L. SPRAGUE DE CAMP
Un día... tan lejano que desde entonces se han formado las montañas, con ciudades en sus laderas...
Derezong Taash, el hechicero del rey Vuar el caprichoso, estaba sentado en su biblioteca leyendo los "Fragmentos Selectos de Lontang", y bebiendo el verde vino de Zhysk. Se hallaba en paz consigo mismo y con el mundo, ya que hacía más de diez días que nadie había intentado asesinarlo, ni por medios naturales o de otra clase. Cuando se cansó de descifrar los grifos crípticos, Derezong llevó su vista por encima del borde de su copa hacia su biombo demoniaco, en el que el gran Shuazid (antes de que el rey Vuar tuviese el capricho de enojarse con él) había pintado toda la gama de demonios de Derezong; desde el temible Fernazot hasta el más elemental de los espíritus sometido a sus mandatos.
Al ver a Derezong cabía preguntarse por qué tendría que molestarse ningún espíritu por él. Puesto que Derezong Taash era un hombrecillo rechoncho, muy bajo para ser un Lorska, con una cabellera blanquecina enmarcando su rostro juvenil y redondo. Cuando le aplicaron el tratamiento "zompur" se olvidó de mencionar su cabellera, entre las demás cosas con las que deseaba adquirir la eterna juventud, omisión que proporcionó a los brujos rivales la ocasión de cubrirlo de ridículo por aquel olvido.
Ahora, Derezong Taash planeó, cuando estuvo suficientemente bebido, saltar de la silla de lectura y marcharse a cenar con Zhamel Seh, su ayudante. Cuatro de los hijos de Derezong servirían la cena, como precaución contra los enemigos del brujo, y Zhamel Seh la probaría antes, para mayor seguridad.
Pero en aquel momento se oyó una llamada a la puerta, seguida del estridente vocerío del paje más insolente del rey Vuar.
- Mi señor hechicero, el rey desea veros al punto.
-¿De qué se trata? - gruñó Derezong.
-¿Sé acaso adónde van las cigüeñas en invierno? ¿Estoy en el secreto de los muertos vivos de Sedo? ¿Me ha confiado el Viento del Norte lo que se halla más allá de las pendientes de Riphai?
- Supongo que no - bostezó Derezong Taash, disponiéndose a dirigirse al salón del trono. De camino, miró por encima del hombro, ya que no le gustaba andar por los corredores del palacio sin Zhamel para guardarle las espaldas contra una posible puñalada.
La luz resplandecía sobre la lisa coronilla del rey Vuar, el cual contempló al brujo por debajo de sus pobladas cejas. Estaba sentado en su trono, en la sala de audiencias; y en el muro, por encima de su cabeza, se destacaba el cuerno de caza del gran rey Zynah, padre de Vuar.
Después de su postración preliminar, Derezong Taash observó algo que se había escapado a su primera ojeada: que en una mesita situada delante del trono, que usualmente sostenía un jarrón con flores, ahora reposaba una bandeja de plata, y sobre la misma la cabeza del ministro de Comercio, con aquella malévola expresión que suelen tener las cabezas cuando se hallan separadas de su propio cuerpo.
Evidentemente, el rey Vuar no se hallaba de muy buen humor.
-¿Y bien, oh rey? - inquirió Derezong Taash, con la mirada paseándose nerviosamente desde la cabeza cercenada del ministro a la del soberano.
- Mi esposa Ilepro, a la que pienso ya conoces - respondió el rey -, tiene un deseo que sólo tú puedes satisfacer.
- Decidme, sire.
- Desea - continuó Vuar - la joya que forma el tercer ojo de la diosa Tandyla. ¿Conoces el templo de Lotor?
- Si, sire.
- Este bribón, pillo redomado - continuó el rey, señalando la cabeza del desdichado ministro -, me respondió, cuando le indiqué este deseo, que esa gema no podía comprarse, por lo que hice que lo redujesen de tamaño. Cosa que ahora lamento, porque creo que tenía razón. Por lo tanto, lo único que cabe hacer es robarla.
- S... si, sire.
El rey descansó la barbilla sobre sus puños, y sus ojos color de ágata contemplaron cosas distantes. La luz de la lámpara incidía sobre el anillo de metal gris de su índice, un anillo fabricado con el corazón de una estrella caída, de tal poder que ni siquiera los hechizos de los brujos de Lotor podían perjudicar a su poseedor.
- Podemos intentar robarla abiertamente - prosiguió su majestad -, lo que significaría una guerra, o hurtarla. Y aunque estoy dispuesto a correr algunos riesgos para satisfacer a mi buena Ilepro, mis planes no incluyen una guerra contra Lotrian. Al menos, no hasta que se hayan ensayado los demás expedientes. Por lo tanto, quedas comisionado para ir a Lotor y obtener tal joya.
- Sí, sire - repuso Derezong con un asentimiento completamente forzado. Cualquier pensamiento de protesta que hubiese podido albergar se había desvanecido a la vista de la cabeza del ministro.
- Naturalmente - dijo Vuar con tono de consideración amistosa -, si crees que tus poderes son inadecuados, estoy seguro de que el rey de Zhysk me prestará su hechicero para que te ayude...
- ¡ Nunca, sire! - gritó Derezong, irguiéndose en toda su poca estatura -. Ese sinvergüenza, en vez de ayudarme sería como una piedra de molino atada a mí cuello.
El rey Vuar sonrió con una sonrisa de lobo, aunque Derezong no comprendió la razón.
- De acuerdo.
De nuevo en sus aposentos, Derezong Taash llamó a su ayudante. Después del tercer campanillazo, Zhamel Seh se presentó, balanceando su espada de bronce por el pomo.
- Algún día - rezongó Derezong - amputarás la pierna de algún desgraciado con esta costumbre, y sólo espero que sea la tuya propia. Mañana nos vamos a una misión.
Zhamel Seh asió la espada con más precaución y le sonrió a su amo.
-¿Adónde?
Derezong Taash se lo contó.
- ¡Maravilloso! ¡Acción! ¡Excitación! - Zhamel blandió la espada al aire -. Desde que le hiciste el encantamiento a la madre de la reina hemos estado sentados en este aposento como percebes sobre una roca, sin hacer nada para conquistar el afecto del rey Vuar.
-¿Qué hay de malo en ello? Yo no molesto a nadie ni nadie me molesta a mí. Y ahora, con el invierno cercano, tendremos que viajar hasta el rocoso Lotor a fin de intentar robar esa joya para satisfacer el capricho del estúpido corazón de la reina.
-¿Por qué? - exclamó Zhamel -. Puesto que ella es una Lotrí por su cuna, cabría pensar que debiera gustarle más conservar los símbolos religiosos de su patria que no robarlos para su adorno.
- Sí, es raro. Pero todas las mujeres son tan difíciles... Pero será mejor que empecemos a disponerlo todo para el viaje.
Cabalgaron hasta la fértil Zhysk, a orillas del mar Tritoniano y en la ciudad de Bienkar buscaron al amigo de Derezong, Goshap Tuzh, a quien solicitaron información que los ayudase a alejar la adversidad.
