El enigma
de las sociedades
secretas
ÍNDICE
Introducción
Elementos de las sociedades secretas
Los caballeros templarios
La Francmasonería
El Ku - Klux - Klan
La Mano Negra
El Mau Mau
La Mafia
Persecución de brujas
Sociedades nacionalistas
Sociedades nacionalistas en Irlanda
INTRODUCCIÓN
Elementos de las Sociedades Secretas
a) El secreto.— El secreto es una poderosa necesidad del ser humano. Nace y evoluciona junto
con él, adquiere características tan diversas e inesperadas como su mismo poseedor reacciona.
Para un hombre el secreto es a veces una forma de reafirmar su identidad, pero llevado a niveles
extremos llega a ser patología. En las sociedades como en la vida individual del hombre los
secretos desempeñan una importante función. Dentro de la misma sociedad se han formado
grupos secretos cuyas finalidades formales —aparentes— exigen la condición del secreto como
requisito esencial para su existencia.
En toda la historia de la humanidad ha habido grupos secretos que se aíslan parcialmente de la
sociedad para realizar determinados fines. En su condición de asociaciones secretas necesitan
vivir dentro de una sociedad general, de otra forma no tiene sentido el secreto; es decir, para que
exista un grupo secreto debe tener algo qué ocultar, pero más exactamente alguien a quién
ocultarle una cosa. No se trata de asumir una posición totalmente separatista, pues ello implicaría
apartarse por completo de la sociedad donde se vive y formar otra comunidad relacionada con el
secreto y unida por esa "complicidad" común; al aislarse de quienes ignoran el secreto éste,
como tal dejaría de serlo. Por otra parte, el desertar de la sociedad donde ha nacido el círculo
secreto se plantearía como renuncia a esa sociedad, pero no es así, aunque efectivamente la
discrepancia sea concomitante a la intención de formar un núcleo al margen de las demás
instituciones. Hay un punto de disidencia, un principio de desacuerdo que determina esa parcial
ruptura, parcial porque los integrantes de la agrupación "secreta" continúan interactuando en la
macrosociedad. Sea cual sea el motivo hay incompatibilidades pero nunca suficientemente
poderosas para forzar un divorcio total.
b) La discriminación. — La discriminación se da por hecho; lo único que varía es el objeto de
discriminación o selectividad como también se le ha llamado a la misma cuestión. El Ku-Klux-
Klan, por ejemplo, ha sido un grupo integrado por norteamericanos blancos cuya finalidad
principal es combatir a los negros, a los judíos y a casi todos los hombres diferentes a su raza
residentes en su territorio. La discriminación racial en Estados Unidos registró sus más crueles
persecuciones cuando la protagonizaron en primer término los encapuchados del Ku-Klux-Klan.
Otra forma de discriminación ha sido la de los francmasones, por ejemplo, que sólo admiten
como miembros a los recomendados de otros afiliados, y, tras una serie de entrevistas ante una
especie de tribunal nombrado ex profeso, se decide el ingreso o rechazo del aspirante. En este
caso la discriminación (llamada selectividad) se funda en cuestiones morales, no importa raza,
religión ni condición económica (aunque actualmente casi todos los francmasones en el mundo
mantengan un status homogéneo). Sólo se admite a quienes se consideran aptos para elevarse
espiritualmente y poder conocer la luz divina.
Hay pues discriminación, exclusión, selectividad. De la macrosociedad surge la microsociedad
que guarda rigurosamente su secreto. Las finalidades de la asociación secreta también
determinan su posición frente a la sociedad en general; dicho de otra forma: hay grupos que al
marginarse lo hacen para dedicarse a un objetivo cuyo interés no es común al medio sino
exclusivamente a cierta clase de individuos. Los rosacruces por ejemplo, se afanan en
desentrañar los misterios de la naturaleza mediante el estudio de la teosofía y los poderes
mentales. Es decir, que por escepticismo o indiferencia no participan de ciertos intereses.
También se da el caso de que el mismo grupo no considere adecuado permitir el libre acceso a su
círculo porque exige aptitudes, posturas y creencias especiales.
c) El juramento. - Finalmente, la forma más común de integrar asociaciones secretas y
mantener en la sombra su identidad, objetivos y dinámica interna, ha sido creando un
compromiso rubricado por los juramentos que van de lo macabro a lo melodramático. Tal ha
sido el caso de grupos secretos proscritos por su ilegalidad (la mafia, por dirigir actividades
delictivas) o por luchar contra el orden establecido en abierto antagonismo contra el gobierno
(Los Carbonari, el Mau Mau). De ahí que la formación de las agrupaciones obedece a una
identificación ideológica —en los dos últimos ejemplos— o a un interés concreto (lucrar
mediante el delito: la mafia). Los grupos subversivos han actuado en términos de reacción de
impotencia para luchar eficazmente contra un enemigo poderoso (los Carbonari que conspiraron
con atentados y proselitismo tratando de derrocar a la dinastía borbónica) y ocultarse como única forma de supervivencia.
Orígenes de las Sociedades Secretas
La formación de agrupaciones secretas ha sido un fenómeno que ha acompañado a la
humanidad desde su más remoto origen. Siempre un hombre ha poseído un secreto oculto ante la mayoría, sólo accesible a unos cuantos privilegiados. En las antiguas culturas primitivas los
hechiceros, sacerdotes y sabios eran las únicas personas competentes para tener acceso a secretos
divinos. Incluso podían ser objeto de revelaciones, pero en secreto. Las circunstancias históricas
han determinado que lo que hoy es secreto anteriormente lo ha sido del dominio común, o a la
inversa. En tiempos antiguos se adoraba públicamente a un dios cornudo con patas de macho
cabrío, hoy se hace en secreto. Igual, en los albores del cristianismo las catacumbas fueron el
refugio de los seguidores de las enseñanzas cristianas, acosados por la represión romana. Cuando
se les descubría eran ejecutados acusados de conspiración. Hoy el sacramento religioso se
imparte en una iglesia abierta a todos, no hay secreto porque no hay perseguidores. El
cristianismo ha venido siendo la religión dominante en el mundo desde hace veinte siglos; desde
entonces ha impuesto su voluntad por medio de su enorme poder político-económico, pero sobre
todo, guiando los actos de sus fieles, conduciendo su fe.
Sería necia redundancia añadir que el vencedor impone su voluntad. Así en la religión, la
Iglesia tiene el poder y ha determinado las fronteras entre el bien y el mal. Lo lícito y lo
pecaminoso. Huelga mencionar la relatividad de la validez universal de esos parámetros, pues el
concepto de moral varía tanto como las diferencias de cultura que existen. Dentro de la misma
Iglesia romana ha habido importantes cambios, acordes al momento y exigencias de movilidad.
Mientras que en algún momento la fuerza de la Iglesia se basó en su poderío militar, y
concretamente económico, en otros "vendió fe", vendió indulgencias; también ha dedicado
largos períodos a la evangelización, al aspecto meramente espiritual, pero en su historia se
registran atroces crímenes cometidos en nombre de la Santa Iglesia, cuando en realidad las
motivaciones eran conservar o extender su control económico-político. Bastan dos ejemplos sin
mayores comentarios: las Cruzadas y la Santa Inquisición.
El secreto siempre ha tenido un valor, tanto a nivel individual como a nivel sociedad, y es que
ejerce una poderosa fascinación sobre el ser humano, curioso por naturaleza ("... nada hay nuevo
debajo del sol." Ninguna aportación, simples descubrimientos). Un individuo puede manipular a
otros mediante (explotando) un secreto, si lo tiene realmente o hasta inventándolo. Una
agrupación secreta logra inquietar a toda una sociedad cuando sus misterios no han sido
violados, pero ésta comienza a debilitarse precisamente cuando no tiene nada que ocultar;
entonces debe cambiar su estructura y modificar sustancialmente sus métodos.
Las más famosas sociedades secretas han surgido condicionadas por su contexto espaciotemporal,
respondiendo a una serie de expectativas, por lo menos latentes en el mundo,
guardando una congruencia dentro de las contradicciones que la caracterizan en antagonismo o
discrepancia con respecto a la macrosociedad. Dicho de otra forma: el Ku-Klux-Klan no podía
haber surgido en otro país que no fuera Estados Unidos, ni el Mau Mau en América. Así, los
carbonari lograron la mayor conspiración popular en Nápoles porque sus fines se identificaban
con los deseos del pueblo; el pueblo era la conspiración contra un régimen monárquico
extranjero y déspota. El carácter nacionalista de los italianos, su arraigado sentimiento de unión
familiar y demás rasgos culturales, dieron como resultado en un momento dado esa excepcional
cohesión que vio realizados sus deseos de emancipación en las heroicas gestas revolucionarias de
Garibaldi.
Las circunstancias de tiempo y de espacio condicionan la organización y finalidades de un
grupo marginal. Los rosacruces, por ejemplo, llamaron la atención de los pensadores europeos
del siglo XVII, ofreciendo a sus seguidores el "verdadero conocimiento" del mundo. La
alquimia, la búsqueda de la piedra filosofal, fueron entonces las más importantes alternativas que
se planteaba el pensamiento occidental más progresista. La humanidad necesitaba una esperanza
y la Orden de la Cruz Rosada la ofrecía. Actualmente los rosacruces tratan de mantenerse al día:
cuentan con extensas bibliotecas, planetarios, laboratorios de investigación, pero no se han
apartado por completo de sus principios declarados hace cientos de años. Todavía, un poco para
recabar fondos y otro poco para seguir en su línea, ofrecen desde libros de ocultismo hasta
brazaletes y péndulos "magnéticos" que "curan enfermedades y desarrollan actividades extrasensoriales".
El secreto evoluciona con el ser humano, desde la infancia a la adultez; en la sociedad ocurre
exactamente igual. Evoluciona consecuentemente y su significado va adquiriendo los matices
correspondientes a las cambiantes circunstancias. Así, una moderna afirmación: "Entre más
públicos sean los asuntos del Estado, más privados son los particulares", él conduce a la
comprensión del complejo fenómeno, aunque es de elemental sentido común entender la cada
vez mayor exigencia popular de enterarse de los asuntos gubernamentales que le conciernen
directamente y que en los sistemas democráticos la ciudadanía trata de estar al tanto porque son
sus intereses los que están en juego.
En cambio los intereses particulares se colocan en ámbitos de mayor reserva como reacción de
defensa frente a la despersonalización del mundo contemporáneo. La gente trata de reafirmar su
identidad a toda costa y el secreto es una forma de sentir su intimidad a salvo. Pero a otros
niveles, la comercialización del mundo, dominado por la sociedad de consumo, no pierde
ocasión de lucrarse hasta con el secreto más personal —de la vida privada de una persona—, es
decir, que en esta sociedad un secreto alcanza precios exorbitantes pero también conocer la vida
íntima, los secretos de un personaje de fama internacional, puede ser ocasión de chantaje o sirve
para venderse como cualquier otro producto pagándose por su divulgación.
Lo mismo conocer secretos en general; la curiosidad del ser humano no conoce límites; hay
por supuesto especial interés en ciertos aspectos que van desde la curiosidad científica hasta la
indiscreción morbosa por detalles de la vida íntima, secreta, de un jefe de Estado o de una figura
del mundo del cine.
Conociendo la relación histórica de las sectas secretas más famosas podrán entenderse las
motivaciones que tuvieron sus miembros para asociarse o asumir determinadas posturas frente
ala sociedad formal. En cada caso concreto parecerá una reacción lógica dentro de su contexto el
que un grupo de individuos se aislara parcialmente para dedicarse a actividades reservadas a una élite.
O sea, que el conocimiento histórico de los detalles precedentes a la formación de una
hermandad o secta servirá para ubicarlas con mayor precisión en un contexto social, tratando de
encontrar la coyuntura que le dio origen. En sí misma, la sociedad siempre ha aportado los
motivos suficientes para el surgimiento de grupos marginales, pero poco se ha dicho sobre las
motivaciones individuales de sus integrantes, pues la causa formal bien podría encontrarse en la
macrosociedad, sin llegar a recurrir a un ocultamiento.
Corresponde a la psicología estudiar las motivaciones individuales que inducen a una persona
a pertenecer a una secta secreta. Los estudiosos de la mente humana han de aclarar por qué el
hombre se siente tan atraído por el secreto, qué representa exactamente ocultar algo a los demás,
pero sin mantener esa cosa en una reserva total, pues siempre se presenta ante los otros; es decir, la posesión de un secreto se hace pública.
La sociología ha de ocuparse de explicar el comportamiento de los grupos integrantes de la
sociedad, su interacción, sus finalidades, su repercusión en el resto de la comunidad. A los
mismos sociólogos e historiadores les toca hablar de las asociaciones secretas como tales, a unos
interpretar sus actos, a otros, ubicarlos en su contexto. Serán entonces otros los estudiosos que
aborden esas cuestiones. Aquí la intención es hacer una brevísima relación de las llamadas
"sociedades secretas" más importantes desde los Caballeros Templarios que hace varios siglos
dejaron de existir, hasta los francmasones que actualmente detentan un poder y prestigio
concretos. El propósito es divulgar una historia precisa, concreta, sin mayores pretensiones. No
es una fría relación de datos ni tampoco una interpretación; mucho menos una versión parcial. Se
recoge parte de la historia conocida, lo que el paso del tiempo y abundantes investigaciones nos
ofrecen.
La selección de agrupaciones aquí presentadas no debe considerarse en términos de antología.
No se trata de sobreestimar la importancia de unas ni soslayar la trascendencia de otras, pero
tampoco sería válido hablar de una muestra al azar. Se ha escogido lo más representativo en
diversos momentos de la historia; se incluyen, eso sí, a las más famosas sectas cuyas actividades
han formado parte de la historia de un país como protagonistas principales en un momento dado.
Esa selección también corre el riesgo de ser arbitraria pero no deja de ser altamente
representativa.
Como se verá en los datos que la historia ha registrado con toda precisión, cada uno de los
grupos incluidos en este volumen han influido, en su momento, en el rumbo de los
acontecimientos sociopolíticos más importantes para los países donde han surgido. Por ejemplo
la historia de las Cruzadas fue dirigida en un lapso por los Caballeros Templarios cuya
participación en esas gestas les aportó poder político y económico capaz de salvar de la
bancarrota a una monarquía, pudiendo financiar a un régimen cuando el reino estaba al borde del
fracaso. Los caballeros templarios se convirtieron en un momento dado en los banqueros de
Europa, tuvieron tanto poder político como los reyes; sus campañas bélicas inclinaron el triunfo
de los cristianos a su favor. Pero su imperio se desplomó y los hombres más poderosos — los
papas y los reyes— se vieron muy preocupados por la peligrosidad que representaba para sus
imperios la existencia de un grupo independiente capaz de manejar las finanzas de las principales
potencias.
La criminalidad en Estados Unidos, sus actuales problemas de orden público, el estilo de
resolver ciertos negocios, los incontables imperios económicos, que se hallan en manos de unos
cuantos inversionistas, no se explicarían sin la mafia que dio al mundo una nueva escuela de
delincuencia no conocida antes. El gangsterismo en Estados Unidos tiene sus formas muy
peculiares, heredadas directamente de las enseñanzas aportadas por los inmigrantes italianos que extorsión, el tráfico de estupefacientes, el control de todos
los negocios sucios, dejando un nuevo estilo de vida ahora profundamente arraigado en la nación
americana, de donde se ha exportado a otros países.
Los francmasones quizá hoy no tuvieran ningún significado de no haber sido por su
participación en trascendentes movimientos políticos. La fraternidad en sí, o algunos de sus
miembros tuvieron especial relevancia en acontecimientos que transformaron al mundo —la
Revolución Francesa, por ejemplo—. Haya sido verdad o mentira que varios de los ideólogos de
ese levantamiento militaron en las logias masónicas, los rumores hicieron que la orden sufriera
las consecuencias: prohibición de los monarcas y de los pontífices. Dos papas la prohibieron,
otros más ratificaron la censura. Eso incrementó la fama de los masones, dejó en el pueblo de los
países donde funcionó la creencia de que atentaban contra la Iglesia, creencia que aún subsiste en aquellos núcleos donde campean el fanatismo religioso y la ignorancia.
La mayoría de asociaciones secretas lo han sido por necesidad de supervivencia, y mientras
sus actividades están fuera de la ley su consistencia se ha fortalecido en el secreto. Pero ha
habido otras realmente inofensivas que ofrecen el secreto como único atractivo. Consideran
seriamente que sólo los iniciados en sus prácticas son capaces de alcanzar y merecer las
revelaciones divinas.
El ser humano por naturaleza tiene necesidad de relacionarse entre sí; no le basta vivir en
comunidad, exige lazos más íntimos, más directos. Para forjarlos crea grupos especiales.
Actualmente existen clubes cuyas finalidades son exclusivamente de diversión. Hay asociaciones
filantrópicas en las que ayudar al prójimo no es la intención principal, sino sólo un medio de
relaciones entre gente del mismo potencial económico, por consecuencia, de la misma ideología.
Pero esa necesidad de relacionarse exige ciertas condiciones. De hecho la vida en sociedad
satisface sus impulsos gregarios; las relaciones afectivas interpersonales aportan al ser humano
motivaciones enriquecedoras positivas y le gratifican para existir en su condición que le
distingue de los animales irracionales; pero está visto que también requiere de aislamientos
parciales para participar en un grupo más cerrado de aficiones o metas no compartidas por el
resto de sus semejantes. Así han surgido modernas asociaciones con la más amplia diversidad de
fines y formas: clubes reservados para determinados socios donde el acceso sólo es posible
mediante la recomendación de otro afiliado, y luego la membresía se paga con elevadas cuotas;
además del costo de inscripción, una renta y una serie de compromisos que lo hacen privativo de
una clase económicamente poderosa. También hay casinos, fundaciones que limitan el acceso
debido a una selección económica muy rigurosa. Luego vienen las fundaciones, los grupos
filantrópicos cuya razón de ser aparente son los demás, todos, el resto de la colectividad, pero la
dirigencia queda restringida a círculos verdaderamente herméticos. Siguen las asociaciones
profesionales, las agrupaciones de vecinos, afiliaciones "especializadas" que rescatan de la
dispersión a quienes tienen problemas comunes y que mediante la unión pueden llegar a obtener
mayores beneficios.
La sociedad contemporánea tiende a despersonalizar al individuo. El ritmo de vida cada vez
más acelerado, las enajenantes aglomeraciones humanas atenían con destruir la identidad
personal, a convertirlo todo en masas, a manejar todo en serie por razones de economía como lo
indican los métodos de producción de esta época. Bajo esas circunstancias es lógico entender que
la gente encuentra una forma de defensa afiliándose en asociaciones privadas. Quizá de esa
premisa partieran las especulaciones explicativas del resurgimiento de sociedades secretas
proscritas por la religión y el Estado en otros tiempos. Pudiera atribuirse a la "cosificación" la
reimplantación de la moda de formar agrupaciones secretas ¿pero en el pasado, cuando no se
vivía en condiciones de deshumanización, cuáles fueron las motivaciones que dieron origen a las
sectas secretas?
Siendo más reducido el espacio vital, se propició en tiempos antiguos la contracción
manifestada en la integración de esos círculos secretos. La vida íntima dejaba de serlo viviendo
en pequeñas comunidades ociosas. La distracción predilecta era inspeccionar la vida ajena. Sólo
mediante la formación de esos grupos era posible gozar de cierta privacidad personal, aunque los
motivos aparentes fueran otros.
Actualmente la vida en las grandes ciudades no sólo permite disfrutar de intimidad, sino que
condiciona el anonimato. Entonces una reacción de defensa es también reafirmar la identidad
personal agrupándose en círculos herméticos, separados del resto de la sociedad pero
necesariamente inmersos en ella.
Sean cuales sean las condiciones vitales del ser humano, su tendencia siempre le conduce a
formar grupos al margen de la macrosociedad. Eso está claro, así ha ocurrido durante toda su
historia y seguirá sucediendo. Lo que varía de acuerdo al contexto, al tiempo y demás factores
condicionantes, son las finalidades del grupo, la manera de presentarse ante las instituciones
establecidas, ante el conglomerado formal y ordenado que les da origen.
Ahora no sorprende demasiado descubrir por medio de los periódicos, la existencia de sectas
secretas cuyos rituales reviven la celebración de los míticos sabbaths; el satanismo ha resurgido
o no ha dejado de existir. Lo curioso es que, siendo en el siglo XX tan diferentes las condiciones
de vida a las de la Edad Media, esos ceremoniales conserven las mismas fórmulas y los motivos
de acusación sean lo mismo escandalizando como antes. El asunto merece admiración porque los
conceptos morales han cambiado, es decir, la "moral se ha relajado", su severidad medieval ha
desaparecido y tiende a ser más flexible. Moralidad entendida como la suma de prejuicios de la
sociedad. Pero es evidente que en algunas sociedades como la norteamericana todo parece
favorecer el resurgimiento de macabros ceremoniales presididos por un diablo; de los
testimonios obtenidos por los protagonistas se desprende que las mismas fantasías sexuales y
festines sanguinarios constituyen una parte importante de esos rituales. La brujería, el satanismo,
sufrieron la más cruel persecución cuando la Santa Inquisición se lanzó a la caza de brujas. En
tiempos posteriores la legislación de algunas naciones se mostró totalmente indiferente a las
prácticas religiosas en privado, lo que se persigue ahora es la perversión, la posibilidad de
crímenes cometidos en esos festines y las denuncias por escándalo.
La sociedad que se "escandaliza" al conocer la existencia de esas sectas, mientras se santigua
busca con morbosa curiosidad sus secretos, no resiste a la tentación de enterarse hasta en los
detalles más precisos de esos macabros rituales. Quizás el miedo de la vida contemporánea, el
temor contenido por las angustias existenciales cotidianas, la tensión de vivir en grandes
concentraciones humanas donde día a día aumenta la inseguridad, tengan algo que ver con esa
curiosidad. La gente de hoy día necesita escandalizarse y atemorizarse con objetos fantásticos
que aun estando en su entorno más próximo no le afectan directamente. A través del
conocimiento de esos aquelarres y de otros secretos desahoga sus temores porque ni puede
hacerlo en la oficina ni en una céntrica calle, necesita de un objeto desplazador.
Pero abordar la cuestión de las agrupaciones secretas es mucho más complejo. Su estudio es
interdisciplinario, atañe a la psicología para explayarse sobre el comportamiento del individuo y
su necesidad del secreto y, desde el otro lado, las causas que le inducen a descubrir esos secretos.
La sociología debe dedicarse al análisis de la dinámica de la macrosociedad y las causas que
determinan el surgimiento de microsociedades congruentes o antagónicas con respecto al
sistema, pero también conviene la concurrencia de los expertos en las relaciones del poder para
observar las repercusiones generales de un pequeño grupo en la sociedad formal. La historia ha
seguido el curso de los acontecimientos propiciados por la acción de las sociedades secretas. Es
altamente ilustrativo el caso del Mau Mau en Kenia, su beligerancia ocupa momentos decisivos
en la vida de ese país. Los sangrientos acontecimientos producidos en la década de los años
cincuenta se debieron a las conspiraciones protagonizadas por esa secta Kikuyu. Debe
mencionarse que antes sus dirigentes condujeron sus protestas por la vía legal sin éxito alguno,
lo cual les orilló al camino de la desesperación y la violencia ilimitada.
