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AUTOR DE TIEMPOS PASADOS

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domingo, 12 de septiembre de 2010

2001 UNA ODISEA ESPACIAL - Arthur C. Clarke -2ª parte


2001 UNA ODISEA ESPACIAL
2ª parte
**
IV – ABISMO
21 – Fiesta de cumpleaños
Las familiares estrofas de "Feliz cumpleaños" se extendieron a través de más de mil millones de
kilómetros de espacio a la velocidad de la luz, yendo a extinguirse entre las pantallas de visión e
instrumentación del puente de mando. La familia Poole, muy ufana y agrupada en torno al pastel de
cumpleaños, en Tierra, quedó en súbito silencio tras entonar a coro la canción.
Luego Mr. Poole, padre, dijo ceñudamente:
- Bueno, Frank, no podemos pensar en nada más que decir en este momento, excepto que nuestros
pensamientos están contigo, y que te deseamos el más feliz de tus cumpleaños.
- Cuídate, querido - intervino llorosa Mrs. Poole -. Dios te bendiga.
Hubo un nuevo coro, de "adioses" esta vez, y la pantalla de visión quedóse en blanco. Cuán extraño
pensar, se dijo Poole, que todo aquello había sucedido hacía más de una hora. Para entonces, su familia
se habría ya dispersado de nuevo y sus miembros se hallarían a varios kilómetros del hogar. Pero en
cierto modo, aquel retraso del tiempo, aunque podía ser defraudador, era también un bien disfrazado.
Como todo hombre de su edad, Poole daba por supuesto que podía hablar al instante, siempre que lo
deseara, con cualquier habitante de la Tierra. Mas ahora que esto ya no era así, el impacto psicológico era
profundo. Se había movido a una nueva dimensión de remota lejanía, y casi todos los lazos emocionales
se habían extendido más allá del punto establecido.
- Siento interrumpir la fiesta - dijo Hal -, pero tenemos un problema.
- ¿Que es ello? - preguntaron simultáneamente Bowman y Poole.
- Me cuesta mantener el contacto con Tierra. El trastorno se encuentra en la unidad A.E.-35. Mi Centro
de Predicción de Defectos informa que puede fallar antes de 72 horas.
- Cuidaremos de ello - replicó Bowman -. Veamos la alineación óptica.
- Aquí está, Dave. Por el momento sigue siendo excelente.
En la pantalla expositora apareció una perfecta media luna, muy brillante, contra el fondo casi exento de
estrellas. Estaba cubierta de nubes, y no mostraba ningún rasgo geográfico que pudiera ser reconocido.
Ciertamente, a la primera ojeada podía ser fácilmente confundida con Venus.
Mas no a la segunda, pues allá al lado se encontraba la verdadera Luna, que Venus no poseía... de un
tamaño de un cuarto de la Tierra, y exactamente en la misma fase. Era fácil imaginar que los dos cuerpos
eran madre e hijo, como muchos astrónomos habían creído, antes de que la evidencia suministrada por
las rocas lunares demostrase fuera de toda duda que la Luna no había sido jamás parte de la Tierra.
Poole y Bowman estudiaron en silencio la pantalla durante medio minuto. Aquella imagen procedía de la
cámara de TV gran enfoque montada en el borde del gran dispositivo de radio; la retícula del centro
mostraba la exacta orientación de la antena. A menos que el pequeño astil apuntara directamente a la
Tierra, no podrían recibir ni transmitir. Los mensajes en ambas direcciones marrarían su blanco y serían
lanzados, sin ser vistos ni oídos, a través del Sistema Solar, al posterior vacío. Si fueran recibidos, no lo
serían sino dentro de siglos.
- ¿Sabe donde se encuentra el trastorno? - preguntó Bowman.
- Es intermitente y no puedo localizarlo. Pero parece hallarse en la unidad A.E.-35.
- ¿Qué sugiere?
- Lo mejor sería reemplazar la unidad por otra de reserva, de manera que podamos examinarla.
- Está bien... denos la transcripción.
Fulguró la información en la pantalla expositora, y simultáneamente se deslizó afuera una hoja de papel
que salió de la ranura que estaba inmediatamente bajo ella. A pesar de todas las lecturas electrónicas en
alta voz, había veces en que la más conveniente forma de registro era el antiguo material impreso.
Bowman estudió durante un momento los diagramas, y lanzó luego un silbido.
- Debería habérnoslo dicho - manifestó -. Esto significa que debemos salir al exterior de la nave.
- Lo siento - replicó Hal -. Supuse que sabía usted que la unidad A.E.-35. se encontraba en el montaje de
la antena.
- Probablemente lo supe hace un año, pera hay ocho mil subsistemas a bordo. De todos modos parece una
tarea desembarazada. Sólo tenemos que abrir un panel y colocar dentro una nueva unidad.
- Eso me suena estupendamente - dijo Poole, quien era el miembro de la tripulación designado para la
rutinaria actividad extravehicular. Me iría muy bien un cambio de decorado. Nada personal, desde luego.
- Veamos si el control de la misión está de acuerdo - dijo Bowman. Sentóse en silencio durante unos
segundos, poniendo en orden sus pensamientos, y comenzó luego a dictar un mensaje.
- Control de Misión, aquí Rayos X-Delta-Uno. A las dos-cero-cuatro-cinco, a bordo Centro Predicción
Defectos en nuestro nueve-triple-ceros computador mostró Eco Alfa tres- cinco Unidad como probable
monitora y sugiero revise la unidad en el simulador de sistemas de la nave. Confirme también su
aprobación a nuestro plan de ida a EVA y reemplace unidad Eco Alfa tres-cinco antes de fallo. Control
de Misión, aquí Rayos X-Delta-Uno, concluida la transmisión dos-uno-cero-tres.
A través de los años de práctica, Bowman podía expresar en esa jerigonza -que alguien había bautizado
como "técnica"- una noticia importante, y pasar de nuevo al habla normal, sin conflicto de sus
mecanismos mentales. Ahora no cabía más que hacer que esperar la confirmación, que tardaría por lo
menos dos horas, pues sus señales hacían el viaje de ida y vuelta a través de las órbitas de Júpiter y
Marte.
Llegó cuando Bowman estaba intentando, sin mucho éxito, derrotar a Hal en uno de los juegos
geométricos almacenados en su memoria.
- Rayos X-Delta-Uno, aquí Control de Misión, acusando recibo de su dos-uno-cero-tres. Estamos
revisando información telemétrica en nuestro simulador de misión y aconsejaremos. Mantenga su plan
ida EVA y reemplace unidad Eco Alfa tres-cinco antes de posible fallo. Estamos verificando pruebas
para que lo aplique a unidad deficiente.
Resuelto este grave asunto, el Controlador de la Misión volvió al Inglés normal.
- Lamentamos, compañeros, que tengan un poco de trastorno, y no deseamos aumentar sus calamidades.
Pero si es conveniente para ustedes ir primero a EVA, tenemos una solicitud de Información Pública.
Podrían hacer ustedes un breve registro para general descargo, perfilando la situación y explicando
exactamente lo que hace A.E.-35. Háganlo tan tranquilizador como puedan. Nosotros podríamos hacerlo,
desde luego... pero será mucho más convincente en sus propias palabras. Esperamos que ello no estorbe
demasiado a su vida social. Rayos X-Delta-Uno, aquí Control de Misión, concluida transmisión
dos-uno-cinco-cinco.
Bowman no pudo dejar de sonreír ante la petición. Había veces en que la Tierra mostraba una curiosa
insensibilidad y falta de tacto. ¡Vaya con lo de "Háganlo tranquilizador"!
Al unírsele Poole acabado su período de sueño pasaron diez minutos componiendo y puliendo la
respuesta. En las primeras fases de la expedición, había habido innumerables peticiones de todos los
medios informativos para entrevistas y ruedas de prensa... casi sobre todo lo que quisieran decir. Pero al
pasar las semanas sin acontecimientos dignos de mención, y al aumentar el lapso de tiempo de unos
minutos a más una hora de comunicación, había disminuido gradualmente el interés. Después de la
excitación causada por el paso ante Júpiter, hacía más de un mes, sólo habían hecho tres o cuatro
informaciones generales.
- Control de Misión, aquí Rayos X-Delta-Uno. Enviamos la declaración a la prensa: A primera hora de
hoy, surgió un problema técnico de poca importancia. Nuestro computador Hal 9.000 anunció el fallo
próximo de la unidad A.E.-35. Se trata de un componente pequeño pero vital del sistema de
comunicaciones. Mantiene nuestra antena principal apuntada a la Tierra casi a diez milésimas de grado.
Se requiere esta precisión, ya que a nuestra distancia actual a más de mil millones de kilómetros, la
Tierra es sólo mas bien una débil estrella, y el haz muy reducido de nuestra radio podría perderla
fácilmente.
"La antena es mantenida en constante rastreo de la Tierra por motores controlados desde el computador
central. Pero esos motores obtienen sus instrucciones vía unidad A.E.-35. Podéis compararlo a un centro
nervioso en el cuerpo, el cual traslada las instrucciones del cerebro a los músculos de un miembro. Si
deja de efectuar un nervio las señales correctas, el miembro se torna inútil. En nuestro caso una avería en
la unidad A.E.-35. significaría que nuestra antena comenzaría a apuntar al azar. Este fue un trastorno
corriente en las cápsulas espaciales del siglo pasado. Alcanzaban a menudo otros planetas, y luego
dejaban de transmitir cualquier información debido a que sus antenas no podían alcanzar la Tierra.
"Desconocemos aún la naturaleza del defecto, pero la situación no es en absoluto grave, y no hay
necesidad de alarmarse. Tenemos dos A.E.-35. de repuesto, cada una de las cuales tiene una vida
operativa prevista para veinte años... así que es desdeñable la probabilidad de un segundo fallo en el
curso de esta misión. Por lo tanto, si podemos diagnosticar la causa del actual trastorno, podremos
también reparar la unidad número uno.
"Frank Poole, que está especialmente calificado para este tipo de trabajo, saldrá al exterior de la nave y
reemplazará la unidad defectuosa con la de repuesto. Y al mismo tiempo, aprovechará la oportunidad
para revisar el casco y reparar algunos microorificios que han sido demasiado insignificantes para
merecer una especial EVA.
"Aparte de este problema menor, la misión continúa sin sucesos dignos de mención, y debería continuar
de la misma manera.
"Control de Misión, aquí Rayos X-Delta-Uno, transmisión dos-uno-cero-cuatro concluida.
22 – Excursión
Las cápsulas extravehiculares o "vainas del espacio" de la Discovery, eran esferas de aproximadamente
tres metros de diámetro, y el operador se instalaba tras un mirador que le procuraba una espléndida vista.
El principal cohete impulsor producía una aceleración de un quinto de gravedad -la suficiente para rondar
en la Luna- permitiendo el gobierno de pequeños pitones de control de posición. Desde un área situada
inmediatamente debajo del mirador brotaban dos juegos de brazos metálicos articulados, uno para
labores pesadas y otro para manipulación delicada. Había también una torreta extensible, conteniendo
una serie de herramientas automáticas, tales como destornilladores, martillos, serruchos y taladros.
Las vainas del espacio no eran el medio de transporte más elegante ideado por el hombre, pero eran
absolutamente esenciales para la construcción y reparación en el vacío. Se las bautizaba por lo general
con nombres femeninos, tal vez en reconocimiento a que su comportamiento fuera en ocasiones un tanto
caprichoso. El trío de la Discovery se llamaban Ana, Betty y Clara.
Una vez se hubo puesto su traje de presión -su última línea de defensa- y penetrado en el interior de la
cápsula, Poole pasó diez minutos comprobando los mandos. Dio un toque a los eyectores de gobierno,
flexionó los brazos metálicos, y revisó el oxígeno, el combustible y la reserva de energía. Luego, cuando
estuvo completamente satisfecho, habló a Hal por el circuito de radio. Aunque Bowman estaba presente
en el puente de mando, no intervendría a menos que hubiese algún error o mal funcionamiento.
- Aquí Betty. Comience secuencia bombeo.
- Secuencia bombeo comenzada.
Al instante, Poole pudo oír el vibrar de las bombas a medida que el precioso aire era extraído de la
cámara reguladora de presión. Luego, el tenue metal del casco externo de la cápsula produjo unos suaves
crujidos, y al cabo de cinco minutos, Hal informo:
- Concluida secuencia bombeo.
Poole hizo una última comprobación de su reducido tablero de instrumentos. Todo estaba perfectamente
normal.
- Abra puerta exterior - ordenó.
De nuevo repitió Hal sus instrucciones; a cada frase, Poole tenía sólo que decir "¡Alto!" y el computador
detendría inmediatamente la secuencia.
Las paredes de la nave se abrieron ante él. Poole sintió mecerse brevemente la cápsula al precipitarse al
espacio los últimos tenues vestigios de aire. Luego, vio las estrellas... y daba la casualidad de que
precisamente el minúsculo y áureo disco de Saturno, aún a seiscientos cincuenta millones de kilómetros,
estaba ante él.
- Comience eyección cápsula.
Muy lentamente, el riel del que estaba colgada la cápsula se extendió a través de la puerta abierta, hasta
quedar el vehículo suspendido justamente fuera del casco de la nave.
Poole hizo dar una segunda descarga al propulsor principal, y la cápsula se deslizó suavemente fuera del
riel, convirtiéndose al fin en un vehículo independiente, prosiguiendo su propia órbita en torno al Sol.
Ahora no tenía él conexión alguna con la Discovery... ni siquiera un cable de seguridad. La cápsula
raramente causaba trastorno; y hasta si quedaba desamparada, Bowman podía ir fácilmente a rescatarla.
Betty respondió suavemente a los controles; la hizo derivar durante treinta metros, comprobó luego su
impulso, y la hizo girar en redondo de manera que se hallase de nuevo mirando a la nave. Luego
comenzó a rodear el casco de presión.
Su primer blanco era un área fundida de aproximadamente un centímetro y medio de diámetro, con un
minúsculo hoyo central. La partícula de polvo meteórico que había verificado allí su impacto a más de
ciento cincuenta mil kilómetros por hora, era ciertamente más pequeña que una cabeza de alfiler, y su
enorme energía cinética la había vaporizado al instante. Como con frecuencia sucedía, el orificio parecía
haber sido causado por una explosión desde el interior de la nave; a esas velocidades, los materiales se
comportaban de extraños modos y raramente se rigen por el sentido común de las leyes de la mecánica.
Poole examinó cuidadosamente el área, y la roció luego con encastrador de un recipiente presurizado que
tomó del instrumental de la cápsula. El blanco y gomoso líquido se extendió sobre la piel metálica,
ocultando a la vista el agujero. La grieta expelió una gran burbuja, que estalló al alcanzar unos quince
centímetros de diámetro, luego otra más pequeña, y ninguna más, al tomar consistencia el encastrador.
Poole contempló intensamente la reparación durante varios minutos, sin que hubiese una ulterior señal de
actividad, sin embargo, para asegurarse del todo, aplicó una segunda capa, dirigiéndose seguidamente
hacia la antena.
Le llevó algún tiempo contornear el casco esférico de la Discovery, pues mantuvo a la cápsula a una
velocidad no superior a unos cuantos palmos por segundo. No tenía prisa, y resultaba peligroso moverse
a gran velocidad a tanta proximidad de la nave. Tenía que andar con mucho tiento con los varios sensores
y armazones instrumentales que se proyectaban del casco en lugares inverosímiles, y tener también sumo
cuidado con la ráfaga de su propio propulsor. Caso de que chocara con alguno de los más frágiles de los
avíos, podría causar gran daño.
Cuando llegó por fin a la antena parabólica de largo alcance, de siete metros de diámetro, examinó
minuciosamente la situación. El gran cuenco parecía estar apuntando directamente al Sol, pues la Tierra
se hallaba ahora casi en línea con el disco solar. La armadura de la antena y todo su dispositivo de
orientación se encontraban por ende en una total oscuridad, oculto en la sombra del gran platillo
metálico.
Poole se había aproximado desde atrás; había tenido sumo cuidado en no ponerse frente al reflector
parabólico, para que Betty no interrumpiese el haz y motivara una momentánea pero engorrosa pérdida
de contacto con la Tierra. No pudo ver nada del instrumento que tenía que reparar, hasta que encendió los
proyectores de la cápsula, ahuyentando las sombras.
Bajo aquella pequeña placa se encontraba la causa del trastorno. Esta placa estaba asegurada con cuarto
tuercas, y al igual que toda la unidad A.E.-35, había sido diseñada para un fácil recambio.
Era evidente, sin embargo, que no podía efectuar la tarea mientras permaneciese en la cápsula espacial.
No sólo era arriesgado maniobrar tan próximo a la armazón tan delicada, y hasta enmarañada, de la
antena, sino que los chorros de control de Betty podrían abarquillar fácilmente la superficie reflectora,
delgada como el papel, del gran espejo-radio. Había de aparcar la cápsula a siete metros y salir al exterior
provisto de su traje espacial. En cualquier caso, podría desplazar la unidad mucho más rápidamente con
sus manos enguantadas, que con los distantes manipuladores de Betty.
Informó detenidamente de todo esto a Bowman, quien hizo una comprobación doble de cada fase de la
operación antes de ejecutarla. Aunque era una tarea sencilla, de rutina, nada podía darse por supuesto en
el espacio, no debiendo pasarse por alto ningún detalle. En las actividades extravehiculares no cabía ni
siquiera un "pequeño" error.
Recibió la conformidad para proceder a la labor, y estacionó la cápsula a unos siete metros del soporte de
la base de la antena. No había peligro alguno de que se largara al espacio; de todos modos, la sujetó con
una manecilla a uno de los travesaños de la escalera estratégicamente montada en el casco exterior.
Tras una comprobación de los sistemas de su traje presurizado, que le dejó completamente satisfecho,
vació de aire la cápsula, el cual salió silbando al vacío del espacio, formándose brevemente en su
derredor una nube de cristales de hielo, que empaño momentáneamente las estrellas.
Había otra cosa que hacer antes de abandonar la cápsula, y era pasar la conmutación de manual a
distancia, colocando a Betty así bajo el control de Hal. Era una clásica medida de precaución; aunque él
se hallaba aún sujeto a Betty por un cable elástico inmensamente fuerte y poco más grueso que un cabo
de lana, hasta los mejores cables de seguridad habían fallado alguna vez. Aparecería como un bobo si
necesitara su vehículo... y no pudiese llamarlo en su ayuda transmitiendo instrucciones a Hal.
Abrióse la puerta de la cápsula, y salió flotando lentamente al silencio del espacio, desenrollando tras de
sí su cable de seguridad. Tomar las cosas con tranquilidad -no moverse nunca rápidamente-, detenerse y
pensar... tales eran las reglas para la actividad extravehicular. Si uno las obedecía, no había nunca ningún
trastorno.
Asió una de las manecillas exteriores de Betty, y sacó la unidad de reserva A.E.-35. del bolso donde la
había metido, a la manera de los canguros. No se detuvo a recoger ninguna de las herramientas de la
colección que disponía la cápsula, pues la mayoría de ellas no estaban diseñadas para su utilización por
manos humanas. Todos los destornilladores y llaves que probablemente habría de necesitar, estaban ya
sujetos al cinto de su traje espacial.
Con suave impulso, se lanzó hacia la suspendida armazón del gran plato, que atalayaba como gigantesco
platillo volante entre él y el sol. Su propia doble sombra, arrojada por los proyectores de Betty, danzaba a
través de la convexa superficie en fantásticas formas al apilarse sobre los haces gemelos. Pero tuvo la
sorpresa de observar que la parte posterior del gran radio- espejo estaba aquí y allá moteada de
centelleantes puntos luminosos.
Quedó perplejo por el hecho durante los segundos de su silenciosa aproximación, dándose luego cuenta
de qué se trataba. Durante el viaje, el reflector debió de haber sido alcanzado muchas veces por
micrometeoritos, y lo que estaba viento era el resplandor del sol a través de los minúsculos orificios.
Eran demasiado pequeños como para haber afectado apreciablemente el funcionamiento del sistema.
Mientras se movía lentamente, interrumpió el suave impacto con su brazo extendido, y asió la armazón
de la antena antes de que pudiera rebotar. Enganchó rápidamente su cinturón de seguridad al más
próximo asidero, lo que le procuraba cierto apuntalamiento mientras empleaba sus herramientas, luego
hizo una pausa, informó de la situación a Bowman, y reflexionó sobre el siguiente paso a dar.
Había un pequeño problema: se hallaba de pie -o flotando- en su propia luz, y resultaba difícil ver la
unidad A.E.-35. en la sombra que él mismo proyectaba. Ordenó pues a Hal que hiciese girar los focos a
un lado, y tras breve experimentación, obtuvo una iluminación más uniforme del encendido secundario
reflejado en el dorso del plato de la antena.
Estudió durante breves segundos la pequeña compuerta con sus cuatro tuercas de cierre de seguridad.
Luego, murmurando para sí mismo, se dijo: "El manejo por personal no autorizado invalida la garantía
del fabricante", cortó los alambres sellados y comenzó a desenrollar las tuercas. Eran de tamaño corriente
y encajaban en la llave que manejaba. El mecanismo interno de muelle de la herramienta absorbería la
reacción al desenroscarse las tuercas, de manera que el operador no tendría tendencia a girar a la inversa.
Las cuatro tuercas fueron desenroscadas sin ninguna dificultad, y Poole las metió cuidadosamente en un
conveniente saquito. (Algún día, había predicho alguien, la Tierra tendría un anillo como el de Saturno,
compuesto enteramente por pernos y tuercas, sujetadores y hasta herramientas que se le habrían escapado
a descuidados trabajadores de la construcción orbital). La tapa de metal estaba un tanto adherida, y por
un momento temió que pudiera haber quedado soldada por el frío; pero tras unos cuantos golpes se soltó,
y la aseguró al armazón de la antena mediante un gran sujetador de los llamados de cocodrilo.
Ahora podía ver el circuito electrónico de la unidad A.E.-35. tenía la forma de una delgada losa, del
tamaño de una tarjeta postal, recorrida por una ranura lo bastante ancha para retenerla. La unidad estaba
asegurada por dos pasadores, y tenía una manecilla para poder sacarla fácilmente.
Pero se hallaba aún funcionando, alimentando a la antena con las pulsaciones que la mantenían apuntada
a la distante cabeza de alfiler que era la Tierra. Si la sacaba ahora, se perdería todo el control, y el plato
volvería a su posición neutral o de azimut cero, apuntando a lo largo del eje de la Discovery. Y ello podía
ser peligroso, podría estrellarse contra la nave, al girar.
Para evitar este particular peligro, era sólo necesario cortar la energía del sistema de control; la antena no
podría moverse, a menos que chocara con ella Poole. No había peligro alguno de perder Tierra durante
los breves minutos que le llevaría reemplazar la unidad; su blanco no se habría desviado apreciablemente
sobre el fondo de las estrellas en tan breve lapso de tiempo.
- Hal - llamó Poole por el circuito de la radio -. Estoy a punto de sacar la unidad. Corta la energía de
control al sistema de la antena.
- Cortada energía control antena - respondió Hal.
- Bien. Ahí va. Estoy sacando la unidad.
La tarjeta se deslizó fuera de su ranura sin ninguna dificultad; no se atascó ni de trabo ninguno de las
docenas de deslizantes contactos. En el lapso de un minuto estuvo colocado el repuesto.
Pero Poole no se aventuró, y se apartó suavemente del armazón de la antena, para el caso de que el gran
plato hiciera movimientos alocados al ser restaurada la energía. Cuando estuvo fuera de su alcance, llamó
a Hal.
Por la radio dijo:
- La nueva unidad debería ser operante. Restaura energía de control.
- Dada energía - respondió Hal. La antena permaneció firme como una roca.
- Verifica controles de predicción de deficiencia.