- Esta joya - les comunicó Goshap Tuzh -, tiene el tamaño de un puño pequeño, en forma de huevo, sin facetas, y de un tono purpúreo. Cuando se la mira a través de un extremo, se ven unos rayos como el zafiro, pero siete en vez de seis. Forma la pupila del ojo central de la imagen de Tandyla, asentada en la concavidad por unos soportes de plomo. En cuanto a otros medios, naturales o no, que los sacerdotes de Tandyla emplean para guardar su tesoro, nada sé, salvo que son eficaces y desagradables. Se han efectuado veintitrés intentos para robar la piedra en los cinco últimos siglos, y todos terminaron fatalmente para los ladrones. La última vez, yo, Goshap Tuzh, vi el cuerpo del ladrón...
Cuando Goshap Tuzh contó de qué manera había visto el cuerpo del ladrón, Zhamel lanzó una exclamación ahogada, y Derezong se limitó a contemplar el vino de su copa con expresión de disgusto, como si la copa contuviese algún bicho de varias patas... aunque él y su ayudante no eran precisamente los sujetos más pusilánimes de aquella dura edad.
-¿Sus propiedades? - inquirió Derezong.
- Son considerables, aunque tal vez incrementadas por los rumores. Es el antidemoníaco más grande del mundo, repeliendo incluso al terrible Tr'lang, que es el más espantoso de todos los demonios.
-¿Más poderosa que el anillo de estrella del rey Vuar?
- Mucho más. Sin embargo, por nuestra antigua amistad, dejadme aconsejaros que cambiéis de nombre y paséis al servicio de otro amo menos exigente. Robar ese ojo no os puede reportar ningún provecho.
Derezong Taash se pesó una mano por su blanca cabellera y su barba.
- Cierto, el rey hasta llega a herirme con sus brutales voces, y sus sospechas sobre mi competencia, pero conseguir el lujo de que gozo no es tan sencillo. ¿Dónde obtendría los maravillosos libros que puedo leer y las deliciosas mujeres que me rodean? No, excepto cuando le coge uno de estos caprichos, el rey Vuar es un buen amo.
- Bien, ¿pero cómo sabéis que uno de sus notorios caprichos no se volverá contra vosotros?
- No lo sé. A veces, pienso que debe ser mucho más fácil servir a un rey menos culto. Los bárbaros, que siempre andan envueltos entre costumbres y ritos extraños, son mucho más fáciles de servir, esto es cierto.
- ¿Por qué no huís, entonces? Al otro lado del mar Tritoniano se halla el reino de Torrutseish, donde un hechicero como tú no tardaría en sobresalir...
- Olvidas que el rey Vuar tiene rehenes - objetó Derezong -. Mi familia es bastante numerosa. Y por ellos debo quedarme con él, aunque el Mar Occidental se trague a toda la tierra de Pusaad como está profetizado.
Goshap se encogió de hombros.
- Este es asunto tuyo. Pero yo sé que tú eres demasiado enclenque para ser un buen espadachín, e incapaz de alcanzar el grado más elevado de mago, porque no pronosticas los deleites de tu zenana.
- Gracias, buen Goshap - le agradeció Derezong, degustando el vino verde -. Sin embargo, no vivo para alcanzar tanta preeminencia en ningún austero régimen disciplinario, sino para gozar de la existencia. Dime, ¿cuál es el fármaco más famoso de Biekar, del que pueda obtener un paquete de polvos de syr, de la mejor calidad y pureza?
- Dualor podrá proporcionártelo. ¿Qué aspecto os proponéis adoptar?
- El de un par de comerciantes de Parsk. Por lo tanto, si oyes decir que una pareja ha atravesado Lotor, acompañada de clamor y vociferaciones, no te sorprendas.
Derezong Taash adquirió el polvo syr con monedas cuadradas de oro que ostentaban la efigie del rey Vuar, y regresó a su posada donde sacó sus pentáculos, esparció el polvo y recitó el Encantamiento de los Nueve. Al final, tanto él como Zhamel Seh estaban tumbados indefensos en el suelo, con su aspecto cambiado en un par de tipos de nariz ganchuda y ataviados al estilo de Parsk, con anillos en las orejas.
Cuando recobraron sus fuerzas, continuaron cabalgando. Atravesaron el desierto de Reshape sin sufrir excesivamente ni por la sed, ni por las mordeduras de las serpientes venenosas, o los ataques de los espíritus de las tierras inhóspitas. Pasaron por la Selva del Antro, sin ser atacados por los bandidos, los gatos de afilados colmillos, ni la Bruja del Antro.
Y al final se hallaron entre las montañas de hierro de Lotor.
Al detenerse para pernoctar, Derezong observo:
- De acuerdo con mis sospechas, y por lo que nos han dicho los viajeros, el templo se halla solamente a una jornada de camino. Por lo tanto, sería hora de ver si podemos cumplir la misión delegándola en otros o con nuestras vulnerables personas.
-¿Te refieres a invocar a Feranzot? - se atribuló Zhamel Seh.
- Al mismo.
Zhamel se estremeció.
- Algún día dejarás sin cerrar un ángulo de un pentáculo y esto será el fin para nosotros.
- Sin duda. Pero para obtener el mágico poder hay que recurrir a los medios más potentes, so pena de perecer en la empresa.
- No creo que haya algo más arriesgado que tratar con Feranzot - gruñó Zhamel -, excepto invocar al terrible Tr'lang.
Pero obedeció a su amo.
Efectuaron el encantamiento de Br'tong, reconstruido por Derezong Taash según los "Fragmentos de Lontang", y la oscura forma de Feranzot se apareció fuera del principal pentáculo, oscilando y gruñendo. Derezong sintió un horrible frío en todo el cuerpo, y la depresión que la presencia del pavoroso demonio siempre engendraba. Zhamel Seh, a pesar de su bravura, se acobardó.
-¿Qué quieres? - preguntó Feranzot.
Derezong Taash reunió todas sus fuerzas antes de replicar:
- Tú robarás la joya del ojo central de la imagen de la diosa Tandyla en el templo cercano y me la entregarás.
- No puedo hacerlo.
- ¿Por qué no?
- En primer lugar, porque los sacerdotes de Tandyla han trazado en torno al templo un circulo de tal potencia que ningún demonio ni espíritu, excepto el inmenso Tr'lang, puede cruzarlo. En segundo lugar, porque el mismo ojo se halla rodeado de una aura de tan nefasta influencia que ni yo ni otro de mi clase, ni aun el mismo Tr'lang, podemos ejercer presión alguna en este plano. ¿Puedo regresar a mi propia dimensión ahora?
- Vete, vete... Bien, Zhamel, por lo visto tendremos que realizar nosotros solos la tarea.
Al día siguiente prosiguieron su viaje. Las colinas se convirtieron en cordilleras de una escabrosidad extremada, y el camino en un vericueto que pasaba por entre enormes acantilados de suma verticalidad. Los caballos, más acostumbrados a las llanuras del ventoso Lorsk, disgustados ante aquella nueva topografía, frotaban penosamente sus patas contra los acantilados en su ansia por retirarse de los precipicios.