En casi todas las sociedades secretas se encuentra un elemento común: el juramento; es éste el
factor determinante de la fuerza, de la cohesión interna de la agrupación. La ceremonia de
iniciación es el acontecimiento esperado por los neófitos para pasar de ser elemento ajeno —
marginado— de la asociación a ser militante activo, socio con derechos y obligaciones pero
dueño de una membresía, poseedor de un secreto que lo distingue ante los demás.
El juramento, la iniciación son símbolos para la mente humana. La personalidad del niño
evoluciona y asimila simbolismos. En todas las religiones, en todo tipo de sociedades, se
inventan fórmulas para integrar o excluir a sus miembros de algún objeto determinado. El
hombre es incapaz de soslayar un cambio de estado sin rubricarlo mediante una ceremonia;
parece inadmisible verificar una transición sin acompañarla de una celebración que marque
simbólicamente un principio y un fin. Hay sectas que recibían a sus nuevos miembros con un
ritual, fabricado especialmente con ese fin. Otras en cambio representaban la admisión de un
nuevo socio enviándole directamente a ejecutar un encargo especial; según las finalidades, o
características del grupo en cuestión, las misiones encomendadas podían ser insignificantes o
particularmente difíciles; en el primer caso se trataba claramente de formalizar el nuevo ingreso
del neófito, en el segundo la intención era probar las aptitudes del iniciado. Si fracasaba en el
prueba inaugural era rechazado quedando excluido temporal o definitivamente, según el grupo y
el tipo de pruebas, pero siempre al margen de los secretos a cuyo acceso llegaría sólo en calidad
de iniciado.
Las ceremonias de iniciación varían según el tipo de secta, en algunas el juramento es la única
forma válida de conceder el acceso formal, pero en otras sólo se celebra un rito.
El juramento también adquiere variantes de acuerdo a los fines de la agrupación, a la cultura
de la comunidad, a la época histórica, etc., pero su intención siempre coincide en estar dirigida a
la creación de un compromiso, en ejercer presión psicológica sobre el novicio para obligarle a
guardar los secretos que se le revelan. El juramento implica un compromiso consigo mismo en
primer término, pero además su función es de sutil coacción. El individuo que jura ante los
demás miembros de una secta se compromete a observar fidelidad, a defender la agrupación que
abraza y a recibir conscientemente todos los castigos impuestos en caso de trasgresión. O sea que
implícitamente está pidiendo ayuda al conciliábulo para no flaquear y cumplir sus propósitos. Si
se hace mención a los castigos físicos que está dispuesto a recibir sin protestar, es para
convencerse a sí mismo de su deseo de fidelidad aunque no ignora su probable quebranto. Es
coacción porque el ser miembro de ese tipo de ligas le impide retractarse en un momento dado
simplemente porque sus ideas hayan cambiado.
La deserción es intolerable; aún los círculos que sin tener nada ilícito se inclinan al secreto, no
permiten el libre retiro de sus miembros sin manifestarles alguna forma de desaprobación.
Inclusive en esos casos, sin advertencias sobre castigos, retirarse temporal o definitivamente es
una forma de actuar traicioneramente, tal consideración se establece implícitamente en el ritual
de admisión. El "divorcio amistoso", por así llamarlo, no es procedimiento permitido. Las
reacciones son radicales: o se está dentro con prerrogativas o se queda fuera por expulsión como
consecuencia de haber violado los reglamentos. Un ex afiliado nunca es visto con simpatía.
Separarse del grupo por propia decisión equivale a una expulsión; dejar la militancia durante un
tiempo y reintegrarse a ella nuevamente no es procedimiento usual. Sin aclaraciones precisas en
ese sentido cambia el enfoque, dicho de otra forma: hay socios con mayor militancia y afiliados
poco entusiastas. Cuando la participación es voluntaria —como excepción de juramentos o
pactos siniestros— habrá unos que asistan con mayor frecuencia a las reuniones y otros cuyo
desapego sea notorio. Cosa imposible en sectas más rigurosas de la fidelidad y disciplina de sus
miembros, donde la obediencia es indiscutible y ha de acatarse el mandato supremo aunque ello
implique dolorosos sacrificios (los Mau Mau juraban ciega obediencia a las causas de su
movimiento; expresamente mencionaban en su iniciación, estar de acuerdo en matar a sus
propios padres, hijos o hermanos si eran enemigos o así lo ordenaba el jerarca sin mediar
explicación. Al mismo tiempo se daban por enterados de las consecuencias que daría una
omisión: la venganza-"castigo" podía alcanzar a otros miembros de la familia que serían
ejecutados por los Mau Mau fieles o por las fuerzas mágicas convocadas en la ceremonia
recepcional). La mayoría de los juramentos aludía a severas sanciones contra los traidores. Todos
dejaban en claro que la muerte se daba como pena merecida además de torturas previas. Esa no
era sino una forma de presión psicológica, pues el verdadero simpatizante actuaba convencido
por un fanatismo místico muy superior a los temores de muerte.
Como rasgo característico aparecía el estrecho lazo en las relaciones de los integrantes de la
secta; la "hermandad", nexo surgido de ese conciliábulo.
De hecho en varias asociaciones sus miembros se llamaban "hermanos" entre sí. No bastaba
tener un secreto en común, identificarse plenamente en el deseo de un objeto o reconocerse
mediante gestos y palabras en clave, era necesario además realizar un pacto de hermandad. Los
masones se llaman entre sí "hermanos" pero sus razones obedecen a motivaciones
exclusivamente místicas, en cambio los primeros antecesores de la mafia hacían "pactos de
sangre". Los iniciados hacían sangrar su brazo o su dedo para matizar su unión con los demás
asociados. En otras cofradías la ceremonia de admisión se efectuaba sacrificando un animal para
impregnar con su sangre al novicio, dramatizando el ritual. La mezcla de sangre entre dos o más
integrantes del grupo era corriente, de esa forma se representaba la creación de un vínculo
sanguíneo inquebrantable. Ocurría algo parecido bebiendo la sangre del animal sacrificado, se
relacionaba esa especie de brindis con la adquisición de un lazo sanguíneo irreversible.
La matización del compromiso inicial presentaba tantas variantes como sociedades había. La
única constante era precisamente el elemento de iniciación-juramento. Siempre aparecía
implícitamente el manejo psicológico de las jerarquías como estímulo para destacarse en los
cometidos encomendados por el círculo, ejemplificando el modelo de militancia, logrando la
admiración del resto del grupo. El prestigio ante los demás es una necesidad vital, se añade a las
necesidades de seguridad personal para interactuar armónicamente entre los grupos; en las
cofradías ese elemento se explotaba doblemente: dentro y fuera del grupo. Dentro, logrando los
mayores méritos en favor de la causa perseguida; fuera, aunque sin manifestarlo públicamente
por ser de índole secreta, sintiéndose poseedor de un rango secreto, como protagonista de un
misterio que inquietaba a los demás y daba temas de conversación.
Ese mismo prestigio tiene otra función: de una parte propicia relaciones afectivas; la
vinculación nacida de la formación de lazos fraternales lleva consigo cargas afectivas recíprocas
fortalecidas en situaciones de peligro; ante una amenaza común el grupo cierra filas, se mantiene
en la mayor cohesión como actitud de defensa. Surge entonces la auténtica solidaridad, se presta
ayuda mutua cuando el perjuicio atañe a todos y afecta a uno en particular, casualmente, pero no
siendo individual ni de índole personal el objeto que propicia el peligro sino que afecta al grupo
en general; protegiendo a uno se protege a todos. A salvo el conjunto se obtiene la seguridad
individual. Es pues, afecto, protección, todo un proceso forzado por el desempeño de un rol
censurado; cuando las ligas secretas han tenido propósitos ilícitos o simplemente no compartidos
por el resto de la sociedad, cuando el misterio es inofensivo pero se desea mantener en reserva
exclusivamente para cierta clase de gente ocurre un proceso similar.
De la misma forma que se busca el prestigio, el afecto, la estrechez de lazos fraternos se teme
más el repudio que los castigos. Tal vez el castigo sea mejor recibido que el rechazo de los ex
compañeros. (La exclusión plantea un conflicto doble: la marginación del grupo en el cual se han
compartido secretos, se ha mostrado una faceta de personalidad oculta en la vida exterior, fuera
de la rutina y transparencia ante los demás, la incapacidad de relacionarse con otros individuos
ajenos a esa problemática, subestimados implícitamente desde el momento en que no han
participado del conocimiento de una actividad secreta.
Hasta aquí el esbozo de algunos puntos de partida para investigaciones profundas
concernientes a los expertos de las materias cuyo objeto de estudio son los elementos que
intervienen en grados de mayor o menor importancia en los factores que concurren en la
composición y efectos de las sociedades secretas. Como se ha dicho antes, la intención de este
trabajo es presentar al lector una relación escueta, concreta, de algunas de las sociedades secretas
más importantes —o más famosas— en distintas épocas. Se ha cuidado la fidelidad de las
versiones rescatadas por la historia, excluyendo valoraciones ideológicas o morales. En ningún
momento se ha pretendido un riguroso análisis sociológico ni se ha invadido el campo de la
psicología presentando hipótesis que esa ciencia aún no ha producido.
No hay conclusión concluyen te ni excluyente; la distancia histórica cancela de antemano,
validez a cualquier afirmación categórica. Permanece una limitación constante: el carácter
secreto de esas sociedades ha dado origen a incontroladas fantasías. Han sido realmente pocos
los documentos fidedignos rescatados de fuentes directas, es decir, de los mismos archivos de las
ligas mencionadas. La información más confiable por próxima en cuanto a las relaciones de
tiempo-espacio y nexos directos con el asunto en cuestión, es la aportada por protagonistas u
observadores que sin proponérselo se convirtieron en historiadores. Es por ello imprescindible
puntualizar virtuales alteraciones como resultado de una visión parcial o de escasez de datos
fidedignos plenamente comprobados en esa calidad.
Son incontables los mitos creados en torno a esas asociaciones secretas; nadie se ha encargado
de desmentirlos porque los directamente involucrados prefieren conservar su identidad en el
anonimato porque al presentar la versión fidedigna el secreto perdería su calidad. El mito, las
habladurías populares repercuten —según su contenido— en beneficio o en contra de la secta,
pero mientras no quede en la indiferencia popular será signo de que continúa teniendo algo de
esa fuerza que se ha propuesto conseguir. Seguirá fascinando a los demás empeñados en el juego
de descubrir lo oculto.
Las voces populares cuya sabiduría oscila en el acierto y en la más osada fantasía, seguirán
ocupándose de las cofradías secretas que sobreviven desde hace cientos de años; fijarán su
atención en el surgimiento de otras más, pero tal vez no reparen en las consecuencias de su
existencia ni valoren las enseñanzas históricas. Es hasta ocioso hablar una vez más del enorme
poder detentado por las más famosas fraternidades. Poder que encaminó por cauces positivos
problemas de envergadura en la vida sociopolítica de una nación; efectos contrarios a la
evolución positiva de una comunidad.
La formación de grupos subversivos siguió un proceso similar en casi todos los países donde
se dio el fenómeno: primero fueron agrupaciones abiertas que tímidamente manifestaron sus
pronunciamientos, trataron de obtener éxito por los cauces legales pero a medida que se
encontraban con negativas, los motivos de inconformidad se presentaban en su verdadera
magnitud, lo cual rebasaba los límites permisibles que suponía el régimen para mantener el
control político; las exigencias, en una palabra, contenían la ausencia de un cambio profundo en
los sistemas o cuadros gubernamentales.
La medida siguiente fue la prohibición de esas asociaciones. La exhibición de ideas y
propósitos opuestos a los intereses del régimen pasaba a ser sinónimo de clandestinidad; el
mismo gobierno propiciaba las conspiraciones por no acceder a las exigencias si verdaderamente
emanaban del pueblo y podían representar una amenaza grave a su estabilidad en el poder. Pero
aun cuando sólo se tratara de discrepancias minoritarias la represión desencadenaba reacciones
más violentas; la verdadera causa de esa disidencia se encontraba en la ruptura de un sistema
armónico.
Prohibida la manifestación pública de esa disidencia se lograba efectivamente la desaparición
formal de la asociación promotora de una comente contraria al orden establecido, pero no se
llegaba a extirpar por completo la fuerza de oposición, entonces el único camino era la
clandestinidad, la forma de defensa más efectiva: el secreto. Las consecuencias fueron de mayor
o menor gravedad respecto al apoyo popular que mereciera la causa, no obstante la siguiente
etapa conducía al extremismo.
Se insiste en este enfoque porque en la mitad del mundo contemporáneo existen grupos
disidentes, finalidades contrarias al gobierno impopular, intenciones de cambio de claras
tendencias radicales hacia las posiciones antagónicas de izquierda y derecha. El problema se
subraya por su proximidad en la vida cotidiana de casi todos los países donde la disidencia se
reprime, se le cierran los caminos de manifestación abierta limitando el consenso popular para
determinar las directrices del gobierno deseado. Esos grupos se marginan; cuidan tanto su
secreto que hasta sus motivos de lucha permanecen ocultos, la única vía posible es la subversión
terrorista que desvirtúa las intenciones originales condenándolas a la ultraradicalización donde
concurre su antagónico extremo siguiendo el mismo proceso.
El hombre contemporáneo respira una atmósfera de inseguridad; en su propio país o en otras
naciones vecinas convive cotidianamente con atentados terroristas patrocinados por grupos
extremistas de derecha y de izquierda. Esas agrupaciones radicales que desestabilizan a los
gobiernos bajo la égida del capitalismo y del comunismo son el equivalente contemporáneo de
las antiguas fraternidades secretas; la forma de vida actual establece otras necesidades, otras
reglas de juego. Los sacrificios de animales para hacer juramentos y las ceremonias de iniciación
respondieron a las expectativas de otras épocas; hoy parecerían ridículos esos rituales, pero en
esencia concurren los mismos elementos integrales que constituyeron las antiguas sectas.
Las perspectivas futuras no son precisamente alentadoras, lejos de llegar a un entendimiento
inteligente como correspondería al grado de evolución tecnológica e intelectual del mundo
moderno, las tendencias contrarias retornan a los más primitivos enfrentamientos, recurriendo a
la violencia como única forma de hacerse escuchar, de imponer puntos de vista, no por
convencimiento con argumentos de peso sino por el manejo de las armas. Además súbitamente
han resurgido grupos ultras (neonazismo), definidos de antemano, que agudizarán los
enfrentamientos con sus antagónicos; los resultados sanguinarios se adivinan fácilmente. Esos
choques forzosamente modificarán la vida del hombre común y corriente apartado de
movimientos fanáticos pero inmerso en un sistema que le aporta su dosis de contaminación, que
le aprisiona en sus complicadas estructuras y no permite escapatorias.
La historia de las próximas décadas todavía escribirá ríos de tinta sobre las modernas
sustituciones de las fraternidades secretas. Hoy es el terrorismo, sus métodos son cada vez más
sofisticados para no quedar a la zaga de los adelantos tecnológicos. Hace unos cuantos años
surgió este fenómeno en el mundo presentando novedosas formas de criminalidad matizada por
panfletos de posiciones políticas opuestas. La mayoría de los integrantes de esos grupos
insurrectos registra antecedentes acordes a su filiación en militancias no proscritas pero
continuamente acosadas hasta la ilegalidad.
Hoy se reprimen esos grupos con violencia, se fortalece el círculo vicioso, se hacen más
víctimas de ambos bandos agudizando los antagonismos. Cuando un grupo combatiente queda
desarticulado como resultado de las estrategias policiales no significa haber eliminado la
sublevación, los sobrevivientes vuelven a organizarse para subvertir con más rencor, más
distantes de sus finalidades originales. Queda en sus espíritus el recuerdo de las víctimas caídas
—de sus compañeros— y el ataque como forma más efectiva de defensa. El malestar persiste.
Pero, además de grupos ultras, los tiempos modernos han visto el resurgimiento de sectas
satánicas, la formación de "iglesias" diabólicas, la elevación de líderes con pretensiones
mesiánicas que arrastran a multitudes fanáticas, que exaltan el culto a la personalidad y se
solazan en las promiscuidad, en la celebración de macabros rituales demoníacos que tal vez ni en
los mejores tiempos de la hechicería se practicaron hasta extremos tan lejanos. Curiosamente
esas sectas no aparecen en los países donde todavía las culturas primitivas se manifiestan en
rituales cotidianos como una forma de conservar sus tradiciones. No, se hacen presentes en
naciones altamente desarrolladas como Estados Unidos, carentes de historia autóctona, de
tradiciones que justificasen una raíz que intenta revivirse.
El asunto debe ser estudiado ampliamente, forma parte de los fenómenos modernos de la vida
civilizada, altamente tecnológica, donde los valores humanos quedan ya relegados a segundos
planos, donde la identidad personal cuenta poco, donde todas las respuestas las da una
computadora, donde, en una palabra, la tecnología ha tomado su propio camino, dejando atrás el
desarrollo del humanismo, la evolución de las doctrinas filosóficas imprescindibles para dar
sentido a los maravillosos beneficios técnicos que lejos de servir al hombre le condenan a formas
de vida mecanizadas.
No es necesario hablar más para constatar el azoro que caracteriza a estos tiempos. La
descomposición de los sistemas afecta directamente al hombre del siglo XX, por eso busca en las
fórmulas del pasado el sentido a su vida ya que las alternativas actuales no ofrecen ninguna
convincente. Es desconcierto, añoranza, desilusión, lo que vive el hombre en este momento.
Poco a poco pierde su capacidad de asombro, todo le parece natural o, mejor dicho, la
artificialidad le parece normal, alejándose más y más de su propia naturaleza. Sus necesidades
primarias, sin embargo, permanecen intactas; sus rasgos esenciales de personalidad no han
variado pese a las más violentas convulsiones.
Está visto de sobra que un elemento de la personalidad es el secreto bajo todas sus formas;
que, independientemente del sistema político en que se vive, la humanidad seguirá
relacionándose al margen de la sociedad y sus instituciones formales (matrimonio, familia,
asociaciones profesionales, etc.)- La necesidad de agruparse en secreto acompaña al ser humano
desde la infancia hasta la muerte. La misma sociedad condiciona el tipo de agrupaciones que han
de surgir en su seno, entonces cabe la alternativa de analizar profundamente la lección aportada
por cada una de las fraternidades que han logrado alterar el curso de los grandes acontecimientos
para aprovechar al máximo, y en términos positivos, esa experiencia y no conformarnos con un
conocimiento anecdótico de hechos trascendentales y repetitivos, presentes en nuestra vida
cotidiana.
LOS CABALLEROS TEMPLARIOS
Hablar de las Cruzadas sin mencionar a la Orden de los Caballeros Templarios es cometer una
grave omisión. La historia de las Cruzadas Cristianas en Oriente sería incompleta si sólo se
concretara a detallar las gestas de los monarcas europeos y de la aristocracia. Fueron incontables
los momentos en que gracias a la intervención de los Caballeros Templarios el triunfo se inclinó
a favor de los bandos cristianos. En su misma historia llegaron a convertirse en los banqueros
más importantes de Europa que financiaron a imperios a punto de derrumbarse por problemas
económicos. Su poder político y económico se extendía por toda Europa y dominaba la situación
en Oriente pactando con los rivales y mediando en favor de los cruzados.
Fue tal su poderío que tuvieron todo para convertirse en un reino independiente capaz de
invadir a las potencias más poderosas, pero sus dirigentes, conscientes de su hegemónica
posición optaron por no apartarse de la causa que les permitía esa privilegiada situación y en vez
de concentrar su fuerza, en un ámbito determinado, prefirieron extender su dominio sin limitarse
a una frontera física, expandiéndose por varios países; en cualquier sitio valían sus riquezas. Así
se formó un "imperio invisible"; eran perfectamente cuantificables sus posesiones, pero dispersas
producían mejores resultados. Además, durante su permanencia en las luchas promovidas por el
cristianismo, disponían permanentemente de ejércitos formalmente constituidos que entrenaban
continuamente, y en los cuales, sin haberse planteado nunca la intención de entrar en conflictos
bélicos con otras naciones europeas, resaltaba un elemento de respetabilidad.
La habilidad de sus dirigentes fue digna de la admiración de los más prestigiados diplomáticos
de la época; alternaban directamente con el Papa y con los monarcas de todas las potencias
europeas. El poderoso imperio cayó por su propio peso; la mala administración y los temores de
la monarquía europea contribuyeron a la más aparatosa caída. Cuando se inició su descenso de
nada sirvieron sus cuantiosas riquezas, súbitamente se vieron despojados de todo cuanto poseían: oro y prestigio.
La Orden del Temple fue fundada en 1119 por Hugo de Payens, el caballero borgoñón que
reunió a otros ocho caballeros para constituir esa fraternidad integrada por "pobres soldados
compañeros de Cristo". Su principal inspiración fue la secta de los asesinos1 famosa en Siria por
su efectividad y alcances. Partiendo de esa inspiración indirectamente los templarios
condicionaron su destino; la intención inicial fue imitarlos en cuanto a sus reglas disciplinarias
internas y al objetivo de la lucha. En ambos casos se recurrió a la violencia para imponer una
religión.
La estructura interna de la orden recogió esquemas similares a los de la secta formada por
Hasán-i Sabbah e incluso extrapoló los rangos y formas de iniciaciones. Las motivaciones de sus
fundadores fueron exclusivamente de índole religiosa genuina; en un medio ciento por ciento
propicio para las actividades bélicas se lanzaron a combatir en las Cruzadas como voluntarios
independientes defensores del cristianismo. Fue al mismo tiempo una manera de reivindicarse
1 No hay lugar a dudas; la secta de asesinos que floreció en Persia y en Siria inspiró la formación de la Orden del
Temple. Su fundador copió sus bases y las aplicó a una causa europea. El surgimiento de los asesinos obedeció
inicialmente a motivos religiosos; la misma motivación asoció a los templarios.
con sus creencias religiosas, pues los primeros combatientes eran hombres excomulgados por
diversos motivos que sentían la necesidad de hacer penitencia para reconciliarse con su religión.
Ir a combatir en las Cruzadas además era signo de prestigio reservado para los caballeros
mimados por la nobleza. No todos tenían la posibilidad de desplazarse desde ese status, pero los
méritos en campo de batalla se reconocían porque Europa cristiana debía asegurar sus intereses y expandirse en Oriente. Aun los plebeyos, los soldados más modestos llegaban a ser
homenajeados y colmados de riquezas cuando demostraban valentía, eficacia en el campo de
batalla; eso era lo que necesitaban los gobiernos europeos, ya bastante artificialidad tenían en su
cortes, era el momento de exigir acciones concretas y nada mejor que conservar el prestigio que
se relacionaba con las gestas en Oriente. El concepto de honor estimulaba a cientos de caballeros
a lanzarse a los más feroces combates arriesgando sin vacilación la vida. Después de todo morir
en combate también era una manera de lograr fama y en ocasiones indemnizaciones para los
herederos. Más valía ser un muerto valiente que un vivo cobarde. Cualquiera que quisiera
reivindicarse ante la Iglesia estaba dispuesto a esa clase de sacrificios ya que se presentaba una
ocasión propicia para recuperar el prestigio perdido. Así lo observó el primer gran Maestro Hugo
de Payens que al asistir al Concilio de Troyes, en 1128, obtuvo la aprobación pontificia para
hacer funcionar la orden bajo la égida del Vaticano. El Papa aprobó la dispensa de excomunión a
los templarios que marcharan a Tierra Santa a defender los intereses clerical-monárquicos. Los
templarios hacían voto de pobreza, obediencia y castidad, aunque en realidad eso fuera lo que
menos importaba a la Iglesia, dados sus empeños, recibía con beneplácito cualquier aportación
espontánea viniese de cristianos devotos o descamados.