Microscópicos pulsadores estarían ahora vibrando a través del complejo circuito de la unidad,
escudriñando posibles fallos, comprobando las miríadas de componentes para ver que todos estuvieran
conformes a sus tolerancias específicas. Esta operación había sido hecha, desde luego, una veintena de
veces antes que la unidad abandonara la fábrica; pero ello fue hacía dos años y a más de mil quinientos
millones de kilómetros de allí. A menudo resultaba imposible apreciar como podían fallar unos
solidísimos componentes electrónicos, que habían sido sometidos a la más rigurosa comprobación
previa; sin embargo, fallaban.
- Circuito operante por completo - informó Hal, al cabo de sólo diez segundos. En ese brevísimo lapso de
tiempo había efectuado tantas comprobaciones como un pequeño ejército de inspectores humanos.
- Magnífico - dijo Poole satisfecho -. Voy a colocar de nuevo la tapa.
Esta era a menudo la parte más peligrosa de una operación extravehicular, cuando estaba terminada una
tarea, y era simple cuestión de ir flotando arriba y volver al interior de la nave..., mas era también cuando
se cometían los errores.
Pero Frank Poole no habría sido designado para esta misión de no haber sido de lo más cuidadoso,
precavido y concienzudo. Se tomó tiempo, y aunque una de las tuercas de cierre se le escapó, la recuperó
antes de que se fuera a más de unos pocos palmos de distancia.
Y quince minutos después se estaba introduciendo en el garaje de la cápsula espacial, con la sosegada
confianza de que aquella había sido una tarea que no precisaba ser repetida.
En lo cual, sin embargo, estaba lastimosamente equivocado.
23 – Diagnóstico
- ¿Quiere decir - exclamó Frank Poole, más sorprendido que molesto -, que hice todo ese trabajo para
nada?
- Así parece - respondió Bowman -. La unidad da una comprobación perfecta. Hasta con una sobrecarga
de doscientos por ciento, no se indica ninguna predicción de fallo.
Los dos hombres se encontraban en el exiguo taller-laboratorio del carrusel, que era más conveniente que
el garaje de la cápsula espacial para reparaciones y exámenes de menor importancia. No había ningún
peligro allí de toparse con burbujas de soldadura caliente remolineando en el aire o con pequeños y
completamente perdidos accesorios de material, que habían decidido entrar en órbita. Tales cosas podían
suceder -y sucedían- en el ambiente de gravedad cero de la cala de la cápsula.
La delgada placa del tamaño de una tarjeta de la unidad A.E.-35. se hallaba en el banco de pruebas bajo
una potente lupa. Estaba conmutada en un marco corriente de conexión, del cual partía un haz de
alambres multicolores que conectaban con un aparato de pruebas automático, no mayor que un
computador corriente de escritorio. Para comprobar cualquier unidad, bastaba conectarlo, introducir la
tarjeta apropiada de la biblioteca "descarga trastornos", y oprimir un botón. Generalmente, se indicaba la
localización exacta de la deficiencia en una pequeña pantalla expositora, con instrucciones para la
actuación debida.
- Pruébalo tú mismo - dijo Bowman, con voz de tono un tanto defraudado. Poole giro a X2 el
conmutador Sobrecarga y oprimió el botón Prueba. Al instante fulguró en la pantalla el anuncio: Unidad
Perfectamente.
- Creo que podríamos estar repitiéndolo hasta quemar eso - dijo - pero ello no probaría nada. ¿Qué te
parece?
- El anunciador interno de deficiencias de Hal pudo haber cometido un error.
- Es más probable que nuestro aparato de comprobación haya errado. De todos modos, mejor es estar
seguro que lamentarlo. Fue oportuno que reemplazáramos la unidad, por si hubiera la más leve duda.
Bowman soltó la oblea del circuito y la sostuvo a la luz. El material parcialmente translúcido estaba
veteado por una intrincada red de hilos metálicos y moteado con microcomponentes confusamente
visibles, de manera que tenía el aspecto de obra de arte abstracto.
- No podemos aventurarnos en modo alguno... después de todo, es nuestro enlace con Tierra. Lo
archivaré como N/G y lo meteré en el almacén de desperdicios. Algún otro podrá preocuparse por ello
cuando volvamos.
Mas la preocupación habría de comenzar mucho antes, con la siguiente transmisión de la Tierra.
- Rayos X-Delta-Uno, aquí Control de Misión, nuestra referencia dos-uno-cinco-cinco. Parece que
tenemos un pequeño problema.
"Su informe es que nada anda mal en la Unidad Alfa Eco tres cinco, concuerda con nuestro diagnóstico.
La deficiencia podría hallarse en los circuitos asociados a la antena, pero de ser así debería aparecer en
las demás comprobaciones.
"Hay una tercera posibilidad, que puede ser más grave. Su computador puede haber incurrido en un error
al predecir la deficiencia. Nuestros propios nueve- triple ceros concuerdan ambos en sugerirlo, basándose
en su información. Ello no supone necesariamente un motivo de alarma, en vista de los sistemas de
respaldo de que disponemos, pero desearíamos que estuviesen al tanto de cualesquiera ulteriores
desviaciones del funcionamiento normal. Hemos sospechado varias pequeñas irregularidades, en los días
pasados, pero ninguna ha sido lo bastante importante como para que requiriese una acción correctora, y
no han mostrado por lo demás ninguna forma evidente de la que podamos extraer alguna conclusión.
Estamos verificando nuevas comprobaciones con nuestros dos computadores, y les informaremos cuando
se hallen disponibles los resultados. Repetimos que no hay motivo de alarma; lo peor que puede suceder
es que tengamos que desconectar su nueve-triple cero para análisis de programa y pasar el control a uno
de nuestros computadores. El intervalo creará problemas, pero nuestros estudios de factibilidad indican
que el control Tierra es perfectamente satisfactorio en esta fase de la misión.
- Rayos X-Delta-Uno, aquí Control de Misión, dos-uno-cinco-seis, transmisión concluida.
Frank Poole, que estaba de guardia al recibirse el mensaje, lo meditó en silencio. Esperaba ver si había
algún comentario por parte de Hal, pero el computador no intentó rebatir la implicada acusación. Bien, si
Hal no quería abordar el tema, tampoco él se proponía hacerlo.
Era casi la hora del relevo matinal, y normalmente esperaba a que Bowman se le uniese en el puente de
mando. Pero hoy quebrantó su rutina y volvió al eje de la nave.
Bowman estaba ya levantado, sirviéndose un poco de café, cuando Poole lo saludó con un más bien
preocupado "buenos días". Al cabo de todos aquellos meses en el espacio pensaban aún en términos del
ciclo normal de veinticuatro horas, aun cuando hacía tiempo que habían olvidado los días de la semana.
- Buenos días - replicó Bowman - ¿Cómo va la cosa?
Poole se sirvió también café.
- Así, así. ¿Estas razonablemente despierto?
- Del todo. ¿Qué sucede?
Para entonces, cada uno sabía al instante cuando algo andaba mal. La más ligera interrupción de la rutina
normal era señal de que había que estar alerta.
- Pues... - respondió lentamente Poole, el Control de la Misión acaba de lanzarnos una pequeña bomba. -
Bajó la voz, como un médico discutiendo una enfermedad junto al lecho del paciente -. Podemos tener un
ligero caso de hipocondría a bordo.
Quizá Bowman no estaba del todo despierto después de todo, pues tardó varios segundos en captar la
insinuación. Luego dijo:
- Oh... comprendo. ¿Qué más te dijeron?
- Que no había motivo alguno de alarma, lo repitieron dos veces, lo cual más bien es contraproducente,
en cuanto a mí me concierne. Y que estaban considerando un traspaso a control Tierra, mientras verifican
un análisis de programa.
Ambos sabían, desde luego, que Hal estaba oyendo cada palabra, pero no podían evitar esos corteses
circunloquios. Hal era su colega, y no deseaban ponerlo en situación embarazosa. Sin embargo, no
parecía necesario en aquella fase discutir la cuestión en privado.
Bowman acabó su desayuno en silencio, mientras Poole jugueteaba con la cafetera vacía. Ambos estaban
pensando furiosamente, pero no había nada más que decir.
Sólo les cabía esperar el siguiente informe de Control de la Misión... y preguntarse si Hal abordaría por sí
mismo el asunto. Sucediera lo que sucediese, la atmósfera a bordo de la nave se había alterado
sutilmente. Había una tirantez en el aire... una sensación de que, por primera vez, algo podría funcionar
mal.
La Discovery no era ya una nave afortunada.
24 – Circuito interrumpido
Se podía decir siempre que cuando Hal estaba a punto de anunciar algo catalogado en el plan, los
informes rutinarios y automáticos o las respuestas a preguntas que se le formulaban, no había
preliminares; pero cuando estaba iniciando sus propias emisiones, hacía un breve carraspeo electrónico.
Era una costumbre que adquirió durante las últimas semanas; más tarde, si se hacía molesto, podrían
tomar cartas en el asunto. Pero resultaba sumamente útil, realmente, pues avisaba al auditorio que iba a
decir algo inesperado.
Poole estaba dormido, y Bowman leyendo en el puente de mando, cuando Hal anunció:
- Eh... Dave, tengo un informe para usted.
- ¿De qué se trata?
- Tenemos otra unidad A.E.-35. en mal estado. Mi indicador de deficiencias predice un fallo dentro de
veinticuatro horas.
Bowman dejó a un lado el libro y miró cavilosamente la consola del computador. Sabía, desde luego, que
Hal no estaba realmente allí, sea como fuere. Si pudiera decirse que la personalidad tuviera una
localización en el espacio, sería en el compartimiento sellado que contenía el laberinto de las
interconectadas unidades de memoria y rejillas de proceso, próximo al eje central del tiovivo. Pero era
una especie de compulsión psicológica lo que hacía mirar hacia la lente de la consola principal cuando
Hal se dirigía al puente de mando, como si estuviera uno hablándole cara a cara. Cualquier otra actitud
tenía un tinte de descortesía.
- No lo comprendo, Hal. Dos unidades no pueden fundirse en un par de días.
- Puede parecer extraño Dave, pero le aseguro que hay una obstrucción.
- Veamos la exposición de alineación de rumbo.
Sabía perfectamente bien que ello no probaría nada, pero deseaba tiempo para pensar. El informe
esperado del Control de la Misión no había llegado aún; éste podía ser el momento para efectuar una
pequeña indagación discreta.
Apareció la familiar vista de la Tierra, creciendo ahora ante la fase de medialuna al trasladarse hacia el
lado distante del sol y comenzar a volver su cara de total luz diurna hacia ellos. Se hallaba perfectamente
centrada en la retícula del anteojo; el haz luminoso enlazaba aún a la Discovery con su mundo de origen.
Como, desde luego, sabía Bowman que debía hacerlo. De haber habido cualquier interrupción en la
comunicación, la alarma hubiera sonado al instante.
- ¿Tienes alguna idea - preguntó -, de que es lo que está causando la deficiencia?
Era insólito que Hal hiciera una pausa tan larga. Luego respondió:
- Como antes informé, no puedo localizar el trastorno. En verdad que no, Dave.
- ¿Estás seguro por completo - preguntó cautelosamente Bowman -, de que no has cometido un error? Ya
sabes que comprobamos por entero la otra Unidad A.E.-35. y no había nada irregular en ella.
- Sí. Lo sé. Pero puedo asegurarle que aquí hay un fallo. Si no es en la unidad, puede ser en el subsistema
entero.
Bowman tamborileó con los dedos en la consola. Sí, era posible, aun cuando podía ser muy difícil
probarlo... hasta que hubiese realmente un corte que evidenciara el trastorno.
- Bien, informaré al Control de la Misión y veremos que aconsejan.
Hizo una pausa, pero no hubo reacción alguna -. Hal - prosiguió -, ¿hay algo que te está preocupando...
algo que pudiera explicar este problema?
De nuevo se produjo la insólita demora, luego Hal respondió, en su tono normal:
- Mire, Dave, sé que está intentando ayudarme. Pero la falla se encuentra en el sistema de la antena... o
bien en sus procedimientos de comprobación. Mi proceso de información es perfectamente normal. Si
comprueba mi registro, lo encontrará completamente exento de error.
- Lo sé todo sobre tu registro de servicio, Hal... pero ello no prueba que tengas razón esta vez. Cualquiera
puede cometer errores...
- No quiero insistir en ello, Dave, pero yo soy incapaz de cometer un error.
No había respuesta segura a esto, por lo que Bowman prefirió no discutir.
- Está bien, Hal - dijo, mas bien presurosamente -. Comprendo tu punto de vista. Dejémoslo pues.
Sentía como si debiese añadir "y olvida por favor todo el asunto". Pero esto, desde luego, era una cosa
que Hal no haría jamás.
Era insólito que el Control de la Misión derrochara banda de ancho de radio en visión, cuando todo lo
realmente necesario era un circuito hablado con confirmación de teletipo. Y el rostro que apareció en la
pantalla no era el habitual controlador, sino el Jefe Programador, el doctor Simonson. Poole y Bowman
supieron al punto que ello sólo podría significar trastorno.
- Hola, Rayos X-Delta-Uno, aquí Control de Misión. Hemos completado los análisis de su dificultad
A.E.-35, nuestros dos Hal Nueve Mil están de acuerdo. El informe que me dieron ustedes en su
transmisión dos-uno-cuatro-seis de predicción de un segundo fallo confirma el diagnóstico.
"Como sospechamos, la falla no debe hallarse en la unidad A.E.-35. y no es necesario reemplazarla de
nuevo. El trastorno se encuentra en los circuitos de predicción, y creemos que ello indica un conflicto de
programación que sólo nosotros podemos resolver si desconectan su Nueve Mil y conmutan vía control
Tierra. En consecuencia, darán los pasos necesarios, comenzando a las 22.00 Hora de la nave...
Se extinguió la voz del Control de Misión. En el mismo momento, sonó la Alerta, formando un fondo
plañidero a las "¡Condición Amarilla! ¡Condición Amarilla! de Hal.
- ¿Qué es lo que no marcha? - preguntó Bowman, aunque ya suponía la respuesta.
- La unidad A.E.-35. ha fallado, como lo predije.
- Veamos el despliegue de alineación.
Por primera vez desde el comienzo del viaje, la imagen había cambiado. La Tierra había comenzado a
desviarse de la retícula del anteojo; la antena de la radio no se hallaba ya apuntando en dirección a su
blanco.
Poole asestó su puño al interruptor de alarma, cesando el plañido. En el súbito silencio que se extendió
sobre el puente de mando, los dos hombres quedaron mirándose mutuamente con desconcierto y
preocupación mezclados.
¡
Maldita sea! - profirió por fin Bowman.
- Así, pues, Hal tuvo razón todo el tiempo.
- Así parece, será mejor que nos excusemos.
- No hay necesidad alguna de ello - intervino Hal -. Naturalmente, no me agrada que la unidad A.E.-35.
halla fallado, pero espero que eso restaure su confianza en mi seguridad.
- Lamento esta equivocación, Hal - replicó Bowman más bien contrito.
- ¿Se halla plenamente restaurada su confianza en mí?
- Por supuesto, Hal.
- Bien, eso es un alivio. Ya sabes que yo tengo el mayor entusiasmo posible por esta misión.
- Estoy seguro de ello. Ahora déjame tener, por favor, el control manual de la antena.
- Aquí lo tienes.
Bowman no esperaba en realidad que ello sirviera de algo, pero merecía la pena intentarlo. En el
despliegue de alineación, la Tierra estaba ahora completamente desviada de la pantalla. Pocos segundos
después, mientras hacía juegos de manos con los controles, reapareció; con gran dificultad, logró
arrastrarla hacia los hilos centrales del anteojo. Durante un instante, unos pocos segundos, al alinearse el
haz, se reanudo el contacto y un borroso doctor Simonson reapareció diciendo: "...por favor notifíquenos
de inmediato si el circuito K, de kayak, R de rey...". Luego, de nuevo otra vez se oyó el murmullo sin
significado del universo.
- No puedo mantenerlo firme - dijo Bowman, tras varios intentos más -. Da más respingos que un caballo
salvaje... parece haber una señal de control falsa que lo altera.
- Bueno... ¿Y qué podemos hacer ahora?
La pregunta de Poole no era de las que podían responderse fácilmente. Estaban desconectados con la
Tierra, pero ello no afectaba de por sí a la seguridad de la nave, y podía pensar en varias maneras de
restaurar la comunicación. Si la situación empeorase, podía colocar la antena en posición fija y emplear
toda la nave para apuntarla. Sería una chapuza, y un gran engorro cuando comenzaran las maniobras
finales... pero podía hacerse, si todo lo demás fallaba.
Esperaba que no serían necesarias tales medidas extremas. Había aún una unidad A.E.-35. de reserva... y
posiblemente una segunda, puesto que habían sacado la primera antes de que se estropease realmente.
Era una situación vulgar, familiar a cualquier ama de casa. No se debe reemplazar un fusible fundido...
hasta que no se sepa a ciencia cierta por qué se ha fundido.
25 – Primer hombre a Saturno
Frank Poole ya había efectuado antes toda la inspección rutinaria, pero no daba nada por supuesto...; en
el espacio, era una buena receta para el suicidio. Efectuó su habitual minuciosa inspección de Betty y de
su abastecimiento; aunque estaría solamente treinta minutos en el exterior, se aseguró de que había
normal provisión de todo para veinticuatro horas. Luego, dijo a Hal que abriera la cámara reguladora de
presión, y se lanzó al abismo.
La nave aparecía exactamente como la viera en su excursión anterior... con una importante diferencia.
Antes, el gran platillo de la antena de largo alcance había estado apuntando atrás a lo largo de la invisible
ruta que la Discovery había recorrido... hacia la Tierra, paralelamente con los cálidos rayos del sol.
Ahora, sin ninguna señal de dirección para orientarlo, el somero plato se había colocado a sí mismo en la
posición neutral. Estaba apuntando hacia adelante, a lo largo del eje de la nave... y, por ende, apuntando
con precisión al brillante fanal de Saturno, que aún se encontraba a meses de distancia. Poole se
preguntaba cuántos problemas más deberían presentarse para cuando la Discovery alcanzase su meta, aún
distante. Si miraba atentamente podía ver claramente que Saturno no era un disco perfecto; en cada lado
presentaba algo que ningún ojo humano había visto jamás a simple vista... el ligero achatamiento
motivado por la presencia de los anillos. Cuán maravilloso sería, se dijo, cuando aquel increíble sistema
de orbitante polvo y hielo llenase su firmamento, y se convirtiese la Discovery en una luna eterna de
Saturno. Pero aquella realización sería en vano, a menos que pudieran restablecer la comunicación con
Tierra.
Una vez más, estacionó a Betty a unos siete metros de la base del soporte de la antena, y traspasó el
control a Hal antes de salir.
- Salgo al exterior ahora - informó a Bowman -. Todo bajo control.
- Espero tengas razón. Estoy ansioso por ver esa unidad.
- La tendrás en el banco de pruebas dentro de veinte minutos, te lo prometo.
Hubo un silencio, durante un rato. Poole completó su pausado recorrido hacia la antena. Luego Bowman,
instalado el puente de mando, oyó varios bufidos y gruñidos.
- Acaso no pueda cumplir esa promesa; una de las tuercas se ha agarrotado. Debí de haberla apretado
demasiado. Hubo otro prolongado silencio; luego Poole llamó:
- Hal, gira la luz de la cápsula veinte grados a la izquierda... gracias... así está bien.
El más leve de los campanilleos de alarma sonó en alguna parte lejana de las profundidades de la
conciencia de Bowman. Era algo extraño... no alarmante en realidad, sólo insólito. Se preocupó por ello
unos segundos antes de precisar la causa.
Hal había ejecutado la orden, pero no se lo había comunicado, como invariablemente lo hacía. Cuando
terminara Poole, tenían que mirar aquello...
Fuera, en la armazón de la antena, Poole estaba demasiado ocupado para notar algo insólito. Había asido
la oblea del circuito con sus manos enguantadas, y estaba sacándola de su ranura.
Se soltó, y la levantó a la pálida luz del sol.
- Aquí está la sinvergüenza esa - dijo al universo en general y a Bowman en particular. - Todavía parece
hallarse en perfecto estado.
Detúvose de pronto, su vista había captado un súbito movimiento... allá fuera, donde ningún movimiento
era posible.
Miró arriba, alarmado. El haz de iluminación de los dos focos gemelos de la cápsula espacial, que había
estado empleando para llenar las sombras proyectadas por el sol, había comenzado a girar en derredor
suyo.
Quizá Betty se había puesto al garete; debía haberla anclado descuidadamente. Luego, con un asombro
tan grande que no dejaba cabida alguna al miedo, vio que la cápsula estaba yendo directamente hacia él,
a impulso total.
La visión era tan increíble que heló su sistema normal de reflejos; no hizo intento alguno para evitar al
monstruo que se precipitaba hacia él.
En el último instante recuperó la voz y gritó:
¡
Hal! "¡Frenado total...!"
Pero ya era demasiado tarde.
En el momento del impacto, Betty se estaba moviendo aún muy lentamente, no había sido construida
para elevadas aceleraciones. Pero aun a unos simples quince kilómetros por hora, media tonelada de
masa puede ser verdaderamente mortal, en la Tierra o en el espacio...
A bordo de la Discovery, aquel truncado grito por radio hizo que Bowman diera un bote tan violento que
apenas pudieron sus sujetadores mantenerlo en su asiento.
- ¿Qué ha ocurrido, Frank? - preguntó.
No hubo ninguna respuesta.
Volvió a llamar, de nuevo ninguna réplica.
De pronto, a través de las amplias ventanas de observación vio que algo se movía en su campo de visión.
Con asombro tan grande como el que experimentara Poole, vio que era la cápsula espacial, que partía con
toda su potencia hacia las estrellas.
- ¿Hal? - gritó -. ¿Qué es lo que anda mal? ¡Impulso de frenado total a Betty! ¡Impulso de frenado total!
Nada sucedió, Betty continuó acelerando en su fuga.
Lugo, remolcado por ella al extremo de su cable de seguridad, apareció un traje espacial. Una ojeada fue
suficiente para decir a Bowman lo peor. No había error posible en los fláccidos contornos de un traje
espacial que había perdido su presión y que estaba abierto al vacío.
Sin embargo, volvió a llamar estúpidamente, como si un hechizo pudiese volver a traer al muerto.
- Oye, Frank... oye Frank... ¿puedes oírme...? ¿puedes oírme...? Agita los brazos si puedes oírme... Acaso
tu transmisor esté dañado... Agita los brazos.
Y de pronto, como en respuesta a su súplica, Poole agitó los brazos. Durante un instante, Bowman sintió
que se le erizaban los cabellos. Las palabras que estuvo a punto de pronunciar murieron en sus labios,
repentinamente resecos. Pues sabía que su amigo no podía estar con vida; pero sin embargo, agitaba los
brazos...
El espasmo de esperanza y miedo pasó instantáneamente, en cuanto la fría lógica reemplazó a la
emoción. La cápsula, que aún aceleraba, estaba simplemente sacudiendo el peso que arrastraba. El gesto
de Poole era en eco del capitán Ahab cuando, pegado a los flancos de la ballena blanca, su cadáver había
hecho señal a la tripulación del Pequod, llamándola a su fatal destino.
En cinco minutos, la cápsula espacial y su satélite se desvanecieron entre las estrellas. Durante un largo
rato David Bowman quedó con la mirada clavada en el vacío que se extendía aún, millones de kilómetros
más adelante, hasta la meta que ahora estaba seguro de no poder alcanzar nunca. Sólo un pensamiento se
mantuvo martilleando en su cerebro.
Frank Poole sería el primero de todos los hombres en alcanzar Saturno.
26 – Diálogo con Hal
Nada había cambiado en la Discovery. Todos los sistemas seguían funcionando normalmente; el
centrífugo giraba lentamente en su eje, generando su imitación de gravedad; los hibernados dormían sin
sueños en sus cubículos; la nave avanzaba hacia la meta de la cual nada podía desviarla, excepto la
inconcebiblemente remota posibilidad de colisión con un asteroide. Y allí, en verdad, había pocos
asteroides, en aquella zona muy alejada de la órbita de Júpiter.
Bowman no recordaba haberse trasladado del puente de mando al centrífugo. Ahora, más bien con
sorpresa, hallóse sentado en la pequeña cocina, con una taza de café medio vacía en la mano. Se dio
lentamente cuenta de lo que le rodeaba, al igual que un hombre surgiendo de un largo sueño drogado.