Un sol mezquino penetraba hasta las gargantas de negra roca, que empezaron a oscurecer rápidamente después de mediodía. Entonces, el cielo se nubló y las rocas se tornaron húmedas por la niebla. El sendero cruzó la garganta de un puente colgante suspendido de cuerdas. Los caballos retrocedieron.
- No puedo censurarlos - reconoció Derezong Taash desmontando -. ¡Por los talones rojos de Vrazh! También a mí me pone la carne de gallina esta vista.
Cuando Zhamel los condujo con suaves palabras, uno detrás de otro, los caballos se dignaron cruzar el puente, aunque muy reacios. Derezong, hallándoles, miró brevemente hacia abajo, a las espumosas aguas del torrentoso río, y se prometió no volver a mirar. Los pies y los cascos resonaban estruendosamente, arrancando poderosos ecos de las murallas de piedra, y el viento jugueteaba con las cuerdas del puente como con las de un arpa.
Al otro lado del barranco, el camino continuaba ascendiendo en espiral. Pasaron por el lado de una pareja, un hombre y una mujer, que descendían por la senda, y tuvieron que retroceder hasta un recodo para hallar espacio suficiente. El hombre y la mujer iban mirando sombríamente el terreno, y apenas se dieron cuenta del gruñido de salutación que les dirigió Derezong.
El sendero, bruscamente, dobló hacía una enorme grieta de la roca, como un túnel, donde el ruido de los cascos de los caballos creció de punto; y donde, por culpa de las tinieblas, apenas sabían por dónde andaban. El fondo del túnel ascendía Suavemente, de modo que al salir se hallaron en una zona de piedras diseminadas, con unos cuantos árboles enanos. El camino pasaba por entre los peñascos hasta terminar en un tramo de escalones, que conducían al templo de Tandyla. De este templo, de muy mala reputación, los hechiceros sólo podían divisar la parte inferior, ya que la superior desaparecía entre las nubes. Lo que veían era todo negro, brillante, erizado de picos muy agudos.
Derezong recordó los desagradables atributos de la diosa, y los hábitos aún más desagradables de sus sacerdotes. Se decía, por ejemplo, que el culto de Tandyla, seguramente una siniestra figura del panteón Pusaadíano, era solamente una añagaza para encubrir los ritos de adoración al demonio Tr'lang, que en tiempos remotos había sido un dios. Esto fue antes de que los altísimos Lorskas, arrojados del continente por el conquistador Hauskirík, hubiesen cruzado el mar Tritoníano hacía Pusaad, mucho antes de que esa tierra hubiese empezado su ominoso vasallaje.
Derezong Taash se dijo que los dioses y demonios no eran tan formidables como los sacerdotes, por motivos crematísticos, querían hacer creer. Asimismo, que las habladurías respecto a los hábitos de los sacerdotes serían bastante exagerados. Aunque no llegó a creer por completo lo que se dijo a sí mismo, esto sirvióle para tranquilizarse un poco.
Delante del templo semioculto, Derezong Taash desmontó, y con la ayuda de Zhamel Seh, ató las bridas de los animales a pesadas rocas, a fin de impedir que huyesen.
-¡Mi amo! - gritó Zhamel cuando se dirigía ya a la escalinata.
-¿Qué pasa?
-¡Mira!
Derezong miró y descubrió que su aspecto de comerciantes de Parsk se había desvanecido, y que de nuevo volvían a ser el hechicero de la corte del rey Vuar y su ayudante. Debían haber cruzado el círculo mágico del que les había hablado Feranzot.
Derezong miró hacia la entrada del templo, y medio escondido por la carencia de luz, vio a dos individuos que custodiaban el portal. Su vista captó el centelleo del bronce pulimentado. Pero los guardas no dieron señales de haber observado el cambio de apariencia de los dos recién llegados.
Derezong Taash comenzó a subir la escalinata con sus dos cortas piernas. Los guardas se hicieron ya plenamente visibles, con sus cuerpos Lotris, muy gruesos y de cejas muy pobladas. Se decía que eran semejantes a los salvajes de Terarne, del lejano Nordeste, que no sabían domar los caballos y peleaban con piedras afiladas. Los guardas miraban directamente al frente, uno delante del otro, como estatuas, Derezong y Zhamel pasaron por entre ambos.
Se hallaron en un vestíbulo donde una pareja de muchachas de Lotrí les dijeron:
- Vuestras botas y vuestras espadas, caballeros.
Derezong se quitó el cinto y se lo entregó a la más próxima; después se desprendió de las botas y se quedó descalzo con la hierba que se había embutido entre los dedos. Se alegró de sentir la segunda espada dentro de su camisa.
- Vamos - ordenó el hechicero, abriendo la marcha por la nave del templo.
Era como la mayoría: una sala rectangular que olía a incienso, con un tercio de su espacio dividido por una verja, detrás de la cual se elevaba la enorme y negra estatua de Tandyla. El liso basalto en que estaba labrada reflejaba débilmente las luces de las lámparas, y arriba, allá donde la cabeza desaparecía entre las sombras, una lucecita purpúrea mostraba el lugar donde la joya de su frente reflejaba los rayos de luz.
Un par de Lotris estaban arrodillados delante de la reja, musitando sus rezos. Por su lado apareció un sacerdote entre las sombras, atravesando la nave por detrás de la verja. Derezong casi esperaba que el sacerdote se dirigiese a él exigiéndole que en compañía de su ayudante lo siguieran al cubículo del sumo sacerdote; pero aquél se limitó a desaparecer por entre las sombras del otro lado.
Derezong Taash y su acompañante avanzaron, muy lentamente, hacia la verja. Al acercarse, los dos Lotris terminaron sus oraciones y se levantaron. Uno de ellos dejó caer algo dentro de un receptáculo en forma de bañera que había detrás de la verja, y las dos figuras se marcharon con premura.
Por el momento, Derezong y Zhamel estaban completamente solos en el templo, aunque en medio del silencio podían oír leves movimientos y voces desde otros lugares del templo. Derezong sacó el paquetito, de polvos syr y los esparció por el suelo, mientras recitaba su encantamiento de Ansuan. Cuando hubo terminado, entre él y Zhamel se alzaba un doble de su persona.
Derezong Taash trepó por la verja y corrió de puntillas hacia la parte posterior de la estatua. En las sombras, podía divisar las puertas de los muros. La estatua estaba sentada con su espalda casi tocando la pared que tenía detrás, de forma que un hombre hábil, braceando de espaldas a la estatua y los pies contra la pared, podía ir izándose poco a poco. Aunque Derezong era "hábil", sólo en un sentido, se deslizó por la abertura, hasta esconderse por entre los cortinajes que rodeaban a la diosa, donde permaneció, casi sin respirar, hasta que oyó alejarse los pasos de Zhamel Seh.
El plan consistía en que Zhamer saliese del templo acompañado por el doble Derezong. Los guardas, creyendo que en el templo no había ya ningún visitante, se descuidarían. Derezong robaría la piedra; Zhamel trazaría un círculo en el exterior, apremiando a los guardas a "¡Venid de prisa!"; y en tanto su atención se distraía de esta forma, Derezong saldría del templo.