La primera acción de Hugo de Payens al frente de sus heroicos caballeros fue proteger los
caminos que recorrían los peregrinos que viajaban de Europa a Jerusalén y otros lugares de
Tierra Santa. Su presencia en esos caminos fue efectiva para los caminantes cristianos que antes
temían por su seguridad. Poco a poco fueron ganando reputación en toda Europa, y sancionados
por el Papa, también llamaron la atención de los revés cruzados que les invitaron a participar en
las acciones bélicas dirigidas contra los musulmanes. El arrojo y valentía de los templarios era
digna de ejemplo, pero en realidad muchos de los que sin ninguna vacilación se lanzaban a esas
empresas iban decididos a reconciliarse con la sociedad que los había excluido o a morir en el
empeño. Unos eran simplemente aventureros aficionados a la guerra, no tenían absolutamente
nada que perder (excepto la vida, claro) y en cambio podían ganar todo. Otros eran fervientes
católicos realmente convencidos de que ésa era la forma de cumplir con sus deberes religiosos.
Los templarios se ganaron la confianza de Luis VII y por extensión la de otros monarcas
europeos al extenderse su fama, durante la Segunda Cruzada que se desarrolló entre los años
1146 y 1150; el resultado general de esos cuatro años de luchas ininterumpidas favorecía a los
musulmanes; si los cristianos obtuvieron algún balance positivo fue gracias a la intervención
directa de los templarios cuya disciplina y combatividad fueron modelo de imitación para los
ejércitos cruzados. A partir de entonces la fraternidad se envaneció; en toda Europa se
reconocían sus méritos, no eran escasos los homenajes que recibían los más destacados en lo
personal y en general como Orden reconocida por el Papa. La dispensa de excomunión se había
pagado sobradamente.
La nobleza, los caballeros combatientes que se vieron auxiliados en el campo de batalla, por la
intervención de los templarios quisieron rubricar su agradecimiento con obsequios materiales, así
la orden y sus miembros fueron objeto de valiosos regalos: propiedades en Francia, Inglaterra y
España. Las muestras de agradecimiento fructificaron en la formación de una considerable
fortuna para la orden como agrupación y para sus miembros a título personal. Aunque se
mantenían en su línea descrita con el emblema Non nobis, Domine, non nobis, sed nomini tuo da
gloriam ("No nos des gloria a nosotros, Señor, sino dásela a tu nombre"), aprovecharon la
oportunidad de explotar sus riquezas cuando la ocasión se presentó. Poseedores de codiciadas
riquezas se vieron acosados por señores en apuros económicos que solicitaban préstamos bajo
fuertes intereses, garantizados con propiedades más que suficientes. El ciclo se consumó y de ahí
resultó una mejor forma de enriquecimiento; no obstante la negativa de los verdaderos católicos
militantes dentro de la orden de manejar ese tipo de actividades la petición de préstamos era
agobiante; por otra parte los dirigentes vieron que con esos réditos se podían financiar otras
incursiones necesarias para la función esencial de la orden.
La protección papal los eximía de sometimiento a los reinos europeos, sólo debían sumisión al
Sumo Pontífice; por lo demás, se manejaban prácticamente como un grupo autónomo; realmente
las autoridades de todo el mundo cristiano aprovechaban su ayuda desde lo económico hasta lo
militar. Como prestamistas alcanzaron poder insospechado; el mismo Luis VII pidió una suma
bastante considerable en un momento en que su reino atravesaba por una grave crisis económica.
Los templarios sin el menor esfuerzo aportaron la cantidad solicitada apercibiéndole de su pronta
devolución; otra causa de su desmedido enriquecimiento fue un servicio "de valores", podría
decirse para equiparar el acto a los sistemas contemporáneos. Siendo una agrupación digna de
toda confianza, recibían para su custodia enormes fortunas, igualmente se encargaban de
trasladarlas de un sitio a otro; la garantía no se ponía en duda, actuaban como los banqueros
profesionales de la actualidad. Además de recibir pingües ganancias por concepto de réditos en
préstamos sobre valor depositado, descontaban la cantidad que les venía en gana a las fortunas
encargadas para su protección e igual en transporte de valores. La representación de los
templarios en París pronto se convirtió en el centro económico más importante para realizar toda
clase de operaciones al estilo de los bancos de nuestros días.
Los caballeros templarios eran conocidos en todo el mundo por sus hazañas en defensa de la
causa cristiana; su prestigio había recorrido toda Europa, su poder económico e influencias
políticas consecuentes eran algo concreto. Pero realmente se mantenían en el más hermético
secreto los rituales de iniciación, los juramentos, la ocupación a que se entregaban en sus
misteriosas reuniones a puerta cerrada. Sólo se sabía vagamente la jerarquización de sus
miembros; Gran Maestre, Grandes Priores, Priores, Caballeros, Escuderos y Hermanos Legos;
una estructura muy similar a la de los antiguos asesinos. Más tarde se hizo notar una semejanza
más con aquella secta; atuendos de colores exactamente iguales, gorros y cinturones rojos con
túnicas blancas, la única diferencia era la confección del traje al estilo europeo.
A través de la historia se han conocido datos fidedignos del contenido real de las reuniones
que causaban cierta curiosidad en la época, pero que nadie se atrevía a expresar y mucho menos
a intentar descubrir. En la ceremonia de iniciación de un neófito el Gran Maestre preguntaba al
aspirante si existía algún impedimento para poder ingresar en la orden; cuando la respuesta era
no, se formulaba la pregunta dos veces más. Enseguida venían las palabras de desaliento, se le
decía al novicio por todas las penalidades que habría de pasar si llegaba a ser admitido, la
intención era aparentemente hacerle desistir de su propósito o estimular su curiosidad. De
cualquier forma se probaba la firmeza de la decisión. Luego se le explicaban las obligaciones de
penitencia y caridad a que estaría sujeto, también con el aparente propósito de desanimarle. Pero la ceremonia continuaba con otras preguntas: si tenía esposa o compromiso formal de
matrimonio; el interrogatorio abarcaba inquisiciones acerca de la salud personal para averiguar si
padecía enfermedades ocultas y algo más sobre enfermedades anteriores. Otras de las preguntas
se refería a haber comprometido su palabra con otra orden o señor.
Cuando las respuestas eran satisfactorias el neófito se arrodillaba ante el Gran Maestre al
tiempo que imploraba se le concediera la oportunidad de ingresar como "siervo y esclavo de la
Casa". A esa petición el Maestre le advertía sobre el rigor de los reglamentos internos, de la
severidad con que sería tratado en su calidad de novicio y hasta se le ofrecía una oportunidad de
retractarse. Si ratificaba su deseo entonces seguían otras aclaraciones: si alentaba esperanzas de
riqueza dentro de la orden mejor sería que no intentara buscar ese fin dentro de la Casa. Se le
pedía que renunciara a los pecados del mundo y pusiese todo su empeño en servir y honrar a
Dios seguir el ejemplo cristiano de pobreza, ser obediente a 'las penitencias y atento a la
salvación de su alma. Juraba obedecer la autoridad de la orden, representada en la persona del
Gran Maestre, acatar fielmente todos sus reglamentos que incluían no ser dueño de nada,
colaborar, aun a costa de la vida, con la conquista cristiana de la Tierra Santa. Se obligaba a
permanecer dentro de la orden hasta la muerte soportando con valor los momentos difíciles. Los
juramentos eran por Dios y por la Virgen María.
Llegados a este punto el Gran Maestre aceptaba al novicio ofreciéndole "pan y agua, ropas de
pobre, sinsabores y trabajos". Enseguida se hacían oraciones y se daba por recibido al nuevo
miembro cuyo noviciado efectivamente pagaba tributo. De ahí a los siguientes grados debía
demostrar disciplina, su arrojo en los i combates; realmente era en el campo de batalla donde se
ganaban los ascensos, después no todo era tan desalentador en la ceremonia recepcional, a
medida que alcanzaba jerarquías superiores conocía el disfrute de los privilegiados de la famosa
orden, pero una cosa es cierta, eso se obtenía arriesgando la vida en los combates, destacándose
en las batallas. Mientras el Temple gozó del beneplácito de los monarcas y del Papa el secreto de
su iniciación se mantuvo en esa condición, se sabía sin embargo, que no había nada pecaminoso
qué ocultar, antes al contrario, que eran penitencias hechas en retiro con toda humildad. No se
ponía en duda su religiosidad pues su conducta era de ejemplar fidelidad y servicio a la Santa
Iglesia. Después la versión acerca de sus rituales sería diametralmente opuesta.
La Regla del Temple y la Toma de Hábito sí eran ceremonias rigurosamente secretas. La
Regla de la Orden sólo podía ser conocida por los altos jerarcas de quienes, se ha mencionado
con insistencia, se cree que se regían por un reglamento secreto. Esos eran los verdaderos
privilegiados; la fuerza de su poder radicaba en un misterio que no convenía mostrar al grueso de
los iniciados, pues había peligrosas indiscreciones y quizá el contenido no concordara totalmente
con la imagen exterior ni con los reglamentos válidos para los afiliados más modestos.
El gobierno de la Orden no mantuvo una línea constante, quedó sujeta a las inclinaciones
personales del Gran Maestre de turno; los primeros actuaron apegados a sus creencias religiosas,
no practicaban al pie de la letra su pregonada pobreza por la fuerte tentación de sus enormes
riquezas, pero trataban de no apartarse de sus finalidades esenciales. Los primeros Grandes
Maestres guiaron la existencia de la Orden por el camino que creían correspondía a su
advocación cristiana, pero su poderío alcanzó niveles muy superiores propiciando la codicia, la
corrupción y, sobre todo, constituyéndose en amenaza potencial para los imperios europeos.
Sus primeros dirigentes no renunciaban a las riquezas ni al poder, pero estaban pendientes de
cualquier oportunidad de demostrar merecer esa confianza e incrementar su prestigio. Más
adelante —como ocurrió en 1153— la vanidad se impuso a los nobles propósitos. Bernard de
Tremelai ordenó a sus fuerzas repeler a los cristianos que luchaban junto a ellos para apropiarse
de manera exclusiva la hazaña de haber tomado la ciudad en el sitio de Ascalón. Otro gobierno
apartado de la línea original fue el personificado por el séptimo Gran Maestre del Temple, Philip
de Milly, quien, antes de pertenecer a la orden, había vivido como Señor Feudal. Durante su
mandato manejó el método de la insidia, circunstancia vituperable que ocasionó la división de
Jerusalén. Pero uno de los jerarcas más recordados por su maquiavélica personalidad y
desastroso gobierno fue el octavo Gran Maestre, Odo de Saint-Amaud que siguió la política de
su antecesor; fue él quien quebrantó los tratados firmados entre el rey de Jerusalén y Saladino.
Para impedir otros enfrentamientos habían pactado la conveniencia de no construir ninguna
fortaleza más en sus fronteras. Odo no respetó ese acuerdo y llevado por su vanidad ordenó la
construcción de una, justo en la zona prohibida, eso fue interpretado por los adversarios como
una provocación que anulaba los pactos anteriores. Saladino lanzó su ataque contra el vanidoso
Gran Maestre de Saint-Amaud cuyas fuerzas no resistieron el combate.
La fortaleza fue tomada con facilidad, todos los templarios que la defendían fueron pasados a
cuchillo excepto su jefe a quien se le encarceló para pedir rescate por su vida. Desde su
cautiverio Odo ordenó que no se negociara el rescate, pues él, a pesar de su enorme fortuna
personal, decía que únicamente podría ofrecer su cinto y su espada, que eran las únicas riquezas
que poseía. Por su negativa a pagar la cantidad exigida murió encarcelado.
El sucesor de Odo fue un viejo y blando Gran Maestre que no duró mucho tiempo en el cargo
pues la muerte le sorprendió antes de que marcara un signo característico de su dirigencia. La
máxima jerarquía del Temple nuevamente quedó vacante hasta que un templario aún más
vanidoso quedó a la cabeza de la orden, éste fue Gerard de Ridfort cuya poca habilidad
diplomática colaboró a la pérdida de Jerusalén. Como Gran Maestre del Temple se valió de su
influencia para favorecer la sucesión inmediata de Balduino V como rey de Jerusalén. Su
candidato fue Guy de Lusignan que ciertamente no gozaba de las simpatías populares y menos
cuando desplazó de la opción al trono a Raymond III de Trípoli quien se esperaba sustituyera en
el trono al rey niño (Balduino V). Mientras que los templarios, por decisión de Ridfort, apoyaban
a Guy de Lusignan que fue coronado rey de Jerusalén en 1186, los hospitalarios resintieron la
derrota de Raymond; esa divergencia originó un conflicto entre los cruzados, coyuntura
rápidamente aprovechada por Saladino que tenía pretextos para atacar y encontró la oportunidad
de enfrentarse a un enemigo dividido, contó además con la participación de Raymond para
avanzar sobre Jerusalén. Ridfort y sus templarios (ciento cincuenta contra siete mil
musulmanes), ni siquiera pudo presentar resistencia pero logró escapar para reorganizar la
defensa de Nazaret donde fue sorprendido.
Poco después Raymond se separó de Saladino al ver que Jerusalén se perdería definitivamente
y, al igual que ya había hecho el Gran Maestre Ridfort, trató de convencer al rey de Jerusalén de
la necesidad de frenar el avance de los musulmanes. La decisión fue tomada demasiado tarde.
Saladino ya dominaba la situación y su ejército musulmán se encontraba íntegro, dispuesto al
combate con otros ejércitos improvisados. Tras los enfrentamientos ganados por los musulmanes
Raymond logró escapar, Ridfort cayó prisionero y fue el único cruzado que no murió degollado
como el resto de los supervivientes ejecutados por orden de Saladino. De este episodio resulta la
versión de que los templarios escupían la cruz en las ceremonias de iniciación2 pues corrió el
rumor de que esa fue la condición impuesta por Saladino a Ridfort para perdonarle la vida. El
resultado fue la pérdida definitiva del reino de Jerusalén.
En Europa el hecho fue causa de indignación general que desprestigió a la Orden de los
Caballeros Templarios de la noche a la mañana. Por otra parte siendo Ridfort Gran Maestre tuvo
poco cuidado de las finanzas del Temple, lo cual añadido al resentimiento general redundó en un
debilitamiento que nunca más pudo superarse del todo. La experiencia de otros caballeros
alcanzó a restituir algo de las pérdidas pero no al nivel anterior. Lograron recuperar sus riquezas
pero no las simpatías trocadas en adversa crítica que alimentó malévolos rumores populares.
La ocasión de recuperar el terreno perdido en lo referente a su prestigio se presentó con
motivo de la Quinta Cruzada. Antes habían trabajado en Europa tratando de reivindicarse sin
mucho éxito, pero la repentina censura pareció desvanecerse con igual rapidez en el momento en
que los cristianos planearon una nueva incursión por Tierra Santa, la experiencia de los
2 Cuando Felipe IV de Francia se propuso exterminar a los templarios se rememoró este acontecimiento añadiendo
detalles no -conocidos —u omitidos— en su momento pero utilizados en 1307 para argumentar la herejía de la orden.
templarios estaba al alcance de la mano y no podía despreciarse, éstos creyeron recibir la
oportunidad de rehacerse demostrando, como al principio de su fundación, su valiente y eficaz
combatividad. En esas expediciones a Oriente el mérito de la resistencia de los cruzados ante los
ataques musulmanes correspondió, en efecto, a las fuerzas templarías en primer término y a los
hospitalarios en segundo. Una vez más los caballeros templarios maravillaron al mundo europeo
con su peculiar forma de lanzarse al ataque.
Ese triunfo les permitió avanzar con más seguridad por Tierra Santa e incluso lograr, mediante
negociaciones diplomáticas, pactos a favor de los intereses cristianos; se sentían seguros de
haber superado una mala etapa y poder disfrutar nuevamente de sus antiguos privilegios,
incluyendo el prestigio y la admiración. Con esa convicción, en 1228, rechazaron las peticiones
que les formuló Federico II (excomulgado) para avanzar con su ayuda en una nueva incursión,
no muy convincente ni en cuanto a planes de ataque ni por la intención, que no era totalmente en
beneficio de la causa cristiana.
La última expedición de los caballeros templarios en Tierra Santa se inició en 1248 cuando
Luis IX de Francia promovió otra cruzada que culminó con la derrota apenas dos años después
de comenzada. Los templarios estuvieron en contra del avance de los ejércitos cristianos hacia
Egipto, su experiencia les permitió prever la derrota, pero el monarca se empeñó en dirigir el
ataque hacia ese punto causando su propio descalabro, agravado por la inhóspita región de
Egipto donde se escenificaron los combates. Los caballeros templarios sin embargo
permanecieron a su lado, su deseo de mantener alianzas con los reyes para no perder nuevamente la simpatía europea, les aconsejaba obrar con cautela.
Por su parte Luis IX, consciente de esta situación, quiso manipularla y obtener beneficios,
principalmente porque la fuerza económica de los templarios podría sacarle de apuros. Esa fue la
causa que le indujo a acercarse al Sumo Pontífice y valiéndose de su influencia sobre él, le
presentó abiertamente sus simpatías por Amaury de la Roche y le sugería fuera nombrado
Maestre del Temple en el reino de Francia. Este como era hombre de confianza del rey más que
de los templarios, consiguió ese nombramiento y con ello los préstamos que solicitó a la orden.
En el año de 1303 sus fuerzas destinadas en Egipto fueron derrotadas, la invasión mongólica
no entraba en sus cálculos; fuera de combate perdieron hasta el último castillo, tuvieron que
refugiarse en Chipre y de ahí volver a ocupar sus sedes dispersas por las principales capitales
europeas. Ya no tenían nada qué hacer en Tierra Santa, sus ejércitos estaban ociosos, los
dirigentes se dedicaban sin interrupciones bélicas a la administración de sus bienes
incrementando sus riquezas.
Más de veinte mil caballeros templarios representaban un peligro para las monarquías
europeas; los caballeros del Temple tenían experiencia bélica pero más les atraía multiplicar su
fortuna; también habían aprendido a manejar la diplomacia, una batalla era larga y costosa ; una
transacción: breve y efectiva. Podían darse el lujo de proteger a imperios como el de Francia;
cuando Felipe IV, en 1303, les encargó la administración de las finanzas de su gobierno
tambaleante, había antes roto la alianza con el Papa Bonifacio III y las consecuencias serían
graves además de otros factores que ponían en peligro su estabilidad en el poder.
Felipe IV jugó con varias cartas: después de encargar al Temple de París el manejo de sus
finanzas y con ello asegurar una buena administración pues aunque era costoso el pago de ese
servicio y garantizaba recuperaciones y, sobre todo custodia, se volvió contra los templarios, no
obstante haberse refugiado en su sede cuando el pueblo de Francia se manifestó abiertamente
contra él en revueltas callejeras.
Felipe IV temía el poder de los templarios por eso se mantenía cerca de ellos esperando el
momento oportuno de atacarlos. Para conseguir sus propósitos se valía de cualquier método sin
detenerse en consideraciones sentimentales. El Temple de París lo protegió de la muchedumbre
enardecida pero, más que corresponder con gratitud, sólo se preocupaba por su propia seguridad.
Además era sumamente tentador arremeter contra la orden pues sus riquezas serían decomisadas
y así resolvería otros problemas financieros en su reino. Tenía otros elementos a favor suyo: el
nuevo Papa Clemente V, haría prácticamente lo que le pidiese, lo tenía en sus manos y el poder
pontificio era decisivo para destruir la legendaria orden.
Un incidente de poca monta presentó la coyuntura adecuada: un ex templario de cierto
renombre acudió a su presencia a denunciar una serie de blasfemias cometidas en el interior de la orden; Felipe manejó la situación tomándose su tiempo para preparar un golpe mortal. Lo
primero que hizo fue proponerle al Papa que se ocupara de los templarios forzándoles a una
rebelión. El Gran Maestre Jacques de Molay fue llamado por Clemente V para recibir
indicaciones sobre una recomendación del Vaticano: estudiar un proyecto de fusión entre
templarios y hospitalarios cuya jefatura representaría un príncipe designado por su majestad
Felipe IV de Francia. Esa medida significaba el inmediato desprendimiento de todas las riquezas
poseídas por los templarios en Europa y su destierro a Oriente donde deberían ocuparse de
preservar los intereses del cristianismo. El proyecto era una sentencia. No cumplirlo sería
desobediencia a la Santa Sede por cuya autorización la orden era reconocida en todo el mundo
cristiano. Al conocer ese proyecto el Gran Maestre Jacques de Molay lo rechazó rotundamente
pues sabía que aceptarlo era resignarse al destierro.
Ante la negativa templaría Felipe IV aprovechó las acusaciones contra la orden, se encargó de
hacer resurgir las críticas contra los caballeros templarios, propagó falsos rumores tendentes a
desprestigiarlos preparando el terreno para hacerles caer estrepitosamente. Así ocurrió y como
prueba contundente presentó a doce espías pagados que, introduciéndose hasta en las más altas
jerarquías de su ámbito secreto, ratificaron la acusación de herejía formulada espontáneamente
por un ex templario resentido. El Papa colaboró en el derrumbamiento del poder templario
persiguiéndoles como a herejes, prohibiendo a todos los cristianos colaborar con los perversos
caballeros que, según las habladurías populares, escupían la cruz en el rito de iniciación.
En 1307 todos los templarios dispersos en Europa fueron encarcelados y víctimas de torturas.
Era tanto el dolor que sufrían en las mazmorras que la mayoría acabó por firmar la confesión de
aquello que los verdugos dispusieron debían declarar. Más de medio centenar de los detenidos
murieron en las salas de torturas negándose a aceptar acusaciones falsas, sin embargo la gran
mayoría se doblegó admitiendo los cargos que les imputaban. Los tribunales de Felipe IV
dictaron sentencias según la jerarquía del caballero, pero basándose en el grado de peligrosidad
que representase o en el monto de su riqueza personal cuya confiscación era medida automática.
Las confesiones firmadas en las salas de tortura aceptaban que en las ceremonias de iniciación
se escupía a la cruz, que el voto de castidad exigido a los novicios obedecía en realidad a
comportamientos homosexuales dentro de la hermandad. Se describían ceremonias de
promiscuidad y sodomía con morbosa recreación de detalles; se decía que el neófito debía besar
los labios, el ombligo y el ano del caballero que lo recibía. Se admitía en esas confesiones que,
ciertamente como los acusadores afirmaban, se adoraba al diablo representado por animales, que
se rendía culto a un falo de madera, que en sus perversos rituales oficiaban jóvenes diablesas y
luego se entregaban a toda clase de perversiones sexuales. Los cargos fueron hasta donde la
imaginación de los fiscales pudiera llegar. Nunca se comprobó el límite entre lo cierto y lo
inventado, pues debe puntualizarse nuevamente que todo ese proceso fue el resultado de una
maniobra dirigida por Felipe IV para disipar sus temores y apoderarse de las riquezas de los
templarios.
Se ha hecho un cálculo aproximado del monto de sus rentas, sin considerar el valor de cada
una de las propiedades cuantificadas y el ingreso libre equivaldría a unos 90 millones de dólares
anuales, sólo como utilidad neta, sin incluir avalúos sobre el objeto productor de esa ganancia.