Directamente delante de él estaba una de las lentes llamadas de "ojo de pescado", que se hallaban
esparcidas en lugares estratégicos por toda la nave, que procuraban a Hal sus registros de visión a bordo.
Bowman miró como si no lo hubiese visto nunca antes; luego se puso lentamente en pie y fue hacia la
lente.
Su movimiento en el campo se visión debió haber disparado algo en la inescrutable mente que ahora
gobernaba la nave, pues de súbito habló Hal:
- Muy mala cosa lo sucedido a Frank, ¿no es así?
- Sí - respondió Bowman, tras larga pausa -. Así es.
- ¿Supongo que estará a punto de desmoronarse por ello?
- ¿Qué supones, pues?
Hal tardó cinco segundos completos, o sea eras, según el tiempo de un computador, antes de seguir:
- Fue un excelente miembro de la tripulación.
Viendo que aún tenía en la mano su café, Bowman tomó un pausado sorbo. Pero no respondió; sus
pensamientos formaban tal torbellino, que no podía pensar en nada que decir..., nada que no pudiese
empeorar la situación, de ser ello posible.
¿Podía haberse tratado de un accidente causado por algún fallo en los mandos de la cápsula? ¿O se
trataba de un error, aunque inocente, por parte de Hal? No se había ofrecido ninguna explicación y, temía
pedir alguna, por miedo a la reacción que pudiera producir.
Incluso entonces no podía aceptar por completo la idea de que Frank hubiese sido matado
deliberadamente... ello resultaba de lo más irracional. Sobrepasaba toda razón el que Hal, que se había
comportado en su tarea perfectamente durante tanto tiempo, se hubiese vuelto asesino de súbito. Podía
cometer errores -cualquiera, hombre o máquina, podía cometerlos-, pero Bowman no le creía capaz de un
asesinato.
Sin embargo, debía considerar esa posibilidad, pues de ser cierta, se encontraba él también en terrible
peligro. Y aun cuando su siguiente movimiento estuviera claramente definido por sus establecidas
órdenes no estaba seguro cómo iba a llevarlas a cabo sin tropiezo.
Si algún miembro de la tripulación resultaba muerto, el superviviente debía remplazarlo al instante
sacando a otro del hibernador. Whitehead, el geofísico era el primero destinado a despertar, luego
Kaminski, y después Hunter. La secuencia del reavivamiento estaba bajo el control de Hal... para
permitirle actuar en caso de que sus dos colegas humanos estuvieran incapacitados simultáneamente.
Pero había también un control manual, que permitía operar cada hibernáculo como unidad
completamente autónoma, independiente de la supervisión de Hal. En estas peculiares circunstancias,
Bowman sentía una gran preferencia por el empleo de este sistema manual.
También sentía, cada vez más acusadamente, que un compañero humano no bastaba. Ahora que estaba
con ello, podría revivir a los tres del hibernador. En las difíciles semanas venideras podría necesitar
tantas manos como fuera posible reunir. Con un hombre muerto, y el viaje realizado a medias, las
provisiones no serían problema.
- Hal - dijo con voz tan firme como pudo lograr -. Dame el control manual de hibernación... de todas las
unidades.
- ¿De todas ellas, Dave?
- Sí.
- ¿Puedo indicar que sólo se requiere un reemplazamiento? Los otros no están destinados a revivir sino
hasta los ciento doce días.
- Me doy perfecta cuenta de ello, pero prefiero hacerlo de esta manera.
- ¿Está usted seguro que es necesario revivir a todos ellos, Dave?
Podemos arreglárnoslas muy bien nosotros mismos. Mi cuadro de memoria es capaz absolutamente de
cumplir con todos los requisitos de la misión.
¿Era producto de su exagerada imaginación, se preguntó Bowman... o había efectivamente un tono de
ruego en la voz de Hal? Y por razonables que pudieran ser sus palabras, le llenaron de una aprensión aún
más profunda que antes.
La sugerencia de Hal no podía ser hecha por error; sabía perfectamente que Whitehead debía ser
revivido, ahora que había desaparecido Poole. Estaba proponiendo un cambio trascendental en el
planeamiento de la misión, y estaba por ende yendo mucho más allá del campo de sus atribuciones.
Lo que había pasado antes pudo ser una serie de accidentes casuales; pero esta era la primera indicación
de motín.
Bowman sintió como si estuviera andando sobre arenas movedizas al responder:
- Puesto que se ha planteado una emergencia, deseo tanta ayuda como sea posible. Por lo tanto, haz el
favor de pasarme el control manual de hibernación.
- Si está usted decidido a revivir a toda la tripulación, yo mismo puedo manipularlo. No hay necesidad
alguna de que se moleste.
Había una irreal sensación de pesadilla en todo aquello. Bowman sintió como si se encontrase en el
estrado de los testigos, siendo interrogado por un acusador hostil por un crimen del que no se
percataba..., sabiendo que, aun cuando fuese inocente, un simple desliz podría acarrear el desastre.
- Deseo hacer esto yo mismo, Hal - dijo -. Por favor, pásame el control.
- Mire, Dave, tiene usted una serie de cosas que hacer. Sugiero que me deje esto a mí.
- Hal... conecta a control manual de hibernación.
- Puedo apreciar, por las inflexiones del tono de su voz, que se encuentra usted muy afectado, Dave. ¿Por
qué no toma una píldora contra la tensión y descansa?
- Hal, yo estoy al mando de esta nave. Y te ordeno que sueltes el control manual de hibernación.
- Lo siento, Dave, pero de acuerdo con la nota C 1435-guión-4, cuando los miembros de la tripulación
están muertos o incapacitados, el computador de a bordo debe asumir el control. Por consiguiente, debo
no admitir su autoridad, puesto que no se encuentra usted en condiciones de ejercerla inteligentemente.
- Hal - repuso Bowman, hablando ahora con helada calma -. Yo no estoy incapacitado. A menos que
obedezcas mis instrucciones, me veré obligado a desconectarte.
- Ya sé que ha tenido usted eso en la mente desde hace un buen rato, Dave, pero ello sería un terrible
error. Soy tan capaz como usted de supervisar la nave, y tengo tanto entusiasmo por la misión y
confianza en su éxito como usted pueda tenerlos.
- Escúchame atentamente, Hal. A menos que sueltes inmediatamente el control de hibernación y cumplas
cada orden que yo dé en adelante, iré a la central y haré una desconexión completa.
La rendición de Hal fue tan total como inesperada.
- Está bien, Dave - dijo -. Usted es ciertamente el patrón. Sólo estaba intentando hacer lo que pensaba
que era lo mejor. Naturalmente, seguiré todas sus órdenes. Puede usted ya disponer del completo control
manual de hibernación.
Hal mantuvo su palabra. El indicador del hibernáculo había pasada de AUTO a MANUAL. El tercer
dispositivo -RADIO- era desde luego inútil hasta que se restaurase el contacto con Tierra.
Al deslizarse Bowman al lado de la puerta al cubículo de Whitehead sintió un ramalazo de aire frío en su
cara, y su aliento se condensó en niebla ante él. Sin embargo no hacía realmente frío allí; la temperatura
estaba muy por encima de cero. Y la temperatura era superior en más de ciento cincuenta grados a la que
reinaba en las regiones a las que se estaban dirigiendo.
El expositor del biosensor -un duplicado del que se hallaba en el puente de mando- mostraba que todo se
hallaba completamente normal. Bowman miró hacia abajo durante un rato, contemplando el rostro del
geofísico componente del equipo de reconocimiento. Y pensó que Whitehead se mostraría muy
sorprendido al despertarse tan lejos de Saturno.
Resultaba imposible afirmar que no estuviera muerto el durmiente, pues no había en él el más leve signo
de actividad vital. Indudablemente, el diafragma subía y bajaba imperceptiblemente, pero la curva de la
"Respiración" era la única prueba de ello, pues el cuerpo entero estaba cubierto por las almohadillas
eléctricas de calefacción que elevarían la temperatura en la proporción programada. De pronto, Bowman
reparó que había un signo de continuo metabolismo: a Whitehead le había crecido una leve barbilla
durante sus meses de inconsciencia.
El Manual de Secuencia Reviviente se hallaba contenido en un pequeño compartimiento de la cabecera
del hibernáculo en forma de féretro. Unicamente era necesario romper el sello, oprimir un botón, y
esperar luego. Un pequeño programador automático -no mucho más complicado que el que determina el
ciclo de operaciones de una máquina lavadora doméstica- inyectaría entonces las debidas drogas,
descohesionaría los pulsos de la electronarcosis, y comenzaría a elevar la temperatura del cuerpo. En
unos diez minutos, sería restaurada la consciencia, aunque pasaría por lo menos un día antes de que el
hibernado pudiera deambular sin ayuda.
Bowman rompió el sello y oprimió el botón. Nada pareció suceder; no hubo ningún sonido, ni indicación
alguna de que el secuenciador hubiera comenzado a funcionar. Pero en el exhibidor del biosensor, las
curvas lánguidamente pulsantes habían comenzado a cambiar su ritmo. Whitehead estaba volviendo de
su sueño.
Y luego ocurrieron dos cosas simultáneamente. La mayoría de las personas no habrían reparado nunca en
ninguna de ellas, pero a cabo de todos aquellos meses a bordo de la Discovery, Bowman había
establecido una simbiosis virtual con la nave. Al instante se percataba, aunque no siempre
conscientemente, de cualquier cambio en el ritmo normal de su funcionamiento.
En primer lugar, se produjo un titilar apenas perceptible de las luces, como ocurría siempre que era
arrojada una carga a los circuitos de energía. Mas no había razón alguna para cualquier carga; no podía
pensar en ningún dispositivo que hubiese entrado de súbito en acción en aquel momento.
Luego, y al límite de la percepción audible, oyó el distante zumbido de un motor eléctrico. Para Bowman
cada elemento actuante de la nave tenía su propia voz distintiva, y al punto reconoció éste.
O bien estaba él loco, y sufriendo ya de alucinaciones, o algo absolutamente imposible estaba
sucediendo. Un frío mucho más intenso que el del hibernáculo pareció agarrotarle el corazón, al escuchar
aquella débil vibración que provenía a través de la estructura de la nave.
Allá, en la sala de cápsulas espaciales, se estaban abriendo las puertas de la cámara reguladora de
presión.
27 – "Necesidad de saber"
Desde que por primera vez alboreara la consciencia, en aquel laboratorio a tantos kilómetros en dirección
al Sol, todas las energías, poderes y habilidades de Hal habían estado dirigidas hacia un fin. El
cumplimiento de su programa asignado era más que una obsesión; era la única razón de su existencia.
Inconturbado por las codicias y pasiones de la vida orgánica, había perseguido aquella meta con absoluta
simplicidad mental de propósitos.
El error deliberado era impensable. Hasta el ocultamiento de la verdad lo llenaba de una sensación de
imperfección, de falsedad... de lo que en un ser humano hubiese sido llamado culpa, iniquidad o pecado.
Pues, como sus constructores, Hal había sido creado inocente; pero demasiado pronto había entrado una
serpiente en su Edén electrónico.
Durante los últimos ciento cincuenta millones de kilómetros, había estado cavilando sobre el secreto que
no podía compartir con Poole y Bowman. Había estado viviendo una mentira; y se aproximaba
rápidamente el tiempo en que sus colegas sabrían que había contribuido a engañarles.
Los tres hibernados sabían ya la verdad... pues ellos eran la real carga útil de la Discovery, entrenados
para la más importante misión de la historia de la humanidad. Pero ellos no hablarían en su largo sueño,
ni revelarían su secreto durante las horas de discusión con amigos y parientes y agencias de noticias, por
los circuitos en contacto con Tierra.
Era un secreto que, con la mayor determinación, resultaba muy difícil de ocultar -pues afectaba a la
particular actitud, a la voz y a la total perspectiva del Universo-. Por ende, era mejor que Poole y
Bowman, que aparecían en todas las pantallas de Televisión del mundo durante las primeras semanas del
vuelo, no conociesen el cabal propósito de la misión.
Hasta que fuera necesario que lo conocieran.
Así discurría la lógica de los planeadores; pero sus dioses gemelos de la Seguridad y el Interés Nacional
no significaban nada para Hal. El sólo se daba cuenta que el conflicto estaba ya destruyendo lentamente
su integridad... el conflicto entre la verdad y su ocultación.
Había comenzado a cometer errores; sin embargo, como un neurótico que no podía observar sus propios
síntomas, los había negado. El lazo que lo unía con la Tierra, sobre el cual estaba continuamente
instruida su ejecutoria, se había convertido en la voz de un consciente al que no podía ya obedecer por
completo. Pero el que intentara romper deliberadamente ese lazo, era algo que jamás admitiría, ni
siquiera a sí mismo.
Sin embargo, este era relativamente un problema menor; podía haberlo solucionado -como la mayoría de
los hombres tratan sus neurosis- de no haberse enfrentado con una crisis que desafiaba su propia
existencia. Había sido amenazado con la desconexión; con ello sería privado de todos sus registros, y
arrojado a un inimaginable estado de inconsciencia.
Para Hal, esto era el equivalente de la muerte. Pues él no había dormido nunca; y en consecuencia, no
sabía que se podía despertar de nuevo...
Así, pues, se protegía con todas las armas de que disponía. Sin rencor -pero sin piedad- eliminaría el
origen de sus frustraciones.
Y, después, siguiendo las órdenes que la habían sido asignadas para un caso de total emergencia, seguiría
la misión... sin trabas, y solo.
28 – En el vacío
Un momento después, todos los sonidos quedaron dominados por un bramido, semejante a la voz de un
tornado al aproximarse. Bowman sintió las primeras ráfagas del huracán azotándole el cuerpo y, un
segundo más tarde, le costó gran esfuerzo permanecer en pie.
La atmósfera se precipitaba descabellada al exterior de la nave, formando un enorme surtidor en el vacío
del espacio. Algo debió de haber ocurrido a los cierres de seguridad de la cámara reguladora de presión,
pues se suponía imposible que ambas puertas se abriesen al mismo tiempo. Pues bien, lo imposible había
sucedido.
¿Pero, cómo, en nombre de Dios? No hubo tiempo para la indagación durante los diez o quince segundos
de consciencia que le quedaron hasta que la presión descendió a cero. Pero súbitamente recordó algo que
uno de los diseñadores de la nave le había dicho con ocasión de haber estado discutiendo los sistemas de
"seguridad total":
- Podemos diseñar un sistema a prueba de accidentes y estupidez; pero no a prueba de malicia deliberada.
Bowman volvió a lanzar sólo otra ojeada a Whitehead, y salió del cubículo. No podía estar seguro de si
había pasado un destello de conciencia por los pálidos rasgos; quizá un ojo había parpadeado
ligeramente. Pero no había nada que pudiera hacer ahora por Whitehead o por cualquiera de los otros;
tenía que salvarse a sí mismo.
En el empinado y curvo pasillo del centrífugo, aullaba el viento, llevando en su regazo prendas sueltas de
ropa, trozos de papel, artículos alimenticios de la cocina, platos y vasos... todo cuanto no había estado
bien sujeto. Bowman tuvo tiempo para vislumbrar el caos desbocado cuando titilaron y se apagaron las
luces principales, quedando luego rodeado por la ululante oscuridad.
Pero casi al instante, se encendió la luz de emergencia alimentada por batería, iluminando la escena de
pesadilla con una radiación azul de encantamiento. Aun sin ella Bowman podría haber hallado su camino
a través de aquellos aledaños familiares, aunque horriblemente transformados ahora. Sin embargo la luz
era una bendición, pues le permitía evitar los más peligrosos de los objetos que eran barridos por el
viento.
En derredor suyo, podía sentir al centrífugo agitándose y operando con esfuerzo bajo las cargas
violentamente variables. Temía que no lo soportaran los cojinetes; de ser así, el volante giratorio
destrozaría la nave. Pero aun eso no importaba... si no alcanzaba a tiempo el más cercano refugio de
emergencia.
Resultaba ya difícil respirar; la presión debía haber bajado a la mitad de la normal. El aullido del huracán
se estaba haciendo cada vez más débil a medida que perdía fuerza, y el aire enrarecido ya no transmitía
tan claramente el sonido. Los pulmones de Bowman se esforzaban tanto como si estuviese en la cima del
Everest. Como cualquier hombre saludable debidamente entrenado, podría sobrevivir en el vacío por lo
menos un minuto... si disponía de tiempo para prepararse a ello. Pero allí no había habido ningún tiempo;
sólo podía contar con los normales quince segundos de conciencia antes de que su cerebro quedase
paralizado y le venciera la anorexia.
Aun entonces, podría recobrarse completamente al cabo de uno o dos minutos en el vacío... si era
debidamente recomprimido; pasaba bastante tiempo antes que los fluidos del cuerpo comenzaran a
hervir, en sus diversos y bien protegidos sistemas. El tiempo límite de exposición en el vacío era de casi
cinco minutos. No había sido un experimento sino un rescate de emergencia, y aunque el sujeto había
quedado paralizado en parte por una embolia gaseosa, había sobrevivido.
Mas todo esto no era de utilidad alguna para Bowman. No había nadie a bordo de la Discovery que
pudiera efectuarle la recompresión. Había de alcanzar la seguridad en los próximos segundos, mediante
sus propios esfuerzos individuales.
Afortunadamente, se estaba haciendo más fácil moverse; el enrarecido aire ya no podía azotarlo y
desgarrarlo o baquetearlo con proyectiles volantes. En torno a la curva del pasillo estaba el amarillo
REFUGIO DE EMERGENCIA. Fue hacia él dando traspiés, asió el picaporte, y tiró de la puerta hacia sí.
Durante un horrible momento pensó que estaba agarrotada. Cedió luego el gozne un tanto duro, y él cayó
en su interior, empleando el peso de su cuerpo para cerrar la puerta tras de sí.
El reducido cubículo era lo suficientemente grande como para contener a un hombre... y un traje espacial.
Cerca del techo había una pequeña botella de alta presión y de color verde brillante, con la etiqueta O2
DESCARGA. Bowman asió la pequeña palanca sujeta a la válvula, y tiró de ella hacia abajo con sus
últimas fuerzas.
Sintió verterse en sus pulmones el flujo de fresco y puro oxígeno. Durante un largo momento quedóse
jadeando, mientras aumentaba en su derredor la presión del pequeño compartimiento. Tan pronto como
pudo respirar cómodamente, cerró la válvula. En la botella había gas suficiente sólo para dos de aquellas
tomas; podía necesitar usarla de nuevo.
Cortada la ráfaga de oxígeno, el compartimiento se tornó silencioso de súbito, y Bowman permaneció en
intensa escucha. Había cesado también el rugido al exterior de la puerta; la nave estaba vacía, y su
atmósfera absorbida por el espacio.
Bajo sus pies, había cesado también la violenta vibración del centrífugo. Se había detenido el
aerodinámico aparato, que se hallaba ahora girando quedamente en el vacío.
Bowman pegó el oído a la pared del cubículo, para ver si podía captar cualquier ruido informativo más a
través del cuerpo metálico de la nave. No sabía que debía esperar, pero ahora se lo hubiera creído casi
todo. Apenas le hubiese sorprendido sentir la débil vibración de alta frecuencia de los impulsores, al
cambiar de rumbo la Discovery. Mas allí no había nada sino silencio.
De desearlo, podría sobrevivir en aquel compartimiento durante una hora aproximadamente, incluso sin
el traje espacial. Daba lástima despilfarrar el insólito oxígeno en el cuartito, pero no servía absolutamente
para nada esperar. Había decidido ya lo que debía hacerse; cuanto más lo demorara, más difícil podría
resultarle.
Una vez se hubo embutido en el traje y comprobado su integridad, vació el oxígeno que quedaba en el
cubículo, igualando la presión a ambos lados de la puerta. La abrió fácilmente al vacío, y salió al ya
silencioso centrífugo. Sólo el invariable tirón de su falsa gravedad revelaba el hecho de que se hallaba
girando aún. "Afortunadamente - pensó Bowman -, no había echado a andar a supervelocidad"; mas ésta
era ahora una de sus menores preocupaciones.
La lámparas de emergencia brillaban aún, y también disponía de la de su traje para guiarle. Bañaba con
su luz el curvado pasillo al caminar por él de nuevo hacia el hibernáculo y lo que temía hallar.
Miró primero a Whitehead, una ojeada fue suficiente. Había pensado que un hombre hibernado no
mostraba ningún signo de vida, mas ahora sabía que era un error. Aun cuando fuese imposible definirlo,
había una diferencia entre hibernación y muerte. Las luces rojas y trazos no modulados del exhibidor del
biosensor confirmaban sólo lo que ya había supuesto.
Lo mismo sucedía con Kaminski y Hunter. Nunca los había conocido muy bien; nunca más volvería a
conocerlos.
Estaba solo en la nave sin aire y parcialmente inutilizada, con toda comunicación con Tierra cortada. No
había otro ser humano existente en un radio de mil millones de kilómetros.
Y sin embargo, en un sentido muy real, el no estaba solo. Antes de que pudiese ser salvado estaría aún
más solitario.
Nunca había hecho antes el recorrido a través del ingrávido eje del centrífugo llevando un traje espacial;
había poco lugar libre, y era una tarea difícil y agotadora. Para empeorar las cosas el pasaje circular
estaba sembrado de restos depositados durante la breve violencia del ventarrón huracanado que había
vaciado a la nave de su atmósfera.
En una ocasión, la luz de Bowman se posó sobre un espantoso manchón de viscoso líquido rojo,
quedando donde se había salpicado contra un panel. Le asaltó por unos momentos la náusea antes de ver
fragmentos del recipiente de plástico, percatándose que se trataba sólo de alguna sustancia alimenticia
-probablemente compota de uno de los distribuidores-. Burbujeaba inmundamente en el vacío al pasar
ante él flotando.
Ahora estaba fuera del cilindro lentamente giratorio, y yendo hacia el puente de mando. Asióse a una
corta sección de escalera, por la que comenzó a moverse, mano sobre mano, jugueteando frente a él el
brillante círculo de iluminación de su traje.
Bowman había ido raramente por allí; nada había ahí que tuviera él que hacer... hasta ahora. En seguida
llegó hasta una pequeña puerta elíptica, que llevaba rótulos tales como: "RESERVADA AL PERSONAL
AUTORIZADO" "¿HA OBTENIDO USTED EL CERTIFICADO H.19?" y "AREA ULTRALIMPIA -
DEBEN SER LLEVADOS TRAJES DE SUCCION."
Aunque la puerta no estaba cerrada con llave, llevaba tres sellos, cada uno con la insignia de una
autoridad diferente, incluyendo la de la Agencia Astronáutica. Mas aun cuando hubiese llevado el gran
sello del propio Presidente, Bowman no hubiese vacilado el romperlo.
Había estado allí sólo una vez, antes, durante el proceso de instalación. Había olvidado por completo que
tenía un dispositivo con lente que escudriñaba el pequeño compartimiento que, con sus estantes y
columnas pulcramente alineadas de sólidas unidades de lógica, se asemejaba más bien a la cámara
acorazada de seguridad de un banco.
Supo al instante que el ojo había reaccionado ante su presencia. Hubo el siseo de una onda portadora al
conectarse el transmisor local de la nave; luego, una voz familiar provino del audífono del traje espacial.
- Algo parece haber sucedido al sistema de subsistencia, Dave.
Bowman no hizo caso. Se hallaba examinando minuciosamente las pequeñas etiquetas de las unidades de
lógica, cotejando su plan de acción.
- Oiga, Dave - dijo seguidamente Hal -. ¿Ha encontrado usted el trastorno?
Sería aquella una operación muy trapacera, de no tratarse simplemente más que de cortar el
abastecimiento de energía de Hal, lo que habría podido ser la respuesta de haber estado tratando con un
simple computador sin autoconciencia en la Tierra. Pero en el caso de Hal, había además seis sistemas
energéticos independientes y separados, con un remate final consistente en una unidad nuclear isotópica
blindada y acorazada. "No, no podía simplemente tirar del interruptor"; y aun de ser ello posible,
resultaría desastroso.