Derezong Taash comenzó a izarse por entre la estatua y el muro. Era sumamente difícil, por lo que el sudor empezó a brotar de su frente, resbalando por su faz. Pero siguió adelante.
Llegó al nivel de un hombro y se apoyó en aquella proyección, cogiéndose de una oreja de la diosa para mayor seguridad. La piedra estaba fría al contacto de sus pies descalzos. Retorciendo el cuello logró distinguir la cara poco agradable de la diosa, sólo de perfil, y con más esfuerzos consiguió tocar la gema de su frente.
Derezong sacó de su túnica una pequeña palanca de bronce que traía ya para tal propósito. Con la misma empezó a separar los soportes de plomo que sujetaban la joya, con sumo cuidado para no rayar la piedra o dejarla caer al suelo. Después de cada dos o tres tentativas, comprobaba la solidez de los soportes. Pronto los sintió flojos.
El templo estaba en completo silencio.
Realizó otra tentativa con la palanca y la piedra salió de su alvéolo, rozando suavemente las superficies interiores de los soportes. Derezong Taash escondió la piedra y la palanca debajo de su túnica. Pero los dos objetos resultaban demasiado abultados para que sus manos pudiesen manejarlos a la vez. La palanca cayó con un fuerte ruido, chocando contra la estatua, saltando desde el vientre a la falda, para terminar con un sonoro golpe en el suelo del templo, delante de la imagen.
Derezong Taash se inmovilizó. Transcurrieron unos segundos sin que nada ocurriese. Seguramente, los guardas habrían oído...
Pero el silencio continuó.
Derezong Taash se guardó la joya en su túnica y regresó, apoyándose en la estatua, a las sombras de la parte posterior. Poco a poco se fue deslizando por el espacio existente entre la diosa y el muro. Llegó al suelo. Seguía sin oír ningún rumor, a no ser algún débil ruido seguramente ejecutado por los servicios del templo al preparar la comida de sus amos. Esperó a que Zhamel efectuase el movimiento previamente planeado.
Esperó... esperó... Desde algún lugar ignorado le llegaron los estertores de un hombre agonizando.
Al fin, cansado de esperar, Derezong Taash rodeó la cadera de la estatua. Recogió la palanca con un rápido gesto, trepó de nuevo por la verja y se dirigió de puntillas hacia la salida.
Allí estaban los guardas, con los alfanjes desenvainados, aguardándolo.
Derezong Taash sacó su segunda espada. En una lucha a muerte, sabía que tenía muy pocas posibilidades contra unos combatientes tan duros y experimentados. Su única probabilidad residía en pasar por entre ambos velozmente, y no dejar de correr.
Esperaba de tal guisa que los dos guerreros se separasen, disponiéndose a atacarlos desde los opuestos lados. Pero uno de ellos dio un salto adelante y le envió un certero golpe. Derezong lo paró con su espada. "¡Clang, clang!" sonaron las hojas, pero de repente su enemigo tropezó, dejó caer la espada, se llevó ambas manos al pecho y quedó encogido como un montón de harapos en el suelo. Derezong estaba asombrado. Hubiese jurado que su espada no había dado en el blanco.
Pero entonces el otro guarda lo atacó. Al segundo choque de las hojas, el guarda dio media vuelta sobre sí mismo, y el alfanje le cayó de la mano. Entonces retrocedió, y de pronto echó a correr, desapareciendo por una de las diversas puertas laterales del templo.
Derezong Taash contempló su espada, preguntándose si durante tanto tiempo habría ignorado su poder. Todo el combate había durado unos diez segundos y, al menos en aquella penumbra, no veía ni una sola gota de sangre en la reluciente hoja. Se sintió tentado a comprobar la muerte del guarda caído hundiendo toda la espada en el corazón; pero le faltaba tiempo y crueldad para ello. Prefirió echar a correr por el vestíbulo hasta la salida, para buscar a Zhamel y a su propio doble.
Ninguna señal de ambos. Los cuatro caballos seguían trabados a unos pasos de la escalinata del templo. Las piedras del suelo resultaban duras bajo las descalzas plantas de los pies del brujo.
Derezong vaciló, pero sólo un instante. Estaba muy encariñado con su ayudante, cuyas buenas cualidades le habían sacado de tantos conflictos, como las malas les hablan metido en otros. Por otra parte, regresar al interior del templo en busca del idiota de Zhamel sería una verdadera locura. Y Derezong tenía órdenes del rey bien definidas.
Envainó la espada, montó sobre su corcel y se alejó de allí conduciendo a los otros tres por las riendas.
Durante el descenso por el estrecho túnel, Derezong tuvo tiempo de meditar, y cuanto más reflexionaba menos le gustaban sus reflexiones. La conducta de los guardas era inexplicable, a menos de estar borrachos o chiflados, y el brujo no creía ninguna de ambas explicaciones. El no haberle atacado simultáneamente; el no haber oído la caída de la palanca; la facilidad con que él, un inexperto luchador, los había vencido; el hecho de que uno de sus enemigos muriera sin haberlo tocado; el hecho más singular aún de no haber pedido ayuda...
A menos que todo estuviese planeado de este modo. Todo había sido demasiado fácil para poder forjar otra hipótesis.
Tal vez querían que robase la maldita piedra.
En el extremo interior del túnel, el camino salía por el flanco del acantilado formando el hondo barranco. Allí refrenó su montura, echó pie a tierra y trabó a los animales, escuchando atentamente el sonido de sus posibles perseguidores en el túnel. Sacó el ojo de Tandyla y lo examinó. Sí, cuando se miraba a su través se percibían los siete rayos luminosos de que le había hablado Goshap Tuzh, de lo contrario, no parecía gozar de otras propiedades.
Derezong Taash lo dejó cuidadosamente en el suelo y retrocedió para verlo desde lejos. Al retroceder, la piedra se movió ligeramente y comenzó a rodar hacía él.
Al principio pensó que no había dejado la piedra sobre un terreno demasiado llano, y dio un salto para cogerla y dejarla en el mismo sitio, sosteniéndola con unos cuantos guijarros y tierra en torno. ¡Ahora no podría rodar!
Pero cuando el brujo retrocedió de nuevo, por la pendiente, Derezong Taash sintió un sudor frío, y esta vez no por el cansancio físico. La piedra volvió a rodar hacia él, cada vez más de prisa. Trató de esquivarla, escondiéndose en un repliegue del muro rocoso. La piedra giró también y fue a yacer a sus pies, como un animal doméstico pidiendo una caricia.
Derezong cavó un pequeño hoyo, metió la piedra dentro y se alejó. Poco después, la gema pareció estremecerse y no tardó en aparecer, apartando los guijarros de su paso, como si los mismos fuesen tirados por cuerdas invisibles. Volvió a rodar hasta los pies del hechicero y se paró.
Derezong Taash recogió la piedra y la examinó atentamente. No tenía ningún arañazo. Recordó que la demanda de la piedra había partido de Ilepro, la esposa del monarca.