Fue tan súbita la persecución que ninguno de los caballeros templarios tuvo oportunidad de
defenderse, sus posesiones fueron confiscadas simultáneamente y puestas a disposición del rey
de Francia quien cedió una parte de ellas al Vaticano y la otra la destinó a subvencionar las
actividades de los hospitalarios.
El último Gran Maestre de los Templarios fue obligado a firmar la confesión fabricada en la
corte de Felipe IV, pero poco antes de morir ejecutado en la horca se retractó de esas
declaraciones, dijo haberlas aceptado inicialmente presionado por las torturas. Ante la multitud
reunida en torno a Notre Dame defendió la moralidad de la orden. Se lamentó de haber ordenado
a sus seguidores que aceptaran todos los cargos, explicó su flaqueza debido a las torturas,
justificó haber dado la orden de rendición diciendo que en esa forma había querido impedir
sufrimientos inútiles a sus seguidores. Sus declaraciones finales conmovieron más que su misma
muerte, con su ejecución terminó la historia de los caballeros templarios. Su desmedido
crecimiento fue la causa fundamental de su exterminio.
La existencia de las sociedades secretas parece estar condenada a la brevedad y cuanto más
pronto ascienden más pronto se desploman. Llega un momento en que plantean un conflicto en
la sociedad formal y deben desaparecer o limitar su poder. Sólo han podido sobrevivir las
fraternidades secretas que han actuado con discreción sin hacer ostentaciones de poder. En el
caso de los caballeros templarios fue claro que representaba amenazas concretas, los Grandes
Maestres se conducían como reyezuelos sin trono formal pero en ocasiones hasta con mayores
alcances.
Los templarios fueron simples instrumentos utilizados por la Iglesia y por las monarquías
europeas para imponer su predominio en Oriente previniendo las expansiones musulmanas. Los
ideales de caballería, la romántica concepción del sentido del honor, la necesidad de obediencia a
la Iglesia fueron los elementos explotados por reyes y papas para lograr sus objetivos.
Los millares de miembros que desfilaron por la poderosa organización se sintieron
ampliamente gratificados con los homenajes brindados en casi toda Europa cuando el triunfo de
los ejércitos cristianos se compartía con esa orden independiente integrada por intrépidos
caballeros que combatían en nombre de Dios, el Papa y del Rey. Los monarcas los encumbraron,
los mismos monarcas los derribaron. Mientras los héroes supervivientes se llenaron de gloria, los
muertos fueron los mártires cuya memoria se honraba combatiendo en nombre de Dios en los
tiempos en que los papas se distraían un poco de sus obligaciones en el altar para dirigir las
expediciones bélicas; no podían recluirse en sus oraciones y esperar milagros. La defensa de sus
intereses político-económicos les condujo a permitirse ciertas excepciones de las enseñanzas de
Cristo para empuñar la espada en su nombre.
El ambiente bélico que caracterizó al mundo cristiano durante las Cruzadas fue propiciado
directamente por los gobiernos clericales y monárquicos para mantener escondido el espíritu de
combate. Ningún pretexto mejor que la religión para justificar esas matanzas. El fervor religioso
se demostraba en el campo de batalla, la misa previa al combate era importante para subrayar el
motivo de la lucha, pero objetivamente, más que enseñar religión, era preferible educar a un niño
preparándolo para la guerra. Nacer varón en aquella época condicionaba al futuro adulto. Todo
se justificaba en nombre de las Cruzadas, de ahí que los primeros caballeros templarios formaron
sus pequeños ejércitos reclutando pecadores excomulgados, criminales y toda clase de
aventureros. Los excomulgados que engrosaran las filas de los templarios recibían
automáticamente la dispensa papal, luego vendrían los honores y las riquezas logradas sin
habérselo propuesto conscientemente.
Lo que resulta curioso en los caballeros templarios es su condición de grupo sancionado por el
Papa, no sometido a ningún gobierno, autónomo en cuanto a sus reglamentos internos y
autorizado pero no regido por el Pontífice. Sin embargo era de todos sabido que existía un
reglamento, una ceremonia de iniciación de índole secreta, reservada exclusivamente para sus
miembros. El mayor motivo de su fama era la severidad, la disciplina, su fidelidad al
cristianismo. Los jerarcas y todos los integrantes de la orden eran conocidos por el resto de la
sociedad pero se mantenía una parte oculta; ese misterio le fortaleció en su primera época pero
fue el punto débil por donde sus detractores apuntalaron sus ataques.
LOS CARBONARIOS
Los carbonarios han formado sociedades secretas en varios países europeos desde el siglo
XIII, aunque sus referencias más frecuentes los identifican en movimientos nacionalistas
italianos surgidos a principios del siglo XIX. Ciertamente fue en Italia donde esta organización
logró en mayor medida sus objetivos, identificándose profundamente con el sentir popular en
contra de la tiranía monárquica, en favor de la unidad nacional; de ahí que los corbonari hayan
escrito su historia adscritos a las luchas de líderes revolucionarios como Garibaldi, Mazzini y
otros.
Los carbonari aparecieron en Italia entre los años de 1760 y la década posterior; el primer
objetivo que se planteó su formación como sociedad secreta fue combatir las dinastías
extranjeras que sojuzgaban a los italianos manteniendo dividido su territorio en pequeños reinos
bajo el sistema feudal. La oposición surgió de grupos genuinamente populares: su intención era
reivindicar los derechos populares; su lucha no se relacionaba con ningún otro grupo de acción
política ni proyectaba ambiciones de poder; era una reacción espontánea contra la opresión
monárquica. La persecución del gobierno les obligó a inventar contraseñas para identificarse
entre sí; por sus objetivos e ideales su asociación formaba una peligrosa conspiración que les
obligaba a tomar medidas extremas de precaución para protegerse cuidándose de evitar
infiltraciones delatoras. Esta fue la razón natural que originó el nacimiento de un rito de
iniciación y más tarde dio pauta a un complejo sistema de formación estructural interna que, por
cierto, ha sido imitado por los modernos grupos terroristas en casi todo el mundo.
El rito de iniciación más conocido, es decir, el que ha trascendido fuera del severo hermetismo
que fue una de las bases para su éxito e invulnerabilidad, corresponde a la fraternidad italiana. El
lugar de reunión era siempre un sitio guardado en el mayor de los misterios; generalmente
coincidía que por la circunstancia de buscar un lugar apartado de miradas indiscretas su aspecto
fuera verdaderamente sombrío no por un afán terrorífico sino por ser ése el local más apropiado
para los fines perseguidos. Era una habitación fría, sombría, helada, su suelo cubierto sin otro
adorno que el ladrillo y desprovisto de muebles. Al principio un recinto de esas características
era el único disponible dentro de las exigencias de secreto impuestas por la causa y la seguridad
personal de la concurrencia. Mas tarde ese fue el modelo estereotipado para las ceremonias de
iniciación y para las reuniones de conspiradores; no obstante estar en posibilidad de ocupar
lugares menos tétricos, los carbonari siguieron prefiriendo, con fetichismo, actuar de la mejor
manera posible a similitud de sus antecesores.
Al centro de la habitación se le veneraba como al altar de una iglesia; ahí se encontraba
colocado un tajadero, sobre él, una cruz dedicada al tirano. Una corona de espinas destinada al
monarca espúreo cuyo gobierno cabía en cualquier otro país menos en Italia, pero su corona no
podía ser de otra cosa diferente a las espinas pues siempre su imperio estaría amenazado por los
movimientos populares de liberación. También había clavos para traspasarle las manos y los
pies, se trataba efectivamente de crucificarle pero no en el mismo sentido religioso del
cristianismo, o por lo menos el catolicismo de los carbonarios no lo consideraba explícitamente
así; la intención era destronar a los emperadores extranjeros que usurpaban el poder explotando
al pueblo italiano. En el tajo también había un hacha y una bolsa con sal para cortar la cabeza del
tirano y conservarla en la vía pública como muestra de justicia, en escarmiento para otros
usurpadores. Los iniciados juraban sobre esos objetos aclarando el significado de cada uno de
ellos, comprometiéndose a usarlos según el mandato de los jerarcas y según el cumplimiento de
las finalidades inspiradoras del movimiento. Otro objeto importante en esa habitación era una
estufa cuyo significado consistía mantener vivo el fuego de la rebelión; el fuego simbolizaba el
deseo de purificación que se empeñaban en conseguir los nacionalistas italianos, pero por
extensión todos los carbonari asociados en los diversos países europeos comprometidos en
derrocar la tiranía reinante en sus respectivas naciones.
En Italia se destacaron especialmente por su inusitado arrastre entre las clases populares al
principio del movimiento, pero después lo fueron de las más favorecidas, al tener las simpatías
de revolucionarios como Garibaldi, quien aprovechó sus servicios y llegó a confiarles
importantes empresas en el movimiento de unificación nacional; eran eficaces aliados, no sólo
contaban con la simpatía del pueblo sino también con su apoyo efectivo, pues sus integrantes
eran el mismo pueblo, en él encontraban su fuerza, su mejor protección. Iniciada la organización
en Italia entre la década de 1760 a 1770, treinta años después su número se multiplicó por
millares amenazando con una subversión total cuyo resultado de una guerra civil habría sido el
triunfo indiscutible en favor de los carbonarios; así su existencia se prolongó por más de un
siglo.
Los objetivos manifiestos de esa organización eran de carácter político, se basaban en una
conspiración contra la monarquía extranjera que mantenía dividido el territorio italiano
prolongando hasta límites infrahumanos la explotación de las ciases campesinas y artesanales. Su
forma de acción sin embargo no se sustentó en la exposición de la injusticia desde un punto de
vista ideológico; fueron directamente a la práctica subversiva organizando levantamientos
populares contra las fuerzas opresoras, realizaron efectivos atentados contra los representantes
del gobierno despótico y sus servidores, organizaron la guerrilla en las ciudades y en el campo,
ejecutaron campañas de boicoteo contra la clase dominante trabajando en pro de la unificación
italiana que llevaba implícito expulsar de su territorio a la monarquía extranjera. Siempre que
hubo un líder revolucionario identificado con sus finalidades le apoyaron abiertamente
insertando su participación como decisiva en el éxito de esas rebeliones.
Su organización interna reúne las características generales de una sociedad secreta, pero dada
su finalidad subversiva añade variantes especiales sumamente interesantes y efectivas, tanto que,
por coincidencia o casualidad, muchos grupos subversivo-terroristas que actualmente existen en
varios países del mundo, tienen esquemas muy similares como las formas más efectivas de
asegurar el secreto total acerca de la composición interior e identidad del movimiento o
dirigentes. La estructura de los carbonarios italianos explica tal vez el modelo de los grupos
subversivos contemporáneos. Todos los miembros del movimiento se llamaban entre sí primos,
usaban frases y palabras en clave, relacionadas con sus ritos de iniciación, con los objetos
depositados en sus lugares de reunión; por ejemplo, "limpiar la selva de lobos" se refería
exactamente a su intención de expulsar de su territorio a todos los monarcas extranjeros, feudales
y déspotas que oprimían al pueblo italiano. Su lugar de reunión para las juntas de conspiración se
denominaban choza o barraca, pero el recinto especial para la reunión de los asociados y otros
dirigentes de jerarquía superior, eran llamadas ventas. A esa distribución primaria seguían otras
que iban reduciendo el número de participantes pero era más importante en proporción directa su
nivel de dirigentes, por tanto se hacía más exclusivo su acceso. Una república la formaban un
grupo de chozas cuyo número exacto se determinaba por decisión superior, pero en cambio sí
había disposición precisa para imponer un mínimo en la integración de una choza o barraca; el
requisito era contar con una membresía mínima de veinte primos, pero su número tampoco podía
ser muy amplio, pues llegado ese caso se creaba otra "célula" choza. A cada una de esas
barracas correspondía un "diputado" que iba a formar parte de la venta, y, a su vez, los
"diputados" de veinte ventas formaban una venta principal para la cual se imponía o designaba
un representante especial, siendo éste el único con acceso directo a la venta suprema, es decir, el
mando supremo de la organización, la máxima jerarquía dirigente real del movimiento cuya
identidad permanecía en secreto aún para sus propios militantes por razones de seguridad
principalmente. Los reglamentos de iniciación, las normas disciplinarias, las disposiciones
generales prohibían a los primos conocer a los miembros de otras ventas. Esa restricción era de
carácter general pues ni aun los miembros de la venta principal debían conocer a los integrantes
de otras ventas. Al ingresar al grupo los neófitos eran enterados de esas disposiciones que se iban
ratificando según el ascenso en grados, advirtiéndoseles que la traición se pagaría con la muerte:
de hecho la amenaza se cumplía estrictamente sin consideración piadosa, el riesgo era muy
grande para correrlo, se ponía en juego el éxito de la conspiración, la seguridad personal de un
grupo, no de toda la organización porque ni las peores torturas podían revelar un secreto
efectivamente ignorado.
En el caso de los carbonarios, a diferencia de otras sociedades secretas, queda muy claro que
su propósito era concreto: un objetivo político contrario a los intereses gubernamentales. Una
conspiración que como tal les obligó a agruparse en secreto e inventar fórmulas exóticas pero
efectivas para comunicarse en clave. O sea que la diferencia fundamental del carácter secreto de
esta sociedad fue en defensa de un interés político legitimado por responder exactamente a las
aspiraciones populares como reacción ante la tiranía. Los carbonarios no se ocultaron bajo una
capucha picuda para asesinar; tampoco amenazaron de muerte a sus desertores como otras
organizaciones cuyo único empeño era monopolizar el crimen. Aquí no se ocultaba una
extravagancia como las de algunas fraternidades formadas en secreto para desentrañar los
misterios de la naturaleza. Los carbonarios en Italia, en Alemania y en Francia se asociaron en
secreto para defenderse del enemigo que se encontraba en la cúspide del poder.
No obstante su realismo no pudo escapar a tentaciones propias de las sociedades secretas
como el culto a ciertos rituales, y alguna forma de fetichismo sobre los objetos simbólicos
utilizados en las ceremonias de iniciación. Pero, excepto la designación que se daba a los jerarcas
supremos —Grandes Iluminados—, el resto de los grados recibía una denominación acorde —
incluso nominalmente— a la función que desempeñaba dentro de la organización. Estos eran: los
insinuatori, los censori, los scrutatori; a quienes se les encomendaban misiones sumamente
delicadas eran los decisi o desperati. Otros militantes de la cofradía, menos decididos por la
acción pero firmes partidarios de su causa, eran los poltronati (apoltronados) cuyas obligaciones
consistían en colaborar con el área activa desde distintos campos, en distintas formas; una, era
aportando cuotas regulares para la financiación de las actividades de conspiración. Una
importante variante de los carbonarios fue la admisión en sus filas de mujeres militantes, dejando
de lado prejuicios machistas manifestados en otras sociedades secretas; esta sociedad aprovechó
la valiosa ayuda que podía brindarles el sexo femenino. Las mujeres estaban encargadas de
suministrar víveres a los primos ocultos en algún sitio, llevaban y recibían informes de los
compañeros prisioneros, hacían labor de espionaje y proselitismo reforzando la labor de los
hombres que bien podrían ser sus esposos, hijos o padres. Sin duda, la participación de las
mujeres en esa conspiración gigante determinó en buena medida la fuerza popular del
movimiento pues cada italiano podía ser un carbonario activo o pasivo, o simplemente
simpatizante fuera del movimiento pero dispuesto a colaborar en el momento necesario.
Desde luego que el carácter religioso, fanático y exaltado del italiano —del que se ha hecho un
estereotipo— fue esencial para mantener la consistencia de los carbonari y llevarle a dominar
casi por completo la situación política de su país. Sólo la ausencia de líderes ideológicos
impidieron su instalación en el poder, pues, aunque su lucha se dirigía a lograr la unidad italiana,
el empeño principal era contra las dinastías extranjeras: su concepción del triunfo era bastante
elemental, se conformaban con expulsar a los tiranos extranjeros, por extensión, con derribar a
los tiranos y disfrutar de una unidad nacional sin hacer previas consideraciones de la forma de
gobierno. Fue necesaria la intervención de otros revolucionarios políticos, como Garibaldi, para
alcanzar el objetivo apenas vislumbrado por los primeros campesinos y artesanos rebeldes cuya
sublevación fue la natural reacción contra el despotismo. La tradición de apego familiar entre los
italianos también fue otro elemento sumamente importante para extender la militancia en los
carbonarios, pero igualmente para mantener bien delimitadas las jerarquías asegurándose ciega
obediencia, como hacía un hijo ante los mandatos de su padre. De hecho el mismo apego a la
familia fue aprovechado para fundar otras organizaciones y mantenerse en la consecución de sus
objetivos guardando los mayores márgenes de seguridad posible; el clan, la familia, fueron parte
medular de asociaciones delictivas como la mafia, la camorra y algunas ramificaciones más de
grupo que quizá en sus momentos inaugurales persiguieran ideales nacionalistas o simplemente
de defensa contra la opresión pero que degeneraron en repugnantes cáfilas de triste recuerdo y
peor presente.
Pese a su efectiva organización de células secretas, la liga de los carbonarios italianos resintió
el contraataque gubernamental: quien más les combatió fue Fernando I. rey de las Dos Sicilias.
Empecinado en defender sus intereses promovió una feroz persecución sin reparo de clemencia.
La campaña contra los subversivos comprendía detenciones arbitrarias, ejecuciones precipitadas
sin presentar suficientes pruebas de culpabilidad contra los inculpados, siendo incontables los
casos de ajusticiamiento de inocentes. Los destierros fueron también otro recurso utilizado en
demasía y en última instancia el más benigno. Durante su reinado el acoso contra los verdaderos
carbonarios, pero contra todo el pueblo en general, alimentó el descontento. Aparentemente su
gobierno logró exterminar la asociación, pero apenas murió, en 1825, resurgió nuevamente con
mayor vigor, con el odio contenido durante los años de represión.
La real desaparición de los carbonarios italianos fue un hecho tan natural como su nacimiento:
cuando se consiguieron sus objetivos —aunque no fueron ellos directamente los autores del
triunfo— no había más motivos de conspiración, sus militantes optaron por la vida apacible
dejando en manos de los políticos la solución a los problemas planteados en la nueva
organización de la vida nacional bajo el sistema unitario. Muchos años antes, en las próximas
postrimerías de la muerte de su implacable verdugo Fernando I, rey de la Dos Sicilias, la base
militante carbonari se anexó a otra liga conspiradora "La Joven Italia" cuya filiación de patriotas
radicales participó más directamente en las luchas liberadoras de su país.
En otras naciones los carbonarios surgieron en circunstancias similares, sus objetivos fueron
semejantes, el ritual muy similar y la forma de organización interna también muy parecida.
Aunque se tienen antecedentes confiables de su existencia durante los siglos XIII, XIV y XV, sus
actividades más sonadas se conocieron en el siglo XVIII cuando otros grupos conspiradores,
"LaCompagnie Franche des Ecoles" y "Los Amigos de la Verdad", se habían marcado como
meta desplazar del trono a Luis XVIII.
Fueron especialmente significativas las acciones conspiradoras atribuidas a los carbonarios
franceses después del derrumbamiento del imperio napoleónico: tras bambalinas estuvieron
dirigiendo, protegiendo y apoyando la rebelión sin comprometerse públicamente, hombres como
La Fayette, Dupont, de l'Eure, Boinvülier, Bazard y otros. Sus agentes se infiltraron en círculos
claves, pero obligados por el juramento de iniciación no revelaron nada acerca de la identidad de
otros conspiradores y se realizaron las ejecuciones de los considerados entonces traidores sin
desmembrar realmente la organización. El cerebro de la rebelión se encontraba bien seguro a
otros niveles aguardando el momento adecuado de actuar sin correr demasiados riesgos, fuera
valiéndose de la misma liga secreta o de cualquier otro medio útil a sus finalidades.
España tampoco dejó de registrar en algún momento de su historia la existencia de esos grupos
secretos no obstante que su fama no cundió como en otras naciones, ni al nivel de objetivos tan
precisos como en Francia ni cuantitativamente se sustentó en simpatías populares semejantes a
las logradas por sus colegas italianos. La influencia carbonari llegó a la península ibérica como
equipaje de regreso que acompañaba a los emigrantes españoles que volvían a su patria
empapados de ideas liberales adquiridas en Italia y en Francia. El punto culminante de la
asimilación y traslado de rebeliones "carbonarias" en España, se presentó hacia 1820, su
finalidad inmediata era derrocar el absolutismo borbónico. Las ventas más importantes se
establecieron en zonas, además, de estratégicas, propicias por su propia historia, para la
conspiración: Madrid, Barcelona, Valencia y Málaga. En todos esos lugares fueron ferozmente
combatidas pero liquidadas definitivamente en toda la región catalana; sin arraigo suficiente, en
un contexto diferente al de otros países no se dieron las condiciones de recuperación. Pero en
cambio sí tuvo mayor semejanza con el movimiento francés en cuanto a la emanación popular.
Su desaparición en Europa podría señalarse aproximadamente hacia 1870, misma fecha en que
dejó de existir en Italia; a semejanza en este país se proponía extenderse a otros cuya lucha
libertadora surgía espontáneamente en las capas populares más lastimadas por la tiranía. Los
mejores tiempos de los carbonarios en el reino de Nápoles, se vieron a principios del siglo
pasado. Lo que inicialmente fue una base militante de unos cuantos miles en pocos años llegó a
multiplicarse superando el medio millón, cifra muy significativa considerando la población total.
Pero tal vez esa misma amplitud numérica, bien encaminada con propósitos concretos no muy
abundantes, haya facilitado el proceso de desintegración antes de conducir el destino de su
asociación al triste fin de otras similares: el vandalismo, la corrupción, el crimen por lucro. Sin
embargo cabe mencionar que también la carbonari aportó elementos a la mafia en su faceta
criminal, y algunos de sus miembros enviciados en el terrorismo continuaron por esa senda ya al
margen de aspiraciones políticas nacionalistas.
Queda por observar las asombrosas semejanzas entre la organización primaria de los
carbonari y algunos de los grupos terroristas que actualmente subvierten el orden establecido en
muchos países del mundo. La forma de "sociedad secreta" no vale ahora para describir la
filiación de esas organizaciones extremistas, pero sí su secreto que es la base de su virtual éxito
en operaciones desestabilizadoras.
En el mundo contemporáneo las fuerzas políticas tratan de imponer su ideología, la vertiente
detentadora del poder aprovecha su posición para manipular los métodos democráticos a su favor
y en ese contexto, cuando las alternativas legales resultan más difíciles, surgen las
conspiraciones secretas convirtiéndose muy pronto en núcleos radicales cuyas acciones violentas
sólo generan más violencia, alimentan la represión motivo de su lucha, o la propician
deliberadamente contra grupos opuestos.
Los grupos terroristas, por propia naturaleza, funcionan apoyados sobre la base del secreto; al
tratar de imponer su ideología por medio de la fuerza radicalizan sus posiciones, llegando a los
extremos; y es ahí donde convergen, aparentemente opuestos por la diferencia de colores de sus
respectivas banderas, pero plenamente identificados por los efectos y procedimientos de su
acción.
La conspiración subsiste gracias al secreto; los movimientos subversivos contemporáneos no
celebran ceremonias de iniciación macabras ni melodramáticas, la fuerza de sus exigencias
ideológicas les obliga a guardar mayor congruencia con la realidad de su momento y espacio
correspondientes, pero no les impide insistir en sus finalidades hasta convertirlas en objeto de
fanatismo. Los neófitos de los diversos grupos terroristas no se comprometen en juramentos
secretos ni hacen reverencias a cosas simbólicas pero desde el momento de ingresar a la
militancia saben de antemano el riesgo: morir y hacer fracasar su movimiento. Igual que antes,
ahora también hay desertores que pueden traicionar a sus antiguos compañeros sirviendo como
delatores o, simplemente, buscar la vida pacífica, pero siempre tendrán temores de ser víctimas
de venganzas; un desertor es un delator en potencia, por eso, por seguridad propia, los militantes
activos prefieren descontar riesgos.
