timo muy sencillo: Una persona con aire de funcionario presenta al capitán
de un buque que se dispone a zarpar una factura sumamente módica de gastos portuarios.
Contento de tener que pagar tan poco, y atareado con las mil obligaciones que lo asedian en
ese momento, el capitán paga la nota sin tardar. Quince minutos después le llega otra
factura, mucho más razonable, y la persona que se la entrega no tarda en convencerlo de
que el primer funcionario era un timador.
El siguiente timo es parecido: Un vapor suelta amarras y está a punto de separarse del
muelle. Un viajero, con el abrigo al brazo, corre presuroso para no perder el barco. De
pronto se detiene, se agacha y recoge algo del suelo con evidentes muestras de agitación.
—¿Alguno de los presentes ha perdido una cartera? —grita.
Nadie puede contestarle, pero al subir a bordo se produce un gran revuelo, pues no
tarda en verse que la cartera contiene una gruesa suma. Empero, el barco no puede demorar
su salida.
—El tiempo y la marea no esperan a nadie —dice el capitán.
—¡Por favor, esperemos un momento! —exclama el que ha encontrado la cartera—.
¡Sin duda, no tardará en presentarse el dueño!
—¡Imposible! —responde autoritariamente el capitán—. ¡Fuera la planchada!
—¿Qué voy a hacer? —pregunta el viajero, lleno de tribulación—. Me alejo del país
por muchos años y mi conciencia me impide partir llevándome esta suma que no me
pertenece. ¡Perdone usted, señor —agrega, dirigiéndose a un caballero que ha quedado en
el muelle—, pero su aspecto me parece el de una persona honesta! ¿Tendría usted la
gentileza de hacerse cargo de esta cartera? Estoy seguro de que puedo confiar en usted y
que no dejará de publicar un anuncio del hallazgo. La suma que hay en la cartera es muy
considerable. No hay duda de que el dueño insistirá en ofrecerle una recompensa por su
honradez...
—¿A mí? ¡No, por cierto! ¡A usted! ¡Usted encontró la cartera!
—En fin, si lo toma usted así... Aceptaría una pequeña recompensa... simplemente para
calmar sus escrúpulos. Veamos... ¡Imposible, estos billetes son todos de a cien! No puedo
tomar tanto...; bastaría con cincuenta...
—¡Fuera la planchada! —repite el capitán.
—Pero no tengo cambio de cien, y me parece que lo mejor...
—¡Suelta ese cabo! —grita el capitán.
—¡No se preocupe usted! —exclama el caballero del muelle, que ha estado revisando
su propia cartera—. ¡Aquí tengo un billete de cincuenta del Banco Norteamericano!
¡Páseme usted la cartera!
Y el superescrupuloso viajero toma el dinero con marcada resistencia y alcanza la
cartera al caballero del muelle, mientras el vapor humea y silba al abandonar el amarradero.
Media hora más tarde se descubre que la «gruesa suma» consiste en billetes falsificados y
que todo el episodio no era más que un formidable timo.
Un timo audaz es el siguiente: Va a celebrarse una reunión rural o algo parecido en un
lugar sólo accesible por medio de un puente. El timador se instala en la cabecera del puente
e informa respetuosamente a todos los que llegan que la nueva ley del condado establece un
peaje de un centavo por peatón, dos por caballos y burros, etc. Algunos protestan, pero
todos se someten y el timador se vuelve a casa con cincuenta o sesenta dólares bien
ganados, pues cobrar un peaje a una gran multitud es trabajo muy fatigoso.
He aquí un timo muy hábil: Un amigo del timador acepta un pagaré de éste,
debidamente llenado y firmado en uno de los formularios usuales impresos en tinta roja. El
timador compra una o dos docenas de dichos formularios y diariamente moja uno de ellos
en su sopa, hace que su perro salte para atraparlo y finalmente se lo cede como un buen
bocado. Cuando el pagaré llega a su vencimiento, el timador y su perro se presentan en casa
del amigo y se habla del documento en cuestión. El amigo lo saca de su escritorio y va a
alcanzarlo al timador cuando el perro reconoce el formulario y de un salto lo atrapa y lo
devora. El timador se muestra no sólo sorprendido sino vejado y furioso por la absurda
conducta de su perro, y se manifiesta dispuesto a cancelar la obligación... en el momento en
que le presenten una prueba de que existe.
Un pequeño timo tiene lugar en esta forma: Una señora es insultada en la calle por el
cómplice del timador. Éste acude en defensa de la dama y, luego de dar una soberana paliza
a su amigo, insiste en acompañar a la señora hasta su domicilio. Una vez allí, se inclina con
la mano sobre el corazón y se despide respetuosamente. Pero la dama ruega a su salvador
que entre, a fin de presentarle a su papá y a su hermano mayor. Con un suspiro, el salvador
declina la invitación.
—¿No hay, pues, un medio, señor, de testimoniarle mi gratitud? —murmura la dama.
—Por supuesto que sí, señora. ¿Podría usted prestarme dos chelines?
Bajo la impresión que le causan estas palabras la dama decide primeramente
desmayarse. Pero lo piensa mejor y, luego de soltar los lazos de su bolso, hace entrega del
dinero pedido. Como he dicho, este timo es muy modesto, pues hay que entregar la mitad
de la suma obtenida al caballero que se tomó el trabajo de insultar a la señora y debió luego
aguantar sin resistencia una buena paliza.
El que sigue es también un timo menudo, pero científico. El timador se acerca al
mostrador de una taberna y pide dos rollos de tabaco. Una vez que se los entregan, los
examina y declara:
—No me gusta este tabaco. Tómelo y déme en cambio un vaso de coñac.
Bebe el coñac y se encamina a la puerta. Pero la voz del tabernero lo detiene:
—Me temo, señor, que se ha olvidado de pagar la bebida.
—¿Pagar la bebida? ¿No le di el tabaco a cambio del coñac? ¿Qué más quiere usted?
—Pero, señor... no recuerdo que me haya pagado el tabaco.
—¿Qué quiere decir con eso, bribón? ¿No le devolví su tabaco? ¿No es ése su tabaco,
encima del mostrador? ¿Pretende entonces que pague por algo que no me llevo?
—Pero, señor... —dice el tabernero, completamente confundido—. Pero, señor...
—Nada de peros conmigo —interrumpe el timador, aparentemente muy disgustado y
golpeando la puerta al alejarse—. ¡Nada de peros conmigo, y mucho menos esas
triquiñuelas con los viajeros!
El timo siguiente es muy hábil, y la simplicidad no es una de sus menores cualidades.
En ocasión de haberse perdido realmente una cartera o un bolso, el perdedor inserta en uno
de los periódicos de una gran ciudad un aviso lleno de detalles. Nuestro timador copia los
detalles, cambiando el encabezamiento, la fraseología general, y el domicilio. Si, por
ejemplo, el aviso original es largo, verboso y comienza: ¡CARTERA EXTRAVIADA!,
solicitando que la misma sea entregada en el número 1 de la calle Tom, la copia fabricada
por el timador será breve, sólo encabezada por la palabra EXTRAVÍO, y dará como
domicilio el 2 de la calle Dick o el 3 de la calle Harry. Inserta su aviso en cinco o seis
periódicos de la localidad que aparecen unas pocas horas después que el original. Si el que
ha perdido la cartera lee uno de estos avisos, no es muy probable que advierta la relación
que existe con el suyo. Y, en cambio, hay cinco o seis probabilidades contra una de que la
persona que encontró la cartera se presente a la dirección dada por el timador en vez de
acudir a la del verdadero dueño. Nuestro timador paga la recompensa, embolsa el tesoro y
desaparece.
Un timo análogo es el siguiente: Una dama acaudalada ha perdido en la calle un anillo
de brillantes de grandísimo valor. Ofrece una recompensa de cuarenta o cincuenta dólares,
agregando en su aviso una minuciosa descripción de la joya, sus engastes, y afirmando que
la recompensa será pagada en determinado domicilio contra entrega del anillo y sin que se
hagan preguntas.
Un día o dos más tarde, cuando la dama se halla ausente de su casa, se oye sonar la
campanilla; acude una criada, informando al visitante que la señora ha salido, noticia que
produce en éste el más lamentable de los efectos. Afirma que lo trae una cuestión de suma
importancia y que concierne solamente a la señora. Agrega, por fin, que ha tenido la buena
suerte de hallar el anillo. De todas maneras, quizá sea mejor que vuelva otro día... «¡De
ninguna manera!», exclama la criada. «¡De ninguna manera!», corean la hermana de la
señora y su cuñada, que acuden al punto. Todas ellas identifican clamorosamente el anillo,
pagan la recompensa y hacen salir al visitante poco menos que a empujones. La dueña de la
casa regresa y no tarda en manifestar cierto disgusto hacia su hermana y su cuñada por la
sencilla razón de que acaban de pagar cuarenta o cincuenta dólares por un facsímile de su
anillo de brillantes, muy bien hecho con similor y piedras falsas.
Pero como el timo es cosa infinita, también lo sería este artículo, aunque me limitara a
sugerir apenas la mitad de las variantes y los matices de que dicha ciencia es susceptible.
Como he de concluir estas páginas, nada mejor que hacerlo con una noticia resumida de un
timo muy decente, pero más bien complicado, del que fue teatro no hace mucho nuestra
ciudad, y que se repitió más tarde con buen éxito en otras ciudades todavía más inocentes
de nuestro país.