Con un súbito estallido de emoción. Derezong arrojó la piedra muy lejos, hacía el barranco.
Según todos los cálculos, la gema habría debido seguir un curso curvado, arqueándose hacia abajo para chocar contra el acantilado opuesto. En cambio, aflojó la marcha encima del barranco, retrocedió y volvió a la mano que acababa de arrojarla.
Derezong Taash ya no dudó de que los sacerdotes de Tandyla habían dispuesto una trampa para el rey Vuar bajo la forma de aquella joya. Qué le haría ésta al rey y al reino de Lorsk si Derezong llevaba a cabo su misión era algo que éste ignoraba. Por lo que sabía, la piedra era antidemoníaca, por lo que protegería al rey Vuar en lugar de perjudicarlo. Sin embargo, Derezong estaba seguro de que los sacerdotes habían proyectado algo malvado, y no tenía muchas ganas de ser él el intermediario. Colocó la joya sobre una roca lisa, buscó un pedrusco del tamaño de su cabeza, la levantó entre sus manos y la dejó caer con todas sus fuerzas sobre aquélla.
O lo intentó. Al descender, el pedrusco chocó contra el acantilado y un segundo más tarde Derezong estaba dando saltos como una danzarina diabólica de Dzen, chupándose los dedos y maldiciendo a los sacerdotes de Tandyla, con todos los nombres más terribles de su Vasto repertorio. La joya no había sufrido el menor daño.
Por lo tanto, razonó Derezong, los sacerdotes no sólo habían puesto en la gema un encanto para seguirlo, sino también el Encantamiento de Duzhateng, por lo que cada esfuerzo para destruir o perjudicar a la joya redundaría en perjuicio suyo. Si probaba algún proyecto más complicado para reducirla a polvo probablemente sólo conseguiría romperse una pierna. El Encantamiento de Duzhateng sólo podía ser contrarrestado mediante otro complicado conjuro del que Derezong no tenía los materiales necesarios, que incluían varias sustancias raras y repugnantes.
Derezong sabía ya que sólo había un medio de neutralizar aquellos conjuros y asegurarse de que la piedra no lo siguiese, y era devolverla a la estatua de Tandyla, sujetándola con los soportes de plomo. Cuya tarea, no obstante, prometía presentar más dificultades que el robo. Porque si los sacerdotes del templo había deseado que Derezong robase la gema, seguramente harían cuanto estuviese a su alcance para impedir la devolución de la misma.
Pero tenía que intentarlo. Derezong Taash se metió la piedra en la túnica, montó en su caballo (dejando a los otros tres trabados) y cabalgó de nuevo hacia el túnel. Cuando salió a la pequeña meseta sobre la que se alzaba el templo de Tandyla, vio que ya había sido derrotado. En torno a la entrada del mismo había una doble fila de guardas, cuyas bronceadas corazas relucían débilmente a la moribunda luz del día. La fila delantera llevaba unos escudos de piel de mamut y pesados alfanjes de bronce, mientras que los de detrás sujetaban unas enormes picas con ambas manos, que sobresalían por entre los hombres de la primera fila. De esta manera presentaban un formidable frente, y el atacante tendría que cruzar aquella doble hilera de puntas y alfanjes.
Una posibilidad era correr hacia ellos en su caballo, de modo que uno o dos se apartaran de su camino, dejando una abertura por la que pudiese cruzar ambas filas. Después, cabalgaría por dentro del templo y quizá conseguiría colocar la joya en su alvéolo antes de que lo cogieran. De lo contrario, se produciría un gran combate, algunos guardas quedarían heridos, su caballo muerto, y un brujo perdería con toda seguridad la cabeza.
Derezong Taash vaciló, y luego recordó sus valiosos manuscritos que le aguardaban en el palacio del rey Vuar, y que ya nunca más podría leer a menos que llevase allá la joya o una excusa aceptable. Espoleó a su caballo.
Cuando el animal se dirigió hacia la línea, las puntas de las picas se aproximaron, pareciendo más afiladas y agudas, y Derezong vio que los guardas no se apartaban. Entonces surgió del templo una figura que descendió la escalinata por detrás de los guardas. Lucía un ropón sacerdotal, pero Derezong reconoció las facciones de Zhamel Seh.
Derezong Taash tiró de las riendas y el corcel se paró cuando tenía el morro a unos centímetros escasos de una pica. Derezong - que vivía en una edad en que no había estribos -, se dejó deslizar hacia delante hasta sujetarse por el cuello del animal. Asiéndose a la crin con la mano izquierda, buscó la gema con la derecha.
-¡Zhamel, cógela! - gritó
La arrojó. Zhamel saltó muy arriba y atrapó la piedra antes de que pudiese retroceder.
- ¡Devuélvela a su alvéolo! - le ordenó Derezong.
-¿Qué? ¿Posee malas artes?
-¡Devuélvela rápidamente, y déjala bien sujeta!
Zhamel, adiestrado a obedecer cualquier orden, por extraña que fuese, regresó al templo, aunque moviendo la cabeza lamentando la chifladura de su amo. Derezong Taash soltó la crin del caballo y condujo a la bestia lejos del alcance de las picas y los alfanjes. Bajo sus cascos, las cabezas de aquéllos estaban contemplándole con evidente perplejidad. Derezong supuso que sólo les habían dado una orden: no dejarlo entrar, y ahora no sabían cómo reaccionar ante aquella estrecha amistad y colaboración entre el brujo y un sacerdote.
Como los guardas no parecían deseosos de perseguirlo, Derezong continuó sobre su caballo, fijos sus ojos en el portal del templo. Le daría a Zhamel la oportunidad de ejecutar su misión y escapar, aunque el joven tenía pocas probabilidades en su favor. Si Zhamel trataba de abrirse paso por entre los guardas, éstos le convertirían en albondiguillas, desarmado como estaba. Y Derezong tendría que buscar otro ayudante, que seguramente resultaría tan poco satisfactorio como su predecesor.
Por lo tanto, Derezong no quería abandonar al muchacho a su fatal destino.
Entonces, Zhamel apareció descendiendo por la escalinata, portador de una larga pica como las que tenían los guardas. Con su arma horizontal, corrió hacia los guardas como para ensartarles por la espalda. Derezong, sabiendo que esta acción no prosperaría, cerró los ojos.
Pero antes de llegar a los guardas, Zhamel clavó la punta de la pica en el suelo, usándola como una pértiga. Rápidamente estuvo saltando por el aire, por encima de los cascos de los guardas y los escudos de piel de mamut. Cayó delante de los guardas, rompiendo una de sus picas, rodó por el suelo, se puso de pie y corrió hacia Derezong Taash. Éste ya había hecho dar media vuelta a su cabalgadura.
Cuando Zhamel se asía al borde de la silla de montar, un clamor surgió del templo, y los sacerdotes empezaron a salir del mismo, chillando. Derezong azotó con los pies descalzos los flancos del jamelgo, el cual salió al galope, con Zhamel balanceándose en el aire. Comenzaron a volar por el túnel, oyendo la persecución detrás.