La eficacia de los métodos policiales de investigación —métodos que incluyen toda clase de
torturas, en mayor o menor medida, según el régimen de cada país— pone en peligro la
seguridad de los disidentes clandestinos; no se confía mucho en la convicción de sus partidarios
en el momento de su aprehensión. La experiencia les ha convencido de la conveniencia de evitar
que los miembros de la base de la organización estén enterados de todos los planes, e incluso de
la identidad de los más altos dirigentes. El modelo carbonari ha sido copiado fielmente por
grupos subversivos contemporáneos. Su estructura se basa en la organización de comandos o
brigadas enlazadas entre sí a distintos niveles, respetando estrictas jerarquías que evitan la
interrelación general de todos los militantes. Cada uno de esos comandos o "células" tiene un
representante ante otro grupo superior, y así sucesivamente, de manera que las posibilidades de
infiltraciones son realmente escasas y mayor la garantía del secreto; no puede decir nada quien
nada sabe.
Tanto en el caso de los auténticos y primeros carbonarios como en el de grupos terroristas
contemporáneos sus sistemas de ataque han sido ciertamente efectivos; la intención subversiva
se ha realizado. En el primer caso la necesidad de protección mediante ese esquema organizativo
fue concomitante de la formación del grupo conspirador, frente a una tiranía monárquica no
había otras opciones; en el segundo se trata de grupos radicales cuya desesperación les lleva a
tomar las armas, generalmente en contextos poco propicios para triunfar por ese medio; campea
entonces la desesperación, el extremismo que distorsiona los objetivos iniciales.
Al paso del tiempo la disciplina se relaja, los combatientes que han sobrevivido en esa
singular guerra caen en un círculo vicioso enfrentados a la dificultad de conciliar su convicción
teórica con su actuación real; queda el fanatismo y la violencia como única alternativa de
supervivencia.
La historia está ahí, escrita, accesible al análisis. Pero el extremismo es una actitud muy
frecuente, una reacción primaria, una primera respuesta a la desesperación no dominada.
Hoy se escribe la historia de los carbonari italianos, se subraya la influencia que tuvieron
sobre organizaciones análogas, homónimas inclusive, en otros países del mundo. Actualmente
basta un poco de capacidad de observación para saberse cómo, deliberada o casualmente, su
modelo se reproduce —en cuanto a su estructura formal— en nuestro entorno más próximo.
Quizás en el futuro cuando se escriba la historia del terrorismo en el mundo moderno se aluda
nuevamente a ese sistema de organización para explicar la formación de estos grupos
subversivos.
LOS THUGS
En la mitología hindú la figura de Kali o Durga es tan compleja como importante para
comprender el carácter de su pueblo, su apego a sus tradiciones, esa cultura mística que da un
sentido muy especial a la vida y la muerte en una moral muy severa pero completamente
diferente al sentido cristiano-occidental.
Kali es una diosa protectora, contradictoriamente se presenta en la forma más bondadosa para
con sus fieles, pero a cambio de su cuidado exige sacrificios como veneración ritual cuyo
significado se relaciona con el mismo origen de la deidad. Tenía especial predilección por
algunos oficios y artes: la orfebrería, herrería, carpintería, alfarería, zapatería; los trabajos con
latón y cantera. Protegía a los parias, leprosos, ciegos, mutilados y a quienes anduvieran con
vacas o cabras. La mujer, sólo por su sexo, recibía la protección de la diosa, también los
dedicados a labores de lavandería. Estos eran los protegidos de Kali, por tanto su presencia —de
alguno de ellos— entre los grupos de caminantes salvaban a la caravana de ser atacados por las
bandas de asaltantes denominados thugs.
La relevancia de Kali en los cultos religiosos hindúes procede de una fantástica historia que
cuenta la aparición de un demonio dedicado a devorar a los hombres, según iban siendo creados
los engullía inmediatamente; así la creación de la humanidad no podía ser posible, el demonio
era poderoso, enorme, dominaba toda la tierra, era un gigante que cuando entraba al mar sus
aguas sólo alcanzaban a cubrirle medio cuerpo, llegándole apenas a la cintura. Fue entonces
cuando se le enfrentó Kali dispuesta a salvar a la humanidad de tan terrible destrucción; lo
combatió con su espada hiriéndolo mortalmente, pero de cada una de las gotas de sangre
derramada surgía otro nuevo demonio. Kali, con su espada, mataba a esos engendros, pero
seguían multiplicándose pues también de cada una de las gotas de su sangre nacían otros
demonios haciendo un combate interminable y poniendo en peligro el triunfo de la diosa. El
desenlace de la historia tenía dos versiones: por una parte los hindúes ortodoxos explicaban que
Kali dejó de atacarles con su espada y optó por chupar la sangre de las heridas de los demonios
evitando la aparición de más enemigos, así acabó por vencerlos dejándolos inertes, sin sangre.
Pero la secta de los thugs difería de la creencia ortodoxa; según ellos la diosa, en pleno combate
aprovechó el sudor de sus brazos para crear a dos hombres que le ayudaron a derrotar a los
demonios. Apenas concluyó su creación la diosa entregó un pañuelo a cada uno de esos dos
hombres, denominados thugs, indicándoles que con ellos debían estrangular a los demonios para
matarlos sin dejarles verter su sangre, evitando de esa forma el surgimiento de más demonios; su
orden fue cumplida y todos los demonios murieron sin derramar una gota de sangre. Kali dejó a
esos dos thugs los pañuelos como distintivo de su colaboración en la lucha de salvación de la
humanidad; los pañuelos, además de ser un recuerdo de esa hazaña, serían el medio que debían
usar para ganarse la vida y alimentar a sus familias. Esa recomendación divina equivalía
exactamente a un mandato, por tanto los thugs creían cumplir una obligación religiosa al
estrangular hombres; además, ésa debía ser su forma principal de subsistencia, otra no contaría
con la aprobación de la diosa y sería causa de castigos.
La mitología de la secta justificaba cada uno de sus actos perversos, la misma diosa Kali les
protegía en sus emboscadas criminales dándoles guías de buen o mal augurio mediante varios
simbolismos, y una vez cometido el asalto, colaboraba con los thugs para no dejar huella de sus
asesinatos. Se contaba otra historia fantástica: al principio de los ataques de los thugs la deidad
aparecía, cuando las víctimas ya habían sido estranguladas y despojadas de sus pertenencias la
misma divinidad se tragaba todos los cadáveres, asegurando así la impunidad de sus adoradores,
pero dejó de hacer eso en represalia a la curiosidad de un neófito. Mientras Kali devoraba los
cadáveres sus protegidos debían estar de espaldas sin mirar la forma en que su diosa comía. El
curioso tuvo la lamentable ocurrencia de volver la cabeza y conocer el tabú; eso enfadó a Kali y
como castigo dejó de engullir los cuerpos de los caminantes sacrificados.
Sin embargo no abandonó del todo a la secta que con más fervor le rendía culto; regaló uno de
sus dientes para que hicieran un zapapico y con éste cavar tumbas para sus víctimas. De una
costilla se hizo un cuchillo, con él los thugs debían desfigurar el rostro de los cadáveres y
descuartizar los cuerpos con el objeto de dificultar su posible identificación y acelerar su
descomposición. Del borde de su manto ordenó que se hicieran dogales en colores amarillo y
blanco, como distintivo de su secta e instrumento asesino.
La marcada religiosidad del pueblo hindú favorecía la credibilidad de esas fabulosas historias;
el conocimiento de sus costumbres, y cultura en general, aportó más tarde los datos necesarios
para comprender la frialdad de los thugs ante la muerte de sus víctimas y la suya propia. La
dominación británica en la India agudizó la relajación de costumbres en ese país, sus
aportaciones tecnológicas aceleraron la desaparición de las bandas de estrangulado-res. Tal vez
sin la participación inglesa, el mismo pueblo hindú hubiese combatido el terror de los caminos
pero la historia se hizo de forma diferente, siempre el más poderoso somete al más débil, es hasta
perogrullada recalcar que los fuertes imponen su voluntad en vidas y costumbres desplazando las formas originales.
Hacia finales del siglo XVIII, cuando Inglaterra dominaba el territorio central de la India, los
europeos tuvieron por primera vez noticias de una banda de estranguladores que dominaban los
caminos haciéndolos prácticamente intransitables, recorrerlos era correr riesgo de muerte. La
incertidumbre era el peor enemigo de los viajeros y sus familiares, pues eran excepcionales los
casos en que no podía atribuirse con relativa seguridad, la desaparición de un caminante a la
causa de los casi míticos asaltantes estranguladores. Las distancias eran tan grandes, los medios
de transporte tan primitivos y los peligros del camino (serpientes, parajes hostiles, etc.) tan
abundantes que la desaparición de un viajero podría empezar a considerarse como probabilidad
tal vez después de seis meses de esperarse su llegada, y los motivos, innumerables.
Pero algunos informes fidedignos, y en otros casos pruebas contundentes, dejaron bien clara la
existencia de una banda de estranguladores asaltantes. Los británicos reunieron datos:
efectivamente la población hindú les conocía, sabía algo acerca de sus creencias y aunque no
otorgaban su total simpatía a los extranjeros, su temor a ser asesinados en los caminos los
impulsó a aportar informaciones para su propia seguridad. En 1799 se hizo la primera captura de
thugs; cien de los estranguladores que aterrorizaban en los caminos de la India meridional fueron
aprehendidos en las proximidades de Bangalore. Se les encontró culpables y consecuentemente
se les sentenció. Esa fue la primera evidencia irrefutable de que había una enorme y bien
organizada secta dedicada a estrangular viajeros para despojarlos de todas sus pertenencias; los
grupos actuaban en "partidas" de número variable, cada una de las partidas se conducía en
autonomía con respecto a las demás pero mantenían relaciones de solidaridad, intercambio,
actuando en territorios bien delimitados y sus sistemas de organización interna siempre eran
iguales, lo mismo coincidían absolutamente en cuanto a ritos, creencias y formas de ataques.
La segunda llamada de atención de los thugs para los británicos fue en 1810 cuando cerca del
Ganges y el Juma se hizo un macabro descubrimiento: treinta cadáveres destrozados,
descuartizados meticulosamente en un sangriento ritual, la noticia conmocionó tanto a la
población europea como a los propios hindúes: aunque estos últimos podrían tener la sospecha
de quienes podrían ser los autores de tan espeluznante acto, no se les relacionó directamente con
las bandas de estrangulad ores, pues era diferente su forma de actuar, además las numerosas
bandas burlaban la suspicacia inglesa ocultando sus crímenes, inmediatamente después de sus
asaltos enterraban a sus víctimas, su desaparición podría atribuirse a decenas de motivos, la
muerte en el camino pocas veces era comprobable. Por otra parte causaba desconcierto constatar
las condiciones de normalidad de muchos viajeros que transitaban esos caminos sin observar un
solo incidente (por supuesto ignoraban que si casualmente se hacían acompañar por artesanos o
exponentes de algún oficio protegido por Kali, se convertían en tabú para los thugs).
A partir de 1816 comienza a escribirse —de forma casual— la historia de los thugs; un
médico inglés residente en la India, Richard Sherwood se interesó profundamente en esas bandas
de estranguladores e inició (lo que más tarde sería una importante recolección de datos) una serie
de investigaciones, obtenidas en entrevistas directas con los estranguladores detenidos. Intuyó
que tras esos cien asaltantes detenidos había una organización amplia y poderosa, relacionada
con el descuartizamiento de los treinta cadáveres encontrados en la ribera del Ganges.
Efectivamente descubrió su enlace, puso en evidencia la magnitud de la secta, esbozando una
especie de denuncia o advertencia sobre su amplio campo de acción. Publicó el resultado de sus
averiguaciones en un extenso reporte titulado "Acerca de los asesinos denominados fasíngares"
(Of the Murderers Galled Phansingars). Esa información captó la atención de las autoridades
representantes de la corona británica en el territorio hindú y como resultado se ordenaron
investigaciones oficiales tendentes a esclarecer las constantes desapariciones de viajeros en los
caminos de casi todo el país. En cuanto a Sherwood, sin proponérselo expresamente se convirtió
en el primer historiador de la famosa cofradía, su artículo "Acerca de los asesinos denominados
fasíngares" fue la primera relación escrita de las secretas actividades de un grupo criminal que
mataba fundamentalmente por "obligaciones religiosas". La descripción de Sherwood permitió
saber que actuaban protegidos por algunos terratenientes vecinos del área de acción de los
estranguladores; a cambio de una parte del botín obtenido en los asaltos, les protegían y
permitían seguir en ese macabro ritual sin denunciarles.
Thugs significa "engañadores", nombre muy acertado porque su forma de atraer víctimas era
mediante el engaño. Cuando estaban listos a cometer un asalto enviaban de "avanzada" a un
grupo destinado a averiguar las riquezas de los viajeros antes de iniciar la travesía. Una vez
identificados trataban de ganarse su confianza ofreciéndose a acompañarles en calidad de
sirvientes, o se hacían pasar por peregrinos que no deseaban atravesar los caminos solos. Así
lograban unirse a la caravana y a medio camino, en las cercanías a sus guaridas consumaban los
asesinatos despojándoles de todas las pertenencias. La fórmula era infalible: primero les
asesinaban y luego se apoderaban de las riquezas, inmediatamente procedían al
descuartizamiento de los cadáveres para finalmente enterrarlos borrando toda huella de violencia
y paso de los viajeros. La forma de matarlos seguía una precisión casi matemática: dos thugs era
el número ideal para dar cuenta de un hombre, el instrumento era un lienzo llamado rumal que
siempre llevaban atado alrededor del talle. Dependiendo del número de viajeros se organizaba la
partida, mas por lo general la banda se integraba con un mínimo de diez y un máximo de
cincuenta estranguladores, pero en épocas de expansión las partidas llegaron a sumar hasta 150
hombres cada una porque también las precauciones de los caminantes se tradujeron en el
aumento de escoltas. Estas medidas de protección eran poco efectivas contra la habilidad de los
bandidos, pues la clave de su éxito era el factor sorpresa; habiéndose integrado previamente al
séquito de los viajeros se ganaban la confianza de todos, más tarde el resto de la banda aparecía
también presentándose con artificios y aprovechando el mejor momento para atacar.
Su forma de "trabajo" estaba perfectamente organizada, se consideraban todos los riesgos y se
echaba mano de todos los recursos contra situaciones imprevistas; por ejemplo, se evitaba que
antes de repartir el botín, destrozar y enterrar los cadáveres apareciese otro grupo de viajeros o
algún intruso. Se agrupaban unos cuantos en torno a los muertos y lloraban fingiéndose víctimas
de un ataque, el resto se ocultaba esperando atacar a traición. Cuando la nueva caravana se
detenía a prestar auxilio aparecía el resto de la cáfila y aprovechaban la ocasión de cometer dos
asaltos, prácticamente sin mayor esfuerzo. La regla general era asesinar a todos los miembros de
la comitiva, pero también por creencias religiosas debían hacer ciertas excepciones, en cuanto a
la posibilidad de testigos, todos eran estrangulados, no se dejaba a nadie con vida. Pero un tabú
que respetaban estrictamente era perdonar a los niños varones cuando eran muy pequeños para
adoptarlos dentro de su comunidad e instruirlos en su mismo oficio. A las niñas también se les
"indultaba" pero eran vendidas a las prostitutas.
Antes de iniciar la incursión celebraban ceremonias rituales consagradas a la diosa Kali: ante
una imagen de la deidad se sacrificaba una oveja y se pronunciaban oraciones copresididas por
imágenes de lagartos y serpientes. Se veneraban algunos instrumentos simbólicos: el cuchillo, el
dogal y el zapapico. Terminadas las oraciones esparcían flores por el piso, ofrecían vino,
exóticas bebidas y toda clase de manjares a la diosa. Poco tiempo después esperaban
pacientemente las "señales" de su protectora para saber si tendrían éxito en sus operaciones o era
más conveniente esperar algún tiempo y realizar otra ceremonia para recibir sus favores y así con toda seguridad lanzarse al crimen y bandidaje.
Los ritos continuaban hasta después del asalto: una vez consumados los asesinatos
"necesarios", sepultados los cadáveres y ocultado el botín, todos los estrangula-dores se reunían
en torno a las tumbas recién cubiertas para celebrar un festín. Sobre la tumba se extendía una
pulcrísima sábana a manera de mantel, encima de ella el zapapico y una moneda de plata. Los
dos thugs más viejos, los dos más destacados y refinados estranguladores, presidiendo la
reunión, repartían goor (especie de azúcar sin refinar) entre sus discípulos que habían
estrangulado con sus respectivos instrumentos y se consideraban formalmente iniciados en el
"oficio". Uno de los directores de ceremonia esparcía un poco de goor en un agujero previamente
hecho en el suelo al borde de la sábana, mientras lo cubría pronunciaba una oración. El resto de
los comensales con profundo misticismo repetían la oración solemnemente. Entonces el Maestro
mojaba con agua bendita ese agujero y rociaba un poco de ella sobre el zapapico. Enseguida
repartía pequeñas porciones de goor entre los demás estranguladores, mientras lo comían en
silencio, con respetuosa solemnidad, observaban la representación simulada de un
estrangulamiento, mas no todos los presentes podían comer goor, sólo aquellos iniciados que ya
habían participado alguna vez en un asalto y habían estrangulado a algún hombre; como se
permitía la presencia de neófitos en "ejercicios de preparación" a éstos se les prohibía comer de
la sustancia sagrada. Transgredir esa prohibición por descuido o ignorancia les obligaba a
cometer un asesinato de inmediato, siempre debía ser mediante estrangulamiento.
Preferentemente esas extrañas ceremonias se realizaban al aire libre, pero si por alguna
circunstancia se temía el paso de algún intruso se levantaba una tienda con los instrumentos
llevados expresamente con ese fin y así se podía hacer en total secreto. Los neófitos elevados a la
categoría de estranguladores fasíngares comían goor por primera vez en una ceremonia de ese
tipo después de cometer sus primeros crímenes, en esa especie de comunión sentían "cambiar su
vida", así lo confesaron a Sherwood los thugs que entrevistó en prisión, esa "comunión" los
determinaba "irremediablemente" a no poder desempeñar otro oficio diferente y aun cuando
tuviesen otro medio de ganarse la vida, y con él todas las riquezas ambicionadas, sentían la
irrefrenable necesidad de seguir asaltando en los caminos y estrangular por mera convicción
religiosa.
Aunque sus asesinatos obedecían, según ellos, a un mandato de Kali, siempre eran cometidos
"respetuosamente", si se le puede llamar así; es decir trataban de evitar el sufrimiento a sus
víctimas matándoles rápida y eficazmente. Al descuartizar los cadáveres lo hacían con precisión
de matanceros sin delectación en esa tarea, sino sintiendo ejecutar una obligación religiosa.
Violar alguna de esas reglas significaba desobedecer a su diosa y hacerse merecedores de severos
castigos.
Obviamente un thug no pregonaba su condición, la mantenía en secreto pero eso no implicaba
obligación de ocultar indiscriminadamente sus asesinatos, después de todo las motivaciones
formales eran religiosas, nunca vergonzantes. Un thug merecedor del respeto y admiración de
sus colegas era el que estrangulaba con mayor eficacia y contaba mayor número de víctimas; era
frecuente que éstos se vanagloriaran de sus "hazañas" en los ataques, pero el autoelogio era para
ponderar su "profesionalismo".
Esa circunstancia determinó la posibilidad de que el mismo Sherwood y la policía obtuvieron
informes precisos acerca de las actividades de otras partidas cuyos procedimientos eran
exactamente iguales en toda la secta. Además confesaban sus crímenes sin ningún sentimiento de
culpa, no se conoció nunca un thug arrepentido pues su moral les indicaba que ese proceder era
el correcto, negarse a estrangular siendo miembro de una familia de thugs motivaba el repudio de
su comarca, de sus propios padres y hermanos, era apartarse de sus thugs, renunciar a su origen y obligaciones religiosas. El castigo de Kali no se haría esperar.
Los thugs nunca hicieron labor de proselitismo para aumentar sus filas pues entre sus reglas
estaba el no admitir extraños en sus partidas. La única forma de pertenecer a la secta era por
herencia, es decir, naciendo en una familia thug, entonces era obligación desempeñar ese oficio.
También tenían ese destino los varones rescatados de niños en un asalto e indultados por su
condición infantil y por ser hombres, pero obligados por la misma circunstancia a convertirse en
thugs con los mismos derechos y deberes que sus iniciadores, su vida dentro de la familia que lo
adoptaba no difería para nada de la de los auténticos hijos, se podría decir incluso que los lazos
afectivos existían sincera y profundamente.
La forma de iniciación no exigía una ceremonia especial ni juramentos, se hacía más bien de
manera primitiva, se aprendía la práctica como en las antiguas tribus: los padres enseñaban a sus hijos a cazar instruyéndoles en el manejo de las armas y aconsejándoles la mejor forma de
caminar por entre la maleza agudizando el oído como el resto de sus sentidos. Así, entre los
thugs se les iniciaba directamente en la práctica cuando la edad lo determinaba; en tanto que se
consideraba una obligación religiosa no había punto de discusión, los mismos neófitos
aceptaban su condición como hecho natural, no se planteaba hacerlo como sacrificio, el negarse a
asumir sus deberes simplemente era desobedecer, colocarse en tí! sitio de rebeldía dentro de la
familia, dentro de la comunidad.
A partir de los 10 años se permitía que los niños acompañaran a las partidas en una de sus
expediciones, su presencia incluso servía como cebo para ganarse la confianza de los caminantes
próximos a ser asaltados. La única condición para admitirlos era que fuesen acompañados de su
padre o preceptor quien tenía tanto la obligación de instruirle paralelamente en las formas de
asesinar y conducirse en las partidas, como de explicar el significado religioso de esa
"obligación", e inculcarles adoración por Kali. La regla general era comenzar a estrangular hacia
los 18 años de edad, en alguna de las expediciones, cuando el neófito se sintiese preparado para
ejecutar su tarea con habilidad habiendo demostrado antes las aptitudes suficientes para tal fin. Si el primerizo no tenía muchos ánimos para inaugurarse como estrangulador se le estimulaba
haciéndole fumar hachís, pero no era ni lo más frecuente ni requisito imprescindible. El
adiestramiento recibido durante varios años y su conocimiento como espectador, eran lo más
adecuado para familiarizarle con su futuro destino y, llegado el momento, se conducía como todo
un experto. La cantidad de iniciados variaba según el crecimiento de las familias, los altos
índices de natalidad y la codicia que distorsionó la mística original. El número de thugs, durante
todos sus años de existencia en bandas organizadas, superó el millón; de los viajeros asesinados
ni siquiera un cálculo aproximado se puede hacer por la imposibilidad de contar con alguna
comprobación, pero se estima, estableciendo como base las declaraciones de los thugs apresados,
que fueron varias decenas de miles, tal vez, más de un millón.
