El Anillo Mágico de Tolkien
Una introducción de Peter Beagle a THE TOLKIEN READER,
por Ballantine Books.
Tres Anillos para los Reyes Elfos bajo el cielo.
Siete para los Señores Enanos en casas de piedra.
Nueve para los Hombres Mortales condenados a morir.
Uno para el Señor Oscuro, sobre el trono oscuro
en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras.
Un Anillo para gobernarlos a todos. Un Anillo para encontrarlos,
un anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas
en la Tierra de Mordor donde se extienden las sombras.
Lejos al norte se encuentran las Colinas de Hierro, las Montañas Grises y la Bahía helada de Forochel; más allá sólo existe la gran desolación septentrional. Lejos al sur se extiende Haradwaith, región de gentes fieras y oscuras; al oeste está el mar, y más allá del mar las tierras inmortales de Oesternesse, de donde llegaron los pueblos Eldar y a donde todos volverán con el tiempo. Al este está Mordor, que siempre fue una tierra maligna y desolada. Estos son los límites de la Tierra Media, y este es el mundo que J.R.R.Tolkien exploró y cuya crónica presenta en El Señor de los Anillos. No he dicho creó, porque siempre estuvo ahí.
El Señor de los Anillos y su prólogo, El Hobbit, pertenecen, desde mi punto de vista, a un pequeño grupo de libros, canciones y poemas que he compartido con otras personas. Los más extraños desconocidos parecen conocerlos, y hablamos acerca de Gandalf, Gollum o el Puente de Khazad-dûm mientras la fiesta, la clase o el tren se alejan inadvertidamente de nosotros. Viejos amigos los redescubren, como yo mismo lo hago –rebuscar en cualquier libro de la Trilogía es verse atrapado una vez más en el conjunto de la Leyenda- y hablamos de ello como si lo hubiéramos leído por vez primera, y como si estuviéramos recordando algo que nos hubiera sucedido a los dos mucho tiempo atrás. Algo de nosotros ha pasado a formar parte de la historia, y ahora esta nos pertenece.
La Tierra Media, es un poco como nuestra tierra, algo mítica quizás, pero no demasiado. Su luz es la de los largos veranos de nuestra infancia, y sus pesadillas son como las de los niños: sobrecogedoras visiones de poder, sombras frías que bloquean para siempre la luz del sol. Pero las fuerzas que controlan las vidas de los habitantes de la Tierra Media son las mismas que las nuestras: tradición, azar y deseo. Es un mundo repleto de oportunidades, sujeto a las leyes naturales, y únicamente separado por una delgada piel del caos aullante y primario que espera en el exterior de cualquier mundo; no es Oz, ni el País de las Maravillas, sino un mundo repleto de cosas y personas, olores y estaciones, como el nuestro.
El Hobbit nos sirve de introducción tanto a la Tierra Media como a la historia del Anillo Único. Los Hobbits son una gente pequeña, que viven en madrigueras, ligeramente más pequeños que los Enanos: de pies peludos, amables labradores y jardineros, aficionados a los fuegos artificiales, las canciones y el tabaco, con cierta inclinación a la corpulencia y a la composición de árboles genealógicos. En este libro el Hobbit Bilbo Bolsón acompaña a trece enanos y a un mago llamado Gandalf en la búsqueda de un tesoro que un dragón les arrebató siglos atrás. Durante el viaje, Bilbo encuentra un anillo mágico y se lo lleva a casa, como un recuerdo. Su poder, por lo que él sabe, consiste en volver invisible al portador, lo cual resulta útil si tienes interés en evitar a tías y a dragones, y Bilbo lo usa una o dos veces para ambos
propósitos. Pero no lo usa para casi nada más durante los sesenta años en que lo tiene en su poder; lo lleva en el bolsillo, sujeto a una cadena de oro.
El Señor de los Anillos empieza con el descubrimiento por parte de Gandalf de que el anillo de Bilbo es en realidad el Anillo Único del poema. Fue hecho por el Señor Oscuro –Sauron de Mordor, intemporal y extremadamente malvado- , y los Anillos menores distribuidos entre Elfos, Enanos y Hombres, debían con el tiempo llevar a las tres razas bajo el dominio del Anillo Único, también llamado por este motivo el Anillo Soberano. Pero Sauron ha perdido el Anillo, y su búsqueda es cada vez más desesperada y frenética; si se apodera del Anillo, pasará a ser invencible, pero sin él, todo su poder podría no servirle de nada. El Anillo debe ser destruido, no sólo para evitar que caiga en las garras de Sauron, sino también porque, como todos los Anillos, su naturaleza es convertir la bondad en maldad. Finalmente, es el sobrino de Bilbo, Frodo Bolsón, quien se pone en camino hacia el volcán donde el Anillo fue forjado, aunque la montaña se encuentra en Mordor, bajo la mirada del Señor Oscuro.