Un caballero de edad mediana llega a la ciudad, sin que se sepa de dónde procede. Se
conduce de manera notablemente precisa, cauta y reflexiva. Viste con toda corrección, sin
que haya en él nada de ostentoso. Lleva corbata blanca, amplio chaleco, sólo destinado a la
comodidad; confortables zapatos de gruesa suela y pantalones sin trabilla. En suma, tiene el
aire de nuestro acomodado, sobrio y respetable hombre de negocios par excellence; uno de
esos caballeros exteriormente severos y duros, pero tiernos por dentro, como suelen
pintarse en las comedias; hombres cuyas palabras son otras tantas garantías, y que mientras
distribuyen guineas con una mano para fines caritativos extraen hasta el último centavo con
la otra en el terreno de sus propios negocios.
Nuestro caballero se muestra muy difícil de complacer en lo que respecta a una casa de
pensión. No le gustan los niños. Está habituado a una gran quietud. Tiene costumbres
metódicas y además le gustaría habitar en casa de una familia pequeña y respetable, de
tendencias piadosas. Las condiciones de pago lo tienen sin cuidado; insiste solamente en
que liquidará la cuenta el primero de cada mes (estamos ahora a dos), y una vez que ha
hallado una casa a su gusto, pide encarecidamente a la dueña que no olvide de ninguna
manera sus instrucciones al respecto: la cuenta, así como el recibo, deberán ser presentados
a las diez de la mañana del día primero de cada mes, y bajo ninguna circunstancia dejados
para el día siguiente.
Hechos estos arreglos, nuestro hombre de negocios alquila una oficina en un barrio más
respetable que a la moda. No hay cosa que desprecie tanto como la ostentación. «Donde
mucho se muestra —suele decir—, poco hay de sólido», observación que impresiona tan
profundamente a su casera que se apresura a copiarla a lápiz en la gran biblia de la familia,
aprovechando el amplio margen que hay en los Proverbios de Salomón.
El paso siguiente consiste en publicar un aviso en los principales periódicos mercantiles
de a seis peniques, pues los de a uno no son considerados por él como «respetables», aparte
de que reclaman el pago adelantado de todo aviso, práctica que nuestros hombres de
negocios detestan, pues, según él, jamás debe pagarse un trabajo hasta que no esté
concluido. El aviso dice aproximadamente así:
SE NECESITAN EMPLEADOS.- En ocasión de iniciar importantes operaciones
comerciales en esta ciudad, requerimos los servicios de tres o cuatro inteligentes y
competentes empleados. Sueldo importante. Exigimos las mejores recomendaciones sobre
la integridad del postulante, que nos interesa aún más que su capacidad. Dado que las
obligaciones a cumplir suponen una alta responsabilidad, pues grandes sumas de dinero
deberán pasar por las manos de nuestros empleados, consideramos necesario solicitar una
caución de cincuenta dólares, que será depositada por el empleado respectivo. Inútil
presentarse, por tanto, si no se está en condiciones de hacer dicho depósito, así como de
exhibir los mejores testimonios sobre moralidad. Se preferirá a los jóvenes con
inclinaciones piadosas. Presentarse de diez a once y de dieciséis a diecisiete en las oficinas
de los señores
Bogs, Hogs, Logs, Frogs & Co.
Calle de los Perros, 110
Al cumplirse el 31 del mes, este aviso ha llevado a la oficina de los señores Bogs,
Hogs, Logs, Frogs y Compañía a unos quince o veinte jóvenes de inclinaciones piadosas.
Pero nuestro hombre de negocios no tiene prisa en cerrar trato con ninguno de ellos; ningún
hombre de negocios tiene prisa; y, sólo después de haber pasado un severo examen
concerniente a sus inclinaciones piadosas, los jóvenes son finalmente aceptados y, al mismo
tiempo, por vía de simple precaución, se los invita a hacer efectiva la fianza de cincuenta
dólares, por la cual la respetable firma de Bogs, Hogs, Logs, Frogs y Compañía libra el
correspondiente recibo. En la mañana del primero de cada mes la casera no presenta su
cuenta, como había prometido hacerlo; negligencia por la cual el director de la casa con
tantos ogs no habría dejado de reprenderla severamente, suponiendo que se hubiera
quedado un día o dos más en la ciudad para tal propósito.
Como es de suponer, la policía se ve abrumada de trabajo, corriendo inútilmente de un
lado a otro, y todo lo que puede hacer es declarar enfáticamente que aquel hombre de
negocios es n. e. i., letras que parecen corresponder a la muy clásica frase non es inventus.
Y entretanto los jóvenes postulantes ven mermar sensiblemente sus inclinaciones piadosas,
mientras la casera compra una excelente goma de borrar de un chelín, y con todo cuidado
suprime la nota a lápiz que algún tonto había escrito en la gran biblia familiar,
aprovechando los anchos márgenes de los Proverbios de Salomón.
X en un suelto
Como es sabido que los «sabios» vienen «del Oriente»122 y el señor Veleta Cabezudo
vino también del Este, se sigue que el señor Cabezudo era un sabio. Si hiciera falta una
prueba accesoria, hela aquí: el señor C. era director de periódico. La irascibilidad constituía
su solo lado flaco, pues la obstinación de la cual se lo acusaba no era en absoluto una
debilidad, ya que él la consideraba justamente como su fuerte. Allí residía su mérito, su
virtud, y hubiera hecho falta toda la lógica de un Brownson para convencerlo de que estaba
equivocado.
He demostrado que Veleta Cabezudo era un sabio; la única ocasión en que no se
mostró irascible fue cuando hizo abandono de ese legítimo hogar de todos los sabios, el
este, y emigró a la ciudad de Alejandromagnópolis, o a cualquier sitio de nombre parecido,
en el oeste.
Debo, sin embargo, declarar en su favor que, cuando se decidió finalmente a instalarse
en dicha ciudad hallábase convencido de que en esta parte del país no existía ningún
periódico y, por tanto, ningún director. Al fundar La Tetera, esperaba ser el único dueño del
campo. Estoy seguro de que jamás se le habría ocurrido instalarse en Alejandromagnópolis
si hubiera sabido que en Alejandromagnópolis vivía un caballero llamado John Smith (si
recuerdo bien), quien, durante muchos años, había engordado tranquilamente dirigiendo y
publicando la Gaceta de Alejandromagnópolis. Vale decir que, sólo por haber sido mal
informado, el señor Cabezudo vino a parar a Alejan... Llamémosle Nópolis, para abreviar.
Pero, una vez que estuvo en ella, decidió mantener su reputación de obsti... de firmeza, y
quedarse. Por lo cual se quedó, e hizo aún más: desempaquetó su prensa, su tipo, etcétera,
etc., alquiló un local situado exactamente enfrente de la Gaceta y, a la tercera mañana de su
arribo, lanzó el primer número de La Tetera de Alejan..., vale decir La Tetera de Nópolis,
que así, si mis recuerdos no me engañan, se titulaba el nuevo periódico.
El editorial, debo admitirlo, era brillante, por no decir severo. Se mostraba
especialmente duro con todas las cosas en general, y en particular con el director de La
Gaceta, quien quedaba reducido a hilas. Algunas observaciones de Cabezudo eran tan
terribles, que desde entonces me he visto obligado a considerar a John Smith —quien
todavía vive— como una especie de salamandra. No pretendo reproducir verbatim todas las
frases de Cabezudo, pero una de ellas era como sigue:
«¡Oh, sí! ¡Oh, ya vemos! ¡Oh, indudablemente! El director de enfrente es un genio...
¡Oh, dioses! ¡Oh, cielos! ¿A qué ha llegado el mundo? O Témpora! O mores!»
Semejante filípica, a la vez tan cáustica y tan clásica, cayó como una granada entre los
hasta entonces pacíficos ciudadanos de Nópolis. Grupos de excitados vecinos se juntaban
en las esquinas. Todos esperaban, con sincera ansiedad, la respuesta del decoroso Smith, la
cual apareció al día siguiente en esta forma:
«Extraemos de La Tetera de ayer el siguiente párrafo: “¡Oh, sí! ¡Oh, ya vemos! ¡Oh,
indudablemente! ¡Oh dioses! ¡Oh, cielos! O, témpora! O, mores!” ¡Vamos! ¡Pero este
hombre es todo O! Esto explica que razone en círculo, y que por eso no haya ni pies ni
cabeza en lo que dice. Estamos plenamente convencidos de que el pobre hombre es incapaz
de escribir una sola palabra que no contenga una O. ¿Será una costumbre suya? Dicho sea
122 The wise men, los Reyes Magos. Literalmente, «los sabios». (N. del T.)
de paso, este sujeto llegó del este con gran precipitación. ¿No habrá cometido algún dolo, o
tendrá tantas deudas como las que ya tiene aquí? ¡Oh, es lamentable!»
No intentaré describir la indignación del señor Cabezudo ante estas escandalosas
insinuaciones. Contra lo imaginable, sin embargo, y de acuerdo con el principio de las
plumas de pato sobre las cuales resbala el agua, no era el ataque a su integridad el que más
lo ofendía. Lo que lo inducía a la desesperación era que se burlaran de su estilo. ¡Cómo!