Después de Richard Sherwood un oficial del ejército británico continuó las investigaciones
acerca de los thugs. A William Sleeman le impresionó el informe de Sherwood y se dedicó a
recabar más datos empeñado en combatirlos, e igualmente aportó la mayor información que
posteriormente se ha venido utilizando para aclarar la historia de esa secta cuya posición ante la
muerte ha sido de total indiferencia, pero su sentido religioso uno de los más arraigados que se
hayan conocido.
William Sleeman era oficial del ejército bengalí cuando conoció el informe de Sherwood,
desde ese momento se sintió atraído por sus complicadas simbologías, se horrorizaba de los
relatos de los primeros thugs capturados pero al mismo tiempo caía en una morbosa curiosidad
que más tarde se manifestó de manera diferente: se sintió destinado a su exterminio y en ello
puso todo su empeño. La corona británica compartía sus inquietudes pues deseaba imponer por
completo su orden en la India y eso le facilitó las cosas.
Por Sleeman y Sherwood pudo saberse algo del probable origen de la temible secta, origen
que tal vez se encontrara en algunos soldados persas que llegaron a la India junto con los
invasores musulmanes. Sus formas de combate eran muy características, igualmente su atuendo:
combatían ataviados con trajes típicos, su arma preferida era una daga y un lazo corredizo de
cuero trenzado. Se cree que llegaron a la India en la época de las invasiones musulmanes y
decidieron asentarse en ese territorio integrándose paulatinamente a la religión, las costumbres y
la cultura hindú. Esa fue sólo una teoría sobre sus orígenes, pero no hay suficientes pruebas para
considerarla la más veraz, sin embargo lo importante que es saber sus motivaciones para el robo
y el crimen se explican en sus historias religiosas. Aunque fueran justificaciones rebuscadas, es
innegable la religiosidad de todas las sectas thugs- por más que sus patrones morales fueran
incomprensibles para el mundo occidental, la conducta mística campeaba en el cumplimiento de
sus "obligaciones". Un eficaz estrangulador, que como el experimentado cazador ha desarrollado
sus habilidades y no mata por placer sino por necesidad de alimentarse, podía ser el hombre más admirado dentro de su comunidad por sus altas y ejemplares virtudes morales, era, sobre todo,
vehemente defensor de la religión. La mayoría de thugs trabajaba normalmente en otras artes y
oficios remunerados regularmente, sus ambiciones no eran precisamente de riqueza, podían vivir
cómodamente dedicados a actividades lícitas, irreprochables, aceptadas por todas las religiones,
pero sentían la necesidad del estrangular y robar como respuesta a un llamado religioso,
condicionado desde el mismo nacimiento. En su conciencia no existían sentimientos de culpa por
sus asesinatos, no relacionaban con la maldad el cumplir los mandatos de la diosa Kali, por el
contrario, dejar de hacerlo era rebelarse contra los deberes de su condición thug. En cambio
censuraban a los bandidos que robaban sin tener la "obligación religiosa de hacerlo", reprobaban
la violencia y los crímenes "innecesarios". Algunos thugs eran ricos por dedicarse a esa
actividad, pero también por sus propias habilidades comerciales; no tenían pues, ninguna
necesidad económica de repartirse un escaso botín, pero ellos mismos, los más acaudalados
señores, estrangulaban con sus propias manos; tal vez su hacienda pudiera sostener a toda la
secta sin ningún menoscabo, mas por ortodoxia ritual debían participar del botín obtenido. Otros
caciques vecinos a los lugares de acción también fingían ser protectores de las bandas asesinas;
en unos casos lo hacían por temor a sufrir represalias si no colaboraban por lo menos con su
silencio; en otros si lo hacían por codicia, el terrateniente ofrecía su conciliábulo a cambio de
alguna parte del botín, les protegía directamente e incluso colaboraba en las expediciones pero
sin intervenir como protagonista, la religión thug nunca lo habría permitido.
William Sleeman puso todo su empeño personal en combatir a los thugs; por propia iniciativa
dedicó la mayor parte de su tiempo a enriquecer las investigaciones de Sherwood como medio de
planear su exterminio, o por lo menos desintegrar todas las bandas pertenecientes, a la siniestra
secta. El mismo, siguiendo el ejemplo de su antecesor, se entrevistó personalmente con los
primeros estranguladores detenidos, obteniendo más y valiosos informes. Su insistencia sobre el
asunto fue tal que, en 1818, habiendo persuadido a las autoridades británicas de la gravedad del
asunto, pidió ser transferido al cuerpo de funcionarios para dedicar más tiempo a sus gestiones y
obtener la aprobación oficial de investigarlos y proceder a su persecución. Logró su objetivo y
dispuso de mucho tiempo para trazar un plan de acción a largo plazo pero con amplias
posibilidades de éxito, encaminando el resultado hacia el aniquilamiento irreversible de esas
malignas bandas.
Durante los años que pasó en el cuerpo de funcionarios siguió acumulando datos y escribiendo
la historia de los thugs; llegó a dominar cuatro lenguas hindúes para poder obtener la
información de primera mano en las versiones más fieles posibles, además se empapó en el
conocimiento de la cultura hindú en general y de las tradiciones thugs en particular. Cuando por
fin, en 1822, había llamado la atención de las autoridades inglesas sobre la causa de sus
preocupaciones, obtuvo la jefatura de un territorio y con el beneplácito de la corona británica
comenzó a imponer condiciones contra las bandas de estranguladores, pero todavía no contaba
con la aprobación total de su gobierno. Cuatro años más tarde, en 1826. llegó la esperada
aprobación de investigar formal y oficialmente las actividades de esas misteriosas sectas cuyas
incursiones en los caminos habían sembrado el pánico entre todos los viajeros, lo cual
dificultaba, en cierta forma, las actividades comerciales, en perjuicio de los reales intereses de
Inglaterra. Siguió aportando pruebas, su campo de acción era más amplio, a medida que
avanzaba en sus averiguaciones demostraba que los estranguladores actuaban en casi todo el país y las bandas se multiplicaban rápidamente.
Su perseverancia se vio premiada en 1830, cuando el gobernador general de Inglaterra le
comisionó oficialmente en una misión de exterminar a los thugs. En ese momento Sleeman sintió
recompensados todos sus esfuerzos de varios años, podría aplicar a una causa práctica su
excelente conocimiento del ramasi (lengua de los thugs) y preparó un ataque que duraría varios
años pero aseguraría el exterminio definitivo de los thugs. Para ello fue necesaria la formación
de un cuerpo paramilitar dedicado exclusivamente a ejecutar los planes del ambicioso oficial, ni
la policía ni el ejército británicos podían dedicarse a esa misión, pero el gobierno invasor sí era
capaz de financiar otro cuerpo armado destinado a preservar el orden en un territorio que le
producía enormes ventajas económicas, y, además, debía imponer sus patrones morales en el
pueblo sometido.
Sleeman conocía sus ventajas: durante varios años estudió pacientemente las costumbres de
los thugs, sabía que el grupo paramilitar comisionado bajo su mando no sería su única arma. Las
supersticiones de la secta, tan arraigadas como su misticismo, serían decisivas para hacerlas
desaparecer. Durante los primeros años —los años de esplendor— las sectas thugs fueron
estrictos súbditos de Kali, cumplían al pie de la letra sus mandatos, jamás violaban un tabú. Así
como religiosamente mataban porque de no hacerlo suponían que la diosa los castigaría
quitándoles sus protección e irremediablemente ellos y sus familias morirían de hambre, víctimas
de la más espantosa miseria, también respetaban a los exponentes de las artes y oficios
predilectos de Kali; atacar a un grupo de viajeros que llevase a uno de esos oficiales o artesanos
era tabú. Tampoco podía atacarse a una caravana de caminantes si entre ellos iban un hombre o
mujer con una cabra o una vaca. Esas eran unas excepciones, no atacarlas les haría merecedores
de otros castigos, que con la llegada de los británicos la creencia les hizo suponer que serían
precisamente los ingleses quienes ejecutaran los deseos de su diosa destruyéndoles por
desobediencia. Nunca atacaron a los europeos por ese temor, pero en cambio sí la codicia, la
ambición resultante de la incontrolada proliferación de clanes asaltantes, propició no respetar
esas prohibiciones.
Esa fue la razón por la cual no les sorprendió que de pronto las autoridades colonialistas se
interesaran en sus actividades religiosas cuando sus coterráneos las veían "normalmente", vieron
en la represión europea el castigo divino a sus excesos, tal vez podrían oponerse a los europeos
pero no a los designios de su diosa. Tampoco sentían rencor contra los británicos ni se les
consideraba enemigos por combatirlos pues los creían simplemente instrumentos de Kali;
disociaban muy bien su aversión a los extranjeros por invasores, pero aceptaban resignada-mente su destino.
Tal vez por ese fatalismo y por propia conveniencia los thugs apresados no tenían muchos
escrúpulos para confesar sus antiguas actividades y la forma de planear sus asaltos. Como en
todos los miembros de la secta se observaba exactamente el mismo ritual, era fácil predecir con
buen margen de certeza los lugares y temporadas elegidos para atacar a los caminantes. Por otra
parte, como no existía un juramento que les obligase a guardar silencio sobre su condición —no
criminal, sino religiosa, digna de admiración como forma de virtud según sus creencias—
aportaron valiosos datos para su exterminio. La forma de actuar de las autoridades británicas fue
muy efectiva; se ofrecía reducción de condena y hasta indultos a cambio de información que
facilitase la captura de otros clanes. El relajamiento de la disciplina, el apartamiento de su
mística original fueron factores determinantes en su desintegración. Los grupos de asaltantes se
habían multiplicado, las expediciones pasaron a sumar más de 150 estranguladores; si antes un
grupo de avanzada lograba convencer a los viajeros de viajar en su compañía y así preparar el
ataque con la seguridad de un valioso botín, previniendo indiscreciones y contando con tiempo
suficiente, con el conocimiento estudiado del terreno para borrar huellas, después las incursiones
se hicieron más desprovistas de la mística característica en los primeros thugs. En sus últimos
tiempos se lanzaban indiscriminadamente sobre cualquier grupo viajero sin respetar la presencia
de personas consideradas tabú, el bandidaje fue el objetivo principal, se dejaron de hacer las
ceremonias tuponee rituales después del asalto, cuya celebración aseguraba la aprobación, y, por
tanto, la protección de la diosa Kali.
Los thugs prisioneros ya se habían resignado a su destino, sentían haber perdido el amparo de
Kali; unos, los condenados a muerte, aceptaban con total indiferencia su condena, no pedían
clemencia porque tenían las certeza de que en cualquier forma su diosa los castigaría y no había
forma de evadir su destino. Por estar tan familiarizados con la muerte la propia no les asustaba.
Para otros, el aportar informaciones a cambio de reducción de sentencias, era una indicación
benévola de Kali, era la oportunidad que les ofrecía para salvar sus vidas y no podían
desaprovecharla. Sabían que su secta no tendría duración eterna, entonces no intentaban
rebelarse, acataban la voluntad de su deidad a través de los símbolos que les hacía llegar. Por
supuesto no todo fue religiosidad, también hubo delatores simples, asesinos que, aterrados ante
la justicia, traicionaban a sus antiguos compañeros para salvar su vida o hacer menos largas sus
condenas. Pocos fueron los verdaderamente arrepentidos, que, al margen de fanatismos
religiosos, reconocieron la criminalidad de sus ritos.
La aplicación de la justicia en manos de los británicos favoreció sus intereses expansionistas;
los viajeros, temerosos de transitar por los caminos inseguros, colaboraron en el exterminio de
los thugs por su propia conveniencia. Los campesinos asentados en las inmediaciones de
caminos atacados tuvieron que colaborar con los europeos pues a ellos también les convenía
contar con la protección de la fuerza gubernamental. Los caciques que anteriormente habían
ayudado a los estranguladores vieron la necesidad de pasarse al otro bando, no sólo dejando de
mantener conciliábulo con la secta asesina sino volviéndose contra ellos. En síntesis, la
población hindú se sintió defendida de los asesinos de las carreteras y caminos y prefirió aliarse
con los extranjeros para acabar con el peligro de sus coterráneos. Así, la corona británica ganó en
prestigio y pudo seguir dominando el territorio hindú con un control total; a los europeos
también les estorbaban los thugs pues su amenaza interrumpía sus movimientos económicos y
necesitaban un orden para lograr sus planes de enriquecimiento.
Las sentencias que dictó variaban según el caso particular: hubo condenados a la horca, a
cadena perpetua, a unos cuantos años de prisión e indultados. Muchos de los detenidos fueron
sometidos a planes de rehabilitación carcelaria: se les enseñó otros oficios que les permitiera
ganarse la vida lícitamente. Cuando encontraban que ya sabían algún trabajo especializado se les
alentaba para ejercitarlo con maestría. Fueron famosas las alfombras tejidas por thugs
encarcelados, para la reina Victoria. El Castillo de Windsor lució la exquisitez de esos trabajos
hechos a mano, muestra de las habilidades de los estranguladores.
La colonización inglesa logró exterminar por completo a los thugs; aunque éstos vieran en los
británicos el instrumento elegido por Kali para castigarlos, lo cierto es que más tarde o más
temprano habrían desaparecido pues las cambiantes condiciones de la vida no permitirían más
atracos y asesinatos en los caminos. Efectivamente las fuerzas armadas de Sleeman combatieron
directamente a los estranguladores, pero el gobierno británico introdujo en la India modernos
medios de transporte en los cuales no habría más peligro de asaltos tan primitivos. Las
inversiones extranjeras aceleraron el proceso que por sí mismo habría llegado tarde o temprano,
tanto por su desarrollo independiente —lento por su pobreza pero efectivo—, como por haberse
relajado la moral. Las creencias religiosas en los últimos tiempos pasaron a segundo plano.
Realmente el bandidaje era la forma más efectiva y rápida de obtener riquezas materiales. Se
dejó de asaltar y estrangular por alcanzar virtudes de tipo religioso; algunos fueron más realistas,
esa era una oportunidad para no esforzarse demasiado en el trabajo, adquiriendo de paso
prestigio religioso.
En síntesis, cuando se perdió el sentido religioso, la secta estaba destinada a desaparecer,
porque, aunque resulte difícil comprenderlo, la mayoría de esos asaltantes creían tener la
obligación de matar y dedicarse a vivir principalmente de sus botines, pero, en otras
circunstancias, el estrangulador era el más vehemente defensor de la moralidad, de sus
costumbres morales y de la defensa de la vida de sus coterráneos.
LA FRANCMASONERÍA
La francmasonería todavía hoy, después de tres siglos de historia, sigue siendo un atractivo
misterio, aunque en realidad no se oculte nada verdaderamente importante; las finalidades de la
masonería moderna son bien conocidas, lo fundamental es la ayuda mutua entre todos los
miembros de una logia y la solidaridad general para la fraternidad masónica de todos los países.
El objeto de existencia de esa asociación sigue siendo, como al principio, alcanzar la superación
del ser humano; como sus antiguos fundadores que, de construir grandes monumentos
arquitectónicos pasaron a ocuparse de la construcción espiritual, los masones actuales se
empeñan, incluso, en aprovechar los puntos de coincidencia de todas las religiones para llegar a
la anhelada iluminación.
Sin embargo han sido muchos los mitos creados en torno a esta fraternidad; también muchos
los secretos nunca revelados. Lo cierto e indiscutible es la fuerza alcanzada por la masonería en
otras épocas cuando entre sus miembros se contaban desde monarcas hasta los más célebres
artistas y pensadores. El poder político ostentado por la masonería en algunos momentos de su
historia provocó feroces persecuciones, se les pretendió involucrar en conspiraciones políticas,
en rebeliones militares y se les acusó hasta de herejía. Por motivos como ésos, la masonería ha
sido prohibida por algunos reyes y, contrariamente, favorecida por otros; a sus logias asistieron
hasta jerarcas del Santo Oficio encumbrados en los grados superiores, pero también, cuando el
clero prohibió a los católicos toda relación con la masonería, las muchedumbres devastaron sus
locales de reunión. Se sabe con certeza que unos de sus miembros fueron Eduardo VII y Jorge
VI; Luis XV la prohibió en Francia, en cambio Federico el Grande la alentó en Prusia. Con
mucha insistencia se menciona a Mozart como uno de sus más entusiastas adeptos, y existen
pruebas documentales de que Benjamín Franklin y George Washington también lo fueron,
además de otros presidentes estadounidenses.
Es difícil precisar cuántos francmasones hay en todo el mundo, pero un cálculo aproximado
estimaría en ochocientos mil el número de miembros agrupados en las logias de la Gran Bretaña;
en Estados Unidos el número supera la membresía con aproximadamente cinco millones de
afiliados y el resto, dos millones, se hallan repartidos en otras partes del mundo. Actualmente ya
no se les persigue aunque todavía, en ciertos sectores de la política y del clero, no es bien vista su
existencia, sobre todo por el recuerdo de otras épocas, por la animadversión surgida de las bulas
pontificias rubricadas por dos papas que prohibieron a los católicos cualquier asociación con los
masones y censuraron las reuniones secretas de éstos, con la falacia de que tratándose de
asociaciones secretas necesariamente tendrían algo herético, pues de lo contrario —decían
Clemente XII en el año 1738 y Benedicto XIV en 1751— se manifestarían a la luz pública. La
explicación a tan contradictorias actitudes se encuentra en la misma historia de la
francmasonería; debido a su participación en ciertas corrientes ideológicas o la preponderante
actuación de alguno de sus miembros en hechos históricos trascendentales, se propició el rechazo
radical o, al contrario, la complaciente protección oficial.
Las primeras organizaciones masónicas se fundaron hacia el siglo X, pero en ese momento
sólo se trataba de agrupaciones de canteros, albañiles y maestros de obras. Estos modestos
trabajadores se hicieron llamar francmasones quizá por abreviar la combinación de dos palabras:
freestone masón que podría significar cantero de piedra franca o cantero masón libre free; esta
actuación es importante porque el régimen feudal gobernaba sobre campesinos y artesanos; los
albañiles y los canteros encontraron que la forma de protegerse a sí mismos era agrupándose y
guardando sus secretos profesionales; los lugares donde se reunían para pactar sus acuerdos eran
llamados logias, y éstos, unas modestas construcciones próximas a la obras en edificación. La
creación de esas asociaciones fue una respuesta directa a la tiranía feudal y monárquica cuyo
procedimiento fue explorar las capacidades y el trabajo de los artesanos sin retribuirles en la
proporción que justamente les correspondía. El objeto de esas asociaciones era muy simple en
sus primeros tiempos. Se trataba solamente de agruparse por la identificación gremial para
auxiliarse mutuamente. Inicial-mente se creó una fraternidad de carácter gremial sólo los
artesanos de la construcción tenían acceso a las logias, y no se trataba de un afán excluyente,
sino que la fraternidad nació de una necesidad como respuesta a una agresión contra ese gremio,
ya que los secretos que guardaba éste sólo eran del interés de dicha sociedad. No se permitía la
entrada a miembros de otros gremios porque a cada uno correspondían circunstancias generales
diferentes. El secreto fue pues, de carácter gremial, y para reconocerse entre sí los miembros de
una logia, establecieron saludos y palabras en clave, con lo cual se identificarían y aplicarían las
normas de solidaridad llegado el caso.
Pero más concretamente fue hasta casi mediados del siglo XV cuando el nombre de
francmasón comenzó a tener una repercusión social definida; fueron famosos, dentro de la
reserva guardada, los juicios privados celebrados en el seno de las logias o Grandes Talleres de
Constructores en los cuales se dirimían las diferencias y pleitos surgidos entre los miembros del
mismo gremio, cuyos intereses comunes, e incluso sus disputas, por graves que fuesen no debían
salir a la luz pública ni podían ser atendidas por los tribunales corrientes; además, las logias
como tribunales especializados del gremio resultaban más adecuadas para emitir un juicio
acertado, de acuerdo a las circunstancias exactas del caso. De esa época se conoció la noticia de
una importante reunión de Grandes Maestros, que fue celebrada en Regensburg, a mediados de
1459; poco antes una logia había tomado nombre bajo la advocación de un santo, ésta fue la de
constructores de la catedral de Estrasburgo. Hasta ese momento y aún continuando el siglo XVI
los masones sólo eran trabajadores directamente relacionados con la construcción; entre los
albañiles, canteros, carpinteros, escultores y maestros de obras se distribuían según sus
habilidades, los cinco grados: aprendiz, oficial, compañero, maestro, inspector de obras y Gran
Maestro o Arquitecto.
La verdadera transformación de la masonería a la imagen que alcanzó fama en el mundo y que
constituye hasta hoy su forma más ortodoxa de organización, ocurrió durante el siglo XVII,
principalmente en Inglaterra y en Escocia; por ese tiempo el aspecto meramente gremial pasó a
segundo plano y tuvo cabida la participación de miembros ajenos al arte de la construcción:
dirigentes políticos, jerarcas religiosos e incluso representantes del poder gubernamental, amén
de ciencias y artes. Su ingreso en las logias supuso un lógico desplazamiento de los miembros
originales de la masonería, pues sus niveles culturales por sí mismos, les colocaron en los
puestos más encumbrados y los menos representativos de su organización que ya llevaba varios
siglos de existencia como agrupación gremial, debieron aceptar las modificaciones impuestas en
el seno de la logia, ampliando los objetivos de las fraternidades e inclusive cambiando rituales de
admisión y formando otras claves de identificación. Las ideas renacentistas influyeron
directamente en el espíritu de la masonería ya para entonces gobernada por políticos, artistas,
filósofos y pensadores. Las logias como se concibieron originalmente no habrían tenido ninguna
repercusión social, y su dedicación exclusiva a la defensa de los intereses gremiales identificada
con el arte de la construcción de monumentos arquitectónicos hubiera resultado tal vez
demasiado frívola, o más que frívola solamente materialista y por tanto mezquina. Así que fue
necesario adecuar esa asociación a los intereses del momento y éstos se referían a una búsqueda
espiritual, de manera que la masonería hábilmente aprovechó su finalidad original de la
construcción de monumentos materiales, haciéndola pasar por la de construcción de
monumentos espirituales, manteniendo sus mismos rituales con algunas variantes y el atractivo
del secreto; violar el juramento de secreto significaba quedar expulsado automáticamente; con
igual sanción se castigaba no acatar los principios de solidaridad para con los miembros de la
fraternidad que, como se dijo antes, ya para entonces incluía a personajes representativos de
ocupaciones muy ajenas a la arquitectura y a la albañilería.
Con la mayor precisión dentro de la vaguedad que es la historia secreta de la masonería, puede
establecerse que esta organización ha tenido dos épocas fundamentales: la de su nacimiento
como fraternidad de canteros expoliados por los señores feudales que comúnmente se denomina
masonería activa, desarrollada durante los siglos X y XVII, y la masonería especulativa que
nace a partir del siglo XVI en Inglaterra y Escocia con la participación de personajes de la
política, la religión, las artes y la ciencia, dentro de esa secular organización de canteros. Pero la
forma en que fueron admitidos esos personajes ajenos al oficio de la construcción en las logias
secretas, no se ha aclarado satisfactoriamente en ninguno de los miles de libros escritos sobre el
tema; sin embargo se hacen varias especulaciones basadas en ciertos indicios tales como los
documentos de la logia de Edimburgo, en 1600, que menciona la admisión de un miembro
honorario, y en 1670 la logia de Aberdeen incluía ya a cuatro nobles, tres caballeros, quince
menestrales ajenos a la construcción y sólo diez canteros. Este puede ser el origen más antiguo
conocido en la historia de la masonería acerca de la admisión de personajes ajenos al oficio de la
construcción que determinó inicial-mente la formación de las fraternidades en su nueva versión.