El Señor de los Anillos es la historia del viaje de Frodo a través de una larga pesadilla de codicia, de su educación acerca del miedo y de la belleza, y de su pérdida final del mundo que está intentando salvar. En un sentido, su creciente conocimiento ha devorado la alegría y la fuerza inocente que lo hicieron, de toda la gente mágica y sabia que encuentra, el único adecuado para llevar el Anillo. Como dice a Sam Gamyi, el único amigo que lo siguió todo el largo camino hasta el Fuego, “Así suele ocurrir, Sam, cuando las cosas están en peligro: alguien tiene que renunciar a ellas, perderlas, para que otros las conserven.” Hay otros en la Tierra Media que habrían pagado gustosamente ese precio, pero ninguno para quien hubiera significado tanto.
He aquí la trama; pero el verdadero encanto del libro radica en la riqueza de la épica, de la cual El Señor de los Anillos no es más que una parte. La estructura del mundo de Tolkien es tan vertiginosamente compleja y tan natural como un copo de nieve o la tela de una araña: únicamente la historia de los reinos de los Hombres de la Tierra Media abarca tres edades, y cada una de esas historias, como Tolkien insinúa en los fascinantes Apéndices, contiene suficiente material para una balada tan larga como El Señor de los Anillos. Y hay otras gentes, pueblos más viejos –especialmente los Elfos inmortales- cuyos recuerdos se remontan a los Días Antiguos, mucho antes de que la bondad o la maldad llegaran a la Tierra Media; están los Enanos y los Ents –los Pastores de Árboles, “viejos como las montañas”- y está Tom Bombadil, que no tiene edad, raza o misión alguna.
Tolkien nos cuenta algo de cada uno de estos pueblos –sus canciones, sus lenguajes, sus leyendas, sus costumbres y sus relaciones con las demás razas- pero es lo bastante sabio como para no revelar todo cuanto sabe acerca de ellos y de su mundo. Puede hacerse eso con las creaciones literarias, pero con nada que tenga vida propia. Y la Tierra Media vive, no sólo en El Señor de los Anillos, sino a su alrededor y antes y después de El Señor de los Anillos. He leído la obra completa cinco o seis veces (sin contar las consultas, para las cuales este ensayo es, en parte, una excusa), y en cada ocasión, aumenta y se profundiza mi placer en su lectura. Es un libro que adquiere una pátina especial en cada mente que entra en contacto con él, como una piedra de bolsillo o un pedazo de madera que han sido atesorados durante mucho tiempo. A veces, aunque sé que yo no lo escribí, siento como si lo hubiera hecho.
El Hobbit es una buena introducción a los habitantes de la Tierra Media, más aún teniendo en cuenta que algunos de sus personajes principales vuelven a aparecer en El Señor de los Anillos. Además de los Hobbits, Enanos, Elfos y Hombres está Gandalf el Mago: un vagabundo, conocido con muchos nombres por muchas gentes, capaz de aparecer como un hombre viejo, encorvado y frágil, hábil con los fuegos artificiales, nervioso e irritable, y de algún modo cómico, o como una figura resplandeciente de poder aterrador, capaz de oponerse a la voluntad del mismísimo Sauron. Y está Beorn, el Cambia-pieles, que puede tomar la forma de un oso; un hombre áspero y malhumorado, pero un buen amigo. Beorn no vuelve a aparecer después de El Hobbit, pero en un sentido literario, es el precursor del más profundamente desarrollado Tom Bombadil. Ambos son seres cautelosos, que no se mezclan en los grandes asuntos de las demás gentes. Ambos son sus propios amos, bajo ningún encantamiento que no sea el propio; pero el viejo Bombadil es la canción encarnada, y su poder es mayor que el de Beorn. Sería el último en ser conquistado si Sauron recuperara el Anillo Único.
Pero de todos los personajes de ambos libros, seguramente el más memorable –y por su propio destino miserable, el más importante- es la criatura llamada Sméagol, o Gollum, por el continuo sonido gorgoteante que surge de su garganta. El origen de Gollum es muy cercano al de los Hobbits, y es él quien descubre el Anillo en un río, donde ha estado oculto durante miles de años. Mejor dicho, mata para apoderarse de él, y la única razón que podría dar del porque, es que el Anillo es más hermoso que nada que alguna vez haya entrado en su vida. El nombre que le da es, siempre, “la Preciosidad”. Remonta el río con Él hasta que el río desaparece bajo una montaña, y allí desaparece en la oscuridad, hasta que Bilbo, perdido en los túneles de las montañas, se topa con él y con el Anillo sin custodia, y se lo guarda en el bolsillo. El Anillo cuida de sí mismo, como Gandalf deduce: gravita hacia el poder; va hacia donde tiene que ir. Pero Gollum no puede vivir sin su Preciosidad, y no pasa mucho tiempo antes de que abandone las montañas para ir en su busca. En sus viajes, eventualmente encuentra la pista de Frodo y Sam, pero es capturado por ellos y obligado a guiarlos a Mordor, donde una vez él había sido prisionero de Sauron. En adelante está con ellos en todo momento, o a la vista de ellos, hasta el final de su viaje, y de su igualmente terrible odisea.