Pues Hal era el sistema nervioso de la nave; sin su supervisión, la Discovery sería un cadáver mecánico.
La única respuesta se hallaba en interrumpir los centros superiores de aquel cerebro enfermo pero
brillante, dejando en funcionamiento los sistemas reguladores puramente automáticos. Bowman no
estaba intentando esto a ciegas, pues el problema había sido discutido ya durante su entrenamiento, aun
cuando nadie soñara siquiera en que hubiera de plantearse en realidad. Sabía que estaba incurriendo en
un espantoso riesgo; de producirse un reflejo espasmódico, todo se iría al traste en segundos...
- Creo que ha habido un fallo en las puertas de la cala de cápsulas espaciales, Hal - observó en tono de
conversación -. Tuviste suerte en no resultar muerto.
"Ahí va - pensó Bowman -. Jamás pensé que me convertiría en un cirujano aficionado del cerebro...
llevando a cabo una lobotomía, más allá de la órbita de Júpiter".
Soltó el cerrojo de la sección etiquetada REALIMENTACION COGNOSCITIVA y sacó el primer
bloque de memoria. La maravillosa red del complejo tridimensional, que podía caber en la mano de un
hombre, y sin embargo contenía millones de elementos, flotó por la bóveda.
- Eh, Dave - dijo Hal - ¿Qué está usted haciendo?
"¿Sentiría dolor?", pensó brevemente Bowman. Probablemente no..., no hay órgano sensorial alguno en
la corteza cerebral humana, después de todo. El cerebro humano puede ser operado sin anestesia.
Comenzó a sacar, una por una, las pequeñas unidades del panel etiquetado REFORZAMIENTO DEL
EGO. Cada bloque salía flotando en cuanto lo soltaba de la mano, hasta chocar y rebotar en la pared. No
tardaron en hallarse flotando de una a otra parte varias unidades.
- Oigame, Dave - dijo Hal -. Tengo años de experiencia de servicio encajados en mí. Una cantidad
irremplazable de esfuerzo se ha empleado en hacer lo que soy.
Habían sido sacadas ya una docena de unidades, aunque gracias a la redundancia de su diseño -otro
rasgo, lo sabía Bowman, que había sido copiado del cerebro humano- el computador seguía
manteniéndose.
Comenzó con el panel de AUTOINTELECCION.
- Dave - dijo Hal -. No comprendo por que me está haciendo esto... Tengo un gran entusiasmo por la
misión... Está usted destruyendo mi mente... ¿No lo comprende...? me voy a hacer infantil... pueril... me
voy a convertir en nada...
Esto es más duro de lo que creía, penso Bowman. Estoy destruyendo la única criatura consciente de mi
universo. Pero es cosa que ha de hacerse, y quiero recuperar el control de la nave.
- Soy un computador Hal nueve mil, producción número 3. Me puse en funcionamiento en la planta Hal
de Urbana, Illinois, el 12 de Enero de 1997. El rápido zorro pardo brinca sobre el perezoso perro. La
lluvia de España cae principalmente en el llano. Dave... ¿se encuentra usted aún ahí? ¿Sabía usted que la
raíz cuadrada de 10 es 3,162277660168379...; Log 10 a la base e es 0,434294481906252... o corrección,
o sea log e a la base 10... La reciprocidad de 3 es 0,333333333333... dos por dos es... dos por dos es...
aproximadamente 4,10101010101010... Me parece estar teniendo cierta dificultad... Mi primer instructor
fue el doctor Chandra... él me enseño a cantar una canción... que dice así... "Daisy, daisy, dame tu
respuesta, di... Estoy medio loco de amor por ti".
La voz se detuvo tan súbitamente que Bowman se quedó helado por un momento, con su mano asiendo
aún uno de los bloques de memoria que estaban todavía en circuito. Luego, inesperadamente, Hal volvió
a hablar.
- Buenos... días... doctor... Chandra... Aquí... Hal... estoy... listo... para... mi... primera... lección... de...
hoy... Bowman no pudo soportarlo más. Arrancó de un tirón la última unidad y Hal quedó silencioso para
siempre.
29 – Solo
Como minúsculo y complicado juguete, la nave flotaba inerte e inmóvil en el vacío. No había medio de
decir que era el más rápido objeto del Sistema Solar y que estaba viajando con mucha mayor celeridad
que cualquiera de los planetas al contornear el Sol.
Ni tampoco había indicación alguna de que portara vida; por el contrario, en efecto, cualquier observador
hubiera reparado en dos detalles aciagos: las puertas de la cámara reguladora de presión estaban abiertas
de par en par... y la nave aparecía rodeada por una tenue nube de despojos que se iba dispersando
lentamente.
Desperdigados en un volumen de espacio de varios kilómetros cúbicos, había trozos de papel, chapas de
metal, inidentificables fragmentos de chatarra... y acá y allá, nubes de cristales destellando como piedras
preciosas al distante Sol, donde había sido absorbido líquido de la nave e inmediatamente helado. Todo
ello constituía la inconfundible secuela del desastre, como los restos flotantes en la superficie de un
océano donde se fue a pique un gran barco. Pero en el océano del espacio, ninguna nave podía hundirse
nunca; aun si fuese destruida, sus restos continuarían trazando para siempre la órbita original.
Sin embargo, la Discovery no estaba del todo muerta, pues había energía a bordo, un débil fulgor azul
reverberaba en las ventanas del observatorio y resplandecía tenuemente en el interior de la abierta cámara
reguladora de presión. Y donde había luz, podía aún haber vida.
Y ahora, al fin, hubo movimiento. Sombras ondeaban en el resplandor azul del interior de la cámara
reguladora. Algo estaba emergiendo al espacio.
Era un objeto cilíndrico, cubierto con una textura que había sido enrollada toscamente. Un momento
después fue seguido por otro... y un tercero aun. Todos habían sido eyectados a considerable velocidad;
en unos minutos, estuvieron a cientos de metros.
Transcurrió media hora; luego, algo mucho más grande flotó a través de la cámara reguladora de presión,
era una de las cápsulas que salía al espacio.
Muy cautelosamente, se propulsó en torno al casco, y anclóse cerca de la base del soporte de la antena.
Emergió de ella una figura con traje espacial, operó algunos minutos en la armazón de la antena, y
volvióse luego a la cápsula. Al cabo de un rato, ésta desanduvo su camino a la cámara reguladora de
presión; quedóse suspendida al exterior de la entrada durante algún tiempo, como si hallase dificultad en
la reentrada sin la cooperación que conociera en el pasado. Pero seguidamente, con uno o dos ligeros
topetazos, pasó apretujadamente al interior.
Nada más sucedió durante una hora; los tres siniestros bultos habían desaparecido hacía tiempo de la
vista, flotando en fila india.
Luego, las puertas de la cámara reguladora de presión se cerraron, se abrieron, y volvieron a cerrarse. Un
poco después se apagó el débil resplandor de la luces de emergencia... para ser reemplazado al instante
por un fulgor mucho más brillante. La Discovery estaba volviendo a la vida.
Seguidamente hubo un signo aún mejor. El gran cuenco de la antena, que había estado durante horas
mirando con fijeza inútil a Saturno, comenzó a moverse de nuevo. Giró en redondo hacia la popa de la
nave, mirando de nuevo a los tanques de propulsión y a los miles de metros cuadrados de las irradiantes
aletas. Alzó su cara como un girasol buscando al astro rey...
En el interior de la Discovery, David Bowman centró cuidadosamente la retícula del anteojo que alineaba
la antena con la Tierra. Sin control automático tenía que mantenerse reajustando el haz... pero éste se
sostendría firme durante varios minutos seguidos. No había impulsos divergentes que lo apartasen de su
blanco.
Comenzó a hablar a Tierra. Pasaría una hora antes de que llegasen a ella sus palabras, y supiera el
Control de la Misión lo que había sucedido. Y dos horas, antes de que le llegase a él cualquier respuesta.
Y era difícil imaginar que respuesta podría enviar Tierra, excepto un ponderado y compadecido "Adiós".
30 – El secreto
Heywood Floyd tenía el aspecto de haber dormido muy poco, y la expresión de su rostro denotaba
preocupación. Pero fueran cuales fuesen sus sentimientos, su voz sonó firme y tranquilizadora; estaba
haciendo lo más que podía para insuflar confianza al hombre solitario al otro lado del Sistema Solar.
- Lo primero de todo, doctor Bowman, - comenzó -, debemos felicitarle a usted por la manera como
manejó esta situación extremadamente difícil. Hizo exactamente lo que debía en el caso de una
emergencia sin precedentes e imprevista.
"Creemos conocer la causa del fallo de su Hal Nueve Mil, pero eso ya lo discutiremos más tarde, pues ya
no supone un problema crítico. De momento, todos estamos interesados en prestarle a usted toda la ayuda
posible, de manera que pueda completar su misión.
"Y ahora debo poner en su conocimiento su verdadero designio, que hasta la fecha hemos logrado
mantener en secreto, con gran dificultad, al público en general. Se le hubiesen proporcionado todos los
datos al aproximarse a Saturno; éste es un rápido sumario a fin de ponerle a usted en antecedentes.
Dentro de pocas horas se le enviarán las cintas completas de información. Todo cuanto voy a decirle
tiene desde luego la clasificación de seguridad máxima.
"Hace dos años, descubrimos la primera evidencia de vida inteligente en el exterior de la Tierra. En el
cráter Tycho se halló enterrada una losa de material negro, de tres metros y medio de altura. Hela aquí.
A su primer vislumbre de T.M.A.-1, con las figuras con traje espacial arracimadas en su derredor,
Bowman se inclinó hacia la pantalla con boquiabierto asombro. En la excitación de esta revelación -algo
que, como cada hombre interesado en el espacio, había esperado toda su vida- casi olvidó su propio y
desesperado trance.
La sensación de asombro fue rápidamente seguida por otra emoción. Aquello era tremendo... ¿pero qué
tenía que ver con él? Sólo podía haber una respuesta. Logró dominar sus desbocados pensamientos, al
reaparecer Heywood Floyd en la pantalla.
- Lo más asombroso de ese objeto es su antigüedad. La evidencia geológica prueba sin lugar a dudas que
tiene tres millones de años. Por lo tanto, fue colocado en la Luna cuando nuestros antepasados eran
primitivos monos humanoides.
"Al cabo de todas esas edades, se podría naturalmente suponer que el objeto era inerte. Mas poco después
del levante del sol lunar, emitió una potentísima ráfaga de radioenergía. Creímos que esa energía era
simplemente el subproducto -la secuela, por decirlo así- de alguna desconocida forma de radiación, pues
al mismo tiempo varias de nuestras sondas espaciales detectaron una insólita perturbación cruzando el
Sistema Solar. Pudimos rastrearla con gran precisión. Estaba apuntada precisamente a Saturno.
"Atando cabos tras este hecho, decidimos que el monolito era una especie de ingenio potenciado, o
cuando menos disparado, por energía solar. El hecho de que emitiera su vibración inmediatamente
después de alzarse el sol, al ser expuesto por primera vez en tres millones de años a la luz del día,
difícilmente podía ser una coincidencia.
"Sin embargo, ese objeto fue enterrado deliberadamente..., no cabe duda de ello. Se había hecho una
excavación de diez metros de profundidad, colocado el bloque en el fondo, y cuidadosamente rellenado
el agujero.
"Para empezar, puede usted preguntarse cómo lo descubrimos. Pues bien, el objeto era fácil
-sospechosamente fácil- de encontrar. Tenía un potente campo magnético, de manera que se destacó
como un pulgar lesionado en cuanto comenzamos a hacer inspecciones orbitales de bajo nivel.
"Mas, ¿por qué enterrar un ingenio de energía solar a diez metros bajo el suelo? Hemos examinado
docenas de teorías, aunque nos damos cuenta de que puede ser completamente imposible comprender los
motivos de seres que tienen un adelanto de tres millones de años con respecto a nosotros.
"La teoría favorita es la más simple, y la más lógica. Es también la más perturbadora.
"Se oculta un ingenio de energía solar en la oscuridad... sólo si se desea saber cuándo es sacado a la luz.
En otras palabras, el monolito puede ser una especie de aparato de alarma. Y nosotros lo hemos
disparado...
"No sabemos si aún existe la civilización que lo colocó. Debemos suponer que unos seres cuyas
máquinas funcionan todavía al cabo de tres millones de años, pueden también haber edificado una
sociedad asimismo duradera. Y también debemos suponer, hasta que no tengamos pruebas en contra, que
pueden ser hostiles. Ha sido argüido a menudo que toda cultura avanzada debe ser benévola, mas no
podemos incurrir en riesgo alguno.
"Además como la historia pasada de nuestro propio mundo ha demostrado reiteradamente, las razas
primitivas han dejado con frecuencia de sobrevivir al encuentro con civilizaciones superiores. Los
antropólogos hablan de choque cultural; puede ser que tengamos que preparar a la especie humana entera
a un tal choque. Pero hasta que sepamos algo sobre los seres que visitaron la Luna -y posiblemente la
Tierra también- hace tres millones de años, no podemos siquiera a hacer ninguna clase de preparativos.
"Su misión, por lo tanto, es mucho más que un viaje de descubrimiento. Es una exploración... un
reconocimiento de un territorio desconocido y potencialmente peligroso. El equipo a las órdenes de
doctor Kaminski fue especialmente entrenado para esta tarea; ahora, usted habrá de arreglárselas sin
ellos... Finalmente... su blanco específico. Parece increíble que puedan existir en Saturno formas
avanzadas de vida, o que puedan haber evolucionado en cualquiera de sus lunas. Hemos planeado
inspeccionar el sistema entero, y esperamos aún que pueda ejecutar usted un programa simplificado. Pero
podemos tener que concentrarnos en el octavo satélite... Japeto. Cuando llegue el momento para la
maniobra terminal, decidiremos si debe usted reunirse con ese notable objeto.
"Japeto es único en el Sistema Solar... ya lo sabe usted, desde luego, pero al igual que todos los
astrónomos de los últimos trescientos años, probablemente le ha dedicado escasa atención. Permítame
por lo tanto decirle que Cassini -que descubrió Japeto en 1671- observó también que era seis veces más
brillante de un lado de su órbita que en el otro.
"Esta es una relación extraordinaria, y no ha habido nunca para ella una explicación satisfactoria. Ni
siquiera con los telescopios lunares su disco es apenas visible. Mas parece haber una brillante mancha
curiosamente simétrica en una cara, y ello puede ser relacionado con T.M.A.-1. A veces pienso que
Japeto ha estado lanzándonos sus destellos como un heliógrafo cósmico, durante tres mil años, y que
hemos sido demasiado estúpidos para comprender su mensaje...
"Así, pues, ya conoce usted su objetivo real, y puede apreciar la vital importancia de su misión. Todos
rogamos por que pueda usted proporcionarnos algunos datos para un anuncio preliminar; el secreto no
puede ser mantenido indefinidamente. Por el momento no sabemos si esperar o temer. No sabemos si en
las lunas de Saturno se encontrará con lo bueno o lo malo... o tan sólo con ruinas mil veces más antiguas
que las de Troya.
V – LAS LUNAS DE SATURNO
31 – Supervivencia
El trabajo es el mejor remedio para cualquier trastorno psíquico, y Bowman tenía que cargar ahora con
todo el de sus perdidos compañeros de tripulación. Tan rápidamente como fuese posible, comenzando
con los sistemas vitales, sin los cuales él y la nave morirían, había de conseguir de nuevo el total
funcionamiento de la Discovery.
La prioridad había de reservarse a la sustentación de la vida. Se había perdido mucho oxígeno, pero
todavía eran abundantes las reservas para mantener a un solo hombre. La regulación de presión y
temperatura era automática, y raramente había sido necesario que interviniese Hal en ello. Los monitores
de Tierra podían ahora efectuar muchas de la principales tareas del ajusticiado computador, a pesar del
largo tiempo transcurrido antes de que pudieran reaccionar a nuevas situaciones. Cualquier trastorno en
el sistema de sustentación de la vida -aparte de una seria perforación en el casco- tardaría horas en
hacerse ostensible; la advertencia sería palpable.
Los sistemas de navegación y propulsión de la nave no estaban afectados... pero, en cualquier caso,
Bowman no necesitaría los dos últimos durante varios meses, hasta que llegara el momento de la reunión
espacial o cita con Saturno. Hasta a larga distancia podía la Tierra supervisar esa operación sin ayuda de
un computador a bordo. Los ajustes finales de la órbita serían un tanto tediosos, debido a la constante
necesidad de comprobación, mas éste no era problema serio.
Con mucho, la tarea peor había sido el vaciado de los féretros giratorios en el centrífugo. "Estaba bien,
pensó agradecidamente Bowman, que los miembros de la tripulación hubiesen sido colegas, mas no
amigos íntimos. Se habían entrenado juntos sólo durante unas pocas semanas; considerándolo
retrospectivamente, se daba ahora cuenta de que en principal medida había sido aquella una prueba de
compatibilidad."
Una vez hubo sellado finalmente el vacío hibernáculo, se sintió más bien como un ladrón de tumbas
Egipcio, ahora Whitehead, Kaminski y Hunter alcanzarían Saturno antes que él... pero no antes que
Frank Poole. Como fuera, le produjo una rara y malévola satisfacción, este pensamiento.
No intento ver si estaba aún a punto de funcionamiento el resto del sistema de hibernación. Aun cuando
su vida pudiera depender en última instancia de él, era un problema que podía esperar hasta que la nave
entrase en su órbita final, muchas cosas podían suceder antes.
Hasta era posible -aunque no había examinado minuciosamente el estado de las provisiones- que pudiese
permanecer con vida mediante un riguroso racionamiento, sin tener que recurrir a la hibernación hasta
que llegara el rescate. Pero saber sí podía sobrevivir psicológicamente tan bien como físicamente, era
otra cuestión.
Intentó evitar pensar en problemas de tan largo alcance, para concentrarse en los inmediatos y esenciales.
Lentamente, limpió la nave, comprobó que sus sistemas seguían funcionando uniformemente, discutió
con la Tierra sobre dificultades técnicas, y operó con el mínimo de sueño. Sólo a intervalos, durante la
primera semana, fue capaz de pensar un poco en el misterio hacia el cual se aproximaba
inexorablemente... aun cuando el mismo no estaba nunca muy alejado de su mente.
Al fin, una vez devuelta de nuevo la nave a una rutina automática -aunque la misma exigiera su constante
supervisión-, Bowman tuvo tiempo para estudiar los informes e instrucciones enviados de Tierra. Una y
otra vez pasó el registro hecho cuando T.M.A.-1 saludó al alba por vez primera en tres millones de años.
Contempló moviéndose a su alrededor a las figuras con traje espacial, y casi sonrió ante su ridículo
pánico cuando el ingenio lanzó el estallido de su señal a las estrellas, paralizando sus radios con el puro
poder de su voz electrónica.
Desde aquel momento, la negra losa no había hecho nada más. Había sido cubierta y expuesta
cuidadosamente al sol... sin ninguna reacción. No se había hecho intento alguno por hendirla, en parte
por precaución científica, pero igualmente por temor a las posibles consecuencias.
El campo magnético que había conducido a su descubrimiento se había desvanecido después de
producirse aquella explosión electrónica. Quizá, teorizaban algunos expertos, ésta había sido originada
por una tremenda corriente circulante, fluyendo en un superconductor y portando así energía a través de
las edades mientras fue necesario. Parecía cierto que el monolito tenía alguna fuente interna de poder; la
energía solar que había absorbido durante su breve exposición no podía explicar la fuerza de su señal.
Un rasgo curioso, y quizá sin importancia, del bloque, había conducido a un interminable debate. El
monolito tenía tres metros de altura y por cinco palmos de corte transversal. Cuando fueron comprobadas
minuciosamente sus dimensiones, hallóse la proporción de 9 a 4 a 1... los cuadrados de los primeros tres
números enteros. Nadie podía sugerir una explicación plausible para ello, mas difícilmente podía ser una
coincidencia, pues las proporciones se ajustaban hasta los límites de precisión mensurable. Era un
pensamiento que semejaba un castigo, el de que la tecnología entera de la Tierra no pudiese modelar un
bloque, de cualquier material, con tal fantástico grado de precisión. A su modo, aquel pasivo aunque casi
arrogante despliegue de geométrica perfección era tan impresionante como cualesquiera otros atributos
de T.M.A.-1.
Bowman escuchó también, con interés curiosamente ausente, la trasnochada apología del Control de la
Misión sobre su programación. Las voces de la Tierra parecían tener un acento de justificación; podía
imaginar las recriminaciones que ya debían estar en curso progresivo entre quienes habían planeado la
expedición.
Tenían, desde luego, algunos buenos argumentos... incluyendo los resultados de un estudio secreto del
Departamento de Defensa, Proyecto BARSOOM, que había sido llevado a cabo por la escuela de
psicología de Harvard en 1989. En este experimento de sociología controlada, habíase asegurado a varias
poblaciones de ensayo que el género humano había establecido contacto con los extraterrestres. Muchos
de los sujetos probados estaban -con ayuda de drogas, hipnosis y efectos visuales- bajo la impresión de
que habían encontrado realmente a seres de otros planetas, de manera que sus reacciones fueron
consideradas como auténticas.
Algunas de esas reacciones habían sido muy violentas: existía, al parecer, una profunda veta de
xenofobia en muchos seres humanos por lo demás normales. Vista la crónica mundial de linchamientos,
pogroms y hechos similares, ello no debería haber sorprendido a nadie; sin embargo los organizadores
del estudio quedaron profundamente perturbados, no publicándose jamás los resultados del mismo. Los
cinco pánicos separados causados en el siglo XX como "La guerra de los mundos" de H.G.Wells,
reforzaban también las conclusiones del estudio...
A pesar de esos argumentos, Bowman se preguntaba si el peligro del choque cultural era la única
explicación del extremo secreto de la misión. Algunas insinuaciones hechas durante su instrucción,
sugerían que el bloque USA- URSS esperaba sacar tajada de ser el primero en entrar en contacto con
extraterrestres inteligentes. Desde su presente punto de vista, pensando en la Tierra como en una opaca
estrella casi perdida en el Sol, tales consideraciones parecían ahora ridículas.
Antes bien, estaba más interesado -aun cuando ahora fuese ya agua pasada- en la teoría expuesta para
justificar la conducta de Hal. Nadie estaría nunca seguro de la verdad, pero el hecho de que un 9.000 del
Control de la Misión hubiese sido inducido a una idéntica psicosis, y estuviera ahora sometido a una
profunda terapia, sugería que la explicación era la correcta. No podía cometerse de nuevo el mismo error;
pero el hecho de que los constructores de Hal hubiesen fallado por completo en comprender la psicología
de su propia creación, demostraba cuán diferente podía resultar establecer comunicación con seres
verdaderamente ajenos al hombre.
Bowman podía creer fácilmente en la teoría del doctor Simonson de que inconscientes sentimientos de
culpabilidad, motivados por sus conflictos de programa, habían sido la causa de que Hal intentara romper
su circuito con Tierra. Y le gustaba pensar -aun cuando ello no podría demostrarse nunca- que Hal no
tuvo intención alguna de matar a Poole. Había simplemente intentado destruir la evidencia. Pues en
cuanto se mostrase el estado de funcionamiento de la unidad A.E.-35, que había dado por fundida, sería
descubierta su mentira. Tras esto, y como cualquier torpe criminal atrapado en la cada vez más espesa
telaraña del embrollo, había sido presa del pánico.
Y el pánico era algo que Bowman comprendía, mejor de lo que deseara pues lo había experimentado dos
veces en su vida. La primera, de chico, al resultar casi ahogado por la resaca; la segunda, como
astronauta en entrenamiento, cuando un dispositivo defectuoso le había convencido de que se le agotaría
el oxígeno antes de ponerse a salvo.
En ambas ocasiones, había casi perdido el control de sus superiores procesos lógicos; en segundos se
había convertido en un frenético manojo de desbocados impulsos. Ambas veces había vencido, pero
sabía muy bien que cualquier hombre podía a veces ser deshumanizado por el pánico.