Pero con mayor certeza, la historia de admisión de miembros ajenos al oficio de canteros, se
sigue a partir de 1619, cuando en la Compañía de Masones de Londres se crea una especie de
departamento denominada acception cuya ocupación era precisamente la de determinar si se
aceptaban o no en la logia, a aspirantes ajenos al gremio de los canteros. La creación de ese
apartado hace suponer la enorme demanda de aspirantes y la necesidad de una rigurosa selección
por parte de los masones. Quienes no tenían el oficio y eran admitidos en la logia, eran
conocidos como masones adeptos o caballeros masones; pertenecían a la sociedad pero bajo
cierta marginación aunque comprometidos voluntariamente a pagar incluso el doble de las cuotas
establecidas para los afiliados corrientes e igualmente obligados a guardar solidaridad y ayuda
para los integrantes de la logia, como cualquier otro de los miembros en plena facultad de
derechos y acceso a los secretos. Aunque al respecto los datos son vagos y no queda otro camino
que la especulación, el misterio es mayor sobre los motivos que impulsaron a encumbrados
personajes de la nobleza, de las ciencias y de las artes a ingresar a esa fraternidad de modestos
trabajadores. Quizá haya sido por la influencia renacentista que impulsaba a los hombres a
buscar formas de vida más encaminadas a lo espiritual; tal vez su carácter secreto les hiciera
suponer que al igual que en la alquimia, se buscaba desentrañar los misterios de la vida, de la
naturaleza y llegar al verdadero conocimiento del cosmos, alcanzando así la anhelada elevación
espiritual. También se da como probabilidad el hecho de que por aquella época surgió un interés
inusitado por el conocimiento de la arquitectura y las fraternidades masónicas guardaban todos
los secretos en el arte de la construcción, obtenidos a través de generaciones y la única forma de
aprenderlos era ingresando directamente en las logias desde el primer grado para ir ascendiendo
en los diversos grados y llegar finalmente al de Gran Maestro, conocedor de los máximos
secretos y primera autoridad en la materia.
Más adelante cuando la arquitectura se desarrolló como profesión independiente y plenamente
reconocida, con un rigor de estudios como en otras carreras, los arquitectos ingresaron en las
logias masónicas con el objeto de conocer la tradición de los más antiguos canteros y de sus
antecesores, y también éste era el método más eficaz para conocer la historia de las
construcciones medioevales. Hubo un momento en que, muy a pesar de los auténticos masones,
pertenecer a una logia se convirtió casi en una moda, moda muy exótica por las peculiaridades de
la fraternidad que siempre exigía mantenerse en secreto y que castigaba hasta entonces sólo con
la expulsión de quienes violaran el juramento de admisión. Por otra parte, las ideas y
obligaciones de solidaridad también alentaban a muchos aspirantes y era una forma de
asegurarse una ayuda que espontáneamente en la sociedad no se lograría, de no ser por
coincidencia en cuanto a profesiones y nivel social. De cualquier forma, la influencia de hombres
por completo ajenos a la construcción arquitectónica, determinó el nacimiento de la simbología
entre la construcción material y la construcción espiritual. La piedra sin labrar, que forma parte
esencial del simbolismo actual de las logias, significó desde entonces lo que es el ser humano al
principio de su formación y la piedra labrada fue el emblema de la vida de un hombre regido por
el estudio, la disciplina y la formación religiosa en las logias masónicas, y como actitud ante la
época, como posición vanguardista, muy anticipada a lo que era la exigencia del momento. en el
primer Libro de los Estatutos de los masones, conocido en el año 1722, se definía su apertura a
todas las religiones, sus miembros podrían pertenecer al culto que desearan, excluyendo
únicamente a los ateos. Aquí también implícitamente se trataba de armonizar creencias religiosas
antagónicas para reforzar su dedicación moral pasando por alto diferencias no sustanciales.
Una diferencia más de la francmasonería, con respecto a otras sociedades secretas, es el
menosprecio de sus miembros hacia la labor de proselitismo, aún desde sus primeras épocas. La
francmasonería, lejos de gastar esfuerzos por conseguir nuevos miembros, trata de mantenerse en
el mayor secreto y sólo es posible ingresar a una logia cuando dos masones formulan la petición
ante los demás integrantes de la logia a nombre del aspirante antes que éste se presente
directamente en el templo. Los padrinos han de explicar ante sus colegas masones quién es el
aspirante y recomendar su admisión, argumentando motivos satisfactorios. Antes de la admisión
definitiva es necesaria la aprobación de la logia para conocer al presunto neófito y si la respuesta
es positiva entonces otros masones -ya no los padrinos— sostienen entrevistas personales con el
aspirante y en ellas se le inquiere exclusivamente sobre los motivos que le impulsan a pertenecer
a la fraternidad. Todos los masones que se entrevistan con el virtual iniciado han de reportar ante
el consejo general los resultados de la entrevista y, según el caso, recomendar o vetar su
admisión. Si el resultado es favorable, el neófito todavía ha de pasar por otras pruebas antes de
ser admitido definitivamente, y aún en esté último caso deberá ir ascendiendo desde el grado
inferior hasta los mayores que no corresponden exclusivamente a los jerarcas dirigentes, sino que
las mayores distinciones se otorgan en atención a otros méritos y no necesariamente les obliga a
desempeñar roles de dirigentes como en cambio sí ocurre en otras sociedades secretas, en las que
la ambición de escalar grados superiores va íntimamente dirigida a obtener como resultado
colocarse en posiciones privilegiadas.
Los rituales de admisión actuales combinan fórmulas modernas, y todavía mucho de la
simbología original tamizada por las aportaciones y transformaciones producidas durante el siglo
XVII. Una vez que el aspirante ha sido aceptado, debe pasar por el ritual de admisión que
consiste, a grandes rasgos, en lo siguiente: lo primero que se hace es despojarse de la chaqueta,
la corbata, el dinero que lleve en los bolsillos y demás objetos, así como relojes, pulseras, anillos,
etc.; el significado de esto es recibirle "pobre y sin un duro" para que siempre recuerde que fue
recibido en la fraternidad con las manos vacías y prácticamente desamparado, lo cual le obligará
moralmente a prestar ayuda a otro masón cuando éste se encuentre en desgracia o en necesidad
de ser socorrido según las normas de la fraternidad. Enseguida se le descubre la pierna izquierda
subiéndole el pantalón a la altura de la rodilla; se le abre la camisa para desnudarle el pecho, sólo
el lado izquierdo; el pie derecho se le descalza colocándole una zapatilla, y en esa situación se le
vendan los ojos. Esto último se explica fácilmente, como simbolismo de haber sido admitido por
la hermandad en estado de oscuridad. Esta es la preparación de atuendo para luego iniciarse la
ceremonia propiamente dicha que principia cuando al nuevo miembro se le coloca un dogal
sobre el cuello tirando de él para conducirle hasta la puerta; a su entrada está esperándole el
Guardián Interior que le impide la entrada apuntándole con una daga al pecho, pero enseguida le
franquea el paso hasta el Venerable Maestro que eleva una oración al Padre Todopoderoso,
Supremo Rector del Universo haciéndole una serie de preguntas cuyas respuestas el neófito debe
haber aprendido previamente. Inmediatamente después el nuevo aspirante se arrodilla de una
forma muy peculiar, colocando el pie derecho en ángulo recto y con las puntas de un compás
sobre un pecho descubierto hace el juramento de guardar fidelidad a los secretos masónicos, y
acepta ser castigado, además de la expulsión, con sanciones verdaderamente sanguinarias como
la horca y ser cortada su lengua, pero en realidad nunca se ha sabido que se haya aplicado algún
tipo de sacrificios de esta naturaleza, sólo se ha llegado al caso de expulsión definitiva, a lo largo
de la historia masónica, en atención a que sus miembros han ocupado prominentes cargos en la
política y en las dirigencias financieras; de esa forma, y no de otra, han ejercido las sanciones
cuando ha sido necesario, pero más que en plan vengativo como sí ocurriría en otras
circunstancias, ha sido negada la solidaridad al miembro desleal. La ceremonia de iniciación
continúa cuando el nuevo aspirante se encuentre frente al Venerable Maestro y le son quitadas la
soga que llega al cuello y la venda de los ojos; el mismo Venerable Maestro indica entonces en
qué ha consistido cada una de las pruebas por las cuales ha sido sometido, pues el descalzarle y
descubrirle una parte del pecho y una pierna, no son solamente caprichos rituales, sino que tiene
un significado profundo dentro de la simbología masónica. En ese mismo momento el neófito
por primera vez practica un saludo especial consistente en dar la mano oprimiendo el dedo índice
de la mano que estrecha con el dedo pulgar, y también da un paso corto adelantando el pie
izquierdo que se une con el talón del derecho a la altura del empeine. Se le considera
formalmente Aprendiz Aceptado al entregársele el mandil que ha de llevar en ¡as sesiones de la
logia, al tiempo que recibe unas "herramientas de trabajo" en su calidad de aprendiz en primer
grado sólo recibe un calibrador de 24 pulgadas, cada una de éstas simbolizan las mismas horas
del día y de la noche, con la precisión de emplearlas racionalmente distribuidas en tiempo
dedicado al trabajo, al sano descanso y desde luego al auxilio de los hermanos masones cuando
lo necesiten, pero también de manera muy importante se subraya la obligación moral que tiene
los masones de emplear parte de su tiempo en el cultivo espiritual, en la construcción de ese
templo, ya no con cantera sino con actos ordenados, con actos de justicia y responsabilidad que
los conducirán al más bello pulido de un alma cultivada al servicio del espíritu. También se
entregan un mazo cuyo significado es el poder de la conciencia en la vida de los hombres, y
finalmente un escoplo como signo característico de los alcances de la cultura, y también de la
dedicación que a ésta deben tener todos los iniciados en la masonería. Para terminar la ceremonia
de iniciación el mismo Venerable Maestro hace una perorata sobre los principios masónicos que
incluyen la obligación de fidelidad y respeto a los mandamientos de la Biblia y la observancia de
las leyes de la sociedad, por supuesto subrayando la legalidad oficial que no excluye, sin
embargo, los eventuales juicios dentro de los tribunales masónicos cuando éstos tengan que
intervenir para emitir sentencias que deben ser acatadas por todos sus miembros con la
obediencia a que se han comprometido en el mismo acto de iniciación celebrado en su momento.
Los otros grados que se otorgan pueden ser: Hermano Artesano, Maestro Masón, Caballero del
Pelícano, Caballero del Águila, Príncipe Soberano Rosacruz de Hereden, Maestro Perfecto,
Príncipe de Jerusalén, Gran Pontífice, Jefe del Tabernáculo, Comandante del Templo, Gran
Caballero Kadoch Elegido, Gran Comandante Inquisidor Inspector y Príncipe Sublime del Real
Secreto. La forma de ascenso es variada, pero por lo general se da mediante dos procedimientos
que pueden ser, o bien la antigüedad dentro de la logia y los méritos mostrados en el interior, o
los méritos de la política y, antiguamente, los méritos militares; hoy en ausencia de contiendas
bélicas, a la usanza antigua, los méritos en la política valen más pero también ha comenzado el
reconocimiento por méritos profesionales en cualquier terreno, en la materia que en la vida
exterior desempeñe el masón y, también, desde luego, sus méritos obtenidos en el campo del arte y de la cultura.
La mayoría de los templos masónicos, o logias tienen la misma forma material; se siguen
prácticamente los mismos modelos arquitectónicos que siendo muy simples, tienen a la vez
naturalmente, grandes significados y no es mero capricho su peculiar forma. El modelo más
común encontrado en América y en Europa, es el de un salón en forma rectangular cuya
orientación coincide con la de las iglesias; la puerta principal generalmente se ubica hacia el
occidente; dentro de ella, el sillón del Venerable Maestro en dirección al Oriente. Como el
"camino de la luz", dentro del templo también se indica esa vía, de oriente a occidente, de ahí la
forma de colocación, tanto de la puerta como de la silla del Venerable Maestro. Ningún masón
leal, dentro del juramento del secreto, contestará certeramente cuando se le pregunten las
medidas interiores de su logia; casi indefectiblemente responderá diciendo que su longitud es la
misma que hay de oriente a occidente y que su altura es igual a la que hay entre el nadir y el
cenit. El techo de los templos siempre tendrá forma de bóveda constelada que desde luego tiene
la significación del cielo cubierto de estrellas, o sea del universo. Y en una de las paredes, la del
oriente, tras el sillón del Venerable Maestro, y en la parte superior, se coloca su símbolo clásico,
el triángulo con un ojo en medio, al cual se le llama "delta luminoso" y que supone la vigilancia
permanente del ojo divino que todo lo abarca y todo lo ve. También aparecen como elementos
importantes las dos columnas, de Jachim y Booz, flanqueando la puerta del templo y en el suelo,
al centro del salón, un lienzo pintado con los símbolos correspondientes al grado dedicado en la
sesión de trabajo. También como elemento decorativo importante se incluye una cuerda con
nudos a lo largo, que significa la cadena de unión que mantiene esa cohesión interna entre los
miembros de la logia y entre los masones en general; dicho sea de paso, eso mismo tiene el rito
especial que es formar un círculo formado entre todos los miembros de la logia, que va de
izquierda y derecha integrada por los hermanos como símbolo de su inalterable y solidaria
unidad.
Dentro de los reglamentos para formar una logia se establece que bastarían tres de ellos para
constituirla; ésa sería una logia simple cuyo único objetivo quedaría limitado a buscar la luz pero
incapaces de cualquier otra función. En cambio la logia formada por cinco masones sería "justa"
y entre sus funciones estaría el de la capacidad de juzgar y tomar decisiones teóricas pero todavía
limitados al poder de aplicar ejecuciones. Cuando son siete los miembros integrantes de una
logia ésta ya se considera "justa y perfecta" y sus funciones incluyen la de admitir iniciaciones.
La logia completa se forma con diez oficiales que desempeñan trabajos precisos sin que
necesariamente dentro de esa clasificación haya implicaciones jerárquicas. Las funciones de los
diez oficiales son: el Venerable como presidente del Taller y director de los trabajos. El Primer
Vigilante que se encarga de la disciplina general y supervisa, al tiempo que dirige los trabajos de
los Compañeros. El Segundo Vigilante tiene como tarea la iniciación de los aprendices en sus
primeros trabajos. El Orador debe conocer a la perfección las leyes masónicas para aplicarlas en
el momento adecuado e instruir a los neófitos sobre esas mismas cuestiones y vigilar el estricto
cumplimiento de los reglamentos. En cada una de las sesiones de trabajo el Orador debe hacer
verbales sus conclusiones y darlas a conocer en su forma más concreta ante el total de la
concurrencia masónica. El Secretario, como en otras sociedades y organismos normales, es el
encargado de la relación de las actas de todos los acuerdos y disposiciones generales de su logia.
También participa en esa relación administrativa el de la dirección de la logia y del taller que
desarrolla los trabajos. El Experto o Gran Conocedor tiene como responsabilidad conducir a los
neófitos en la ceremonia de iniciación, y someterlos al interrogatorio inicial. El Maestro de
Ceremonias, como el anterior, conduce parte de la Ceremonia de iniciación para los neófitos,
pero con mayor precisión los va guiando por su recinto, según el ritual de admisión. Existe un
tesorero cuyas obligaciones son las mismas de quien desempeña ese cargo en cualquier otra
asociación u organismo; recauda las cuotas y lleva la contabilidad general sobre gastos e
ingresos, administrando convenientemente a favor de su logia. El Hospitalario, o también
llamado "elemosinario" se encarga de visitar a los Hermanos Masones enfermos o necesitados de
ayuda y otorga incluso la ayuda económica a quien lo necesita. El guardián, que puede ser uno o
varios, se encarga también, como su nombre lo indica, de vigilar la puerta de la logia y una vez
comenzada la sesión vigila la entrada y es él quien decide la entrada o la niega cuando la sesión
ha comenzado. Los treinta y tres grados que se otorgan son, de menor a mayor: Aprendiz, 20.
Compañero, 30. Maestro, 40. Maestro Secreto, 50. Maestro Perfecto, 60. Secretario Intimo, 70.
Probeste Juez, 80. Intendente, 90. Maestro Electo de los Nueve, 100. Maestro Electo de los
Quince, 110. Sublime Caballero Electo, 120. Gran Maestro Arquitecto, 130. Arca Real, 140.
Gran Escocés de la Sagrada Bóveda de Jacobo VI, 150. Caballero de la Espada de Oriente, 160.
Príncipe de Jerusalén y Gran Consejero Jefe de las Logias, 170. Caballero de Apocalipsis o de
Oriente y de Occidente, 180. Soberano Príncipe Rosacruz, 190. Gran Pontífice o Sublime
Escocés, 200. Venerable Gran Maestre o Maestro de todas las Logias, 210. Noaquita o Caballero
Prusiano, 220. Caballero Hacha Real o Príncipe del Líbano, 230. Jefe del Tabernáculo, 240.
Príncipe del Tabernáculo, 250. Caballero de la Sierpe de Bronce, 260. Trinitario Escocés y
Príncipe de la Merced, 270. Gran Comendador del Templo de Jerusalén, 280. Caballero del Sol,
290. Patriarca de las Cruzadas, Caballero del Sol y Gran Maestro de la Luz, 300. Caballero Kadoch,
310. Gran Inspector Comendador, 320. Sublime Príncipe del Gran Secreto y 330.
Soberano Gran Inspector General.
La verdadera fuerza masónica tuvo su esplendor casi al final del siglo XVIII, cuando muchos
monarcas de varios países pertenecieron a sus logias y consecuentemente la afición era
compartida por sus ministros y los miembros de la nobleza quienes, más preocupados por la
consideración personal de sus majestades, compartían, aunque fuera sólo por obtener prendas,
esas mismas aficiones. Tanto que durante la década de 1870 a 1810, bien puede afirmarse que
dentro de las logias tenía lugar la decisión monárquica sobre los nombramientos de los ministros
y presuntos candidatos a cargos de tal envergadura, en las cuales los reyes tomaban más en
cuenta la opinión —e incluso la presión de su logia—que la del propio consejo real, o más bien,
en muchas ocasiones el verdadero consejo lo constituían las propias logias que obligaron a los
monarcas a tomar determinaciones aun en contra de su real voluntad, presionados por la decisión
de los masones y por su juramento de lealtad, solidaridad, etc., todavía por casos de imposiciones
de quienes dentro de la masonería ocupaban mayores grados. En los Estados Unidos el cuarenta
por ciento de los presidentes han sido masones, basta citar unos cuantos nombres: George
Washington, Monroe, Jackson, Polk, Buchanan, Johnson, Garfield, Mcklin D. Roosevelt,
Truman y Einsenhower, entre otros. En otros países, como España por ejemplo, aunque la
masonería no tuvo gran acogida, también fueron muchos los personajes famosos que pasaron por
sus logias, el conde de Aranda don Pedro Pablo Abarca de Bolea, don Pedro Rodríguez de
Campomanes, don Miguel María de Nava, el conde de Montijo, don Luis Urquijo, el Secretario
del Santo Oficio, don Juan Antonio Llorente. La primera logia que hubo en España se instaló
precisamente en Madrid, en una sala de la "Fonda de la Flor de Lis", en la Calle Ancha de San
Bernardo y cuando reinaba Felipe V, auxiliado por una bula papal rubricada por Clemente XII
prohibió las prácticas masónicas en su reino. Pero más tarde, durante el gobierno de Carlos III la
hermandad volvió a cobrar fuerza. La mayoría de los ministros y la nobleza durante los reinados
de Carlos IV, Fernando VII e Isabel II se favoreció mucho la práctica de la masonería, siempre
bajo sus propias normas de hermetismo y nunca de proselitismo pues la selectividad en la
admisión ha sido característica común en todos los tiempos de la masonería, quizá en esa
selectividad radique parte de su poder y enorme atracción, contrariamente a lo que ha ocurrido en
otras también poderosísimas asociaciones pero que han pasado a ser simple recuerdo y tuvieron
tiempos difíciles en los cuales la membresía llegó a ser ofrecida públicamente como cualquier
otro producto a la venta en el mercado al alcance del bolsillo. En cambio la masonería, desde que
dejó de ser exclusivamente de los modestos trabajadores de la construcción alojó en sus logias a
los más poderosos hombres de la política a los más famosos de las artes y las ciencias y a los
legendarios generales. Nadie hacía proselitismo y entrar a la masonería era realmente una
dificultad que en la mayoría de los casos se planteaba como reto, como misterio que sólo podría
descubrirse ingresando directamente en una de las logias y, una vez dentro, eran pocos los
desleales porque además del juramento del secreto que en realidad no aplicaba sanciones
verdaderamente temibles, se tenía una atmósfera de solidaridad escasamente asequible en otro
medio.
La moderna masonería se ubica a partir de la constitución y promulgación de los Estatutos
elaborados por James Anderson (1684 - 1739) quien siendo clérigo de la Iglesia de Escocia
redactó ese documento cuyo contenido es el ritual y el simbolismo y los reglamentos generales
de la francmasonería. La iniciativa de contar con un documento de esa naturaleza partió de la
unificación de las cuatro logias establecidas en Londres, y que agrupadas bajo el nombre de la
Gran Logia Unida, se fusionaron en 1717; la influencia de esta unificación se extendió a toda
Inglaterra y llegó a contar con simpatizantes y afiliados incluso en las colonias británicas de la
época.
La persecución de los masones procede de diversos momentos posteriores al señalado como
fundamental para la consideración de la masonería moderna. En 1725, algunos aristócratas y
ricos terratenientes ingleses residentes en París, fundaron una logia en esta ciudad y al poco
tiempo despertó fuertes simpatías entre la población local. Su carácter secreto no lo fue tanto
realmente, puesto que inmediatamente se supo de su existencia y fue la causa de que Luis XV
prohibiera en 1737 a sus súbditos todo contacto con la masonería por considerarla subversiva y
peligrosa para la estabilidad de su gobierno. En este caso, sin estar muy enterado de lo que en
realidad era la masonería, Luis XV la prohibió por ser de "importación inglesa"; fueron
rivalidades, prejuicios similares los que determinaron su proscripción más feroz. La misma
reacción se observó en el reino de Nápoles y en España con la ya mencionada prohibición de
Felipe V. En cambio en países como Alemania y Austria la situación fue diametralmente
opuesta; Federico el Grande fue protector y promotor de la masonería en Prusia, él mismo
alcanzó el grado de Gran Maestro. Otros personajes como Francisco I de Austria y José II
también fueron destacados miembros de la logia; W. A. Mozart fue entusiasta masón y vivió una
atmósfera que protegía esa práctica desde el mismo gobierno monárquico, induciendo así su
favoritismo entre la nobleza, entre los artistas y los miembros del gobierno real.