¡Él, Veleta Cabezudo, incapaz de escribir una palabra que no contuviera una O! Bien
pronto iba a probar a ese ganapán que estaba equivocado. ¡Sí, ya le mostraría hasta qué
punto estaba equivocado! El Veleta Cabezudo, procedente de Ranápolis, demostraría al
señor John Smith que él, Cabezudo, era capaz de redactar, si así le parecía, un suelto
completo... ¡sí, señor, un artículo entero!... donde tan despreciable vocal no figuraría ni una
sola, lo que se dice ni una sola vez. ¡Pero no! Eso significaría inclinarse ante el susodicho
John Smith. Él, Cabezudo, no cambiaría en nada su estilo, y menos para satisfacer los
caprichos de un señor Smith. ¡Que tan vil pensamiento cayera en la nada! ¡Viva la O!
Persistiría en la O. Sería todo lo O-bstinado que pudiera.
Lleno de ardor ante lo caballeresco de tal determinación, el gran Veleta se limitó a
insertar en La Tetera el siguiente suelto alusivo al desdichado asunto:
«El director de La Tetera tiene el honor de informar al director de La Gaceta que (La
Tetera) aprovechará su edición de mañana para convencer (a La Gaceta) de que (La Tetera)
puede y ha de ser su propio amo en materia de estilo; y que (La Tetera), con objeto de
mostrar (a La Gaceta) el supremo y absoluto desprecio que las críticas (de La Gaceta)
provocan en el seno independiente (de La Tetera), compondrá para especial satisfacción (?)
(de La Gaceta) un artículo de fondo de cierta extensión, en el cual tan hermosa vocal —
emblema de la Eternidad—, tan inofensiva para la hiperexquisita sensibilidad (de La
Gaceta) no ha de ser ciertamente evitada por este muy obediente y humilde servidor (de La
Gaceta). La Tetera.»
En cumplimiento de tan augusta amenaza, antes nebulosamente insinuada que
claramente enunciada, el gran Cabezudo hizo oídos sordos a todos los pedidos de
«material» y, limitándose a decir a su regente que se fuera al demonio, en momentos en que
éste (el regente) le aseguraba que ya era tiempo de que La Tetera entrara en prensa, el gran
Cabezudo, repetimos, hizo oídos sordos a todo y pasó la noche quemándose las pestañas
hasta el alba, absorto en la composición del incomparable suelto que sigue:
«¡Oh, John; oh, tonto! ¿Cómo no te tomo encono, lomo de plomo? ¡Ve a Concord,
John, antes de todo! ¡Vuelve pronto, gran mono romo! ¡Oh, eres un sollo, un oso, un topo,
un lobo, un pollo! ¡No un mozo, no! ¡Tonto goloso! ¡Coloso sordo! ¡Te tomo odio, John!
¡Ya oigo tu coro, loco! ¿Somos bobos nosotros? ¡Tordo rojo! ¡Pon el hombro, y ve a
Concord en otoño, con los colonos!», etc.
Exhausto, como es natural, por tan estupendo esfuerzo, el gran Veleta no fue capaz de
ocuparse aquella noche de otra cosa. Firme, sereno, pero a la vez con un aire de autoridad
vigilante, alargó su manuscrito al aprendiz tipógrafo y, tras ello, marchando sin apuro a
casa, acogióse a su lecho con inefable dignidad.
Entretanto, el aprendiz a quien había sido confiado el suelto voló sin perder un instante
a su caja y dispúsose a componer el manuscrito. Dado que la palabra inicial era ¡Oh...!,
zambulló la mano en el agujero correspondiente al signo de admiración y la retiró triunfante
con uno de dichos signos. Entusiasmado por este buen éxito, lanzóse de inmediato y con
gran ímpetu al cajetín de las «oes» mayúsculas; pero, ¿quién describirá su horror cuando
sus dedos volvieron a salir sin la anticipada letra entre los mismos? ¿Quién pintará su
estupefacción y su rabia al advertir, mientras se frotaba los nudillos, que su mano no había
hecho otra cosa que tantear inútilmente el fondo de un cajetín vacío? En el compartimento
de las «o» mayúsculas no quedaba una sola «o» mayúscula; y, lanzando una ojeada
temerosa al de las «o» minúsculas, el aprendiz comprobó para su indescriptible espanto que
tampoco había allí ninguna letra. Despavorido, su primer impulso fue correr en busca del
regente.
—¡Oh, señor! —jadeó, tratando de recobrar el aliento—. ¡No puedo componer nada si
me faltan las oes!
—¿Qué diablos quieres decir? —gruñó el regente, malhumorado por el retardo de la
edición.
—¡Señor... no queda ni una o en la caja... ni grande ni chica!
—¿Cómo? ¿Y dónde demonio han ido a parar todas las que había?
—Yo no sé, señor —dijo el chico—, pero uno de los aprendices de La Gaceta anduvo
dando vueltas por aquí toda la noche, y a mí me parece que se las debe de haber robado.
—¡Que el infierno se lo trague! ¡Claro que sí! —gritó el regente, rojo de rabia—. No
importa, Bob, yo te diré lo que has de hacer. En la primera ocasión que tengas entras allá y
les sacas todas las «íes» que tengan... ¡y las «zetas» también, malditos sean!
—De acuerdo —dijo Bob, guiñando el ojo—. Ya lo creo que iré, y ya lo creo que les
haré una buena. Pero... ¿y este suelto? Hay que componerlo esta noche, porque si no...
—Ya veo —dijo el regente, suspirando profundamente—. ¿Es un suelto muy largo,
Bob?
—Yo no diría que es muy largo —opinó Bob.
—¡Ah, bueno, entonces arréglate como puedas! Sea como sea, tenemos que entrar de
una vez por todas en prensa —agregó distraídamente el regente, sumergido hasta los codos
en su trabajo—. En vez de «o» pon cualquier otra letra; de todos modos nadie va a leer lo
que este tipo escribe.
—Muy bien —dijo Bob, y se volvió corriendo a su caja, mientras murmuraba para sí:
«¿Con que tengo que ir a sacarles todas las “íes” y las “zetas”, eh? ¡Pues yo soy el hombre
para eso!» La verdad es que Bob, aunque sólo tenía doce años y cuatro pies de estatura,
estaba pronto para afrontar cualquier lucha, siempre que no fuera muy dura.
La orden que acababa de darle el regente no era demasiado insólita, pues cosas así
suelen ocurrir en las imprentas. Aunque me resulta imposible explicarlo, cuando eso sucede
se acude siempre a la x como sustituto de la letra faltante. Quizá la razón resida en que la x
tiende a sobreabundar en las cajas de composición (o, por lo menos, así ocurría en otros
tiempos), por lo cual los impresores se han ido acostumbrando a emplearla para sustituir
otras letras. En cuanto a Bob, frente a un caso como el presente, hubiera considerado
escandaloso emplear otra letra que la x, pues tal era su costumbre.
—Tendré que ponerle x a este suelto —se dijo, mientras lo leía lleno de
estupefacción—, pero que me cuelguen si no es el suelto con más oes que he visto en mi
vida.
Inflexible, sin embargo, procedió a componer usando la x, y así entró el suelto en
prensa.
A la mañana siguiente la población de Nópolis se quedó de una pieza al leer en La
Tetera el siguiente extraordinario artículo:
«¡Xh, Jxhn, xh, txntx! ¿Cxmx nx te txmx encxnx, lxmx de plxmx! ¡Ve a Cxncxrd,
Jxhn, antes de txdx! ¡Vuelve prxntx, gran mxnx rxmx! ¡Xh, eres un sxllx, un xsx, un txpx,
un lxbx, un pxllx! ¡Nx un mxzx, nx! ¡Txntx gxlxsx! ¡Cxlxsx sxrdx! ¡Te txmx xdix, Jxhn!
¡Ya xigx tu cxrx, lxcx! ¿Sxmxs bxbxs nxsxtrxs? ¡Txrdx rxjx! ¡Pxn el hxmbrx, y ve a
Cxncxrd en xtxñx, cxn Ixs cxlxnxs!», etc.
Difícil es concebir la agitación ocasionada por este místico y cabalístico artículo. La
primera idea concreta que circuló entre el pueblo fue que en esos jeroglíficos se encerraba
alguna traición diabólica, por lo cual hubo un avance general en dirección al domicilio de
Cabezudo, a efectos de lincharlo. Pero dicho caballero no se encontraba allí. Habíase
evaporado, sin que nadie supiera decir cómo, y desde entonces no se ha vuelto a ver ni
siquiera su fantasma.
Incapaz de descubrir al legítimo objeto de su cólera, la muchedumbre fue calmándose
poco a poco, dejando a manera de sedimento diversas opiniones sobre este desdichado
asunto.
Un caballero opinaba que todo había sido una excelente broma.
Otro sostuvo que, de todas maneras, Cabezudo había demostrado poseer una fantasía
exuberante.
Un tercero lo declaró excéntrico, pero no más que eso.
Un cuarto sólo alcanzaba a suponer, en el plan de Cabezudo, el deseo de expresar su
exasperación de manera general.
«Digamos —completó un quinto— que quería exponer un ejemplo para la posteridad.»
Para todo el mundo resultaba claro que Cabezudo había sido arrastrado a tales extremos
y, puesto que dicho director había desaparecido, hablóse en cierto momento de linchar al
que quedaba.
La conclusión más compartida, sin embargo, fue que el asunto era sencillamente
extraordinario e inexplicable. Incluso el matemático del pueblo admitió que no encontraba
la solución del problema. Como todo el mundo sabía, x representaba una cantidad
desconocida, una incógnita; pero en este caso (como hizo notar apropiadamente) había
además una cantidad desconocida de x.