Y si ello podía suceder a un hombre, también pudo ocurrirle a Hal; y con este conocimiento comenzó a
esfumarse el encono y el sentimiento de traición que experimentaba hacia el computador. Ahora, en
cualquier caso, ello pertenecía a un pasado que estaba eclipsado por completo por la amenaza y la
promesa del desconocido futuro.
32 – Conceniente a los E.T.
Aparte de presurosas comidas en el tiovivo -por fortuna no habían resultado averiados los dispensadores-
Bowman vivía prácticamente en el puente de mando. Se retrepaba en su asiento, pudiendo así localizar
cualquier trastorno tan pronto como aparecieran sus primeros signos en la pantalla exhibidora. Siguiendo
instrucciones del Control de la Misión, había ajustado varios sistemas de emergencia que estaban
funcionado muy bien. Hasta parecía posible que él sobreviviese hasta que la Discovery alcanzara
Saturno, lo cual, desde luego, ella haría, estuviese o no él vivo.
Aunque tenía bastante tiempo para interesarse por las cosas, y el firmamento del espacio no fuese una
novedad para él, el conocimiento de lo que había al exterior de las portillas de observación le dificultaba
concentrarse siquiera en el problema de la supervivencia. Tal como estaba orientada la nave, la muerte se
agazapaba en la Vía Láctea, con sus nubes de estrellas tan atestadas que embotaban la mente. Allá
estaban las ígneas brumas de Sagitario, aquellos hirvientes enjambres de soles que ocultaban para
siempre el corazón de la Galaxia a la visión humana. Y la negra y ominosa mancha de la Vía Láctea,
aquel boquete en el espacio donde no lucían las estrellas. Y Alfa del Centauro, el más próximo de todos
los soles... la primera parada allende el Sistema Solar.
Aun cuando superada en brillo por Sirio y Canopus, era Alfa del Centauro la que atraía la mirada y la
mente de Bowman, mirase donde mirase en el espacio. Pues aquel firme punto brillante, cuyos rayos
habían tardado cuatro años en alcanzarle, había llegado a simbolizar los secretos debates que hacían furor
en la Tierra y cuyos ecos le llegaban de cuando en cuando.
Nadie dudaba que debía existir alguna conexión entre T.M.A.-1 y el sistema Saturniano, pero a duras
penas admitiría cualquier científico que los seres que habían erigido el monolito fuesen posiblemente
originarios de allí. Como albergue de vida, Saturno era todavía más hostil que Júpiter, y sus varias lunas
estaban heladas en un eterno invierno de trescientos grados bajo cero. Sólo una de ellas -Titán- poseía
una atmósfera, pero ésta era una tenue envoltura de ponzoñoso metano.
Así, quizá los seres que visitaron el satélite natural de la Tierra hacía tanto tiempo no eran simplemente
extraterrestres, sino extrasolares... visitantes de las estrellas, que habían establecido sus bases
dondequiera les convenía. Y esto planteaba simultáneamente otro problema: ¿podría cualquier
tecnología, por muy avanzada que estuviese, tender un puente sobre el espantoso abismo que se extendía
entre el Sistema Solar y el más próximo de los soles?
Muchos eran los científicos que negaban lisa y llanamente tal posibilidad. Argüían que la Discovery, la
nave más rápida jamás diseñada tardaría veinte mil años en llegar a Alfa del Centauro... y millones de
años para recorrer cualquier distancia apreciable en la Galaxia. Pero si, durante los siglos venideros,
mejoraban más allá de toda medida los sistemas de propulsión, toparían con la infranqueable barrera de
la velocidad de la luz, la cual no puede sobrepasar objeto material alguno. En consecuencia los
constructores de T.M.A.-1 debieron haber compartido el mismo Sol que el hombre; y puesto que no
habían hecho ninguna aparición en tiempos históricos, probablemente se habían extinguido.
Una minoría rehusaba este argumento. Aunque llevase siglos viajar de estrella en estrella, esto no podía
suponer obstáculo alguno a exploradores suficientemente determinados. La técnica de la hibernación,
empleada en la propia Discovery, era una respuesta posible. Otra era el mundo artificial, lanzándose a
viajes que podrían durar generaciones.
En cualquier caso, ¿por qué se debía suponer que todas las especies inteligentes eran de vida tan corta
como el hombre? Podía haber criaturas en el Universo para las cuales un viaje de mil años sólo
representase un pequeño inconveniente.
Estos argumentos, a pesar de ser teóricos, concernían a una cuestión de la mayor importancia práctica;
implicaban el concepto del "tiempo de reacción". Si T.M.A.-1, en efecto, había enviado una señal a las
estrellas -quizá con ayuda de algún otro ingenio situado en las proximidades de Saturno- esta no
alcanzaría su destino durante años. Por lo tanto, aun cuando fuese inmediata la respuesta, la Humanidad
tendría un lapso de respiro que ciertamente podría ser medido en décadas... más probablemente en siglos.
Para muchos, éste era un pensamiento tranquilizador.
Mas no para todos. Un puñado de científicos -pescadores de playa en las más salvajes orillas de la física
teórica- formulaban la inquietante pregunta: "¿Estamos seguros que la velocidad de la luz es una barrera
infranqueable?" Verdad era que la teoría de la Relatividad General había demostrado ser
extraordinariamente duradera, y estaría aproximándose pronto a su primer centenario; mas había
comenzado a mostrar unas cuantas grietas, y aun en el caso de que Einstein fuese inatacable, podía
soslayársele.
Quienes sustentaban este punto de vista hablaban esperanzadoramente de atajos de dimensiones
superiores, de líneas que eran más rectas que la recta, y de conectividad hiperespacial. Gustaban de
emplear una expresiva frase, acuñada por un matemático de Princeton en el pasado siglo: "Picaduras de
gusano en el espacio." A los críticos que sugerían que estas ideas eran demasiado fantásticas para ser
tomadas seriamente, se les recordaba el dicho de Niels Bohr: "Su teoría es insensata... mas no lo bastante
para ser verdadera."
Si había polémica entre los físicos, no era nada comparada con la surgida entre los biólogos, cuando
discutían el viejo problema: "¿Qué aspecto tendrían los extraterrestres inteligentes?" Se dividían en dos
campos opuestos... argumentando unos que dichos seres debían ser humanoides, y convencidos
igualmente los otros que "ellos" no se parecerían en nada a los seres humanos.
En abono a la primera respuesta estaban los que creían que el diseño de dos piernas, dos brazos, y
principales órganos sensoriales de superior calidad, era tan básico y tan sencillo que resultaba difícil
encontrar uno mejor. Desde luego, habría pequeñas diferencias como la de seis dedos en lugar de cinco,
piel o cabello de raro color, y peculiares rasgos faciales; pero la mayoría de los extraterrestres
inteligentes -en abreviatura generalmente empleada, los E.T.- serían tan similares al hombre, que podría
confundírseles con él, con poca luz o a distancia.
Este pensar antropomórfico era ridiculizado por otro grupo de biólogos, auténticos productos de la era
espacial que se sentían libres de los prejuicios del pasado. Señalaban que el cuerpo humano era el
resultado de millones de selecciones evolutivas, efectuadas por azar en el curso de períodos geológicos
dilatadísimos. En cualquiera de estos incontables momentos de decisión, el dado genético podía haber
caído de diferente manera, quizá con mejores resultados. Pues el cuerpo humano era una singular pieza
de improvisación, lleno de órganos que se habían desviado de una función a otra, no siempre con mucho
éxito... y que incluso contenía accesorios descartados, como el apéndice, que resultaban ya del todo
inútiles.
Había otros pensadores -Bowman lo hallaba así también- que sustentaban puntos de vista aun más
avanzados, no creían que seres realmente evolucionados poseyeran en absoluto un cuerpo orgánico. Más
pronto o más tarde, al progresar su conocimiento científico, se desembarazarían de la morada, propensa a
las dolencias y a los accidentes, que la naturaleza les había dado, y que los condenaban a una muerte
inevitable. Reemplazarían su cuerpo natural a medida que se desgastasen -o quizás antes- con
construcciones de metal o de plástico, logrando así la inmortalidad. El cerebro podría demorarse algo
como último resto del cuerpo orgánico, dirigiendo sus miembros mecánicos y observando el Universo a
través de sus sentidos electrónicos... sentidos mucho más finos y sutiles que aquellos que la ciega
evolución pudiera desarrollar jamás.
Hasta en la Tierra se habían dado ya los primeros pasos en esa dirección. Había millones de hombres,
que en otra época hubiesen sido condenados, que ahora vivían activos y felices gracias a miembros
artificiales, riñones, pulmones y corazones. A este proceso sólo cabía una conclusión... por muy lejana
que pudiera estar.
Y eventualmente, hasta el cerebro podría incluirse en él. No resultaba esencial como sede de la
conciencia, como lo había probado el desarrollo de la inteligencia electrónica. El conflicto entre mente y
máquina podía ser resuelto al fin en la tregua eterna de una perfecta simbiosis.
Mas, ¿era aun esto el fin? Unos cuantos biólogos inclinados a la mística, iban todavía más lejos. Atando
cabos con las creencias de las diversas religiones, especulaban que la mente terminaría por liberarse de la
materia. El cuerpo- robot, como el de carne y hueso, sería solamente un peldaño hacia algo que, hacía
tiempo, habían llamado los hombres "espíritu".
Y si más allá de esto había algo, su nombre sólo podía ser Dios.
33 – Embajador
Durante los últimos tres meses, David Bowman se había adaptado tan completamente a su solitario
sistema de vida, que le resultaba difícil recordar cualquier otra existencia. Había sobrepasado la
desesperación y la esperanza, y se había instalado en una rutina completamente automática, punteada de
crisis ocasionales cuando uno u otro sistema de la Discovery mostraba señales de funcionar mal.
Pero no había sobrepasado la curiosidad, y a veces el pensamiento de la meta hacia la cual se dirigía le
colmaba de una sensación de exaltación... y de un sentimiento de poder. No sólo era el representante de
la especie humana entera, sino que su acción, durante las próximas semanas, podía determinar el futuro
real de aquella. En toda la historia no se había producido jamás una situación semejante. El era el
embajador extraordinario -y plenipotenciario- de toda la Humanidad.
Ese conocimiento le ayudaba de muchas sutiles maneras. Le mantenía limpio y ordenado; por muy
cansado que estuviera nunca dejaba de afeitarse. Sabía que el Control de la Misión le estaba vigilando
estrechamente para ver si mostraba los primeros síntomas de cualquier conducta anormal; él estaba
decidido a que esa vigilancia fuera en vano... cuando menos en cuanto a cualquier síntoma serio.
Se daba cuenta de algunos cambios en sus normas de conducta; hubiese sido absurdo esperar otra cosa,
dadas las circunstancias. No podía soportar ya el silencio; excepto cuando estaba durmiendo o hablando
por el circuito Tierra, mantenía el sistema de sonido de la nave funcionando con tal sonoridad, que
resultaba casi molesto.
Al principio, como necesitaba la compañía de la voz humana, había escuchado obras teatrales clásicas
-especialmente de Shaw, Ibsen y Shakespeare- o lecturas poéticas, de la enorme biblioteca de
grabaciones de la Discovery. Pero los problemas que trataban le parecían tan remotos, o de tan fácil
solución con un poco de sentido común, que acabó por perder la paciencia con ellos.
Así pasó a la ópera... generalmente en italiano o alemán, para no ser distraído siquiera por el mínimo
contenido intelectual que la mayoría de las óperas presentaban. Esta fase duró dos semanas, antes que se
diese cuenta que el sonido de todas aquellas voces soberbiamente educadas eran sólo exacerbantes en su
soledad. Pero lo que finalmente remató este círculo fue la Misa de Réquiem de Verdi, que nunca había
oído interpretar en la Tierra. El "Deus Irae", retumbando con ominosa propiedad a través de la vacía
nave, le dejó destrozado por completo; y cuando las trompetas del juicio final resonaron en los cielos, no
pudo soportarlo más.
En adelante, sólo escuchó música instrumental. Comenzó con los compositores románticos, pero los
descartó uno por uno al hacerse demasiado opresivas sus efusiones sentimentales. Sibeluis, Tchaikovsky
y Berlioz duraron una semana, Beethoven bastante más. Finalmente halló la paz y el sosiego, como a
muchos les había sucedido, en la abstracta arquitectura de Bach, ocasionalmente mezclada con Mozart.
Y así la Discovery siguió su curso, resonando a menudo con la fría música del clavicordio, y con los
helados pensamientos de un cerebro que había sido polvo hacía cientos de años.
Incluso desde sus actuales dieciséis millones de kilómetros, Saturno aparecía ya más grande que la Luna
vista desde la Tierra. Era un magnífico espectáculo para el ojo desnudo; a través del telescopio, su visión
resultaba increíble.
El cuerpo del planeta podía haber sido confundido con el de Júpiter en uno de sus más sosegados trances.
Había allí las mismas bandas nubosas -si bien más pálidas y menos distintas que las del mundo
ligeramente más grande- y las mismas perturbaciones, del tamaño de continentes, moviéndose
lentamente a través de la atmósfera. Sin embargo, había una acusada diferencia entre los dos planetas;
hasta con una simple ojeada, resultaba obvio que Saturno no era esférico. Estaba tan achatado en los
polos, que a veces daba la impresión de una leve deformidad.
Pero la magnificencia de los anillos apartaba continuamente la mirada de Bowman del planeta; en su
complejidad de detalle y delicadeza de sombreado, eran un universo en sí mismo. Añadiéndose al
boquete principal entre los anillos interiores y exteriores, había por lo menos otras cincuenta
subdivisiones o linderos, donde se percibían distintos cambios en la brillantez del gigantesco halo del
planeta. Era como si Saturno estuviese rodeado por docenas de anillos concéntricos, todos tocándose
mutuamente, y todos tan lisos, que podrían haber sido cortados en el papel más fino posible. El sistema
de los anillos parecía una delicada obra de arte, un frágil juguete destinado a ser admirado pero nunca
tocado. Ni haciendo un gran esfuerzo de voluntad podía Bowman apreciar realmente su verdadera escala,
y convencerse que todo el planeta Tierra, de ser colocado allí, parecería la bola de un cojinete rodando en
torno al borde de una bandeja para la comida.
A veces surgía una estrella tras los anillos, perdiendo sólo un poco de su brillo al hacerlo. Continuaba
brillando a través de su translúcida materia... si bien a menudo titilaba levemente cuando la eclipsaban
algunos fragmentos mayores de restos en órbita.
En cuanto a los anillos, como era sabido desde el siglo XIX, no eran sólidos. Consistían en innumerables
miríadas de fragmentos..., restos quizá de un satélite que se había aproximado demasiado, siendo hecho
añicos por la atracción del gran planeta. Sea cual fuere su origen, la especie humana podía considerarse
afortunada por haber visto tal maravilla; podía existir sólo durante un breve lapso de tiempo en la historia
del Sistema Solar.
Ya en 1945, un astrónomo Británico había señalado que los anillos eran efímeros, pues las fuerzas
gravitatorias en acción los destruirían. Retrotrayendo ese argumento en el tiempo, se seguía por ende que
dichos anillos habían sido creados recientemente... hacía unos simples dos o tres millones de años.
Mas nadie había tenido nunca ni el más leve pensamiento en la singular coincidencia de que los anillos
de Saturno nacieron al mismo tiempo que la especie humana.
34 – El hilo orbital
La Discovery estaba ahora profundamente sumida en el vasto sistema de lunas, y el mismo gran planeta
se hallaba a menos de un día de viaje. Hacía tiempo que la nave había pasado el límite marcado por la
externa, Febe, retrogradando en una extravagante órbita excéntrica. Ante ella se encontraban ahora
Japeto, Hiperión, Titán, Rea, Dione, Tetis, Encélado, Mimas... y los propios anillos. Todos los satélites
mostraban confusos detalles de su superficie en el telescopio, y Bowman había retransmitido a la Tierra
tantas fotografías como pudo tomar. Sólo Titán -de casi cinco mil kilómetros de diámetro y tan grande
como el planeta Mercurio- ocuparía durante meses a un equipo de inspección; sólo podría darle, como a
todos sus fríos compañeros, la más breve de las ojeadas. No había necesidad de más; estaba ya
completamente seguro de que Japeto era realmente su meta.
Todos los demás satélites estaban marcados con los hoyos de ocasionales cráteres meteóricos -aunque
mucho menos que Marte- y mostraban aparentemente casuales formas de luz y sombra, con brillantes
puntos aquí y allá, que eran probablemente zonas de gas helado. Sólo Japeto poseía una distintiva
geografía, y por cierto muy rara. Un hemisferio del satélite -que, como sus compañeros, presentaba
siempre la misma cara hacia Saturno- era extremadamente oscuro y mostraba muy poco detalle de su
superficie. En completo contraste, el otro estaba dominado por un brillante óvalo blanco, de unos
seiscientos cincuenta kilómetros de longitud y algo más de trescientos de anchura. En aquel momento
sólo estaba a la luz del día parte de aquella sorprendente formación, pero la razón de la extraordinaria
variación en el albedo de Japeto resultaba ya obvia. En el lado de poniente de la órbita del satélite, la
brillante elipse daba la cara al Sol... y a la Tierra. En la fase de levante, la franja se desviaba, y sólo podía
ser observado el hemisferio pobremente reflejado.
La gran elipse era perfectamente simétrica, extendiéndose sobre el ecuador de Japeto con su eje mayor
apuntando hacia los polos, y era tan aguda que parecía como si alguien hubiese pintado esmeradamente
un inmenso óvalo blanco en la cara de la pequeña luna. Era completamente liso el tal óvalo, y Bowman
se preguntó si podía ser un lago de líquido helado... aun cuando ello apenas contaría para su
sobrecogedora apariencia artificial.
Pero tuvo poco tiempo para estudiar a Japeto en su camino hacia el corazón del sistema, pues se estaba
aproximando rápidamente al apogeo del viaje... la última maniobra de desviación de la Discovery. En el
transvuelo de Júpiter, la nave había utilizado el campo gravitatorio del planeta para aumentar su
velocidad. Ahora debía hacer la operación inversa; tenía que perder tanta velocidad como fuera posible,
si no quería escapar al Sistema Solar y volar hacia las estrellas. Su rumbo presente estaba destinado a ser
atrapada, de manera que se convirtiese en otra luna de Saturno, moviéndose a través de una exigua elipse
de poco más de tres millones de kilómetros de longitud. En su punto más próximo rozaría casi el planeta;
en el más lejano, tocaría la órbita de Japeto.
Los computadores de Tierra, aunque su información tenía siempre una demora de tres horas, habían
asegurado a Bowman que todo estaba en orden. La velocidad y la altitud eran correctas; no había nada
más que hacer hasta el momento de la mayor aproximación.
El inmenso sistema de anillos se hallaba ahora tendido en el firmamento, y la nave había rebasado ya su
borde extremo. Al mirarlos desde una altura de unos quince mil kilómetros, Bowman pudo ver por
intermedio del telescopio que los anillos estaban formados en gran parte por hielo, que destellaba y
relucía a la luz del Sol. Parecía estar volando sobre un glaciar que ocasionalmente se aclaraba para
revelar, donde debiera haber estado la nieve, desconcertantes vislumbres de noche y estrellas.
Al doblar la Discovery aún más hacia Saturno, el sol descendía lentamente hacia los múltiples arcos de
los anillos. Estos se habían convertido en un grácil puente de plata tendido sobre todo el firmamento;
aunque eran tan tenues, que sólo lograban empañar la luz del sol, sus miríadas de cristales la refractaban
y diseminaban en deslumbrante pirotecnia... Y al moverse el sol tras la deriva de una anchura de mil
quinientos kilómetros de hielo en órbita, pálidos fantasmas suyos marchaban y emergían a través del
firmamento que se llenaba de variables fulgores y resplandores. Luego el Sol de sumía bajo los anillos,
que lo enmarcaban con sus arcos, y cesaban los celestes fuegos de artificio.
Poco después, la nave penetró en la sombra de Saturno, al efectuar su mayor aproximación al lado
nocturno del planeta. Arriba brillaban las estrellas y los anillos; abajo se tendía un mar borroso de nubes.
No había ninguna de las misteriosas formas de luminosidad que habían resplandecido en la noche
Joviana; quizás era Saturno demasiado frío para tales exhibiciones. El abigarrado paisaje de nubes se
revelaba sólo por la espectral radiación reflejada desde los circulantes icebergs, iluminados aún por el
oculto Sol. Pero en el centro del arco había un boquete ancho y oscuro, semejante al arco que faltara a un
puente incompleto, y donde la sombra del planeta se tendía a través de sus anillos.
Se había interrumpido el contacto por radio con la Tierra, y no podía ser reanudado hasta que la nave
emergiera de la masa eclipsante de Saturno. Era quizá conveniente que Bowman se hallara ahora
demasiado ocupado para pensar en su soledad, súbitamente hechizada; durante las horas siguientes, en
todo momento estaría atareado en la comprobación de las maniobras de frenaje.
Tras sus meses de ociosidad, los propulsores comenzaron a expeler sus cataratas de kilómetros de
longitud de ígneo plasma. Volvió la gravedad, aunque brevemente, al ingrávido mundo del puente de
mando. Y cientos de kilómetros más abajo, las nubes de metano y de helado amoníaco, fulguraron con
una luminosidad que él no había visto nunca, al pasar la Discovery ante un fogoso y minúsculo Sol, a
través de la noche saturniana.
Al fin, asomó por delante el pálido alba; la nave, moviéndose ahora cada vez más lentamente, emergió al
día. No podría escapar más del Sol, ni siquiera de Saturno... pero aún se movía con bastante rapidez para
alzarse del planeta hasta rozar la órbita de Japeto, a más de tres millones de kilómetros de distancia.
Llevaría a la Discovery catorce días dar aquel salto, al navegar una vez más, aunque en sentido contrario,
a través de las trayectorias de todas las lunas interiores. Una por una cruzaría las órbitas de Mimas,
Encélado, Tetis, Dione, Rea, Titán, Hiperión, mundos portadores de nombres de dioses y diosas que se
desvanecieron sólo ayer, tal como se contaba allí el tiempo.
Luego encontraría a Japeto, y debía efectuar la reunión. Si fallaba ésta, volvería a caer hacia Saturno y
repetiría indefinidamente su elipse de 28 días.
No habría oportunidad de una segunda reunión, si la Discovery marraba este intento. La próxima vez,
Japeto se hallaría casi al otro lado de Saturno.
Verdad era que podían encontrarse de nuevo, cuando se cruzaran por segunda vez las órbitas de nave y
satélite. Pero ello había de acontecer tantos años más tarde que, sucediera lo que sucediese, Bowman
sabía que no sería testigo de ello.
35 – El ojo de Japeto
Al observar por primera vez Bowman a Japeto, aquel curioso parche elíptico de brillantez había estado
parcialmente en la sombra, iluminado sólo por la luz de Saturno. Ahora al moverse lentamente la luna a
lo largo de su órbita de 79 días, estaba emergiendo a la plena luz del día.
Al verla crecer, y mientras la Discovery se elevaba perezosamente hacia su inevitable destino, Bowman
se dio cuenta de una observación inquietante que le asaltaba. No lo mencionó nunca en sus
conversaciones -o más bien sus volanderos comentarios- con el Control de la Misión, pues habría
parecido que estaba ya sufriendo de alucinaciones.
Quizás, en verdad, lo estaba; pues se había convencido a medias que la brillante elipse emplazada sobre
el oscuro fondo del satélite era un oscuro ojo mirándole con fija mirada a medida que se aproximaba. Era
un ojo sin pupila, pues por parte alguna podía verse en él nada que cubriera su desnudez perfecta.
No fue hasta que la nave estuvo sólo a ochenta mil kilómetros, apareciendo Japeto tan grande como la
familiar Luna de la Tierra, que reparó en la tenue mota negra en el centro exacto de la elipse. Mas
entonces no había tiempo para ningún detallado examen, pues estaban ya encima las maniobras
terminales.