Derezong Taash no perdió el tiempo haciendo averiguaciones durante el descenso. Al llegar al final del túnel, donde éste terminaba al lado del barranco, hicieron alto para que Zhamel pudiese montar su propio caballo, y continuaron la marcha a toda velocidad. El eco de los cascos de los caballos perseguidores surgía por la salida del túnel.
En el puente suspendido, los caballos volvieron a retroceder, encabritándose; pero Derezong, implacable, los obligó a seguir adelante, aguijoneando su montura con la espada, hasta que la bestia le obedeció. El helado viento zumbaba por entre las cuerdas suspensorias, y la luz del día apenas existía ya.
Al extremo del puente, con un gran suspiro de alivio, Derezong tendió la vista hacia atrás. Por el costado del acantilado, la fila de perseguidores proseguía su infatigable carrera.
- Si tuviese tiempo y los materiales necesarios - jadeó el brujo - haría un encantamiento que dejaría este puente inservible.
-¿Qué hay de malo con dejarlo inservible de verdad? - replicó Zhamel, aproximando su caballo hacia el acantilado y poniéndose de pie sobre la silla de montar.
Con la espada cortó los cables. Cuando el primero de los perseguidores llegó al comienzo del puente, toda la estructura se balanceó, cayendo con gran estrépito de cuerdas y tablas. Los sacerdotes lanzaron una agónica exclamación, y rápidamente retrocedieron para buscar refugio contra las rocas. Derezong y su acólito reemprendieron la marcha.
Quince días más tarde llegaron al umbral de la tienda de Goshap Tuzh, el lapidario de Bienkar. Zhamel Seh contó su participación en la aventura.
- Al salir, la pequeña Lotrí me envolvió con su amorosa mirada. Pensé que tenía tiempo de ejecutar la orden del amo y al mismo tiempo pasar un rato agradable...
-¡Maldito granuja! - masculló Derezong, contemplando su copa llena de vino verde.
- La seguí. A decir verdad, todo se iba desarrollando de la forma más propicia y agradable, cuando de repente tropezamos con uno de aquellos sujetos sin barbilla, el cual me atacó con un puñal. Traté de esquivar el golpe y hundirle mi espada hasta el puño. Lo conseguí, pero entonces temí que el ruido de la lucha hiciera acudir a los demás, por lo que cogí el hábito y salí del templo, dispuesto a Ir en busca de mi amo, pero éste había desaparecido con los caballos y su doble.
-¡Salí huyendo, sí! - gritó Derezong Taash, con tono sarcástico -. Y mi doble también había desaparecido, episodio que la joven Lotri estoy seguro no olvidará en mucho tiempo. Como el doble no era más que una sombra y no un ser racional, se desvaneció al cruzar la barrera mágica erigida por los sacerdotes.
- Y - continuó Zhamel - había sacerdotes y guardas, como un grupo de monos. Me comporté como si fuera uno de ellos, viéndoles colocar a los guardas delante del portal, y entonces volvió el amo, me arrojó la piedra y me ordenó devolverla. Comprendí al instante la situación, corrí hacia lo estatua, sujeté el ojo de Tandyla en su tercer alvéolo, y lo aseguré con los soportes de plomo, sirviéndome del pomo de mi daga. Después cogí una pica de la armería, deteniéndome a dejar sin sentido a un par de Lotris que pretendían detenerme para interrogarme, y el resto ya lo sabéis.
- Buen Goshap - exclamó Derezong -, tal vez tú puedas aconsejarme qué debo hacer ahora, ya que temo que al presentarnos delante del rey con nuestra verdadera personalidad y sin la joya, aquél pondrá nuestras cabezas sobre una bandeja sin dejarnos concluir nuestra explicación. No dudo de que después se sentirá roído por los remordimientos, pero esto no será ninguna ayuda para nosotros.
- Puesto que os retiene sin razón, ¿por qué no le abandonáis, como ya os propuse antes? - inquirió Goshap Tuzh.
Derezong Taash se encogió de hombros y respondió:
- Otros amos tampoco serían mejores. De haber confiado los sacerdotes en mi habilidad de llevar la gema desde Lotor a Lorsk, sin poner un encantamiento en la misma, seguramente su complot habría obtenido el fruto deseado. Pero al temer que yo vendiese o perdiese la joya por el camino, la encantaron y entré en sospechas...
-¿Pero cómo pudieron encantaría si la piedra posee propiedades antimágicas?
- Sus propiedades antimágicas sólo comprenden el antidiabolismo, por lo que el conjuro seguidor y el Encantamiento de Duzhateng son magias simpáticas, no hechiceras. Sea como sea, la piedra me iba siguiendo, lo cual despertó mis sospechas - suspiró y bebió un largo trago de vino. Lo que hace falta en este mundo es más confianza, Goshap.
-¿Entonces, por qué no redactas una misiva al rey relatándole todas las circunstancias? Yo os prestaría un esclavo para que la llevase a Lorsk, antes de vuestra llegada allí, y cuando entraseis en palacio la furia real ya se habría aplacado.
Derezong reflexionó sobre la proposición.
- Sugerencia prudente, aunque no la acepto, porque se enfrenta con un obstáculo insuperable: que todos los cortesanos de Lorsk, excepto seis, no saben leer, y entre los seis no se cuenta el rey Vuar. Y de los seis, al menos cinco se cuentan entre mis peores enemigos, a los que divertiría mucho contemplar mi caída. Y si mi misiva al rey iba a parar a manos de uno de éstos, aún indispondrían más al rey contra mí. ¿No podríamos engañar al soberano, haciéndole creer que hemos robado la piedra, y entregándole otra semejante? ¿No conoces ninguna otra?
- No está mal el proyecto - asintió Goshap -. Déjame meditar... El año pasado, cuando el espectro óseo de Want llegó al mundo, el rey Daior colocó su mejor corona, como préstamo, en el templo de Kelk, a fin de que este tesoro acallase los rumores del pueblo. Bien, esta corona tiene en su vértice un zafiro purpúreo de gran tamaño y exquisita pureza, y se dice que fue tallado por los dioses antes de la creación para su goce. Sí, su forma y su tamaño son semejantes a los del ojo de Tandyla. Y la gema no fue recuperada por el rey, por lo que los sacerdotes de Kelk la exhiben con la corona, consiguiendo con ello que los poderosos del país entreguen más dádivas. Pero de la manera cómo esta joya puede trasladarse de la corona a tu bolsillo es algo que no debes preguntarme, porque lo ignoro por completo.
Al día siguiente, Derenzong Taash se encantó a sí mismo y a Zhamel Seh con el aspecto de Atlantes, los habitantes de las brumosas montañas del desierto de Gautha, al este del mar de Tritonia, donde se murmuraba en Pusaad que había hombres que tenían serpientes por piernas y otros sin cabeza y con la cara en el pecho.
-¿Qué somos - gruñó Zhamel -, magos o ladrones? Tal vez si obtenemos un éxito en esta empresa, el rey de Torrutseish, del otro lado del mar Tritoniano, tenga alguna valiosa joya que valga la pena robar.