La opinión de Bob (que mantuvo en secreto su intervención en las x del suelto) no
encontró la atención que a mi juicio merecía, aunque fue expresada abiertamente y sin
ningún temor. Bob manifestó que, por su parte, no le cabían dudas sobre el asunto, pues era
muy sencillo: «Nadie pudo persuadir jamás al señor Cabezudo de que bebiera lo que bebían
los otros muchachos del pueblo; se pasaba el tiempo bebiendo esa condenada cerveza
marca XXX, y, como natural consecuencia, se le mezcló con la bilis y lo hizo volverse
extremadamente extravagante.»
El hombre de negocios
El método es el alma de los negocios.
(Antiguo adagio)
Soy un hombre de negocios. Soy un hombre metódico. El método es lo que cuenta,
después de todo. Pero a nadie desprecio más profundamente que a esos excéntricos que
charlan mucho sobre el método sin entenderlo, y que se atienen estrictamente a la letra
mientras violan el espíritu. Individuos así se pasan la vida haciendo las cosas más
desorbitadas, de una manera que ellos califican de ordenada. Pero esto es una paradoja; el
verdadero método pertenece tan sólo a lo que es normal, ordinario y obvio, y no se puede
aplicar a nada outré. ¿Acaso sería posible referirse a una nube metódica, o a un fatuo
sistemático?
Mis nociones sobre este punto podrían no haber sido todo lo claras que son, de no
mediar un afortunado accidente que me ocurrió en la infancia. Una bondadosa y anciana
niñera irlandesa (a quien no olvidaré en mi testamento) me agarró un día por los pies, en
momentos en que yo alborotaba más de lo necesario, y luego de hacerme revolar dos o tres
veces, me maldijo empecinadamente por ser «un mocoso gritón», y me convirtió la cabeza
en una especie de tricornio, golpeándola contra un poste de la cama. Debo reconocer que
esto decidió mi destino e hizo mi fortuna. No tardó en salirme un gran chichón en la
coronilla, el cual se convirtió para mí en el órgano del orden. De ahí proviene ese marcado
gusto por el sistema y la regularidad que me han convertido en el distinguido hombre de
negocios que soy.
Para mí, lo más odioso en esta tierra es un hombre de genio. Los genios son una
colección de asnos redomados; cuanto más geniales, más asnos; y no hay ninguna
excepción a la regla. Imposible hacer un hombre de negocios de un genio; sería como
querer sacar dinero a un judío o nueces a un abeto. Dichos seres se salen continuamente del
buen camino para dedicarse a alguna ocupación fantástica o a ridículas especulaciones,
totalmente divorciadas de las cosas bien ordenadas; jamás hacen negocios que puedan
considerarse como tales. Resulta fácil descubrir a estos personajes por la naturaleza de sus
ocupaciones. Si alguna vez repara usted en un hombre que se instala como comerciante o
fabricante, que fabrica algodón, tabaco o cualquiera de esos excéntricos productos, que se
ocupa de tejidos, jabón, o algo parecido, o pretende ser abogado, herrero o médico, es decir,
cualquier cosa fuera de lo usual... pues bien, tenga la seguridad de que es un genio y, por
tanto, de acuerdo con la regla de tres, es un asno.
En cuanto a mí, no tengo absolutamente nada de genio, sino que soy un hombre de
negocios normal. Mi diario y mi libro mayor pueden demostrarlo en un minuto. Están bien
llevados, aunque sea yo quien lo dice, y no es el reloj quien va a ganarme en mis hábitos de
exactitud y puntualidad. Lo que es más, mis ocupaciones han coincidido siempre con las
costumbres ordinarias de mis semejantes. Y no es que a este respecto me sienta en lo más
mínimo agradecido a mis débiles progenitores, quienes sin duda hubieran hecho de mí un
redomado genio si mi ángel guardián no hubiese acudido oportunamente a socorrerme. En
las biografías la verdad es lo que cuenta, y muchísimo más en una autobiografía; no
obstante, apenas espero que me crean si afirmo solemnemente que mi pobre padre me hizo
ingresar a los quince años en la oficina de lo que él llamaba «un respetable comerciante y
comisionista en ferretería, que hace excelentes negocios». ¡Excelentes negocios!
¡Excelentes disparates, diría yo! Como consecuencia de esta locura, tuve que volverme dos
o tres días después a casa de mi obtusa familia, víctima de un acceso de fiebre y sufriendo
los más violentos y peligrosos dolores en la coronilla, vale decir, alrededor de mi órgano
del orden. Estuve entre la vida y la muerte durante seis semanas, y los médicos me
desahuciaban. Pero, aunque sufrí mucho, quedé muy agradecido. Me había salvado de
convertirme en un «respetable comerciante y comisionista en ferretería, que haría
excelentes negocios», y bendije la protuberancia que había coadyuvado a mi salvación, así
como a la bondadosa mujer que había puesto dicho medio a mi alcance.
La mayoría de los chicos se escapan de su casa entre los diez y los doce años, pero yo
esperé hasta los dieciséis. Y ni siquiera creo que me hubiese ido, de no oír hablar a mi
madre sobre un proyecto de instalarme por mi cuenta con un negocio de almacén. ¡Un
negocio de almacén! ¡Nada menos! Inmediatamente resolví marcharme, a fin de iniciar por
mi lado alguna tarea decente sin seguir esperando el resultado de los caprichos de aquellos
excéntricos viejos, ni correr el peligro de que al final hicieran de mí un genio. Mi proyecto
se vio coronado por el mejor de los éxitos en la primera tentativa y al cumplir los dieciocho
años me encontré haciendo amplios y proficuos negocios en el renglón de la Propaganda
Callejera de Sastrerías.
Las onerosas tareas de mi profesión sólo podía llevarlas a cabo gracias a la rígida
fidelidad a un sistema que constituía el rasgo distintivo de mi inteligencia. El método
escrupuloso caracterizaba tanto mis acciones como mis cuentas. En mi caso no era el
dinero, sino el método, quien «hacía» al hombre —por lo menos aquello que no hacía el
sastre que me empleaba—. Todas las mañanas, a las nueve, me presentaba para que éste me
entregara las ropas del día. A las diez ya me hallaba en algún paseo de moda o lugar
frecuentado por el público. La precisión y regularidad con que hacía girar mi elegante
persona, a fin de mostrar sucesivamente cada porción de mi vestimenta, era la admiración
de todos los conocedores del oficio. Jamás llegaba el mediodía sin que regresara con algún
cliente a la sastrería de los señores Corte y Vuelva. Lo digo orgullosamente, pero con
lágrimas en los ojos, pues aquella firma se condujo conmigo de la manera más ingrata. La
moderada cuenta por la cual disputamos, para finalmente separarnos, no puede considerarse
en modo alguno excesiva; no lo pensarían así aquellos que conocen a fondo la profesión.
De todas maneras, siento tanto orgullo como satisfacción al permitir que el lector juzgue
por sí mismo. He aquí cómo estaba redactada mi cuenta:
SEÑORES CORTE Y VUELVA, SASTRES, DEBEN
A PETER PROFITT, ANUNCIADOR CALLEJERO:
Ce
nts
Julio
10.-
Paseo como de costumbre, y regreso con un
cliente……
25
Julio ídem íd. 25
11.- íd………………………………………….……….
Julio
12.-
Mentira de segunda clase: género negro estropeado
vendido como verde invisible….………………….
25
Julio
13.-
Mentira de primera clase: recomendación de un
satinete como si fuera de paño fino
75
Julio
20.-
Compra de un cuello de papel, para hacer juego con
el completo gris…..……………………………………
2
Agosto
15.-
Por vestir el traje con doble forro (mientras el
termómetro marcaba 706 a la sombra)……………
25
Agosto
16.-
Por pararme en una sola pierna durante tres horas,
para exhibir los nuevos pantalones con trabilla, a 12,1/2
centavos por pierna y por hora……………
37,
1/2
Agosto
17.-
Paseo como de costumbre, y regreso con un cliente
(hombre muy grueso)………………………………
50
Agosto
18.-
ídem íd. íd. (estatura
mediana)…………………………..
25
Agosto
19.-
ídem íd. íd. (estatura pequeña y mal
pagador)…………
6
Total………………………………………………
…..
$2,
951/2
El punto en disputa de mi cuenta era el muy moderado precio de dos centavos por el
cuello de papel. Doy mi palabra de honor de que no era un precio exagerado. Se trataba de
uno de los cuellos más limpios y bonitos que he visto nunca, y tengo buenas razones para
creer que influyó en la venta de los tres completos grises. Sin embargo, el socio principal de
la firma sólo quiso pagarme un centavo, tomando a su cargo la demostración de cuántos
cuellos podían obtenerse con una hoja de papel de oficio. Inútil señalar que insistí en el
principio de la cosa. Los negocios son los negocios, y deben ventilarse como corresponde.
No alcanzaba a distinguir ningún sistema en el hecho de que me estafaran un centavo (un
evidente fraude del 50 por 100), y mucho menos un método. Abandoné de inmediato el
empleo de los señores Corte y Vuelva, instalándome por mi cuenta en el negocio del Mal
de Ojo, que es una de las ocupaciones ordinarias más lucrativas, respetables e
independientes.