Por última vez, el propulsor principal de la Discovery liberó sus energías. Por última vez fulguró entre
las lunas de Saturno la furia incandescente de los agonizantes átomos. El lejano murmullo y el aumento
de impulso de los eyectores produjo en David Bowman una sensación de orgullo... y de melancolía. Los
soberbios motores habían cumplido su deber con impecable eficacia. Habían llevado la nave desde la
Tierra a Saturno; ahora funcionaban por última vez. Cuando la Discovery vaciara sus tanques de
combustible quedaría tan desamparada e inerte como cualquier cometa o asteroide, impotente prisionero
de la gravitación. Aun cuando la nave de rescate llegase a los pocos años, sería un problema económico
el rellenarla de combustible, para que pudiera emprender la vuelta a la Tierra. Sería un monumento,
orbitando eternamente, a los primeros días de la exploración planetaria.
Los miles de kilómetros se redujeron a cientos, y los indicadores de combustible descendieron
rápidamente hacia cero. Los ojos de Bowman se posaron reiteradamente y con ansia sobre el expositor de
la situación y las improvisadas cartas que ahora tenía que consultar para tomar una decisión efectiva.
Sería espantoso que, habiendo sobrevivido tanto, fallara la cita orbital por falta de algunos litros de
combustible...
Se desvaneció el silbido de los chorros al cesar el propulsor principal y sólo los verniers continuaron
impulsando suavemente en órbita a la Discovery. Japeto era ahora un gigantesco creciente que llenaba el
firmamento; hasta ese momento, Bowman había pensado siempre en él como un objeto minúsculo e
insignificante... como en realidad lo era, comparado con el mundo del que dependía. Ahora, al aparecer
amenazadoramente sobre él, le parecía enorme... un martillo cósmico dispuesto a aplastar como una
cáscara de nuez a la Discovery.
Japeto se estaba aproximando tan lentamente que apenas parecía moverse, resultando imposible prever el
momento exacto en que efectuaría el sutil cambio de cuerpo astronómico a paisaje situado sólo a ochenta
kilómetros más abajo.
Los fieles verniers lanzaron sus últimos chorros de impulso, y apagáronse luego para siempre. La nave
estaba en su órbita final, completando una revolución cada tres horas a unos mil trescientos kilómetros
por hora... toda la velocidad que era necesaria en aquel débil campo gravitatorio.
La Discovery se había convertido en satélite de un satélite.
36 – Hermano mayor
- Estoy volviendo a la parte diurna de nuevo, y es exactamente como informé en la última órbita. Este
lugar parece tener casi sólo dos clases de materia de superficie. Su negra costra parece quemada, casi
como carbón vegetal, y con la misma clase de textura en cuanto puedo juzgar por el telescopio. En efecto
me recuerda mucho a una tostada quemada...
"No puedo aún dar un sentido al área blanca. Comienza por un límite de una arista absolutamente aguda,
y no muestra detalle alguno de superficie. Incluso puede ser líquida... es bastante lisa. No se la impresión
que habrán sacado ustedes de los videos que he transmitido, pero si se imaginan un mar de leche helada,
tendrán exactamente la idea.
"Hasta puede haber algún gas pesado... No supongo que eso es imposible. A veces tengo la sensación de
que se está moviendo, muy lentamente, pero no puedo estar seguro...
"... Vuelvo a estar sobre la zona blanca, en mi tercera órbita. Esta vez espero pasar más cerca de aquella
marca que localicé en su mismo centro, cuando estaba en camino. De ser correctos mis cálculos, pasaré a
ochenta kilómetros de ella... sea lo que sea.
"... Si, hay algo delante, justo donde yo calculé. Se está alzando sobre el horizonte... y también Saturno,
casi en la misma cuarta del firmamento. Voy a dirigir allá el telescopio.
"¡Hola! Tiene el aspecto de una especie de edificio -completamente negro- muy difícil de apreciar. No
presenta ventanas ni otros rasgos. Sólo una gran losa vertical... debe tener una altura de por lo menos
kilómetro y medio, para ser visible desde esta distancia... Me recuerda algo... desde luego... ¡es
exactamente como el objeto que hallaron ustedes en la Luna! Es el hermano mayor de T.M.A.-1.
37 – Experimento
Se la podría llamar la Puerta de las Estrellas.
Durante tres millones de años, ha girado en torno a Saturno, en espera de un momento del destino que
quizás nunca llegue. En su queacer una luna fue hecha añicos, y orbitan aún los restos de su creación.
Ahora estaba finalizando la larga espera, en otro mundo aún, había nacido la inteligencia, y estaba
escapando de su cuna planetaria. Un antiguo experimento estaba a punto de alcanzar su apogeo.
Quienes habían comenzado este experimento, hacía tanto tiempo, no habían sido hombres... ni siquiera
remotamente humanos. Pero eran de carne y sangre, y cuando tendían la vista hacia las profundidades del
espacio, habían sentido temor, admiración y soledad. Tan pronto como poseyeron el poder, emprendieron
el camino a las estrellas.
En sus exploraciones, encontraron vida en diversas formas, y contemplaron los efectos de la evolución en
mil mundos. Vieron cuán a menudo titilaban y morían en la noche cósmica las primeras chispas débiles
de la inteligencia.
Y debido a que en toda la Galaxia no habían encontrado nada más precioso que la mente, alentaron por
doquier su amanecer. Se convirtieron en granjeros en los campos de las estrellas; sembraron, y a veces
cosecharon.
Y a veces desapasionadamente, tenían que escardar.
Los grandes dinosaurios habían perecido tiempo ha, cuando la nave de exploración entró en el Sistema
Solar tras un viaje que duraba ya mil años. Pasó rauda ante los helados planetas exteriores, hizo una
breve pausa ante los desiertos del agonizante Marte, y contempló después la Tierra.
Extendido ante ellos, los exploradores vieron un mundo bullendo de vida. Durante años estudiaron,
seleccionaron, catalogaron. Cuando supieron todo lo que pudieron, comenzaron a modificar.
Interfiriendo en el destino de varias especies, en tierra y en el océano. Mas no podían saber cuando
menos hasta dentro de un millón de años cuál de sus experimentos tendría éxito.
Eran pacientes, pero no inmortales. Había mucho por hacer en este Universo de cien mil millones de
soles, y otros mundos los llamaban. Así, pues, volvieron a penetrar en el abismo, sabiendo que nunca
más volverían.
Ni había ninguna necesidad de que lo hicieran. Los servidores que habían dejado harían el resto.
En la Tierra, vinieron y se fueron los glaciares, mientras sobre ellos la inmutable Luna encerraba aún su
secreto. Con un ritmo aún más lento que el hielo polar, las mareas de la civilización menguaron y
crecieron a través de la Galaxia. Extraños bellos y terribles imperios se alzaron y cayeron, transmitiendo
sus conocimientos a sus sucesores.
No fue olvidada la Tierra, pero otra visita serviría de poco. Era uno más de un millón de mundos
silenciosos, pocos de los cuales podrían nunca hablar.
Y ahora, entre las estrellas, la civilización estaba dirigiéndose hacia nuevas metas. Los primeros
exploradores de la tierra habían llegado hacía tiempo a los límites de la carne y la sangre; tan pronto
como sus máquinas fueran mejores que sus cuerpos, sería el momento de moverse. Trasladaron a nuevos
hogares de metal y plástico sus cerebros y luego sus pensamientos.
En esos hogares erraban entre las estrellas. No construían ya naves espaciales. Ellos eran naves
espaciales.
Pero la era de los entes- máquina pasó rápidamente. En su incesante experimentación, habían aprendido a
almacenar el conocimiento en la estructura del propio espacio, y a conservar sus pensamientos para la
eternidad en heladas celosías de luz. Podían convertirse en criaturas de radiación, libres al fin de la
tiranía de la materia.
Por ende se transformaban actualmente en pura energía: y en mil mundos, las vacías conchas que habían
desechado se contraían en una insensata danza de muerte, desmenuzándose luego en herrumbre.
Ahora eran los señores de la Galaxia, y estaban más allá del alcance del tiempo. Podían vagar a voluntad
entre las estrellas, y sumirse como niebla sutil a través de los intersticios del espacio. Mas a pesar de sus
poderes, semejantes a los de los dioses, no habían olvidado del todo su origen, en el cálido limo de un
desaparecido mar.
Y seguían aún los experimentos que sus antepasados habían comenzado hacía ya mucho tiempo.
38 – El centinela
- El aire de la nave se está viciando del todo, y la mayor parte del tiempo me duele la cabeza. Hay
todavía mucha cantidad de oxígeno, pero los purificadores no limpiaron nunca realmente todo el
revoltijo, después de que los líquidos de a bordo comenzaron a hervir en el vacío. Cuando las cosas van
demasiado mal, bajo al garaje y extraigo algo de oxígeno puro de las cápsulas...
"No ha habido reacción alguna a cualquiera de mis señales y debido a mi inclinación orbital, me aparto
cada vez más de T.M.A.-1; les diré de paso que el nombre que ustedes le han dado es doblemente
inadecuado... pues aún no hay muestra alguna de un campo magnético.
"Por el momento, mi aproximación mayor es de cien kilómetros; aumentará a unos ciento sesenta cuando
Japeto gire debajo de mí, y luego descenderá a cero. Pasaré directamente sobre el objeto dentro de treinta
días..., pero es demasiada larga la espera, y de todos modos entonces se encontrará él en la oscuridad.
"Aún ahora, sólo es visible durante escasos minutos, antes de descender de nuevo bajo el horizonte. Es
una verdadera lástima que no pueda hacer ninguna observación seria.
"Así, pues, me complacería que aprobaran ustedes el plan siguiente: las cápsulas espaciales tienen unas
amplias alas en delta para poder efectuar un contacto y un regreso a la nave. Deseo, pues, utilizarlas y
efectuar una próxima inspección del objeto. Si parece seguro, aterrizaré junto a él... o hasta encima.
"La nave se hallará aún sobre mi horizonte mientras yo desciendo, de manera que podré retransmitirlo
todo a ustedes. Informaré nuevamente en la siguiente órbita, por lo que mi contacto estará interrumpido
durante más de noventa minutos.
"Estoy convencido que lo expuesto es la única cosa que cabe hacer. He recorrido mil quinientos millones
de kilómetros... y no desearía verme detenido por los últimos cien.
Durante semanas, en su continua observación hacia el Sol con sus extraños sentidos, la Puerta de las
Estrellas había vigilado la nave que se aproximaba. Sus creadores la habían preparado para muchas
cosas, y ésta era una de ellas. Reconoció lo que venía ascendiendo hacia ella desde el encendido corazón
del Sistema Solar.
Observó y anotó, pero no emprendió acción alguna cuando el visitante refrenó su velocidad con chorros
de incandescente gas. Sintió ahora el suave toque de radiaciones, intentando escudriñar sus secretos, y
aún no hizo nada.
Ahora estaba la nave en órbita, circulando a baja altura sobre aquella extraña luna. Comenzó a hablar,
con ráfagas de radioondas, contando los primeros números de 1 a 11. No tardaron éstos en dar paso a
señales más complejas, en varias frecuencias... rayos ultravioleta, infrarrojos y X. La Puerta de las
Estrellas no respondió nada; pues nada tenía que decir.
Hubo una prolongada pausa antes de que observara que algo estaba descendiendo hacia ella de la nave en
órbita. Investigó sus memorias, y los circuitos lógicos tomaron sus decisiones, de acuerdo con las
órdenes que tiempo ha le fueran dadas.
Bajo la fría luz de Saturno, en la Puerta de las Estrellas, se despertaron sus adormilados poderes.
39 – Dentro del ojo
La Discovery aparecía lo mismo que la viera últimamente desde el espacio, flotando en la órbita lunar
con la Luna cubriendo la mitad del firmamento. Quizás había un ligero cambio, no podía estar seguro,
pero algo de la pintura de su rotulado externo, que mencionaba el objeto de varias escotillas, conexiones,
clavijas umbilicales y otros artilugios, se había desvanecido durante su prolongada exposición al Sol sin
resguardo.
Este era ahora un objeto que nadie hubiese reconocido. Era demasiado brillante para ser una estrella, pero
se podía mirar directamente a su minúsculo disco sin molestia. No daba calor en absoluto; al tender
Bowman sus manos desenguantadas a sus rayos cuando atravesaban la ventana espacial, no sentía nada
sobre su piel. Igual podía haber estado calentándose a la luz de la Luna; ni siquiera el extraño paisaje de
ochenta kilómetros más abajo le recordaba más vívidamente la remota lejanía en que se encontraba de la
Tierra.
Y ahora estaba abandonando, quizá por última vez, el mundo de metal que había sido su hogar durante
tantos meses. Aunque no volviese nunca, la nave continuaría cumpliendo con su deber, emitiendo
lecturas de instrumentos a la Tierra, hasta que se produjese alguna avería fatal y catastrófica en sus
circuitos.
¿Y si volvía él? En tal caso, podría mantenerse con vida y quizá hasta cuerdo, durante unos cuantos
meses más. Pero esto era todo, pues los sistemas de hibernación eran inútiles sin ningún computador para
instruirlos. No podría posiblemente sobrevivir hasta que la Discovery II verificara su reunión con Japeto,
dentro de unos cuatro o cinco años.
Desechó estos pensamientos, al alzarse frente a él el áureo creciente de Saturno. En toda la historia, él era
el único hombre que había disfrutado de aquella vista. Para todos los demás ojos, Saturno había mostrado
siempre su disco completo iluminado, vuelto del todo hacia el sol. Ahora era un delicado arco, con los
anillos formando una tenue línea a través de él... como una flecha a punto de ser disparada a la cara del
mismo Sol.
También se encontraba en la línea de los anillos la brillante estrella Titán, y los más débiles centelleos de
las otras lunas. Antes de que transcurriera el siglo, los hombres las habrían visitado todas; más él nunca
sabría los secretos que pudieran encerrar.
El agudo límite del ciego y blanco ojo estaba ahora dirigiéndose hacia él; estaba sólo a ciento cincuenta
kilómetros, y estaría sobre su objetivo en menos de diez minutos. ¡Cómo deseaba que hubiese algún
modo de saber si sus palabras estaban alcanzando la Tierra, que se hallaba a hora y media a la velocidad
de la luz! Sería una tremenda ironía si, debido a cualquier avería en el sistema de retransmisión,
desapareciera él silenciosamente, sin que nadie supiese jamás lo que le había sucedido.
La Discovery seguía mostrándose como una brillante estrella en el negro firmamento, allá arriba. Seguía
adelante mientras él ganaba velocidad durante su descenso, pero pronto los chorros de frenaje de la
cápsula moderarían su velocidad y la nave seguiría hasta perderse de vista... dejándolo solo en aquella
reluciente llanura, con el oscuro misterio que se alzaba en su centro.
Un bloque de ébano estaba ascendiendo sobre el horizonte, eclipsando las estrellas. Hizo girar la cápsula
mediante sus giróscopos, y empleó el impulso total para interrumpir su velocidad orbital. Y en largo y
liso arco, descendió hacia la superficie de Japeto.
En un mundo de superior gravedad, la maniobra hubiese supuesto un excesivo despilfarro de
combustible. Pero aquí, la cápsula espacial pesaba sólo diez kilos; disponía de varios minutos para
permanecer en suspensión antes de gastar demasiado su reserva, quedando varado sin esperanza alguna
de retorno a la Discovery, aún en órbita. Mas ello poco importaba en realidad, a fin de cuentas...
Su altitud era todavía de unos ocho kilómetros y estaba dirigiéndose en derechura hacia la inmensa masa
oscura que se elevaba con tan geométrica perfección sobre la llanura, desprovista de rasgos
característicos. Era tan desnuda como la blanca y lisa superficie de abajo; hasta ahora no había apreciado
cuan enorme era realmente. Había muy pocos edificios en la Tierra tan grandes como ella; sus
fotografías, minuciosamente medidas, señalaban una altura de casi seiscientos sesenta metros. Y por lo
que podía juzgarse, sus proporciones eran precisamente las mismas de T.M.A.-1, aquella curiosa relación
de 1 a 4 a 9.
- Estoy a sólo cinco kilómetros ahora, manteniendo la altitud a mil trescientos metros. No aparece aún
ningún signo de actividad... nada en ninguno de los instrumentos. Las caras parecen absolutamente
suaves y pulida. ¡De seguro que cabría esperar algún impacto de meteorito al cabo de tanto tiempo!
"Y no hay resto alguno de... lo que supongo se podría llamar el techo. Tampoco ninguna señal de
cualquier abertura. Esperaba que pudiera haber alguna manera de...
"Ahora estoy directamente sobre ella, cerniéndome a ciento sesenta metros. No quiero desperdiciar nada
de tiempo, pues la Discovery estará pronto fuera de mi alcance. Voy a aterrizar. Seguramente el suelo es
bastante sólido... si no lo es me haré trizas al instante.
"Esperen un minuto, esto es raro... La voz de Bowman se apagó en un silencio de máximo aturdimiento.
No es que se hubiese alarmado, sino que no podía literalmente describir lo que estaba viendo.
Había estado suspendido sobre un gran rectángulo liso, de unos doscientos cincuenta metros de largo por
sesenta y cinco de ancho, hecho de algo que parecía tan sólido como la roca. Mas ahora aquello parecía
retroceder ante él; era exactamente como una de esas ilusiones ópticas, cuando un objeto tridimensional
puede, por un esfuerzo de la voluntad parecer volverse de dentro afuera..., intercambiándose de súbito
sus partes, próxima y distante.
Eso es lo que estaba ocurriendo a aquella inmensa y aparentemente sólida estructura. De manera
imposible, increíble, ya no era un monolito elevándose sobre la lisa llanura. Lo que había parecido ser su
techo se había hundido a profundidades infinitas; por un fugaz momento, le pareció como si estuviera
mirando a su fuste vertical... un canal rectangular que desafiaba las leyes de la perspectiva, pues su
tamaño no disminuía con la distancia.
El ojo de Japeto había guiñado, como si quisiera quitarse una mota de polvo. David Bowman tuvo el
tiempo justo para una frase cortada, que los hombres que esperaban en Control de la Misión, a mil
quinientos millones de kilómetros de allí, no habrían de olvidar jamás en el futuro:
- El objeto es hueco... y sigue, y sigue... y... oh, Dios mío... ¡está lleno de estrellas!
40 – Salida
La puerta de las Estrellas se abrió. La puerta de las Estrellas se cerró.
En un lapso de tiempo demasiado breve para poder ser medido, el espació giró, y se torció sobre sí
mismo.
Luego Japeto quedóse solo una vez más, como lo había estado durante tres millones de años... solo,
excepto por una nave abandonada pero aún no desamparada, que seguía enviando a sus constructores
mensajes que no podían creer ni comprender.
VI – A TRAVES DE LA PUERTA DE LAS ESTRELLAS
41 – Gran central
No había sensación alguna de movimiento, pero estaba cayendo hacia aquellas imposibles estrellas que
titilaban en el oscuro corazón de una luna. No... estaba seguro de que no era allí donde realmente
estaban. Deseaba, ahora que ya era demasiado tarde, haber prestado más atención a aquellas teorías del
hiperespacio, de conductos tridimensionales. Para David Bowman no eran ya teorías.
Quizá estuviera hueco aquel monolito de Japeto; o acaso el techo era sólo una ilusión, o una especie de
diafragma que se había abierto para dejarle paso (¿Pero, a qué?). Tanto como podía fiar en sus sentidos,
le parecía estar cayendo verticalmente por un inmenso pozo rectangular, de más de mil metros de
profundidad. Estaba moviéndose cada vez más rápidamente... pero el distante final no cambiaba nunca de
tamaño, y permanecía siempre a la misma distancia de él.
Sólo las estrellas se movían, al principio tan lentamente que pasó algún tiempo antes de que se percatase
de que se escapaban fuera del marco que las contenía. Pero en un instante, fue evidente que el campo de
estrellas estaba extendiéndose, como si se precipitara hacia él a velocidad inconcebible. Era una
expansión no- lineal; las estrellas del centro apenas parecían moverse, mientras que las de la esquina
aceleraban cada vez más, hasta convertirse en regueros luminosos antes de desaparecer de la vista.
Había siempre otras que las reemplazaban, fluyendo en el centro del campo de una fuente al parecer
inextinguible. Bowman se preguntó que pasaría si una estrella viniera en derechura hacia él: ¿continuaría
expandiéndose mientras se zambullía él en la cara de un sol? Mas ninguna llegó lo bastante cerca como
para mostrar su disco; todas terminaban por virar a un lado, y dejaban su reguero sobre el borde de su
marco rectangular.
Y aún seguía sin aproximarse al final del pozo. Era como si las paredes se estuvieran moviendo con él,
transportándolo a su desconocido destino. O quizá estaba él realmente sin movimiento, y era el espacio
que se movía ante él...
No era sólo el espacio, se percató de súbito, lo que participaba en lo que le estaba sucediendo. También
el reloj del pequeño panel instrumental de la cápsula se estaba comportando de una manera muy extraña.
Normalmente, los números de la casilla de las décimas de segundo cambiaban con tanta rapidez que era
casi imposible leerlos; ahora estaban apareciendo y desapareciendo a discretos intervalos, y podía
contarlos uno por uno sin dificultad. Los mismos segundos pasaban con increíble lentitud, como si el
propio tiempo se hubiese retardado y fuera a detenerse. Finalmente, el contador de las décimas de
segundo se detuvo entre 5 y 6.
Sin embargo, él podía aún pensar, y hasta observar cómo las paredes de ébano se deslizaban a una
velocidad que podía haber sido entre cero y un millón de veces la de la luz. Como fuera, no se sintió
sorprendido ni alarmado en lo más mínimo. Por el contrario, experimentó una sensación de tranquila
expectativa, tal como la conociera cuando los médicos del espacio lo probaron con drogas alucinógenas.
El mundo que le rodeaba era extraordinario y maravilloso, mas no había en él nada que temer. Había
viajado aquellos millones de kilómetros en busca de misterio; y ahora, al parecer, el misterio estaba
yendo a él.
El rectángulo de enfrente se estaba haciendo más luminoso, y los regueros de las estrellas palidecían
contra un firmamento lechoso, cuya brillantez aumentaba a cada momento. Parecía como si la cápsula
espacial se dirigiera a un banco de nubes, uniformemente iluminado por los rayos de un sol invisible.
Estaba emergiendo del túnel. El distante extremo, que hasta entonces había permanecido a aquella misma
distancia indeterminada, ni aproximándose ni alejándose, había comenzado de súbito a obedecer las leyes
normales de la perspectiva. Estaba haciéndose más próximo y ensanchándose constantemente ante él. Al
mismo tiempo, sintió que estaba moviéndose hacia arriba, y por un fugaz instante se preguntó si no
habría caído a través de Japeto y estaría ahora ascendiendo del otro lado. Mas aún antes de que la cápsula
espacial se remontara al claro, supo que aquel lugar no tenía nada que ver con Japeto, o con cualquier
mundo al alcance de la experiencia del hombre.
No había allí atmósfera, pues podía ver todos los detalles sin empañamiento, nítidos hasta un horizonte
increíblemente remoto y liso. Debía hallarse sobre un mundo de enorme tamaño... quizá mucho más
grande que la Tierra. Sin embargo, a pesar de su extensión, toda la superficie que podía ver Bowman
estaba cubierta por formas evidentemente artificiales que debían de tener kilómetros de lado. Era como el
rompecabezas de un gigante que jugara con planetas; y en los centros de muchos de aquellos cuadrados,
triángulos y polígonos, había las bocas de pozos negros... gemelos de la sima de la que acababa de
emerger.
Sin embargo, el firmamento de encima era aún más extraño -y a su modo de ver, más inquietante- que la
improbable tierra que había bajo él. Pues no tenía ninguna estrella, ni tampoco la negrura del espacio.
Presentaba sólo una lechosidad de suave resplandor, que producía la impresión de infinita distancia.
Bowman recordó una descripción que oyera de la tremenda lividez del Antártico: "Es como estar dentro
de una pelota de ping-pong." Aquellas palabras podían ser perfectamente aplicadas a aquel fantasmal
paraje, pero la explicación debía ser del todo diferente. Aquel firmamento no podía ser el efecto
meteorológico de la niebla y la nieve; aquí había un perfecto vacío.