Derezong Taash no continuó la discusión, sino que prosiguió la marcha hacia la fachada cuadrada del templo de Kelk. Luego anduvieron hasta el edificio con el paso de los Atlantes, y en el interior divisaron la corona sobre un almohadón que descansaba encima de una mesa, iluminada por una lámpara y dos Lorskas, gigantes de dos metros de altura, que la custodiaban, uno con una espada desenvainada y el otro con una flecha en su arco. Los guardas contemplaron a los dos Atlantes, con sus túnicas azules y sus brazaletes de oricalco, haciendo mil gesticulaciones a la vista de la corona. Y de pronto, el Atlante más bajito, en cuyo disfraz se ocultaba Derezong Taash, se marchó, dejando solo al otro, boquiabierto.
Apenas el Atlante más bajo había atravesado el portal, cuando profirió un tremendo alarido. Los guardas, miraron hacia allí y, divisaron su cabeza de perfil proyectada más allá del umbral y mirando hacia arriba como si su cuerpo estuviese retorcido hacia atrás y su garganta asida por poderosas manos.
Los guardas, que ignoraban que Derezong se estaba estrangulando a si mismo, corrieron al portal. Al aproximarse, la cabeza del Atlante atacado desapareció, y cuando llegaron encontraron a Derezong Taash, bajo su propio aspecto, dirigiéndose al portal. Mientras tanto, los poderosos dedos de Zhamel Seh habían aflojado la piedra central de la corona exhibida.
-¿Ocurre algo, caballeros? - les preguntó Derezong a los guardianes, al tiempo que Zhamel salía ya del templo, despojándose también de su disfraz de Atlante, convirtiéndose en otro Lorska como los guardas, aunque no tan alto ni tan barbudo.
- Si buscáis a un Atlante - repuso Derezong a las preguntas de los centinelas -, acabo de ver a dos que parecían deslizarse por un callejón, de manera furtiva. Tal vez sería conveniente que fueseis a comprobar si han cometido algún latrocinio dentro del templo.
Cuando los guardas corrieron al interior del edificio sagrado, en respuesta a la sugerencia de Derezong, éste y su ayudante echaron a correr en dirección opuesta.
- Al menos - murmuró Zhamel -, esperemos que no tengamos que devolver también esta joya al lugar donde la hemos obtenido.
Derezong y Zhamel llegaron aquella noche, ya muy tarde, a Lezohtr; pero todavía no habían acabado de saludar a sus concubinas cuando un mensajero informó al brujo que el rey Vuár deseaba verlo al instante.
Derezong Taash halló al monarca en el salón de audiencias, evidentemente arrancado de su sueño, ya que sólo llevaba la corona y una piel de oso en torno a su huesudo cuerpo. Ilepro también estaba presente, ataviada sin formalidad, y con ella estaba el cuarteto de lotrianas.
-¿La has conseguido? - preguntó el rey, enarcando una poblada ceja, previendo una negativa.
- Aquí está, sire - repuso Derezong, inclinándose hasta el suelo, y luego avanzando con la joya de la corona del rey Daior.
El rey Vuar la cogió entre sus dedos y la examinó a la luz de la única lámpara del salón. Derezong Taash temía que el rey pensara en contar los rayos reflejados; pero se tranquilizó al recordar que el rey Vuar era notablemente torpe en matemáticas superiores.
El rey alargó la joya hacia Ilepro.
- Tomad, señora. Y esperemos que con esta transacción terminen vuestras incesantes súplicas.
- Mi señor es tan generoso como el sol contestó Ilepro, con su acento lotriano -. Cierto es que tengo algo más que decir, pero no delante de oídos serviles.
Acto seguido susurró algo con sus cuatro servidores lotrianas.
-¿Y bien? - se impacientó el rey.
Ilepro miró el zafiro e hizo un movimiento con su mano libre, mientras recitaba algo en su lengua nativa. Aunque lo hizo con demasiada premura para que Derezong lo entendiese, éste captó una palabra repetida varias veces, que le heló el corazón. La palabra era Tr'lang.
-¡Sire! - exclamó -. Temo que esta bruja del norte quiera haceros algún daño...
-¿Cómo? - rugió el rey Vuar -. Estás vilipendiando a mi esposa, delante de mi... ¡Voy a cortarte la cabeza!
-¡Pero, sire! ¡Majestad, mirad!
El rey interrumpió su parlamento para mirar, y no volvió a reanudarlo. Porque la llama de la lámpara se había encogido hasta no ser más que un débil centelleo. Ráfagas de aire helado penetraron en el salón, en medio de cuya penumbra una niebla se espesó en la sombra, y la sombra se convirtió en sustancia. Al principio, pareció una oscuridad deforme, una niebla de arena; pero poco después aparecieron un par de puntos luminosos, unos ojos palpables, a la altura de dos hombres, uno sobre el otro.
La mente de Derezong buscó un potente exorcismo, pero tenía la lengua como pegada al velo del paladar, por efecto del terror. Su Feranzot era un gatito comparado con aquel demonio, y ningún pentáculo podía protegerlo.
Los ojos crecieron más, y unos talones de cuernos arrojaron resplandores siniestros. El frío en el salón era como si éste se hubiera transformado en un iceberg y Derezong aspiró el olor de plumas chamuscadas.
Ilepro señaló al rey y gritó algo en su idioma. Derezong creyó ver unos colmillos proyectándose de una boca enorme, y Tr'lang saltó hacia Ilepro. Ésta sostuvo la joya ante sí, como para protegerse contra el demonio. Pero éste no le prestó ninguna atención. Y cuando las tinieblas se afirmaron en derredor de la joven, ésta lanzó un penetrante alarido.
Se abrió la puerta y las cuatro lotríanas, que a una orden de la reina habianse marchado, penetraron en el salón. Ilepro continuaba gritando, pero sus alaridos iban disminuyendo, con un curioso efecto de distancia, como si Tr'lang la arrastrase consigo. Sólo podía distinguirse una sombra sin forma en el centro del salón.
La primera de las lotris gritó "¡Ilepro!" y saltó hacia la forma, sosteniendo un manto con una mano mientras sujetaba una pesada espada de bronce con la otra. Como las demás hicieron lo mismo, Derezong comprendió que no eran mujeres, sino lotrianos con apariencia femenina y que se habían rasurado las barbas, disfrazándose con ropas de mujer.
Los cuatro lotris blandieron sus espadas en el lugar donde había estado Tr'lang, pero sin hallar otra resistencia que la del aire. Luego, se enfrentaron con el rey y Derezong.
El primero de los lotris gritó:
- ¡Cogedlos vivos! ¡Tienen que asegurar nuestra salida de aquí sanos y salvos!
Los cuatro avanzaron, listas las espadas y sus manos libres extendidas como garras. Entonces, se abrió la puerta del lado opuesto y apareció Zhamel Seh con una brazada de espadas. Arrojó dos a Derezong y Vuar, los cuales las sujetaron por la empuñadura; Zhamel, por su parte, se quedó con una tercera, colocándose al lado de sus amigos.
- ¡Demasiado tarde! - exclamó uno de los cuatro lotris -. ¡Matémoslos y huyamos! ¡Es nuestra única posibilidad!