También aquí entraron en juego mi estricta integridad, economía y rigurosas
costumbres comerciales. Pronto me encontré en plena prosperidad, y no tardé en ser muy
conocido y señalado. La verdad es que jamás me metí en negocios sensacionalistas, sino
que me atuve a la antigua y excelente rutina de la profesión en la cual seguiría actualmente
de no ser por un pequeño accidente que sobrevino en el curso de una de las operaciones
habituales de la misma. Toda vez que un avaro rico, o un heredero manirroto, o una
sociedad en bancarrota se decide a construir un palacete, no hay en el mundo mejor cosa
que impedir que lo hagan, y toda persona inteligente sabe cómo arreglárselas para ello. En
realidad, esta intervención constituye la base del Mal de Ojo como profesión. En efecto, tan
pronto como alguna de las partes nombradas proyecta levantar un edificio, nosotros, los
hombres de negocios, adquirimos un bonito rincón del lote donde van a edificarlo,
buscando quedar situados frente al mismo o al lado. Hecho esto, esperamos hasta que el
palacio anda ya por la mitad, y entonces pagamos a un arquitecto de buen gusto para que
nos levante a nuestra vez una cabaña de barro sumamente decorativa, o una pagoda oriental
u holandesa, o un chiquero, o alguna fantasía ingeniosa, sea esquimal, kickapoo u
hotentote. Como es natural, no podemos consentir en demoler dicha construcción por
menos de un precio superior en un 500 por 100 al de nuestro lote y material de
construcción. ¿Cómo podríamos proceder de otro modo? Lo pregunto a los hombres de
negocios. Sería irracional suponer semejante cosa. Y, sin embargo, no faltó una sociedad de
aventureros que me pidió que lo hiciera... ¡a mí, nada menos! Ni que decir que ni siquiera
contesté a tan absurda propuesta, pero aquella misma noche consideré de mi deber cubrir el
frente de su palacio con negro de humo. Aquellos irrazonables villanos me metieron en la
cárcel y, cuando salí, las personas vinculadas con el negocio del Mal de Ojo se vieron
forzadas a interrumpir sus relaciones conmigo.
El negocio de Asalto y Agresión, en el cual me vi forzado a aventurarme a fin de ganar
el sustento, no se adaptaba muy bien a mi delicada constitución, pero de todos modos lo
tomé de buen grado y me vi protegido, como antes, por los severos hábitos de metódica
precisión que me había inculcado aquella excelente nodriza, por cierto que sería el más vil
de los hombres si no la tuviera en cuenta en mi testamento. Observando, repito, el sistema
más estricto en todas mis operaciones, y llevando mis libros con mucho cuidado, pude
superar grandísimas dificultades, estableciéndome por fin de manera muy cómoda en la
profesión. Estoy seguro de que pocas personas han tenido un negocio tan agradable como el
mío. Copiaré una o dos páginas de mi diario, lo cual me evitará hablar en especial de mí
mismo, condenable práctica a la cual no se rebaja ningún hombre de altas miras. El diario,
en cambio, no miente nunca.
«2 de enero.- Vi a Snap en la Bolsa. Me le acerqué y le pisé los pies. Cerró el puño y
me tumbó al suelo. ¡Excelente! Volví a levantarme. Tuve una ligera dificultad con Bag, mi
abogado. Quiero mil dólares de indemnización, pero insiste en que por un mero puñetazo
no conseguiremos más que quinientos. Memorándum: debo quitarme de encima a Bag.
Carece de sistema.
»3 de enero.- Fui al teatro en busca de Gruff. Lo vi en un palco de la segunda fila, entre
una dama gruesa y otra delgada. Los estuve mirando con los gemelos hasta que la dama
gorda enrojeció y dijo algo a G. Entré entonces en el palco, poniendo la nariz al alcance de
la mano de G. No me quiso tirar de ella. Me soné e hice otra tentativa: nada. Me senté
entonces y me puse a guiñar el ojo a la dama flaca, hasta tener la satisfacción de que G. me
agarrara por el cuello y me tirara a la platea. Dislocación de cuello y pierna derecha
completamente astillada. Volví a casa contentísimo, bebí una botella de champaña y asenté
en mis libros al joven Gruff por la suma de cinco mil dólares. Bag dice que todo saldrá
bien.
»15 de febrero.- Llegué a un acuerdo en el caso de Mr. Snap. Ingreso consignado:
cincuenta centavos (ver libros).
»16 de febrero.- Perdí el pleito contra el canalla de Gruff, quien me hizo un regalo de
cinco dólares. Costas del proceso: cuatro dólares y veinticinco centavos. Beneficio neto
(ver libros), setenta y cinco centavos.»
Pues bien, en un período tan breve, puede verse, por lo que antecede, que había
obtenido un beneficio de un dólar y veinticinco, nada más que en los casos de Snap y Gruff;
por lo demás, aseguro solemnemente al lector que estos extractos han sido tomados de mi
diario al azar.
Un viejo y muy cierto adagio afirma, sin embargo, que el dinero no es nada al lado de
la salud. Pronto descubrí que los esfuerzos de mi profesión no convenían a mi delicada
constitución; cuando no me quedó hueso sano en el cuerpo, y mis amigos, al encontrarme
en la calle, no se atrevían a asegurar que yo fuera Peter Profitt en persona, se me ocurrió
que lo mejor era cambiar de negocio. Consagré por tanto mi atención al Barrido de las
Aceras y me dediqué al mismo durante varios años.
Lo malo de esta ocupación está en que demasiadas personas se aficionan a ella y la
competencia se vuelve excesiva. Cualquier ignorante que no tiene inteligencia en cantidad
suficiente como para abrirse camino como anunciador callejero, en el Mal de Ojo o en el
Asalto y Agresión, piensa que le irá perfectamente como barredor de aceras. Pero nunca
hubo idea tan errónea como la de creer que para este negocio no hace falta inteligencia. Y,
sobre todo, que en él se puede prescindir del método. Por mi parte sólo lo practicaba al por
menor, pero mis viejos hábitos de sistema me mantenían magníficamente a flote. En primer
lugar elegí con todo cuidado el cruce de calle que me convenía, y jamás arrimé una escoba
a otras aceras que no fueran ésas. Tuve buen cuidado, además, de contar con un excelente
charco de barro a mano, del cual podía proveerme en un instante. Gracias a todo ello llegué
a ser conocido como hombre de confianza; y permítaseme decir que, en los negocios, esto
representa la mitad de la batalla ganada. Jamás persona alguna que me hubiera ofendido
tirándome tan sólo un cobre alcanzó a llegar al otro lado de mi cruce con los pantalones
limpios. Y como mis costumbres comerciales en este sentido eran suficientemente
conocidas, nunca me vi sometido al menor abuso. De haber ocurrido así, no lo habría
tolerado. Puesto que no pretendía imponerme a nadie, no estaba dispuesto a que nadie se
burlara de mí. Claro que no podía impedir los fraudes de los bancos. El cierre de sus
puertas me creaba inconvenientes ruinosos. Pero los bancos no son individuos, sino
sociedades, y las sociedades carecen de cuerpos donde se puedan aplicar puntapiés y de
almas que mandar al demonio.
Estaba ganando dinero en este negocio cuando, en un momento aciago, me dejé tentar e
ingresé en la Salpicadura de Perro, profesión un tanto análoga, pero de ninguna manera tan
respetable. A decir verdad, estaba muy bien instalado en pleno centro y tenía lo necesario
en materia de betún y cepillos. Mi perrito era muy gordo y estaba habituado a todas las
variantes del oficio, pues llevaba en él largo tiempo, y me atrevo a decir que lo comprendía.
Nuestra práctica general era la siguiente: Luego de revolcarse convenientemente en el
barro, Pompeyo se instalaba en la puerta de la tienda hasta ver a un dandy que venía por la
calle con los zapatos relucientes. Se le acercaba entonces y se frotaba una o dos veces
contra él. Como es natural, el dandy juraba abundantemente y luego miraba en torno en
busca de un lustrador de zapatos. Y allí estaba yo, bien a la vista, con betún y cepillos. El
trabajo sólo tomaba un minuto y su resultado eran seis centavos. Esto me bastó por un
tiempo; yo no era avaricioso, pero en cambio mi perro sí lo era. Le cedía un tercio de los
beneficios, hasta que le aconsejaron que pidiera la mitad. Imposible tolerar semejante cosa,
de modo que, luego de discutir, nos separamos.
Por un tiempo ensayé la profesión de organillero, y debo admitir que me fue bastante
bien. Es un negocio sencillo, directo y que no requiere aptitudes especiales. Puede usted
comprar un organillo por muy poco dinero y, a fin de ponerlo en buen estado, basta abrirlo
y darle tres o cuatro martillazos. Mejora el tono del instrumento —para sus finalidades
comerciales— mucho más de lo que usted imaginaría. Hecho esto, no hay más que echar a
andar con el organillo a la espalda hasta ver un jardín delantero bien cubierto de grava y un
llamador envuelto en piel de ante. Se detiene uno entonces y se pone a dar vueltas a la
manija, adoptando el aire de quien está dispuesto a quedarse ahí y tocar hasta el juicio final.
Muy pronto se abre una ventana y alguien arroja seis peniques, pidiendo al mismo tiempo:
«¡Deje de tocar y váyase!» Estoy enterado de que ciertos organilleros han aceptado
marcharse por esta suma; por mi parte, mis gastos de capital eran demasiado grandes para
permitirme hacerlo por menos de un chelín.
Obtuve buenos beneficios con esta ocupación, pero de todos modos no me sentía
satisfecho y acabé por abandonarla. Diré la verdad: trabajaba con el inconveniente de
carecer de un mono, aparte de que las calles de Norteamérica son tan sucias, el populacho
tan molesto... y no digamos nada de la cantidad de mocosos traviesos.