En el momento en que Frodo le toma como guía, Gollum está completamente loco. Los siglos oscuros y silenciosos viviendo con la ansiedad del Anillo y luego los tormentos de Sauron han reducido su mente a un simple deseo sin sentido. Ahora existen dos seres en él: dos voces que hablan y susurran en su interior noche y día: Gollum y Sméagol –uno no es una persona en absoluto, no yo, sino una cosa que pertenece por completo al Anillo; el otro, aún vivo en cierto modo, todavía retiene ciertos vestigios de su propia voluntad, tras tanto tiempo, y es capaz de sentir un grotesco anhelo hacia Frodo, a quien, sin embargo, debe traicionar. No puede soportar la luz –incluso la luna llena es una angustia física para él, y teme a casi cualquier cosa o persona del mundo, sobre todo a Sauron. Además, Gollum es peligroso; se ha convertido en caníbal y su cuerpo arruinado aún retiene una fuerza elástica y antinatural. Bilbo y Sam y muchos otros tienen la oportunidad de matarle, pero en cada ocasión, la idea de su sufrimiento, aunque vagamente concebida (es preciso haber llevado el Anillo, aunque sea durante corto tiempo, para entender la agonía de Gollum), les detiene; de modo que vive para desempeñar su papel en la Historia del Anillo. Al final, Gollum es un desafío a la imaginación más que cualquier otro personaje de El Señor de los Anillos, lo cual es lógico en cierto modo, puesto que ya era un fantasma cuando la historia comenzó.
A Sauron nunca se le ve, con la excepción de un terrible instante, cuando la mente de un hobbit entra en contacto con la suya a través de un palantir, una piedra vidente.
Pero los sirvientes de Sauron son tan visibles como la energía de su mente puede hacerlos: Orcos y Trolls, criados por Él en imitación de los Elfos y los Ents, tan incapaces de crear nada como su Señor, ni de encontrar placer más que en la fealdad; seres inmundos, espíritus que habitan en las arruinadas tumbas de los Reyes; toda clase de Hombres, desde bárbaros de los bosques hasta los crueles Haradrim que montan en “olifantes”, o reyes y príncipes caídos en las trampas de Sauron. De estos últimos, los de destino más desgraciado, los más espantosos y desesperados son los Nazgûl, los Espectros del Anillo, cada uno de los cuales fue una vez un hombre, un rey que sucumbió al poder de los nueve anillos que fueron hechos para los Hombres Mortales. Montando grandes criaturas aladas, o cabalgando caballos negros, extienden sombras de terror mientras cumplen los mandatos de su Amo por toda la Tierra Media, llamándose siempre los unos a los otros con voces susurrantes llenas de maldad y de un dolor sin piedad. Son criaturas extraídas del sueño de un niño, nubes que oscurecen la luna, que le buscan, que se guían por los latidos de su corazón; pero también son hombres caídos, y Frodo, observándoles con el Anillo en el dedo, comprende la naturaleza de su condenación. El destino de ellos es muy similar al suyo.
Porque el Anillo devora. Es una especie de cristal de aumento a través del cual todas las voluntades son concentradas; llevarlo es estar desnudo ante el Ojo (porque Sauron dejó gran parte de su poder original en el Anillo y este le llama constantemente) y ante los deseos más profundos de uno mismo de conseguir poder sobre los demás. Como cualquier otra cosa que pertenezca al Señor Oscuro, el Anillo Único no puede crear; puede otorgar poder, pero sólo de acuerdo con la fuerza y las cualidades reales del Portador; y aquel que lo posee no muere, “pero no crece, no obtiene más vida” a decir de Gandalf, “simplemente continúa”. Ha estirado la vida
de Bilbo hasta hacerla peligrosamente delgada, y la de Gollum hasta sobrepasar su propia memoria; y el periodo en que Frodo ha tenido que cargar con Él le ha dañado más allá de cualquier cura. Habla por el miserable Gollum, e incluso por los Nazgûl cuando le dice a Sam:
Ya no me queda nada, Sam: ni el sabor de la comida, ni la frescura del agua, ni el susurro del viento, ni el recuerdo de los árboles, la hierba y las flores, ni la imagen de la luna y las estrellas. Estoy desnudo en la oscuridad, Sam y entre mis ojos y la rueda de fuego no queda ningún velo. Hasta con los ojos abiertos empiezo a verlo ahora, mientras todo lo demás se desvanece.