Acto seguido, se abalanzaron contra los tres Lorskas. ¡Clang, clang! Las espadas chocaron cuando los siete hombres se acometieron frenéticamente en la penumbra. El rey Vuar se había envuelto el brazo izquierdo con la piel de oso como escudo, por lo que luchaba desnudo, excepto su corona. Aunque los Lorskas tenían la ventaja de los brazos más largos, luchaban con la desventaja de la edad del rey y la mediocridad de Derezong como espadachín.
Por lo tanto, a pesar de su bravura, el brujo no tardó en verse acorralado hacia la pared, sintiendo la punzada de una herida en un hombro. Y por todo lo que un ignorante pueda pensar de los poderes de un hechicero, a Darezong le era imposible seguir combatiendo para salvar su vida y recitar conjuros al mismo tiempo.
El rey aullaba, pidiendo socorro, pero no obtenía respuesta; ya que en las cámaras interiores el grosor de los muros ahogaba cualquier ruido. Como los otros, también estaba acorralado en un rincón. Poco después, los tres atacados estaban luchando en la pared, hombro con hombro. Una hoja hirió a Derezong a un lado de la cabeza, lo cual le mareó, en tanto que un ruido metálico le comunicaba que otro golpe había tropezado con la corona del rey, y un grito de Zhamel revelaba que también habían alcanzado al joven.
Derezong Taash comenzó a agotarse. Le costaba mucho trabajo respirar, y la empuñadura de la espada le dolía en la mano. No tardarían ya en vencer toda su resistencia y asesinarlo, a menos que hallase algún medio indirecto de triunfar en aquella desigual lucha.
Arrojó la espada, no al Lotri que tenía delante, sino hacia la lámpara que ardía sobre la mesa. Esta cayó al suelo, apagándose, al tiempo que Derezong Taash se dejaba caer a gatas, arrastrándose en pos de su espada. En la oscuridad, a su espalda oía los pasos de los demás y sus jadeos, temiendo ahora todos atacar por temor a asesinar a un amigo, y no pudiendo hablar para no revelar la posición.
Derezong continuó a lo largo del muro hasta llegar al cuerno de caza del rey Zynah. Cogiendo aquella preciosa reliquia, sopló por ella con toda la potencia de sus pulmones.
El sonido resonó ensordecedoramente por aquel limitado espacio. Derezong dio unos cuantos pasos más, a fin de que los lotris no pudieran localizarlo por el sonido, y asesinarlo, y volvió a soplar. Rápidamente se oyeron en el exterior las pisadas de los guardias del rey Vuar. La puerta se abrió súbitamente y todos penetraron en el salón, con las armas preparadas y grandes antorchas.
-¡Apresadlos! - les ordenó el rey, señalando a los cuatro lotris.
Uno de ellos intentó resistirse, pero el alfanje de un guardián le cercenó una mano, el lotrí chilló y cayó al suelo, donde se desangró hasta morir. Los otros tres se dejaron prender sin ofrecer resistencia.
- Y ahora - anunció el rey - puedo hacer que os den muerte inmediatamente, o puedo entregaros a mis atormentadores para una muerte mucho más lenta e interesante. Confesad vuestros tenebrosos propósitos al punto, y os concederé la primera alternativa. Hablad.
El lotri que iba en cabeza cuando penetraron los cuatro en el salón, repuso:
- Sabe, ¡oh, rey! que yo soy Paanuvel, el marido de Ilepro. Los otros son caballeros de la corte del hermano de Ilepro, Konesp, el alto jefe de Lotor.
-¡Caballeros! - se burló su majestad.
- Como mi cuñado no tiene hijos, él y yo planeamos este sublime esquema para poner a su reino y al tuyo juntos en manos de mi hijo Pendetr. Tu hechicero tenía que robar el ojo de Tandyla, a fin de que, cuando Ilepro conjurase a Tr'laag, el monstruo no la atacase, protegida por el poder de la joya; en cambio, ella le ordenaría atacarte a ti. Por lo que ella sabía, ningún otro espíritu de menos categoría y poder que Tr'lang podía atacarte con éxito mientras llevases tu anillo de metal estelar. Después, ella proclamaría rey al niño Pendetr, como tú ya le has nombrado tu heredero, quedando ella como regente hasta la mayoría de edad del rey. Pero las virtudes antidiabólicas de esta joya no son, evidentemente, tan poderosas como se afirma, ya que Tr'lang se ha llevado a mi esposa a pesar de tener ella la gema.
- Has confesado con franqueza - reconoció el rey Vuar -, aunque no hallo muy moral haberme entregado tu esposa, estando tú, no sólo a su lado, sino con un disfraz femenino. Sin embargo, las costumbres de los lotris no son las nuestras. Lleváoslos, guardias, y quitadles la cabeza.
-¡Una palabra más, oh, rey! - suplicó Paanuvel -. Por mi poco me importa, ahora que he perdido a mi Ilepro. Pero te ruego que no hagas sufrir a mi hijo Pendetr las culpas de su padre.
- Así será - afirmó el rey -. Y ahora, cortadles la cabeza.
El monarca se volvió hacia Derezong Taash, que estaba restañándose la herida con un pañuelo.
-¿Cuál ha sido la causa del fallo del ojo de Tandyla? - quiso saber.
Derezong, temblando de miedo, contó toda la aventura completa de su viaje a Lotor y el robo posterior del zafiro de Bienkar.
- ¡Ah! - exclamó el monarca -. ¡Esto es lo que nos ha pasado por no haber contado los rayos proyectados por la piedra!
Hizo una pausa para recoger la joya del suelo, y el pobre Derezong continuó temblando como hoja agitada en el árbol por un furioso vendaval, esperando seguir la misma suerte que los caballeros lotrianos.
El rey Vuar sonrió débilmente.
- Bien, un fallo afortunado - dijo -. Estoy en deuda con vosotros dos, primero por tu penetración al intuir el plan de los lotris de intentar usurpar el trono de Lorsk, y después por combatir a mi lado esta noche. Sin embargo, ahora nos enfrentamos con un robo que me pone en situación muy embarazosa. Ya que el rey Daior es un buen amigo mío, cuya amistad no deseo perder. Y aunque le devolvamos la joya dándole toda clase de explicaciones y disculpas, el hecho de que unos servidores míos la robaran no le sentará bien. Por lo tanto, te ordeno que regreses al instante a Bienkar...
-¡Oh, no! - gimió Derezong Taash, dejando que esta exclamación se escapase involuntariamente de su boca bajo el impulso de sus emociones.
- Regresarás al instante a Bienkar - repitió el rey Vuar, como si no le hubiese oído - y devuelve la joya robada a su debido lugar en la corona del rey de Zhysk, sin permitir que nadie sepa que yo estoy comprometido en este robo. Para unos tipos tan intrépidos como tú y tu singular ayudante esto no representará ningún esfuerzo. Y ahora, buenas noches, mi querido hechicero.
El rey Vuar se envolvió en su piel de oso y volvió a sus aposentos, dejando a Derezong y a Zhamel contemplándose mutuamente con una expresión mezcla de horror y desaliento.
FIN
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