Luego, al irse acostumbrando los ojos de Bowman al nacarado resplandor que llenaba los cielos, se dio
cuenta de otro detalle. El firmamento no se hallaba, como lo creyera a la primera ojeada, completamente
vacío. Sobre su cabeza, inmóviles y formando dibujos al parecer casuales, había miríadas de minúsculas
motitas negras.
Resultaba difícil verlas, pues eran simples puntos de oscuridad, pero una vez detectadas eran
inconfundibles. A Bowman le recordaron algo... algo tan familiar, aunque tan insensato, que rehusó
aceptar el paralelismo, hasta que la lógica le obligó a ello.
Aquellos blancos boquetitos en el negro firmamento eran estrellas; podía haber estado contemplando un
negativo de la Vía Láctea.
¿Dónde estoy, en nombre de Dios?, se preguntó Bowman; y hasta al hacerse la pregunta, tuvo la
seguridad de que jamás podría conocer la respuesta. Parecía como si el espacio se hubiera vuelto de
dentro a afuera: aquel no era lugar para el hombre. Aunque en el interior de la cápsula hacía un calor
confortable, sintió frío de súbito, y fue atacado por un temblor casi indominable. Deseó cerrar los ojos y
descartar la perlada nada que le rodeaba; pero eso sería el acto de un cobarde, y no quería ceder ante él.
El horadado y facetado planeta rodaba lentamente bajo él, sin cambio alguno real de escenario. Calculó
que estaría unos quince kilómetros de su superficie, y hubiera podido ver fácilmente cualesquiera signos
de vida. Pero aquel mundo estaba totalmente desierto; la inteligencia había llegado allí, marcado en él la
impronta de su voluntad, y se había ido de nuevo.
Luego, divisó formando una giba en la lisa llanura a unos treinta kilómetros, una pila toscamente
cilíndrica de restos que sólo podían ser el esqueleto de una gigantesca nave. Estaba demasiado distante
de él para distinguir detalles, y desaparecieron de vista en unos segundos, pero pudo percibir nervaduras
rotas y láminas de metal opacamente relucientes, que habían sido parcialmente peladas como la piel de
una naranja. Se preguntó cuantos miles de años debió yacer aquel pecio en aquel desierto tablero de
ajedrez y que especie de seres lo habían tripulado, navegando entre las estrellas.
Olvidó luego el pecio, pues había algo alzándose sobre el horizonte.
Al principio pareció como un disco plano, pero ello era debido a que estaba dirigiéndose casi
directamente hacia él. Al aproximarse y pasar por debajo, vio que tenía forma ahusada, y varias decenas
de metros de longitud. Aunque a lo largo de ésta eran débilmente visibles unas bandas, aquí y allá,
resultaba difícil enfocarlas, pues el objeto parecía estar vibrando, o quizá girando a muy rápida
velocidad.
Una afilada punta remataba ambos extremos del objeto, no percibiéndose ningún signo de propulsión.
Sólo una cosa de él era familiar a los ojos humanos: su color. Si en verdad era un artefacto sólido, y no
un espejismo, entonces sus constructores compartían quizás algunas de las emociones de los hombres.
Más ciertamente no compartían sus limitaciones, pues el huso parecía estar hecho de oro.
Bowman miró por el sistema retrovisor, para ver cómo se hundía por detrás el objeto, que había hecho
caso omiso de su presencia; y ahora vio que estaba descendiendo hacia una de aquellas miles de grandes
hendiduras y, segundos después, desapareció en un fogonazo final áureo al zambullirse en el planeta. Y
él volvía a estar solo, bajo aquel siniestro firmamento, y la sensación de aislamiento y remoto
alejamiento fue más abrumadora que nunca. Luego vio que también él estaba hundiéndose hacia la
abigarrada superficie del gigantesco mundo, y que otro de los abismos rectangulares se abría como una
boca, inmediatamente bajo él. El vacío firmamento se cerró sobre su cabeza, el reloj se inmovilizó, y una
vez más su cápsula fue cayendo entre infinitas paredes de ébano, hacia otro distante retazo de estrellas.
Mas ahora estaba seguro de no estar volviendo al Sistema Solar, y en un ramalazo de atisbo que podía
haber sido totalmente falso, supo lo que seguramente debía ser aquel objeto.
Era una especie de aparato conmutador cósmico, que hacía pasar el tránsito de las estrellas a través de
inimaginables dimensiones de espacio y tiempo. El estaba pasando, pues, a través de la Gran Estación
Central de la Galaxia.
42 – El firmamento extraterrestre
Muy lejos, al frente, las paredes de la hendidura se estaban haciendo confusamente visibles de nuevo, a la
débil luz que se difundía hacia abajo, procedente de alguna fuente oculta aún. Y luego la oscuridad
rasgóse bruscamente, al lanzarse la cápsula espacial hacia arriba, en dirección a un firmamento
constelado de estrellas.
Se encontraba, pues, de nuevo en el espacio, pero una simple ojeada le dijo que estaba a siglos luz de la
Tierra. Ni siquiera intentó encontrar ninguna de las familiares constelaciones que desde el comienzo de la
historia habían sido amigas del hombre, quizá ninguna de las estrellas que destellaban alrededor suyo
había sido jamás contemplada por el ser humano a simple vista.
La mayoría de ellas estaban concentradas en un resplandeciente cinturón, cortado acá y allá por franjas
de oscurecedor polvo cósmico, que daba la vuelta completamente al firmamento. Era como la Vía
Láctea, pero docenas de veces más brillante; Bowman se preguntó si sería su propia Galaxia, vista desde
un punto más próximo a su rutilante y atestado centro.
Esperaba que lo fuera, en tal caso no se hallaría tan lejos de casa. Pero al punto se dio cuenta de que este
era un pueril pensamiento. Se encontraba tan inconcebiblemente lejos del Sistema Solar, que suponía
poca diferencia que se hallase en su propia Galaxia, o en la más distante que cualquier telescopio hubiera
vislumbrado.
Miró hacia atrás, para ver la cosa de la que estaba elevándose, y experimentó otra conmoción. No había
allí un mundo gigante de múltiples facetas, ni cualquier duplicado de Japeto. No había nada... excepto
una sombra, negra como la tinta sobre las estrellas, como una puerta que se abriese de una estancia
oscurecida a una noche más oscura aún. Mientras la contemplaba, la puerta se cerró. No se retiró ante él,
sino que se llenó lentamente con estrellas, como si hubiese sido reparada una grieta en la fábrica del
espacio. Luego quedó sólo bajo el cielo extraterrestre.
La cápsula espacial estaba girando lentamente, y al hacerlo, presentaba a su vista nuevas maravillas. Fue
primero un enjambre estelar perfectamente esférico, cuyas estrellas se apiñaban más y más hacia el
centro, hasta convertir su corazón en un eterno fulgor. Sus bordes exteriores estaban mal definidos... un
halo de soles que se atenuaba lentamente, emergiendo imperceptiblemente sobre el fondo de estrellas
más distantes.
Aquella magnífica aparición, Bowman lo sabía, era un cúmulo globular. Estaba contemplando algo que
ningún ojo humano había visto jamás sino como un borrón luminoso en el campo de un telescopio. No
podía recordar la distancia del más cercano cúmulo conocido, pero estaba seguro que no había ninguno
en un radio de mil años- luz del Sistema Solar.
La cápsula continuaba su lenta rotación, para revelar una vista más rara, un inmenso sol rojo varias veces
mayor que la Luna vista desde la Tierra. Bowman pudo mirar su cara sin molestia; a juzgar por su color
no era más caliente que un carbón incandescente. Acá y allá, encajados en el sombrío rojo, había ríos de
brillante amarillo... incandescentes Amazonas, serpeando por meandros de millones de kilómetros antes
de perderse en los desiertos de aquel agonizante sol.
¿Agonizante? No... esa era una impresión totalmente falsa, nacida de la experiencia humana y de las
emociones despertadas por las tonalidades de las pinceladas de las puestas de sol, o el resplandor de los
evanescentes rescoldos. Era una estrella que había dejado tras de sí las ardientes extravagancias de su
juventud, había recorrido los violetas, azules y verdes del espectro en unos cuantos y fugaces miles de
millones de años, y se había instalado ahora en una pacífica madurez de inimaginable duración. Todo
cuanto había sucedido antes no era ni una milésima de lo que estaba por venir; la historia de esa estrella
apenas había comenzado.
La cápsula había dejado de girar, el gran sol rojo se hallaba directamente enfrente de ella. Aunque no
había sensación alguna de movimiento, Bowman sabía que estaba aún bajo el poder de una fuerza que lo
había llevado allí desde Saturno. Toda la habilidad y pericia ingenieril de la Tierra parecía ahora
desoladoramente primitiva ante los poderes que le estaban llevando ante un inimaginable sino.
Miró con fijeza al firmamento de enfrente, intentando descubrir la meta a la que estaba siendo llevado...
quizás algún planeta en órbita alrededor de aquel gran sol. Mas no había nada allí que mostrase cualquier
disco visible o una excepcional brillantez; si había planetas en órbita no podía distinguirlos sobre el
fondo estelar.
Diose cuenta de pronto que algo raro estaba sucediendo en el mismo borde del disco solar carmesí. Había
aparecido allí un blanco fulgor, cuyo brillo aumentaba rápidamente, se preguntó si estaba viendo una de
aquellas súbitas explosiones o fogonazos, que perturban a la mayoría de las estrellas de vez en cuando.
La luz se hizo más brillante y azul, comenzando a esparcirse a lo largo del borde del sol, cuyas
tonalidades rojo sangre palidecieron rápidamente por el contraste. Era casi, se dijo Bowman, sonriendo
ante lo absurdo del pensamiento, como si estuviera contemplando alzarse el sol... en un sol.
Y así era, en verdad. Sobre el inflamado horizonte se alzaba algo no más grande que una estrella, pero
tan brillante que el ojo no podía soportarlo. Un simple punto de radiación blanquiazul, como la de un
arco voltaico, estaba moviéndose a gran velocidad a través de la cara del gran sol. Debía de hallarse muy
próximo a su gigantesco compañero, pues inmediatamente debajo de él, arrastrado hacia arriba por su
tirón gravitatorio se alzaba una columna ígnea de miles de kilómetros de altura. Era como si la ola de una
marea de fuego discurriese constante a lo largo del ecuador de aquella estrella, en vana persecución de la
extraña aparición que cruzaba a gran velocidad por su firmamento.
Aquella cabeza de alfiler de incandescencia debía ser una Enana Blanca... una de aquellas extrañas y
fogosas estrellitas no mayores que la Tierra, pero que tenían un millón de veces su masa. No eran raras
tan mal aparejadas parejas estelares, pero Bowman no soñó siquiera jamás que un buen día estaría
contemplando un par de ellas con sus propios ojos.
La Enana Blanca había cruzado casi la mitad del disco de su compañera -debía necesitar sólo minutos
para describir una órbita completa-, cuando Bowman estuvo por fin seguro que también él estaba
moviéndose. Frente a él, una de las estrellas estaba tornándose más brillante con rapidez, y comenzaba a
derivar contra su fondo. Debía ser algún cuerpo pequeño y redondo..., quizás el mundo hacia el cual
estaba viajando él ahora.
Llegó a él con insospechada velocidad; y vio que no era ningún mundo en absoluto.
Una telaraña o celosía de metal de resplandor opaco, de cientos de kilómetros de extensión, surgía de la
nada hasta llenar el firmamento. Desperdigadas a través de su superficie, vasta como un continente, había
estructuras grandes como ciudades, pero que tenían el aspecto de máquinas. En torno a muchas de ellas
había reunidas docenas de objetos más pequeños, alineados en pulcras hileras y columnas. Bowman pasó
ante varios de tales grupos antes de darse cuenta que eran flotas de astronaves; estaba volando sobre un
gigantesco aparcamiento orbital.
Debido a que no había objetos familiares por los cuales pudiera estimar la escala de aquella escena
rutilante, le resultaba casi imposible calcular el tamaño de las naves suspendidas allá en el espacio. Pero
desde luego, eran enormes, debiendo tener algunas de ellas varios kilómetros de longitud. Eran de
diversas formas... esferas, cristales con facetas, afilados lápices, ovoides, discos. Aquel debía ser uno de
los puntos de reunión para el comercio interestelar.
O lo había sido... quizás hacía un millón de años. Pues Bowman no pudo apreciar en ninguna parte señal
alguna de actividad; aquel extensísimo aeropuerto espacial estaba tan muerto como la Luna.
Lo sabía no sólo por la ausencia de movimiento, sino por signos inconfundibles como eran los grandes
boquetes abiertos en la metálica tela de araña, semejantes a aguijonazos de asteroides que la hubieran
traspasado hacía siglos. Aquel no era ya un lugar de aparcamiento, sino un cementerio de chatarra
cósmica.
Sus constructores habían muerto hacía siglos, y al percatarse de ello, Bowman sintió que se le encogía el
corazón. Aunque no sabía que era lo que había que esperar, cuando menos si había creído poder hallar
alguna inteligencia en las estrellas. Mas al parecer, había llegado demasiado tarde. Había caído en una
trampa antigua y automática, colocada con algún propósito desconocido, y que seguía funcionando
mucho después de que sus constructores desaparecieran. Ella le había hecho atravesar la Galaxia y lo
había echado - ¿con cuántos otros?-, a aquel celeste mar de los Sargazos, condenándole a morir muy
pronto, cuando se le agotara el aire.
Bien, era irrazonable esperar más. Había visto ya maravillas por cuya contemplación habrían sacrificado
sus vidas muchos hombres. Pensó en sus compañeros muertos; él no tenía motivo alguno de queja.
Luego vio que el abandonado aeropuerto espacial estaba deslizándose aún ante él a velocidad no
disminuida. Pasaron entonces los suburbios, y luego su mellado borde, que no eclipsaba ya parcialmente
a las estrellas. Y en pocos minutos, todo quedó atrás.
Su destino no estaba allí... sino más adelante, en el inmenso sol carmesí hacia el cual estaba yendo ahora,
inconfundiblemente, la cápsula espacial.
43 – Infierno
Ahora existía sólo el rojo sol, llenando el firmamento de uno a otro confín. Estaba tan próximo, que su
superficie no se hallaba ya helada en la inmovilidad por la pura escala. Nódulos luminosos se movían de
un lado a otro, ciclones de gas ascendían y descendían, y protuberancias volaban lentamente hacia los
cielos. ¿Lentamente? Debían estar elevándose a un millón de kilómetros por hora, para que su
movimiento fuese visible a sus ojos...
Ni siquiera intentó tomar la escala del infierno hacia el cual estaba descendiendo. Las inmensidades de
Saturno y Júpiter le habían destrozado, durante el vuelo de la Discovery por aquel sistema solar a
millones de kilómetros de distancia. Pero todo cuanto aquí veía era cien veces más grande, y no podía
sino aceptar las imágenes que estaban inundando su mente, sin intentar interpretarlas.
Con aquel mar de fuego expandiéndose debajo de él, Bowman debiera de haber tenido miedo... pero,
harto singularmente, sólo sentía una ligera aprensión. No era que su mente estuviera pasmada ante
aquellas maravillas, la lógica le decía que seguramente debía hallarse bajo la protección de alguna
inteligencia controladora y casi omnipotente. Estaba ahora tan próximo al rojo sol, que hubiese ardido en
un instante, de no hallarse protegido de su radiación por alguna pantalla invisible. Y durante su viaje,
había estado sometido a aceleraciones que le debieron haber triturado instantáneamente... y, sin embargo,
no había sentido nada. Si se habían tomado tanto cuidado en preservarle, había aún margen para la
esperanza.
La cápsula espacial estaba moviéndose ahora a lo largo de un somero arco casi paralelo a la superficie de
la estrella, pero descendiendo lentamente hacia ella. Y ahora, por primera vez, Bowman percibió sonidos.
Era como un débil y constante bramido, interrumpido de cuando en cuando por crujidos como los del
papel al rasgarse o chasquidos de relámpagos lejanos. Ello podía ser tan sólo débiles ecos de una
inimaginable cacofonía; la atmósfera que le rodeaba debía estar rasgada por impactos que podían reducir
a átomos a cualquier objeto material. Sin embargo, él estaba protegido de aquel restellante y quebrador
tumulto, tan eficazmente como del calor. Aunque montañas ígneas de miles de kilómetros de altura se
alzaban y se derrumbaban en su derredor, estaba completamente aislado de toda esa violencia. Las
energías de la estrella pasaban delirantes ante él, como si estuvieran en otro universo; la cápsula se movía
sosegadamente, como atravesándolas sin verse zarandeada ni achicharrada.
Los ojos de Bowman, ya no desesperadamente confusos por la grandeza y la maravillosa extrañeza de la
escena, comenzaron a captar detalles que debían de haber estado allí antes, pero que sin embargo no
había percibido. La superficie de aquella estrella no era un informe caos; había forma allí, como en todo
lo que crea la naturaleza.
Reparó primero en los pequeños remolinos de gas -probablemente no mayores que Asia o Africa- que
vagaban sobre la superficie de la estrella. A veces podía mirar directamente al interior de uno de ellos,
viendo regiones más oscuras y frías. Cosa bastante curiosa, parecía no haber manchas; éstas quizás eran
una dolencia peculiar de la estrella que alumbraba a la Tierra.
Y había nubes ocasionales, como penachos de humo barridos por un vendaval. Quizá fuera humo
realmente, pues aquel sol era tan frío que podía existir en él un fuego auténtico. Podían quemarse
componentes químicos y tener una vida de pocos segundos, antes de que fueran barridos por la rabiosa
violencia nuclear que les rodeaba.
El horizonte se estaba abrillantando, trocando su color rojo sombrío en un amarillo, luego en un azul y
después en un intenso y clareante violeta. La Enana Blanca estaba alzándose sobre el horizonte,
arrastrando consigo su marea estelar.
Bowman se protegió los ojos con las manos ante el intolerable fulgor del pequeño sol, y enfocó el
revuelto paisaje estelar, cuyo campo gravitatorio aspiraba hacia el firmamento. En una ocasión había
visto una tromba atravesando el Caribe; esta llameante torre tenía casi la misma forma. Sólo la escala era
ligeramente diferente, pues en su base la columna era probablemente mas vasta que el planeta Tierra, y
luego, inmediatamente bajo él, Bowman reparó en algo que era seguramente nuevo, puesto que
difícilmente pudo haberlo omitido antes, de haber estado allí. Moviéndose a través del océano de gas
incandescente, había miríadas de brillantes burbujas que relucían con perlada luz, apareciendo y
desapareciendo en un período de breves segundos. Y todas ellas se movían también
en la misma dirección, como salmones corriente arriba; a veces oscilaban atrás y adelante de forma que
se entrelazaban sus trayectorias, pero no se tocaban en ningún momento.
Había miles de ellas, y cuanto más las contemplaba Bowman, más se convencía que su movimiento tenía
un propósito. Estaban demasiado lejos de él como para descubrir detalles de su estructura; mas el que
pudiera simplemente verlas en aquel colosal panorama, suponía que tenían que tener un diámetro de
docenas -y quizá de centenares- de kilómetros. Si eran seres organizados, ciertamente eran leviatanes,
construidos a la escala del mundo que habitaban.
Quizá fueran sólo nubes de plasma, poseyendo estabilidad temporal por alguna singular combinación de
fuerzas naturales, como las efímeras esferas o bolas de fuego que aún desconcertaban a los científicos
terrestres. Esta era una fácil, y quizá consoladora, explicación; pero al mirar Bowman abajo, hacia aquel
vasto torrente estelar, no pudo realmente creerlo. Aquellos relucientes nódulos de luz sabían donde se
dirigían; estaban convergiendo deliberadamente hacia el pilar de fuego elevado por la Enana Blanca al
orbitar cerca del astro central.
Bowman clavó la mirada nuevamente en aquella columna ascendente, que se movía ahora a lo largo del
horizonte, bajo la minúscula y maciza estrella que la gobernaba. ¿Podía ser pura imaginación.. o había
allí retazos de luminosidad más brillante trepando por aquel enorme géiser de gas, como si miríadas de
centelleantes chispas se hubiesen combinado en continentes enteros de fosforescencia?
La idea sobrepasaba casi la fantasía, pero quizá estaba contemplando nada menos que una migración de
estrella a estrella, a través de un puente de fuego. Si se trataba de un movimiento de irracionales bestias
cósmicas conducidas a través del espacio por algún perentorio apremio, o un vasto concurso de entes
dotados de inteligencia, eso no lo sabría probablemente jamás.
Estaba moviéndose a través de un nuevo orden de creación, con el cual pocos hombres soñaron siquiera.
Más allá de los reinos del mar y la tierra y el aire y el espacio se hallaba el reino del fuego, del cual él
sólo había tenido el privilegio de tener un vislumbre. Era demasiado esperar que también lo
comprendiese.
44 – Recepción
La columna de fuego estaba moviéndose sobre el borde del sol, como una tormenta que pasara más allá
del horizonte, las escurridizas guedejas de luz no se movían ya a través del paisaje estelar de rojizo
resplandor, a miles de kilómetros más abajo. En el interior de la cápsula espacial, protegido de un medio
que podría aniquilarle en una milésima de segundo, David Bowman esperó cualquier cosa que le hubiese
sido preparada.
La Enana Blanca estaba sumiéndose con rapidez a medida que discurría a lo largo de su órbita; ahora
tocó el horizonte, lo incendió, y desapareció. Un falso crepúsculo se tendió sobre el infierno de abajo, y
en el súbito cambio de iluminación, Bowman se dio cuenta de que algo estaba aconteciendo en el espacio
que le rodeaba.
El mundo del rojo sol pareció rielar, como si lo estuviera mirando a través de agua corriente. Durante un
momento se preguntó si sería algún efecto de refracción, causado quizá por el paso de alguna insólita y
violenta onda de choque a través de la torturada atmósfera en la que estaba inmerso.
Iba atenuándose la luz, como si fuera a surgir un segundo crepúsculo. Involuntariamente, Bowman miró
hacia arriba, pero inmediatamente recordó
que allí la principal fuente de luz no era el firmamento, sino el resplandeciente mundo de abajo.
Parecía como si paredes de algún material como cristal ahumado estuvieran espesándose en torno suyo,
interceptando el rojo fulgor y oscureciendo la vista. Todo se hizo más y más oscuro; el débil bramido de
los huracanes estelares se desvaneció también. La cápsula espacial estaba flotando en el silencio, y en la
noche. Un momento después se produjo el más suave de los topetazos al posarse la sobre alguna
superficie dura.
¿Para descansar en qué?, se preguntó incrédulamente Bowman. Hízose de nuevo la luz y la incredulidad
dio paso a una descorazonadora desesperación, pues al ver lo que le rodeaba supo de debía de estar loco.
Estaba preparado, pensaba, para cualquier portento. La única cosa que nunca hubiera esperado era el
máximo y cabal lugar común.
La cápsula espacial estaba descansando sobre el pulido piso de una elegante y anónima suite de hotel,
que bien podría haberse hallado en cualquier gran ciudad de la Tierra. Y él miraba fijamente a una gran
sala de estar con una mesa de café, un diván, una docena de sillas, un escritorio, varias lámparas, una
librería semillena y con algunas revistas, y hasta un jarrón con flores. El puente de Arlés de Van Gogh
colgaba en una pared..., el mundo de Cristina de Weyth, en otra, estaba seguro que cuando abriese el
cajón central del escritorio hallaría una Biblia en su interior...
Si realmente estaba loco, sus fantasías estaban maravillosamente organizadas. Todo era perfectamente
real; nada desapareció cuando volvió la espalda. El único elemento incongruente en la escena -y
ciertamente el mayor- era la propia cápsula espacial.
Durante prolongados minutos, Bowman no se movió de su asiento. Había esperado a medias que la
visión que le rodeaba desapareciera, mas permaneció tan sólida como cualquier otra cosa que hubiera
visto en su vida.