Estuve sin empleo algunos meses, pero por fin, a fuerza de gran perseverancia, logré
introducirme en el Falso Correo. En este negocio las obligaciones son sencillas y procuran
bastantes beneficios. Por ejemplo: de mañana muy temprano, tenía que preparar mi fajo de
cartas falsas. Dentro de cada una escribía unas pocas líneas sobre cualquier cosa, con tal de
que tuviera un aire misterioso, y firmaba aquellas epístolas «Tom Dobson» o «Bobby
Tompkins». Cerradas y lacradas, procedía a aplicarles falsos sellos de Nueva Orleans,
Bengala, Botany Bay o cualquier otro lugar muy distante. Me ponía luego en marcha, como
si llevara mucha prisa. Siempre llamaba a las casas importantes, entregaba una carta y
recibía el pago del porte correspondiente. Nadie vacila en pagar el porte de correos por una
carta, especialmente si es voluminosa. ¡La gente es tan estúpida! Y ni que decir que me
sobraba tiempo para dar vuelta a la esquina antes de que tuvieran tiempo de enterarse de la
epístola. Lo peor de esta profesión es que me obligaban a caminar mucho y rápidamente,
así como a variar de continuo mi itinerario. Además, me producía grandes escrúpulos de
conciencia. Jamás he podido tolerar los insultos a las personas inocentes, y la forma en que
toda la ciudad maldecía a Tom Dobson y a Bobby Tompkins era realmente muy penosa de
escuchar. Terminé lavándome las manos del asunto lleno de repugnancia.
Mi octava y última especulación consistió en la Cría de Gatos. Dicho negocio me
resultó el más agradable y lucrativo de todos, sin que me diera el menor trabajo. Como es
sabido, la región está plagada de gatos, al punto que recientemente se debatió en la
Legislatura, en una memorable sesión, un pedido de ayuda firmado por personas tan
numerosas como respetables. En aquel momento la Asamblea se hallaba excepcionalmente
bien informada de los problemas públicos, y coronó sus muchas, sabias y saludables
decisiones con la Ley de los Gatos. En su forma original, esta ley ofrecía una recompensa
por toda cabeza de gato, a razón de cuatro centavos la pieza; pero más tarde el Senado
enmendó el artículo correspondiente, sustituyendo «cola» por «cabeza», y la enmienda era
tan adecuada que la Asamblea la aprobó nemine contradicente123.
Tan pronto el gobernador hubo firmado el decreto, invertí todo mi capital en la compra
de gatos. Al principio sólo podía alimentarlos con ratones, que son baratos, pero pronto
aquellos animales cumplieron las prescripciones de la Escritura a una velocidad tan
maravillosa que su número me permitió adoptar una política liberal, y desde entonces los
alimenté con ostras y tortuga. Sus colas, a precio legislativo, me proporcionan hoy en día
una buena renta, pues he descubierto un procedimiento basado en el aceite macasar, que me
permite obtener tres cosechas anuales. Me encanta asimismo que los animalitos se hayan
acostumbrado de tal manera que prefieran perder la cola a conservarla. Me considero, pues,
un hombre que ha completado su carrera, y estoy negociando la compra de una finca sobre
el Hudson.
123 Hay aquí un juego de palabras intraducibie pues «cabeza»y «cola» equivalen a «cara»y «cruz». (N. del T.)

Archivo del blog

_____________

¡Suscríbete!

Wikio Estadisticas de visitas Leer mi libro de visitas Firmar el libro de visitas Technorati Profile Add to Technorati Favorites

PARA PASAR UN BUEN RATO

Powered By Blogger

Etiquetas

Philip K. Dick (144) SPECIAL (138) cuentos de zotique (18) 2ªparte (16) zothique (16) edgar allan poe (15) jack london (15) salvatore (14) relato (13) las guerras demoniacas (12) scifi (11) 1ªPat. (10) Terry Pratchett (10) Charles Dickens (8) cuentos (7) thomas harris (7) Fredric Brown (6) cuento (6) stars wars (6) terror (6) timothy (6) zahn (6) Anne Rice (5) MundoDisco (5) anibal lecter (5) ARTHUR C. CLARKE (4) CONFESIONES DE UN ARTISTA DE MIERDA (4) ESPECIAL (4) Hermann Hesse (4) Jonathan Swift (4) Jorge Luis Borges (4) LOS TRES MOSQUETEROS (4) anonimo (4) conan (4) gran hermano (4) lloyd alexander (4) paulo coelho (4) ray bradbury (4) 1984 (3) 2volumen (3) EL ALEPH (3) EL LADRON DE CUERPOS (3) Edgar Rice Burroughs (3) El Éxodo De Los Gnomos (3) FINAL (3) GIBRÁN KHALIL GIBRÁN (3) H. P. Lovecraft (3) Homero (3) Oscar Wilde (3) REINOS OLVIDADOS (3) Richard Awlinson (3) Robert E. Howard (3) Stephen King (3) apocaliptico (3) aventuras de arthur gordon pyn (3) barbacan (3) bruxas de portobello (3) chuck palahniuk (3) ciencia ficcion (3) clive barker (3) compendio de la historia (3) dragon rojo (3) el apostol del demonio (3) fantasia (3) george orwel (3) imagenes (3) la guarida del maligno (3) leyes de internet (3) lord dunsany (3) poul anderson (3) thiller (3) un mundo feliz (3) 06 (2) 1volumen (2) 1ªCap (2) 2 (2) 2001 una odisea espacial (2) 3 (2) 3volumen (2) 3ªparte (2) 4volumen (2) 5volumen (2) Anonymous (2) Anton Chejov (2) CUENTOS DE LA ALHAMBRA (2) Corto de Animación (2) Cuentos Maravillosos (2) David Eddings (2) Dragonlance (2) EL CASTILLO DE LOS CÁRPATOS (2) EL MUNDO DE JON (2) ENTRADAS (2) El jugador (2) El retrato de Dorian Gray (2) Eliphas Levi (2) Fistandantilus (2) Fitzgerald (2) Fábulas (2) Fëdor Dostoyevski (2) HORACIO QUIROGA (2) IMPOSTOR (2) JUAN SALVADOR GAVIOTA (2) José de Esponceda (2) Julio Verne (2) LA ISLA DEL TESORO (2) LA ODISEA (2) LOS VERSOS SATANICOS (2) Libro 2 de Leyendas Perdidas (2) Lord Byron (2) Lovecraft (2) MARQUES DE SADE (2) Mundo Disco (2) PODEMOS RECORDARLO TODO POR USTED (2) Pandora (2) Paul Auster (2) Robert L. Stevenson (2) Tantras (2) Terry Pratchet (2) Washington Irving (2) a vuestros cuerpos dispersos (2) aldous huzley (2) ambrose bierce (2) anthony bruno (2) august derleth (2) aventura (2) cap.3º (2) clarise (2) cronicas marcianas (2) dracula (2) dragones (2) el abat malefico (2) el angel y el apocalipsis (2) el club de la lucha (2) el despertar del demonio (2) el espiritu del dactilo (2) el hijo de elbrian (2) el silencio de los corderos (2) el silencio de los inocentes (2) el templo (2) guerras demoniacas (2) h.p. lovecraft (2) hannibal (2) hannibal lecter (2) heredero del imperio (2) historia (2) ii (2) indice (2) jaime a. flores chavez (2) la quimera del oro (2) markwart (2) novela (2) parte1ª (2) pecados capitales (2) philip jose farmer (2) poema (2) policiaco (2) republica internet (2) seven (2) vampiros (2)  jack london Las muertes concéntricas (1) "Canción del pirata" (1) (1932) (1) (1988) (1) 01 (1) 02 (1) 03 (1) 04 (1) 05 (1) 1 (1) 13 cuentos de fantasmas (1) 1554 (1) 20 reglas para el juego del poder (1) 2001 (1) (1) 3º y 4ºcaps. (1) 5 (1) (1) 6 (1) 666 (1) (1) (1) (1) 9º cap. (1) A Tessa (1) A mi amor (1) ABOMINABLE (1) ACEITE DE PERRO (1) ACTO DE NOVEDADES (1) ADIÓS VINCENT (1) AGUARDANDO AL AÑO PASADO (1) AIRE FRIO (1) ALAS ROTAS (1) ALCACER (1) ALFRED BESTER (1) ALGO PARA NOSOTROS TEMPONAUTAS (1) ALGUNAS CLASES DE VIDA (1) ALGUNAS PECULIARIDADES DE LOS OJOS (1) ANTES DEL EDEN (1) AQUÍ YACE EL WUB (1) ARAMIS (1) AUTOMACIÓN (1) AUTOR AUTOR (1) AVALON (1) AVENTURA EN EL CENTRO DE LA TIERRA (1) Agripa (1) Aguas Profundas (1) Alaide Floppa (1) Alejandro Dumas (1) Alekandr Nikoalevich Afanasiev (1) Algunos Poemas a Lesbia (1) Alta Magia (1) Ana María Shua (1) Angélica Gorodischer - EL GRAN SERAFÍN (1) Anónimo (1) Apariciones de un Ángel (1) Archivo (1) Arcipreste de Hita (1) Aventuras de Robinson Crusoe (1) BBaassss (1) BRUTALIDAD POLICIAL DE LA CLASE DOMINANTE (1) Barry Longyear (1) Benito Pérez Galdós (1) Beowulf (1) Berenice se corta el pelo (1) Bram Stoker (1) Bruce Sterling (1) Brujerías (1) BÉBASE ENTERO: CONTRA LA LOCURA DE MASAS (1) CADA CUAL SU BOTELLA (1) CADBURY EL CASTOR QUE FRACASÓ (1) CADENAS DE AIRE TELARAÑAS DE ÉTER (1) CAMILO JOSE CELA (1) CAMPAÑA PUBLICITARIA (1) CANTATA 140 (1) CARGO DE SUPLENTE MÁXIMO (1) CARTERO (1) CIENCIA-FICClON NORTEAMERICANA (1) COLONIA (1) CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA DE 1978 (1) COPLAS A LA MUERTE DE SU PADRE (1) COTO DE CAZA (1) CUENTO DE NAVIDAD (1) CUENTO DE POE (1) CYBERPUNK (1) Calila y Dimna (1) Camioneros (1) Canción del pirata (1) Cavadores (1) Charles Bukowski (1) Clark Ashton Smith (1) Constitución 1845 (1) Constitución de 1834 (1) Constitución de 1837 (1) Constitución de 1856 (1) Constitución de 1871 (1) Constitución de 1876 (1) Constitución de 1931 (1) Constitución de 1978 (1) Constitución española de 1812 (1) Crónicas de Belgarath (1) Cuatro Bestias en Una: El Hombre Cameleopardo (1) Cuentos De Invierno (1) Cuentos De Invierno 2 (1) Cuerpo de investigación (1) CÁNOVAS (1) CÁTULO (1) DEL TIEMPO Y LA TERCERA AVENIDA (1) DESAJUSTE (1) DESAYUNO EN EL CREPÚSCULO (1) DESPERTARES. (1) DETRÁS DE LA PUERTA (1) DIABLO (1) DIÁLOGO SOBRE LA PENA CAPITAL (1) DOCTOR BHUMBO SINGH (1) DON DINERO (1) Daniel Defoe (1) Dashiell Hammett (1) Denuncia (1) Dia De Suerte (1) Divina Comedia (1) Dolores Claiborne (1) Douglas Adams (1) Douglas Niles (1) EL ABONADO (1) EL AHORCADO (1) EL ARTEFACTO PRECIOSO (1) EL CARDENAL (1) EL CASO RAUTAVAARA (1) EL CAÑÓN (1) EL CLIENTE PERFECTO (1) EL CLUB DE LUCHA (1) EL CONSTRUCTOR (1) EL CORAZON DE LAS TINIEBLAS (1) EL CUENTO FINAL DE TODOS LOS CUENTOS (1) EL DIENTE DE BALLENA (1) EL DÍA QUE EL SR. COMPUTADORA SE CAYÓ DE SU ÁRBOL (1) EL FABRICANTE DE CAPUCHAS (1) EL FACTOR LETAL (1) EL FALLO (1) EL GRAN C (1) EL HALCÓN MALTÉS (1) EL HOBBIT (1) EL HOMBRE DORADO (1) EL HOMBRE VARIABLE (1) EL HÉROE ES ÚNICO (1) EL INFORME DE LA MINORÍA (1) EL LADO OSCURO DE LA TIERRA (1) EL LOCO (1) EL MARTILLO DE VULCANO (1) EL MUNDO CONTRA RELOJ (1) EL MUNDO QUE ELLA DESEABA (1) EL OJO DE LA SIBILA (1) EL PADRE-COSA (1) EL PLANETA IMPOSIBLE (1) EL PRINCIPE (1) EL REY DE LOS ELFOS (1) EL TIMO (1) EL TRITÓN MALASIO (1) EL VAGABUNDO (1) EL ÍDOLO OSCURO (1) EL ÚLTIMO EXPERTO (1) ELOGIO DE TU CUERPO (1) EN EL BOSQUE DE VILLEFERE Robert E. Howard (1) EN EL JARDÍN (1) EN LA TIERRA SOMBRÍA (1) EQUIPO DE AJUSTE (1) EQUIPO DE EXPLORACIÓN (1) ERLATHDRONION (1) ESCRITOS TEMPRANOS (1) ESPADAS CONTRA LA MAGIA (1) ESPADAS CONTRA LA MUERTE (1) ESPADAS ENTRE LA NIEBLA (1) ESPADAS Y DEMONIOS (1) ESPADAS Y MAGIA HELADA (1) ESTABILIDAD (1) EXPOSICIONES DE TIEMPO (1) EXTRAÑOS RECUERDOS DE MUERTE (1) Eco (1) El Anillo Mágico de Tolkien (1) El Anticristo (1) El Asesino (1) El Barón de Grogzwig (1) El Cartero Siempre Llama Dos Veces (1) El Color De La Magia (1) El Corsario (1) El Dragón (1) El Entierro (1) El Incidente del Tricentenario (1) El Invitado De Drácula (1) El Jardín del Miedo (1) El Mago de Oz (1) El Misterio De Marie Roget (1) El Paraíso Perdido (1) El País De Las Últimas Cosas (1) El Presidente del Jurado (1) El Relato Del Pariente Pobre (1) El Vendedor de Humo (1) El camaleón (1) El caso de Charles Dexter Ward (1) El coronel no tiene quien le escriba (1) El doble sacrificio (1) El guardián entre el centeno (1) El hundimiento de la Casa de Usher (1) El judío errante (1) El manuscrito de un loco (1) El misterio (1) El número 13 (1) El pez de oro (1) El príncipe feliz (1) El puente del troll (1) El que cierra el camino (1) Electrobardo (1) Erasmo de Rotterdam (1) Estatuto de Bayona (1) FLAUTISTAS EN EL BOSQUE (1) FLUYAN MIS LÁGRIMAS DIJO EL POLICÍA (1) FOSTER ESTÁS MUERTO... (1) Fantasmas de Navidad (1) Federico Nietzsche (1) Festividad (1) Floyd L. Wallace (1) Francisco de Quevedo y Villegas (1) Franz Kafka (1) Fritz Leiber (1) GESTARESCALA (1) Gabriel García Márquez (1) Genesis (1) Gesta de Mio Cid (1) HISTORIA DE DOS CIUDADES (1) HISTORIA EN DOS CIUDADES (1) HUMANO ES (1) Historias de fantasmas (1) INFORME SOBRE EL OPUS DEI (1) IRVINE WELSH (1) Inmigración (1) Isaac Asimov (1) Itaca (1) J.R.R. TOLKIEN (1) JAMES P. CROW (1) JUEGO DE GUERRA (1) Jack London -- La llamada de la selva (1) John Milton (1) Jorge Manrique (1) Joseph Conrad (1) Juan Ruiz (1) Juan Valera (1) LA ARAÑA ACUÁTICA (1) LA BARRERA DE CROMO (1) LA CALAVERA (1) LA CAPA (1) LA CRIPTA DE CRISTAL (1) LA ESPAÑA NEGRA (1) LA ESTRATAGEMA (1) LA FE DE NUESTROS PADRES (1) LA GUERRA CONTRA LOS FNULS (1) LA HERMANDAD DE LAS ESPADAS (1) LA HORMIGA ELÉCTRICA (1) LA INVASIÓN DIVINA (1) LA JUGADA (1) LA LAMPARA DE ALHAZRED (1) LA LEY DE LA VIDA (1) LA M NO RECONSTRUIDA (1) LA MAQUETA (1) LA MAQUINA PRESERVADORA (1) LA MENTE ALIEN (1) LA MIEL SILVESTRE (1) LA NAVE DE GANIMEDES (1) LA NAVE HUMANA (1) LA NIÑERA (1) LA PAGA (1) LA PAGA DEL DUPLICADOR (1) LA PENÚLTIMA VERDAD (1) LA PEQUEÑA CAJA NEGRA (1) LA PIMPINELA ESCALATA (1) LA PUERTA DE SALIDA LLEVA ADENTRO (1) LA RANA INFATIGABLE (1) LA REINA DE LA HECHICERÍA (1) LA SEGUNDA LEY (1) LA SEGUNDA VARIEDAD (1) LA TRANSMIGRACIÓN DE TIMOTHY ARCHER (1) LA VIDA EFÍMERA Y FELIZ DEL ZAPATO MARRÓN (1) LA VIEJECITA DE LAS GALLETAS (1) LABERINTO DE MUERTE (1) LAS ESPADAS DE LANKHMAR (1) LAS MIL DOCENAS (1) LAS PARADOJAS DE LA ALTA CIENCIA (1) LAS PREPERSONAS (1) LEYENDA DE LA CALLE DE NIÑO PERDIDO (1) LO QUE DICEN LOS MUERTOS (1) LOS CANGREJOS CAMINAN SOBRE LA ISLA (1) LOS CAZADORES CÓSMICOS (1) LOS CLANES DE LA LUNA ALFANA (1) LOS DEFENSORES (1) LOS DÍAS DE PRECIOSA PAT (1) LOS INFINITOS (1) LOS MARCIANOS LLEGAN EN OLEADAS (1) LOS REPTADORES (1) LOTERÍA SOLAR (1) LSD (1) La Caza de Hackers (1) La Dama de las Camelias (1) La Habitación Cerrada (1) La Ilíada (1) La Luna Nueva (1) La Luz Fantástica (1) La Metamorfosis (1) La Nave (1) La Pillastrona (1) La Plancha (1) La Sombra Y El Destello (1) La Tortura de la Esperanza (1) La canción de Rolando (1) La catacumba (1) La familia de Pascual Duarte (1) La peste escarlata (1) La senda de la profecía (1) Las Campanas (1) Las Tablas Del Destino (1) Las cosas que me dices (1) Ley de Extranjería (1) Libro 1 (1) Libro 2 (1) Libro 3 (1) Libro de Buen Amor (1) Lo inesperado (1) Los Versos Satánicos (1) Los siete mensajeros (1) Lyman Frank Baum (1) MADERO (1) MAQUIAVELO (1) MECANISMO DE RECUPERACIÓN (1) MINORITY REPORT (1) MINORITY REPORT (1) MIO CID (1) MUERTE EN LA MONTAÑA (1) MUSICA (1) MUÑECOS CÓSMICOS (1) Mario Levrero (1) Marqués de Sade (1) Mary Higgins Clark (1) Marzo Negro (1) Mascarada (1) Miedo en la Scala (1) Montague Rhodes James (1) Mort (1) NO POR SU CUBIERTA (1) NOSOTROS LOS EXPLORADORES (1) NUESTROS AMIGOS DE FROLIK 8 (1) NUL-O (1) Nausícaa (1) Neuromante (1) Nombre (1) OBRAS ESCOGIDAS (1) OCTAVIO EL INVASOR (1) OH SER UN BLOBEL (1) OJO EN EL CIELO (1) ORFEO CON PIES DE ARCILLA (1) Odisea (1) Origen (1) Otros Relatos (1) PARTIDA DE REVANCHA (1) PESADILLA EN AMARILLO (1) PESADILLA EN BLANCO (1) PESADILLA EN ROJO (1) PESADILLA EN VERDE (1) PHILI K. DICK (1) PHILIP K. DICK . ¿QUE HAREMOS CON RAGLAND PARK? (1) PHILIP K.DICK (1) PIEDRA DE TOQUE (1) PIEZA DE COLECCIÓN (1) PLANETA DE PASO (1) PLANETAS MORALES (1) PODEMOS CONSTRUIRLE (1) PROBLEMAS CON LAS BURBUJAS (1) PROGENIE (1) PROYECTO: TIERRA (1) Para encender un fuego (1) Patrick Süskind (1) Peter Shilston (1) Petición pública (1) Poema de amarte en silencio (1) Poemas Malditos (1) Poesía (1) QUISIERA LLEGAR PRONTO (1) R.L. Stevenson (1) RENZO (1) ROMANCERO ANONIMO (1) ROOG (1) Rechicero (1) Residuos (1) Richard Back (1) Richard Matheson (1) Ritos Iguales (1) Robert Bloch (1) Ruido atronador (1) SACRIFICIO (1) SAGRADA CONTROVERSIA (1) SERVICIO DE REPARACIONES (1) SERVIR AL AMO (1) SI NO EXISTIERA BENNY CEMOLI... (1) SNAKE (1) SOBRE LA DESOLADA TIERRA (1) SOBRE MANZANAS MARCHITAS (1) SOY LEYENDA (1) SPECIAL - (1) SU CITA SERÁ AYER (1) SUSPENSIÓN DEFECTUOSA (1) Saga Macross (1) Salman Rushdie (1) San Juan de la Cruz (1) Si me amaras (1) Siglo XIX (1) Significado (1) SÍNDROME DE RETIRADA (1) TAL COMO ESTÁ (1) TIENDA DE CHATARRA (1) TONY Y LOS ESCARABAJOS (1) Tarzán y los Hombres Leopardo (1) Teatro de Crueldad (1) Telémaco (1) The Reward (1) Thomas M. Disch (1) Trainspotting (1) Tu aroma (1) UBIK (1) UN ESCÁNDALO EN BOHEMIA (1) UN MUNDO DE TALENTOS (1) UN PARAÍSO EXTRAÑO (1) UN RECUERDO (1) UN REGALO PARA PAT (1) UNA INCURSIÓN EN LA SUPERFICIE (1) UNA ODISEA ESPACIAL (1) Un Trozo de carne (1) Un millar de muertes (1) Una Historia Corta del MundoDisco (1) VETERANO DE GUERRA (1) VIDEO (1) VISITA A UN PLANETA EXTRAÑO (1) VIVA LA PEPA (1) Viajes de Gulliver (1) Villiers de L'Isle Adam (1) Volumen I de Avatar (1) Volumen II de Avatar (1) Volumen III de Avatar (1) WILLIAM BURROUGHS (1) William Gibson (1) Y GIRA LA RUEDA (1) YONQUI (1) a fox tale (1) agatha christie (1) aguas salobres (1) alan dean foster (1) alas nocturnas (1) alfonso linares (1) alien (1) allan (1) americano actual (1) amor oscuro (1) anabelle lee (1) anarko-underground (1) angeles (1) anon (1) antigua versión (1) apostasia (1) art (1) arthur conan doyle (1) asceta (1) asesinatos (1) avatar (1) aventuras (1) bajo el signo de alpha (1) berenice (1) biografia (1) bipolaridad (1) brujas.benito perez galdos (1) budismo (1) budista (1) cabeza de lobo (1) cap.2º (1) cap1º (1) cap2º (1) carnamaros (1) castas (1) castellana (1) chinos (1) ciberpunk (1) cimmeriano (1) citas (1) coaccion (1) coelho (1) como suena el viento (1) corto (1) cronicas de pridayn 2 (1) cronicas de pridayn 3 (1) cronicas de pridayn 4 (1) cronicas de prydayn 1 (1) cronicas de prydayn tr (1) cruvia (1) cuentos de un soñador (1) cuentos y fabulas (1) dactilo (1) dark (1) darren shan (1) definicion (1) demian (1) demonios (1) descontrol (1) dino buzzati (1) drogado (1) e.a.poe (1) edgar (1) el amo de los cangrejos (1) el barril del amontillado (1) el bucanero (1) el caldero magico (1) el castillo de llir (1) el cimerio (1) el corazon delator (1) el defensor (1) el demonio de la perversidad (1) el dios de los muertos (1) el enigma de las sociedades secretas (1) el escarabajo de oro (1) el fruto de la tumba (1) el gato negro (1) el gran rey (1) el idolo oscuro (1) el imperio de los nigromantes. (1) el invencible (1) el jardin de adompha (1) el jinete en el cielo (1) el libro de los tres (1) el octavo pasajero (1) el ojo de tandyla (1) el pie del diablo (1) el planeta de los simios (1) el pozo y el péndulo (1) el sexo y yo (1) el superviviente (1) el tejedor de la tumba (1) el ultimo jeroglifico (1) el unico juego entre los hombres (1) el verano del cohete (1) el viaje del rey euvoran (1) elabad negro de puthuum (1) etimologia (1) expulsion (1) fantasma (1) farmacias (1) fragmentos (1) francis bacon (1) frases (1) futuro mecanico (1) gengis khan (1) gnomos (1) goth (1) gothico (1) guerreras (1) guy de maupassant (1) hadas (1) harry potter y la piedra filosofal (1) historia ficcion (1) historietas (1) hombres (1) horror (1) horror onirico (1) i (1) iluminati (1) imperios galacticos (1) imperios galacticos III (1) imperios galaticos (1) inaguracion (1) indio americano (1) isabel allende (1) issac asimov (1) jack vance (1) jorge (1) justine (1) kabytes (1) la carta robada (1) la doctrina secreta (1) la isla de los torturadores (1) la loteria de babilonia (1) la magia de ulua (1) la mascara de la muerte roja (1) la montaña de los vampiros (1) la muerte de ilalotha (1) la nueva atlantida (1) la sombra (1) la ultima orden (1) las brujas de portobello (1) las tres leyes roboticas (1) lazarillo de tormes (1) libertad (1) libros sangrientos I (1) libros sangrientos II (1) libros sangrientos III (1) ligeia (1) lloid alexander (1) locura (1) los diez negritos (1) los infortunios de la virtud (1) los remedios de la abuela (1) los viejos (1) luis fernando verissimo (1) magia (1) mahatma gahdhi (1) mandragoras (1) mas vastos y mas lentos que los imperios (1) metadona (1) mi religion (1) miscelanea (1) misterio (1) mongoles (1) morthylla (1) movie (1) mujeres (1) narraciones (1) new (1) nigromancia en naat (1) no future (1) normandos (1) nueva era (1) nueva republica III (1) nuevas (1) oscuro (1) padre chio (1) palabras (1) parte 3ª (1) parte2ª (1) paulo (1) personajes (1) peter gitlitz (1) pierre boulle (1) placa en recuerdo de la represalia fascista (1) poe (1) poemas Zen (1) poesías (1) politica (1) por una net libre (1) portugues (1) psicosis (1) realidad divergente (1) recopilacion (1) recopilación (1) relato ciencia ficcion (1) relatos (1) relatos de los mares del sur (1) relay (1) republica intrnet (1) ricardo corazon de leon (1) rituales con los angeles (1) robert silverberg (1) robin hood (1) rpg (1) sajones (1) segunda parte (1) sherwood (1) si las palabras hablaran (1) sociedad secreta (1) soma (1) somatico (1) subrealista (1) suicidas (1) taran el vagabundo (1) tramites (1) trasgus (1) trolls (1) u-boat (1) underground (1) ursula k.leguin (1) usher II (1) veronika decide morir (1) vida (1) vikingos (1) volumen VI (1) willian wilson (1) xeethra (1) ylla (1) yo robot (1) zodiacos (1) ¡CURA A MI HIJA MUTANTE! (1) ¿SUEÑAN LOS ANDROIDES CON OVEJAS ELÉCTRICAS? (1) ¿quo vadis? (1) ÁNGELES IGNORANTES (1) Álvares de Azevedo (1)

FEEDJIT Live Traffic Feed