El libro está repleto de canciones. Baladas, poesía, y rimas de conocimiento pertenecen a las vidas cotidianas de las gentes de la Tierra Media, y la poesía épica es su historia y su periodismo. Cada una de las distintas razas y tribus, excepto los habitantes de Mordor, tiene su propia tradición de canciones, y Tolkien las presenta todas –desde los modos y patrones élficos de rima hasta los orgullosos cantos de los Enanos y los números de “music-hall” que los Hobbits adoran- con la habilidad y la naturalidad de un escritor cuya prosa combina perfectamente con la poesía. Los mejores versos empiezan a cantar mientras los lees, así como los nombres de gente y lugares, hasta el punto de que uno podría ponerse a cantar los mapas que Tolkien incluye en cada volumen. Y esa música nunca se impone desde fuera; surge del centro de ese mundo, como lo hace del mundo de la Ilíada, o de la Nibelungenlied. Los pueblos de Tolkien cantan, y cantan de esta manera.
Los libros se han vendido sin estridencias, pero de un modo constante desde que Houghton Mifflin los introdujo, pero en los últimos años, las ventas han empezado a incrementarse. Ballantine Books ha publicado una versión de bolsillo aprobada por Tolkien que incluye un prólogo y material nuevo. El mayor interés por la obra de Tolkien ha surgido entre graduados y estudiantes universitarios. Estas personas producen trabajos propios, variados y extraños, y si existe alguna significación de su elección de El Señor de los Anillos – más allá del hecho de que se trata de un buen libro- al infierno con ella; uno u otro de nuestros analizadores de la juventud se encargará de ello tarde o temprano. Pero hay una posible razón para la popularidad de Tolkien que me gustaría comentar, ya que se refiere a la fuerza real de El Señor de los Anillos. La gente joven en general nota la diferencia entre la realidad y el fraude. No son conscientes de ello; cuando empiezan a conocer esa diferencia, y a intentar articularla, ya son adultos y están sujetos al sufrimiento y a la falibilidad de ese estado. Pueden ser confundidos por estúpidos o locos, pero perciben al predicador que no siente una palabra de su sermón, al charlatán que trata de embaucarlos, o a la sociedad que no cree en ella misma. Raramente permiten que cualquier falsedad anide en sus corazones.
Tolkien cree en su mundo, y en todos aquellos que lo habitan. Este hecho, naturalmente, no es una garantía de éxito –si Tolkien no fuese un buen escritor, no podría convertirlo en uno- pero es algo sin lo cual no hay grandeza, en el arte o en cualquier otra cosa, y encuentro muy poco de ello en la ficción que trata de hablarme acerca de este mundo en el que vivimos. Esta incapacidad del autor de creer en lo que está haciendo es, creo, lo que transforma a tantos libros que tratan de las cosas reales que realmente ocurrieron a las almas reales y los cuerpos reales de personas reales en el mundo real en los pequeños y entumecidos escenarios donde marionetas vestidas de formas diversas cantan y hacen malabarismos. Pero yo creo que Tolkien ha vagado por la Tierra Media, que existe sólo en él mismo, y entiendo la tristeza de los Elfos, y he contemplado Mordor.
Y este es el origen de la unidad del libro, esta profunda certeza de Tolkien que convierte a su mundo en algo más que la suma de todas sus partes, más que un ingenioso artificio, más que una sencilla parábola sobre el poder. Más allá de la habilidad y la inventiva del hombre, más allá de su conocimiento sobre filología, mitología y poesía, El Señor de los Anillos está hecho con amor, con orgullo y con una pizca de locura. Nunca ha existido mucha ficción de cualquier tipo que haya sido compuesta de esta manera, pero algunas noches tengo la sensación de que mi tiempo se está engañando a sí mismo con este método. Así que he leído el cuento del Anillo y algunos otros libros muchas veces, y envidio a mis hijos, que aún no han leído ninguno de ellos, y os envidio a vosotros, si aún no lo habéis hecho, y os deseo felicidad.
Peter S. Beagle
Peter S. Beagle nació en Nueva York en 1939 y escribió su primera novela, “A Fine and Private Place” antes de cumplir veinte años. Fue publicada en 1960, y extremadamente bien recibida.
Tras graduarse por la Universidad de Pittsburgh en 1959, Beagle se trasladó a Europa, vivió en París, y viajó por Francia, Italia e Inglaterra. Pasó un año en la Universidad de Stanford con una beca de escritura, y ahora vive en Santa Cruz, California. Sus escritos han aparecido en “Seventeen” y en “The Atlantic Monthly”, y ha colaborado con artículos para “Holiday” donde se han publicado fragmentos de su segunda novela, “I see by my outfit”.
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