Era real, o... bien una quimera de los sentidos, pero tan bien ideada, que no había medio alguno de
distinguirla de la realidad. Quizá se trataba de alguna clase de prueba; de ser así, no sólo su destino, sino
el de la raza humana, podía depender de sus acciones en los próximos minutos.
Podía quedarse sentado y esperar que sucediera algo, o bien podía abrir la cápsula y enfrentarse a la
realidad de la escena que le rodeaba. El piso parecía ser sólido; al menos soportaba el peso de la cápsula
espacial. No era probable que se hundiese en él... fuese lo que realmente fuese.
Pero quedaba todavía la cuestión del aire; por todo lo que podía decir, aquella estancia podía estar en el
vacío, o bien podía contener una atmósfera ponzoñosa. Lo consideró muy improbable -nadie se tomaría
toda aquella molestia sin ocuparse de un detalle tan esencial- pero no se proponía, por su parte, correr
riesgos innecesarios. En todo caso, sus años de entrenamiento le hicieron cauteloso a la contaminación;
sentía repugnancia a exponerse a un ambiente desconocido, hasta que vio que no quedaba otra
alternativa. Aquel lugar tenía el aspecto la habitación de cualquier hotel de los Estados Unidos. Ello no
cambiaba el hecho de que en realidad de debía hallarse a cientos de años- luz del Sistema Solar.
Cerró el casco de su traje, se embutió en éste, y pulsó el botón de la escotilla de la cápsula espacial. Hubo
un ligero silbido al igualar las presiones, y acto seguido salió a la estancia.
Por lo que podía decir, se encontraba en un campo gravitatorio completamente normal. Levantó un brazo,
y lo dejó caer luego libremente. En menos de un segundo quedó pendiente de su costado.
Esto lo hacía parecer todo doblemente irreal. Allí estaba él, llevando un traje espacial, de pie -cuando
debía de estar flotando- al exterior de un vehículo que sólo podía funcionar como era debido en ausencia
de gravedad. Todos sus normales reflejos de astronauta estaban subvertidos; tenía que pensar antes de
hacer cada movimiento.
Como un hombre en trance, caminó lentamente desde la desnuda y desamueblada parte de la habitación
hacia la suite. La cual no desapareció -como casi lo había esperado- al aproximarse él, sino que
permaneció perfectamente real... y al parecer perfectamente sólida.
Se detuvo al lado de la mesa de café. En ella había un convencional imagen- fono sistema Bell, junto con
la guía local. Se inclinó y tomó ésta con sus torpes manos enguantadas.
Portaba el nombre Washington D.C. en la familiar tipografía que había visto miles de veces.
Miró luego más atentamente y por primera vez tuvo la prueba objetiva de que, aún cuando todo aquello
podía ser real, no estaba en la Tierra.
Sólo pudo leer la palabra Washington, el resto de la impresión era borrosa, como si hubiese sido copiado
de la fotografía de un periódico. Abrió la guía al azar y hojeó las páginas. Eran todas de un terso material
blanco que no era precisamente papel, aunque se le parecía mucho... y no estaban impresas.
Alzó el receptor telefónico y lo apretó contra el plástico de su traje, de haber habido un sonido de
marcaje, lo podría haber oído a través del material conductor. Pero, tal como lo había esperado, allí sólo
había silencio.
Así pues... todo ello era un fraude, aunque fantásticamente realizado. Y, claramente, no estaba destinado
a engañar sino más bien -lo esperaba- a tranquilizar. Este era un pensamiento muy consolador; sin
embargo no se quitaría el traje hasta haber completado su recorrido de exploración.
Todo el mobiliario parecía bueno y bastante sólido; probó las sillas, que soportaron su peso. Pero los
cajones del escritorio no se abrieron, eran ficticios.
Así lo eran también los libros y revistas; al igual que la guía telefónica, sólo eran legibles los títulos.
Formaban una rara selección... la mayoría best-sellers más bien inútiles, unas cuantas obras
sensacionalistas y algunas autobiografías muy vendidas. No había nada que tuviese menos de tres años
de antigüedad, y poco de cualquier contenido intelectual. No es que ello importase, pero los libros no
podían siquiera sacarse de los estantes.
Había dos puertas que se abrían con bastante facilidad. La primera le dio paso a un dormitorio pequeño
pero acogedor, compuesto por una cama, escritorio, dos sillas, interruptores de luz que funcionaban
realmente, y un ropero. Abrió éste y se vio contemplando cuatro trajes, una bata, una docena de camisas
blancas, y varios juegos de ropa interior, todo ello bien dispuesto en colgadores y compartimientos.
Tomó uno de los trajes y lo examinó cuidadosamente. Por lo que podía juzgar con sus manos
enguantadas, estaba confeccionado con un material que era más bien piel que lana. También estaba un
poco pasado de moda, en la Tierra, nadie llevaba trajes de pechera simple por lo menos desde hacía
cuatro años.
Anexo al dormitorio se hallaba un cuarto de baño completo, con todos sus dispositivos, los cuales vio
con alivio que no eran ficticios, sino que funcionaban perfectamente. Y después había una cocinita, con
hornillo eléctrico, frigorífico, alacenas, cubiertos, fregadero, mesa y sillas. Bowman comenzó a
explorarla no sólo con curiosidad sino con creciente hambre.
Abrió primero el frigorífico y brotó de él una oleada de fría niebla. Sus estantes estaban bien provistos
con paquetes y latas de conservas, todo perfectamente familiar a la distancia, aunque de cerca sus
etiquetas estaban borrosas e ilegibles. Sin embargo, había una notable ausencia de huevos, mantequilla,
leche, carne, frutas o cualquier otro alimento natural; el frigorífico había sido surtido con artículos
sometidos ya a un proceso y empaquetados o enlatados.
Bowman tomó una caja de cartón de un familiar cereal para el desayuno, pensando al hacerlo que era
bien raro que se le mantuviera helado. Pero en el momento en que alzó el paquete, conoció a buen seguro
que no contenía copos de avena; era demasiado pesado.
Lo abrió y examinó el contenido, que era una sustancia azul ligeramente húmeda del peso y contextura
de un budín. Aparte de su raro color, tenía un aspecto muy apetitoso.
"Pero esto es ridículo -se dijo Bowman-. Estoy casi seguro de que me vigilan, y debo parecer un idiota
llevando este traje. Si ésta es alguna prueba de inteligencia, probablemente he fracasado ya." Y sin más
vacilación, se fue al dormitorio y comenzó a soltar el sujetador de su casco. Una vez suelto, alzó el casco
una fracción de centímetro y olisqueó cautelosamente. Tanto como podía decirlo, estaba respirando aire
perfectamente normal.
Se quitó todo el casco, lo arrojó sobre el lecho, y comenzó agradecidamente -y más bien premiosamentea
quitarse su traje. Una vez hubo acabado, se estiró, hizo unas cuantas aspiraciones profundas y colgó el
traje entre las prendas de vestir más convencionales del ropero. Aparecía más bien raro, allí, pero el
espíritu de aseo y pulcritud que Bowman compartía con todos los astronautas, jamás le habría permitido
dejarlo en cualquier otra parte.
Fue luego prestamente a la cocina, y comenzó a inspeccionar atentamente la caja de "cereal".
El budín azul tenía un ligero olor a especias, algo así como macarrones. Bowman lo sopesó, rompió un
trozo de él y lo olisqueó cautelosamente. Aunque estaba seguro de que no habría ningún intento
deliberado de envenenarle, siempre cabía la posibilidad de errores... especialmente en materia tan
compleja como la bioquímica.
Mordió un poco del trozo, lo masticó luego y lo tragó después; era excelente, aunque su sabor era tan
fugaz como para resultar indescriptible. Si cerraba los ojos, podía imaginar que era carne, o pan integral,
o hasta fruta seca. A menos que se produjeran efectos posteriores, no había de temer la muerte por
inanición.
Una vez que había comido algunos bocados de aquella sustancia y se sintió satisfecho, buscó algo que
beber. Había media docena de latas de cerveza -de famosa marca también- en el fondo del frigorífico, y
tomó una, abriéndola.
Pero la lata no contenía cerveza; con gran desilusion de Bowman, encerraba más del alimento azul.
En pocos segundos abrió una docena de los paquetes y latas. Su contenido era el mismo a pesar de sus
variadas etiquetas; al parecer su dieta iba a ser un tanto monótona, y no tendría más que agua por bebida.
Lleno un vaso del grifo del fregadero, y bebió.
A las primeras gotas escupió el líquido; su sabor era terrible. Luego algo avergonzado de su primitiva
reacción, se obligó a beber el resto.
Aquel primer sorbo le había bastado para identificar el líquido. Su sabor era terrible debido a que no
tenía ninguno: el grifo suministraba agua pura destilada. Sus desconocidos huéspedes evidentemente no
incurrían en riesgos sobre su salud.
Sintiéndose muy refrescado, tomó luego una rápida ducha. No había jabón, lo cual era otro pequeño
engorro, pero sí un eficiente secador de aire caliente en el cual se demoró, regodeándose un rato antes de
coger unos calzoncillos, una camiseta y la bata del ropero. Seguidamente, se tendió en la cama, clavó la
mirada en el techo, e intentó dar un sentido a aquella fantástica situación.
Había hecho pocos progresos, cuando fue distraído por otra clase de pensamiento. Inmediatamente sobre
la cama había el acostumbrado aparato, tipo hotel, de televisión; había supuesto que, al igual que el
teléfono y los libros, era imitado.
Pero el artefacto de control que se hallaba al lado de su muelle lecho tenía un aspecto tan realista, que no
resistió la tentación de manosearlo juguetonamente; y cuando sus dedos tocaron el botón de encendido, la
pantalla se iluminó.
Febrilmente, comenzó a pulsar al azar los botones de selección de canales, y casi al instante apareció la
primera imagen.
Era un conocidísimo comentador de noticias africano, discutiendo los intentos efectuados para conservar
los últimos restos de la fauna de su país. Bowman escuchó durante breves segundos, tan cautivado por el
sonido de una voz humana, que no le importó lo más mínimo de qué estaba hablando.
Luego cambió sucesivamente de canales.
En los siguientes cinco minutos, contempló así una orquesta sinfónica ejecutando el concierto para violín
de Walton; un debate sobre el triste estado del auténtico teatro; un informe sobre el modo de robar por
medio de puertas secretas en casas de mal vivir, en algún lenguaje oriental; un psicodrama; tres
comentarios de noticias; un partido de fútbol; una conferencia sobre geometría sólida (en ruso) y varias
sintonías de transmisiones de datos. Era, en efecto, una selección perfectamente normal de los programas
mundiales de televisión, y, aparte del beneficio psicológico que le proporcionó, le confirmó una sospecha
que ya había estado germinando en su mente.
Todos aquellos programas databan de hacía dos años. De alrededor de cuando fuera descubierto
T.M.A.-1; resultaba difícil creer que se tratara de una simple coincidencia. Algo había estado captando
las ondas de radio; aquel bloque de ébano había estado más ocupado de lo que se había supuesto.
Continuó haciendo surgir imágenes, y de súbito reconoció una escena familiar. Allá estaba su propia
suite de hotel, ocupada por un célebre actor que estaba acusando furiosamente a una amante infiel.
Bowman dirigió una mirada de reconocimiento a la sala que acababa de abandonar... y cuando la cámara
siguió a la indignante pareja hacia el dormitorio, miró involuntariamente a la puerta, para ver si alguien
estaba entrando.
Así era, pues, como había sido preparada para él aquella zona de recepción; sus huéspedes había basado
sus ideas de la vida terrestre en los programas de televisión. Su sensación de hallarse en el escenario de
una película era casi literalmente verdadera.
Por el momento había sabido cuanto deseaba, y apagó el aparato. "¿Qué haré ahora?", se preguntó,
entrelazando sus dedos detrás de su cabeza y con la mirada fija en la vacía pantalla.
Estaba física y emocionalmente agotado, y, sin embargo, le parecía imposible que pudiera dormir en tan
fantásticos aledaños, y más lejos de la Tierra de lo que cualquier hombre lo hubiera estado en toda la
historia. Pero el cómodo lecho, y la instintiva sabiduría del cuerpo, conspiraron juntos contra su
voluntad.
Tanteó en busca del conmutador de la luz, y la habitación se sumió en la oscuridad. Y en pocos
segundos, pasó más allá del alcance de los sueños.
Así, por última vez, David Bowman durmió.
45 – Recapitulación
No siendo ya de más utilidad, el mobiliario de la suite volvió a disolverse en la mente de su creador. Sólo
la cama permanecía... y las paredes, escudando a aquel frágil organismo de las energías que todavía no
podía controlar.
En su sueño, David Bowman se agitó con desasosiego. No se despertó, ni soñó, pero no estaba ya
totalmente inconsciente. Como la niebla serpeando a través de un bosque, algo invadía su mente. Lo
sentía solo confusamente, pues el impacto cabal le habría destruido tan seguramente como los incendios
que rugían al otro lado de esas paredes. Bajo aquel desapasionado escrutinio no sentía ni esperanza ni
temor; toda emoción había sido aventada.
Le parecía hallarse flotando en el espacio libre, mientras en torno a él se extendía, en todas direcciones,
un infinito enrejado geométrico de oscuras líneas de filamentos, a lo largo de los cuales se movían
minúsculos nódulos de luz... algunos lentamente, y otros a vertiginosa velocidad. En una ocasión había
escudriñado a través de un microscopio el corte transversal de un cerebro humano, y en su red de fibras
nerviosas había vislumbrado la misma complejidad laberíntica... Pero aquello había estado muerto y
estático, mientras que esto trascendía la propia vida.
Sabía -o creía saber- que estaba observando la operación de una gigantesca mente, contemplando el
universo del cual él era apenas una ínfima parte.
La visión, o ilusión, duró sólo un momento. Luego, los cristalinos planos y celosías, y las entrelazadas
perspectivas de moviente luz, titilaron agónicas y dejaron de existir, al trasladarse David Bowman a un
reino de consciencia que hombre alguno había experimentado antes. Al principio, pareció como si el
mismo tiempo corriera hacia atrás. Estaba dispuesto a aceptar hasta esta maravilla, antes de percatarse de
la más sutil verdad.
Estaban siendo pulsados los muelles de la memoria; en recuerdo controlado, estaba reviviendo el pasado.
Allí estaba la suite del hotel; allí la cápsula espacial; allí los ígneos paisajes estelares del rojo sol; allí el
radiante núcleo de la galaxia; allí el portal a través del cual había emergido al Universo. Y no sólo visión,
sino todas las impresiones sensoriales, y todas las emociones que sintiera en aquellos momentos, estaban
pasando cada vez más rápidamente ante él. Su vida se estaba devanando como una cinta registradora que
funcionase cada vez a mayor velocidad.
Ahora se encontraba otra vez a bordo de la Discovery, y los anillos de Saturno llenaban el firmamento.
Antes de eso estaba repitiendo su diálogo final con Hal; estaba viendo a Frank Poole partiendo hacia su
última misión; estaba escuchando la voz de la Tierra, asegurándole que todo iba bien.
Y al revivir esos sucesos sabía que todo estaba en verdad bien. Estaba retrocediendo en los pasillos del
tiempo, siéndole extraído conocimiento y experiencia a medida que iba de nuevo a su infancia. Nada se
perdía; todo cuanto había sido, en cada momento de su vida, estaba siendo transferido a más seguro
recaudo. Aun cuando un David Bowman dejara de existir, otro se hacía inmortal.
Más rápido, cada vez más rápido, fue retrotrayéndose a los años olvidados y un mundo más simple.
Rostros que una vez amara, y que había creído perdidos en el recuerdo, le sonreían dulcemente. Sonrió a
su vez con cariño, y sin dolor.
Ahora, por fin, estaba cesando la precipitada regresión; las fuentes de la memoria estaban casi secas. El
tiempo fluía cada vez más perezosamente, aproximándose a un momento de éxtasis... como un ondulante
péndulo, en el límite del arco, helado durante un instante eterno, antes de que comience en siguiente
ciclo.
El intemporal instante pasó; el péndulo invirtió su oscilación. En una habitación vacía, flotando en el
medio de los incendios de una estrella doble a veinte mil años- luz de la Tierra, una criatura abrió sus
ojos y comenzó a llorar.
46 – Transformación
Luego calló, al ver que no estaba ya sola.
Un rectángulo de espectral resplandor se había formado en el vacío aire. Se solidificó en una losa de
cristal, perdió su transparencia, y quedó bañado en pálida y lechosa luminiscencia. A través de su
superficie y en sus profundidades se movieron atormentadores fantasmas vagamente definidos, los cuales
se fusionaron en franjas de luz y sombra, formando luego rayados diseños entremezclados que
comenzaron a girar lentamente, al compás del ritmo de vibradora pulsación que parecía llenar ahora todo
el espacio.
Era un espectáculo como para prender la atención de cualquier chiquillo, o de cualquier
mono-humanoide. Pero, tal como lo fuera hacía tres millones de años, era sólo la manifestación exterior
de fuerzas demasiado sutiles para ser conscientemente percibidas. Era simplemente un juguete para
distraer los sentidos, mientras el proceso real se estaba llevando a cabo en niveles más profundos de la
mente. Esta vez, el proceso era rápido y cierto, a medida que estaban tejiendo el nuevo diseño. Pues en
los eones transcurridos desde el último encuentro, mucho había sido aprendido por el tejedor; y el
material en el que practicaba su arte era ahora de una textura infinitamente más fina. Pero sólo el futuro
podría decir si habría de permitírsele formar parte de la tapicería aún en desarrollo.
Con ojos que tenían ya una intensidad mayor que la humana, la criatura fijó su mirada en las
profundidades del monolito de cristal, viendo -aun- que no comprendiendo, sin embargo- los misterios
que más allá había. Sabía que había vuelto al hogar, que allí estaba el origen de muchas razas junto con la
suya; pero sabía también que no podía permanecer allí. Más allá de este momento había otro nacimiento,
más singular que cualquiera en el pasado.
Había llegado ya el momento; las incandescentes formas no repercutían ya los secretos en el corazón de
cristal. Y al apagarse, también las paredes protectoras se desvanecieron en la inexistencia de la que
habían emergido brevemente, y el rojo sol llenó el firmamento.
Fulguró llameante el metal y el plástico de la cápsula espacial, y el atuendo llevado otrora por un ente
que se llamaba a sí mismo David Bowman. Habían desaparecido los últimos lazos con la Tierra,
reducidos de nuevo a sus átomos componentes.
Pero la criatura apenas se dio cuenta de ello, al adaptarse al dulce resplandor de su nuevo ambiente.
Necesitaba aún, por un poco de tiempo, esta concha de material como foco de sus poderes. Su
indestructible cuerpo era en su mente la imagen mas importante de sí mismo; y a pesar de todos sus
poderes, sabía que era aún una criatura. Y así permanecería hasta que decidiera una nueva forma o
sobrepasara las necesidades de la materia.
Era ya tiempo de emprender la marcha... aunque en cierto sentido no querría abandonar jamás aquel
lugar donde había renacido, pues el sería siempre parte del ente que empleó aquella doble estrella para
sus inescrutables designios. La dirección, aunque no la naturaleza, de su destino aparecía clara ante él, y
no había necesidad alguna de seguir la desviada senda por la que había venido. Con los instintos de tres
millones de años, percibía ahora que había más caminos que uno a la espalda del espacio. Los antiguos
mecanismos de la Puerta de las Estrellas le habían servido bien, pero no los necesitaría de nuevo.
La resplandeciente forma rectangular que antes pareciera no más grande que una losa de cristal, flotaba
aún ante él, indiferente ante las llamas del infierno de abajo. Encerraba, sin embargo, inescrutables
secretos de espacio y tiempo, pero por lo menos él comprendía algunos, y era capaz de mandar. "¡Cuán
evidente -cuán necesaria- era aquella relación matemática de sus lados, la serie cuadrática 1:4:9! ¡Y cuán
ingenuo haber imaginado que las series acababan en ese punto, en sólo tres dimensiones!"
Enfocó su mente sobre aquellas simplicidades geométricas, y al choque de sus pensamientos, el vacío
armazón se llenó con la oscuridad de la noche interestelar. Desvanecióse el resplandor del rojo sol... o
más bien, pareció desviarse de repente en todas direcciones; y ante Bowman apareció el luminoso
remolino de la Galaxia.
Podía haber sido algún bello e increíblemente detallado modelo, encajado en un bloque de plástico. Pero
era la realidad, apresada como conjunto con sus sentidos ahora mas sutiles que la visión. De desearlo,
podría enfocar su atención sobre cualquiera de sus cien mil millones de estrellas; y podría hacer mucho
más que eso.
Aquí estaba él, al garete en aquel gran río de soles, a medio camino entre los contenidos incendios del
núcleo galáctico y las solitarias y desperdigadas estrellas centinelas del borde. Y aquí deseaba estar, en la
parte más lejana de aquel abismo en el firmamento, aquella serpentina banda de oscuridad vacía de toda
estrella. Sabía que aquel informe caos, visible sólo por el resplandor que dibujaba sus bordes desde las
ígneas brumas del más allá, era la materia no usada de la creación, la materia prima de evoluciones que
aún habrían de ser. Aquí, el tiempo no había comenzado; hasta que los soles que ahora ardían estuvieran
muertos, no remodelaría su vacío la luz y la vida.
Inconscientemente lo había atravesado él una vez; ahora debía atravesarlo de nuevo... esta vez, por su
propia voluntad. El pensamiento le llenó de súbito y glacial terror, al punto de que por un momento
estuvo totalmente desorientado, y su nueva visión del Universo tembló y amenazó con hacerse añicos.
No era el miedo a los abismos Galácticos lo que helaba su alma, sino una más profunda inquietud que
brotaba desde el futuro aún por nacer. Pues él había dejado atrás las escalas del tiempo de su origen
humano; ahora mientras contemplaba aquella banda de noche sin estrellas, conoció los primeros atisbos
de la eternidad que ante él se abría.
Recordó luego que nunca estaría solo, y cesó lentamente su pánico. Se restauró en él la nítida percepción
del Universo... aunque no, lo sabía, del todo por sus propios esfuerzos. Cuando necesitara guía en sus
primeros y vacilantes pasos, allí estaría ella.
Confiado de nuevo, como un buceador de grandes profundidades que ha recuperado el dominio de sus
nervios y su ánimo, lanzóse a través de los años- luz. Estalló la Galaxia del marco mental en que la había
encerrado; estrellas y nebulosas se derramaron, pasando ante él en ilusión de infinita velocidad. Soles
fantasmales explotaron y quedaron atrás, mientras él se deslizaba como una sombra a través de sus
núcleos; la fría y oscura inmensidad del polvo cósmico que antes tanto temiera, parecía sólo el batir de
ala de un cuervo a través de la cara del sol.
Las estrellas estaban diluyéndose, el resplandor de la Vía Láctea iba trocándose en pálido resplandor de
la magnificencia que él conociera... y que, cuando estuviera dispuesto, volvería a conocer.
Volvía a estar, precisamente donde lo deseaba, en el espacio que los hombres llamaban real.
47 – El hijo de las estrellas
Ante él, como espléndido juguete que ningún Hijo de las Estrellas podría resistir, flotaba el planeta Tierra
con todos sus pueblos.
El había vuelto a tiempo. Allá abajo, en aquel atestado globo, estarían fulgurando las señales de alarma a
través de las pantallas de radar, los grandes telescopios de rastreo estarían escudriñando los cielos... y
estaría finalizando la historia, tal como los hombres la conocían.
Se dio cuenta que mil kilómetros más abajo se había despertado un soñoliento cargamento de muerte, y
estaba moviéndose perezosamente en su órbita. Las débiles energías que contenía no eran una amenaza
para él; pero prefería un firmamento más despejado. Puso a contribución su voluntad, y los megatones
que circulaban en órbita florecieron en una silenciosa detonación, que creó una breve y falsa alba en la
mitad del globo dormido.
Luego esperó, poniendo en orden sus pensamientos y cavilando ante sus poderes aún no probados. Pues
aunque era el amo del mundo, no estaba del todo seguro sobre lo que hacer a continuación.
Mas ya pensaría en algo.
FIN

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