Durante el siglo XVIII la masonería adoptó de alguna forma las corrientes filosóficas de
moda; dentro de las logias se discutieron sus conveniencias e incluso las tendencias políticas
planteadas en aquellos momentos merecieron la más seria consideración de los prominentes
masones que también ocupaban destacados puestos en la política y en los gobiernos, sorteando
las prohibiciones reales, o gozando de la protección monárquica según los tiempos y el humor
del rey en turno. También se incluyó en los motivos de preocupación dentro de las logias la
marcada moda de estudiar las tradiciones hermético-cabalísticas adoptada por los rosacruces,
mas cuando muchos miembros de la Fraternidad de la Cruz Rosada también pertenecían a las
logias francmasónicas existió cierto paralelismo entre ambas hermandades; de hecho hay muchas
consideraciones tendientes a señalar a los rosacruces como herederos de los francmasones,
aunque por otra parte el rosacrucismo evolucionó independientemente y los miembros de esa
orden se empeñaron en difundir una historia propia y también muy antigua. El ritual de admisión
también contenía muchas y muy marcadas diferencias; mientras que efectivamente la
francmasonería trataba de mantenerse en secreto o, por lo menos, no hacía tan fácil el acceso a
sus logias para los aspirantes a pertenecer a la fraternidad; los rosacruces trataban de ganar
adeptos incluso lanzando anuncios públicos con fantásticas promesas. Sin embargo de éstas
marcadas influencias los rosacruces recibieron formas de organización interna y los
francmasones adoptaron títulos y grados superiores que hasta entonces no existían y muchos de
sus miembros se oponían a ellos. De ahí la segunda división importante de que se tiene noticia;
la primera fue cuando se promulgaron los Estatutos de Anderson que propició una escisión entre
masones, podría decirse modernos y masones fielmente apegados a su tradición más ortodoxa;
después de una temporal separación de logias se llegó a un acuerdo y se recuperó la unidad que
ha dado fuerza a la francmasonería. En Francia surgieron las nuevas disputas por una tendencia a favor de la inclusión de los nuevos grados y otra en cambio que se oponía a tal innovación. La
conciliación se logró finalmente merced a la habilidad del duque de Orleáns que después
colaboró decisivamente en la Revolución Francesa utilizando el seudónimo Phillipe Egalité; éste
y el Chevalier Ramsay utilizaron su influencia dentro de las logias francesas para apoyar la
restauración de los Estuardo en el trono; el Vaticano apoyaba el mismo movimiento, pero cuando
Jacobo Estuardo se negó a recibir el apoyo de Egalité y del Chevalier Ramsay se habló de que en
algunas logias italianas, principalmente en las de Roma y de Florencia, había infiltraciones de
espías londinenses, librepensadores italianos, jansenistas y otros personajes que no gozaban del
aprecio de los Estuardo ni de sus simpatizantes. Quizás ése fue el factor determinante para que
en 1738 el Papa Clemente XII firmara una bula prohibiendo a los católicos todo contacto con la
masonería, y aún apoyarla, favorecerla directa o indirectamente so pena de excomunión. El
motivo formal que apoyaba su prohibición era muy simple: si se ocultaban era porque realizaban
Cactos perversos, de lo contrario harían sus sesiones abiertas, a la luz del día. Así asociaba lo
oculto con la conspiración, con todo lo maligno que hubiera; les acusó de sospechosos de herejía
e incluso mencionó directamente "otros motivos" que atentaban contra la seguridad pública y la
paz del Estado temporal. En una palabra, se les acusó de subversivos y perversos pero en ningún
momento se presentaron cargos concretos, toda la censura se basó en esos términos y tampoco se
llegó a la intervención ni de los tribunales monárquicos ni de la Santa Inquisición, solamente se
les censuraba y se aprovechaba de la obediencia de la grey católica para restarles simpatías y
favorecedores en el momento en que obviamente había otros intereses políticos de mayor
envergadura que la atención espiritual; sólo en España y en Portugal la Inquisición actuó en su
forma tradicional persiguiendo a masones y a sospechosos de serlo, a todos se les aplicaba los
mismos tormentos característicos de los procesos inquisitoriales.
El sucesor de Clemente XII, Benedicto XIV confirmó la misma bula en 1751 y sostuvo el
rechazo de la Iglesia católica a todo lo relacionado con la masonería, más aún, censurándola y
amenazando de excomunión a los católicos que participasen de alguna forma en las reuniones
secretas de la logia o a quienes favorecieran la influencia de la masonería a quienes acataran sus
enseñanzas, sus disposiciones generales. Así una vez más en la historia, la alianza entre el clero
católico y el Estado fue en defensa de sus intereses mutuos asegurando la marginación de
quienes salieran de ese esquema de acción y pensamiento.
Dentro de la masonería el afán de construir templos espirituales y alcanzar el conocimiento de la
luz, se impulsaba la libre discusión de los sistemas filosóficos en boga e incluso se cuestionaban
las formas de gobierno del momento; eso ciertamente significaba un peligro para la estabilidad
de los regímenes tiránicos. Defendían la libertad de pensamiento alentando aun la discrepancia;
los puntos de vista contrarios siempre tenían cabida dentro de las sesiones de la logia. Eran
muchos los masones seriamente empeñados en encontrar esa luz que simbolizaba el objetivo de
la fraternidad, aunque también eran muchos los que pertenecían a las logias sólo por diversión,
como hubieran podido pertenecer a otro club social sin ninguna ambición de tipo filosófico. La
persecución estatal obligó a muchas logias a plantearse el despotismo gubernamental como
problema que les afectaba directamente aunque no tan gravemente como oprimía a otras clases
sociales, pues, a partir de la masonería especulativa que desplazó a la masonería práctica, los
modestos trabajadores de la construcción pasaron a un segundo piano dentro de las logias y, a
finales del siglo XVIII, eran realmente pocos los auténticos trabajadores que militaban dentro de
la masonería; sus principales integrantes eran miembros de la clase media acomodada o de la
aristocracia progresista que admitía en sus esquemas de pensamiento las nuevas corrientes
filosóficas e incubaban cierta rebelión contra las coacciones monárquicas, alentados por el afán
de conocimiento, por las nuevas ideas que daban respuesta a las expectativas de un mundo
desconcertado. Ser masón en aquella época era firmar un enfrentamiento contra la Iglesia y el
Estado, aliados en la defensa de sus intereses que significaban marcar sólo una corriente de
pensamiento rechazando innovaciones subversivas para el orden establecido.
El afán de saber llevaba implícitas ciertas exigencias esenciales de libertad y de profundos
cambios sociales que inicialmente la francmasonería no perseguía como único fin, pero que sí
necesitaba para alcanzar sus objetivos de iluminación total. Fue ésa la causa de que observaran
objetivamente el sometimiento en que vivían y decidieron luchar por algunas transformaciones,
primeramente en beneficio directo de su saber, de sus libertades como seres humanos de
practicar el culto religioso que más les convenciera, de reunirse sin cortapisas en secreto o
abiertamente. De estas ideas disidentes, contenidas al principio sólo en el terreno de la ideología
masónica, se pasó a cuestiones más concretas que les obligaban a adoptar posturas más
definidas, a veces adoptando métodos radicales. En suma, se planteaba un cambio que
comprendía la abolición del sistema feudal y la tendencia se orientaba hacia un sistema
democrático, en el cual todos los ciudadanos tuvieran participación de las disposiciones que
afectaban la vida colectiva ya no dependiendo exclusivamente de la voluntad de un señor
instalado en el gobierno autocrático simplemente por herencia familiar.
El famoso episodio de la Enciclopedia repercutió directamente en la masonería por varios
motivos, uno de ellos que muchos de los enciclopedistas también eran masones, y otro, que el
contenido ideológico de ese movimiento significó la respuesta de humanitarismo,
cosmopolitismo y racionalismo que el mundo estaba buscando, y que los masones creyeron
viable para alcanzar sus ideales de iluminación. Denis Diderot dirigió el proyecto de la
enciclopedia francesa, era masón; él mismo escribió abundantes capítulos de esa extensa obra y
sufrió en carne propia las persecuciones estatales por las ideas que sustentaba él mismo y otros
notables filósofos conocidos como los filósofos de la Ilustración (Voltaire, de quien también se
ha dicho que era francmasón, o por lo menos obviamente participaba de sus aficiones y era
simpatizante de esa fraternidad, si no es que también era miembro secreto; Rousseau,
Montesquieu, d'Holbach y d'Alembert, entre otros), formaron parte de ese movimiento y
claramente se les puede identificar, si no como afiliados a la francmasonería, por lo menos sí
simpatizantes de sus ideas. La esencia ideológica que propició la censura del Estado y de la
Iglesia consistía en las afirmaciones de ciertas obligaciones del gobierno, tales como la de
propiciar e! bienestar del pueblo gobernado antes de ocuparse de otras cuestiones, pues sólo era
ésa la principal causa de preocupación del régimen, según las ideas de la Ilustración; ésa era la
primordial función del gobierno, o por lo menos la más importante. Se ponía en tela de juicio
cualquier idea que no fuese demostrada racionalmente, y de ahí resultaban las discrepancias con
respecto a la religión, se planteaba la duda sobre todo ante la imposición de creencias sustentada
por la Iglesia católica. La respuesta del Estado y de la Iglesia fue ia inmediata prohibición de la
obra desde el año 1751 cuando se publicó por primera vez en veintiocho tomos; al mismo
tiempo, Diderot como director de la obra y otros de sus colaboradores fueron encarcelados pero
la Enciclopedia seguía difundiendo sus increpaciones vendiéndose clandestinamente e
imprimiéndose en igual forma, sorteando las dificultades del abierto boicoteo oficial secundado
por fanáticos de la religión, conservadores y adictos al régimen o simplemente subordinados. Las
doctrinas de la Ilustración influyeron sobre el movimiento de independencia en Estados Unidos
donde los libertadores se acogieron al pensamiento vanguardista de la Europa del siglo de las
luces. Benjamín Franklin, quien fundó la Sociedad Filosófica Americana, también fue masón y
Gran Maestro de Pensilvania; a través de esta logia recibió y propagó la francmasonería y las
tendencias enciclopedistas que colaboraron en el soporte filosófico de su movimiento
emancipador. También fueron masones Alexander Hamilton, Paul Reveré, John Paul Jones y La
Fayette, entre otros, que difundieron en Estados Unidos las teorías de la francmasonería aunadas
a los ideales enciclopedistas con un nuevo concepto de la libertad y llevada a la práctica en el
nuevo continente. Otro episodio que asocia a la francmasonería con las rebeliones políticas, lo
constituye la integración del grupo "Iluminati", fundado en 1776 por Adam Weishaupt; el origen
de esta agrupación está en el deseo de reformistas y francmasones de realizar el proyecto de
Mirabeau de aprovechar el esquema de organización de los jesuitas para "ilustrar a los hombres,
hacerlos libres y felices", difundiendo la sabiduría, las más elevadas prácticas espirituales, lograr
una total transformación de la humanidad para construir un mundo ideal liberado de las
injusticias y autoritarismos. En principio la asociación de los "iluminati" no pertenecía
directamente a ninguna logia, pero su iniciador y otros de sus seguidores ingresaron a la
masonería pretendiendo lograr su control interno y transformar sus esquemas, reglamentos y
objetivos, aprovechando la aportación de los hombres más valiosos que militaran dentro de la
francmasonería. En cierta forma Weishaupt logró su objetivo infiltrando sus ideas a través de las
logias, pero no pudo continuar más allá ni soportar los ataques de los jesuitas que se vieron
agredidos frontalmente y decidieron mantener la supremacía de su organización, imitada en
cuanto a su estructura interna pero sustancialmente transformada en cuanto a sus finalidades,
sobre todo en el aspecto señalado por los "iluminados" de hacer desaparecer de la tierra a los
príncipes sin "ninguna violencia", lo cual también atentaba contra los intereses monárquicos y
del imperio clerical; los jesuitas, empeñados en desaparecer a, su organización rival, se valieron
de truculencias para desplazar la influencia del incitador de esa nueva cruzada espiritual y la
tentativa a la cual estuvieron unidos los francmasones seguidores de los iluminados. Estos
desaparecen totalmente a mediados de la octava década del siglo XVII y no se guardan otras
noticias de posteriores resurgimientos o consecuencias; liquidado el principal promotor de la
obra sus discípulos también se replegaron.
Estas, entre otras, han sido las causas históricas por las cuales la francmasonería ha sido
censurada y de ahí que todavía hoy no sea muy bien aceptada en ciertos países y ciertos círculos
sociales; persiste sobre todo cierta creencia de que ser masón es negar la religión católica,
participar en secretas conspiraciones o bien ser representante del más diabólico comunismo, o
del más expoliador capitalismo. Ni siquiera hay coincidencia en cuanto al objeto censurable,
pero todas esas distorsiones actuales tienen su origen en otros acontecimientos históricos dentro
de los cuales los francmasones del momento estuvieron identificados como importantes
protagonistas. Insistir ahora en la participación masónica en la Revolución Francesa, sería una
perogrullada; pero en cambio sí conviene puntualizar, sin pretender afirmar como algunos lo han
hecho, que ese movimiento provino de una conspiración fraguada en una logia, muchos de los
protagonistas principales de la subversión liberadora fueron destacados masones. Por otra parte,
también es innegable, dicho e interpretado dentro de sus justas dimensiones, que la masonería
francesa de finales del siglo XVIII apoyó firmemente el estallido de la revolución; muchos
hombres de letras, pensadores famosos y clase media acomodada, librepensadores acomodados
apoyaron ese movimiento; quizá dentro de las reuniones de la logia efectivamente haya surgido
algún contacto personal de los protagonistas del movimiento de 1879; seguramente que dentro de
los trabajos de talleres se comentó y discutió el rumbo de los acontecimientos. Tal vez alguno de
aquellos intercambios de opiniones haya representado utilidad práctica para el movimiento
conspirador, pero siempre en forma aislada, es decir, la francmasonería como organización no
participó directamente en la rebelión y sí sus miembros en la medida de otros intereses y otras
circunstancias perfectamente registrados por la historia. También, como se argumenta a favor de
la participación de los masones en ese levantamiento y del apoyo que sus miembros le brindaron,
deben mencionarse las suspicacias que para muchos de los revolucionarios representaron las
herméticas logias, donde llegó a considerarse que se escondían grupos contrarrevolucionarios y
espías de la monarquía, lo cual tampoco debe destacarse, sobre todo, considerando que durante
mucho tiempo la nobleza más representativa acudía a las sesiones de taller haciendo unas veces
el trabajo indicado por la logia, pero también llevando su frivolidad característica y dejando algo
de atmósfera de aristocrática tertulia. Fue tal la controversia, y más la desconfianza, que en 1792,
estando los jacobinos al frente del poder, la francmasonería fue prohibida por sospecharse de que
sus reuniones a puerta cerrada podrían ser origen de conspiraciones en contra del régimen
revolucionario; sin embargo, y tal vez sólo como rumor de defensa, se señaló a Marat, Dantón,
Robespierre y otros encumbrados jacobinos como militantes masones; la circunstancia histórica,
no obstante sin llegar a desmentir esa afirmación, pone de manifiesto que en cualquier caso,
llegado el momento de determinar la prohibición, éstos actuaron más de acuerdo a los intereses
revolucionarios que a su virtual militancia masónica. Fue hasta 1798, cuando bajo el gobierno de
Napoleón la francmasonería volvió a recuperar su "legalidad" para sesionar en secreto como era
su tradición. El autoproclamado emperador otorgó su beneplácito a los francmasones, no tanto
por convencimiento ni por simpatía, sino como medida política; al tiempo que les permitía la
restauración dentro de la legalidad de su régimen recomendó el ingreso de su hermano en la gran
logia; así el hilarante personaje pronto alcanzó el grado de Gran Maestro. Los más ortodoxos
masones tuvieron que soportar la burla en atención a la conveniencia que significaba la
protección oficial que además reportó otros beneficios incluso de carácter personal para los más
influyentes miembros de la fraternidad. Esto significó también la primera enseñanza práctica
obtenida por la logia respecto a colocarse oportunamente del lado de los poderosos y de los
vendedores; era obvio en aquel momento que la fraternidad no simpatizaba totalmente con el
régimen napoleónico, sin embargo, mientras éste se mantuvo en el poder no faltaron las
adulaciones y en el mejor de los casos la reverencia a respetuosa distancia. Su ambivalencia se
manifestó claramente cuando la fraternidad aplaudió el ascenso de la Casa de Borbón en 1814,
vemos nuevamente a Napoleón en el episodio de los Cien Días y otra vez al Rey de Borbón
cuando el emperador fue derrocado en Waterloo.
En Italia la masonería tuvo una directa y evidente participación en los acontecimientos
políticos del país, pero en este caso su acción se valió de una táctica diferente y para ello se
crearon otros grupos secretos llamados carbonarios; muchos de los integrantes de esa sociedad
secreta (más secreta que la francmasonería) también lo eran de las logias. Uno de sus más
destacados miembros fue Garibaldi quien dirigió el movimiento de unificación nacional. Este
acontecimiento fue decisivo para ratificar la censura vaticana contra la masonería, aquí ya por
tratarse de un enfrentamiento político abierto, que iba mucho más allá de lo que la tolerancia
pontificia podría permitir. El Vaticano se oponía a la unidad nacional porque, de lograrse,
afectaría sus intereses ya que actuaba como rector de muchos pequeños reinos, en tanto que otros
estaban en manos de incondicionales feudales que, al mismo tiempo de sostener su propia
autocracia, fortalecían el poder de la Iglesia y recibían a cambio su protección; era pues una
situación de mutua conveniencia mantener esa división nacional. La magnitud de la censura, y al
mismo tiempo del poder masónico, se aprecia en el hecho de que desde 1821 a 1902 los que
fueron papas durante ese tiempo publicaron diez severas encíclicas condenando la masonería,
prohibiendo a los católicos toda participación en esa fraternidad y condenando con excomunión a
quienes la ayudaran o simpatizaran con sus ideas: todavía por estas fechas se esgrimía el gastado
argumento de Clemente XII que hacía suponer siniestros fines heréticos como motivo del
secreto. Fue a tal nivel difundida esta censura que todavía en muchos países, entre la gente de
escasa información y fanática del catolicismo, persiste la desconfianza hacia la francmasonería
como consecuencia de aquellas prohibiciones con la asociación de actos perversos, blasfemos
contra el catolicismo.
Las relaciones de la francmasonería francesa con los gobiernos de ese país en los años
posteriores a la República, fueron tan diversos como los mismos gobernantes; unas veces se les
acogía con cierta conveniencia política, otras eran totalmente indiferentes al interés del régimen
pero también hubo abiertos rechazos y nuevas prohibiciones o injerencias directas en su vida
interior, tal fue el caso de Napoleón III, que, para ejercer un control más directo en las logias,
impuso la admisión de su sobrino Lucien Murat como Gran Maestro; durante el tiempo en que
Napoleón III se mantuvo en el poder, la fraternidad no tuvo otro remedio que soportar la
intromisión y las censuras internas dictadas por el vicario del imperio; cuando cayó este gobierno
nuevamente la masonería se vio liberada de esas presiones y manifestó públicamente su agrado.
Más adelante en los acontecimientos de La Comuna de París, la francmasonería se colocó en
posición combativa frente al gobierno republicano apoyando abiertamente al movimiento
socialista. También en ese caso muchos de los más renombrados filósofos e ideólogos del
movimiento pertenecían a la fraternidad, de ahí la participación directa de las logias desfilando
por las calles parisienses en favor del movimiento socialista y luego en acción armada de
rebelión contra el gobierno. Esos acontecimientos, y el ya viejo antagonismo entre la Iglesia y la
masonería, acentuaron el divorcio entre la institución clerical y la organización francmasónica.
El ataque más sonado contra las logias tuvo lugar en Estados Unidos como corolario a una serie
de turbios acontecimientos relacionados con el asesinato de William Morgan que se había
dedicado a investigar los secretos de la fraternidad y tras publicar el contenido de sus
descubrimientos fue asesinado. La opinión pública atribuyó ese crimen a los masones en 1826, y
una encendida turba arremetió contra las logias. No obstante también eran muchos los masones
poderosos en el terreno de la política y el desenlace fue la aparición de políticos candidatos de
clara filiación masónica y otros antimasónicos. Sin embargo actualmente Estados Unidos es el
país donde la masonería ha alcanzado su máximo desarrollo e influencia, más que en otros países
europeos donde inicialmente sentó las bases de su organización internacional. La persecución a
los masones se extendió en tiempos modernos; durante el apogeo del nazismo, Hitler la prohibió;
Mussolini hizo otro tanto y aun cuando esa persecución se identificara con el fascismo, persistió
el rechazo de la Iglesia católica; ya no se manifestó en la reprobación abierta ni se ratificaron las
prohibiciones de Clemente XII ni de Benedicto XIV pero tampoco se llegó a la total aceptación.
La masonería aún está prohibida en muchos países y en otros, en cambio, es tolerada con
discreción; los hay también donde la indiferencia es la única reacción a su existencia. Hoy el
único secreto de la masonería es lo que hacen sus miembros dentro de las logias; por lo demás,
en mayor o menor medida, se sabe quiénes son francmasones o quiénes lo han sido; de hecho en
Estados Unidos muchos políticos famosos han militado dentro de esa fraternidad, lo cual ha
contribuido a alentar la creencia de que en esa organización sólo militan hombres poderosos y
que dentro de las logias efectivamente hay conciliábulo de repercusión en las más importantes
decisiones de la vida pública. También en la moderna sociedad norteamericana muchos hombres
de negocios forman parte de la vieja sociedad secreta, pero sus obras concretas pueden apreciarse en instituciones de beneficencia y en la sociedad de ayuda mutua.
Todavía dentro de las logias hay algunos francmasones seriamente empeñados en alcanzar esa
iluminación espiritual que inspiró la asociación de los primeros masones especulativos; pero
también hay otros que sólo se preocupan por asistir a las sesiones de taller de trabajos por
relajarse de las agobiantes actividades financieras cotidianas, o las presiones políticas. Para
muchos la francmasonería actualmente es una especie de club social muy selecto donde aún se
mantiene el atractivo del misterio y esto compensa esas necesidades de afirmación en un mundo
despersonalizado.
LA ORDEN ROSACRUZ
Al lado de los grandes misterios que rodean la historia de la Hermandad de la Cruz Rosada,
aparece una verdad irrefutable: es una de las pocas sociedades secretas de más fama fundada en
la antigüedad que menos daño ha causado. Aunque también en ésta el hermetismo y el
ocultamiento de sus miembros ha propiciado estafas en su nombre, no se cometieron delitos bajo
su amparo como ocurrió en otras sociedades secretas protegidas por el prestigio de una
fraternidad poderosa. Por otra parte también han diferido los procedimientos y finalidades. Los
rosacruces desde su fundación han perseguido la superación personal y de la humanidad, incluso
tratando de conciliar valores positivos entre los creyentes "de una fuerza superior" que no
necesariamente debe ser el cristianismo; tanto protestantes como católicos son admitidos en la
actualidad, prácticamente cualquier persona que se tome la molestia de contestar a uno de los
anuncios insertados en la prensa por dicha hermandad, puede pertenecer a ella y formar parte de
la orden asistiendo personalmente a sus reuniones, o siguiendo sus enseñanzas desde casa, según
se prefiera. El objetivo aparente —no hay motivo para pensar lo contrario—, es alcanzar la
superación personal buscando valores más trascendentales para el ser humano que los beneficios
meramente materiales. El epígono más fidedigno de los rosacruces se encuentra a partir de 1915,
cuando se funda la Ancient Mystical Order Rosae Crucis (Antigua Orden Mística de la Rosa
Cruz) establecida en San José, California prácticamente a la luz pública; ahora solamente en
Estado Unidos cuenta con una membresía superior a los setenta mil miembros y en muchos otros
países del mundo funcionan asociaciones adláteres que difunden las mismas enseñanzas dirigidas
no a los iniciados y poseedores de dones especiales, sino al hombre común y corriente dispuesto
a seguir los preceptos rosacruces para desentrañar los misterios de la vida, aprovechando al
máximo los poderes ocultos de la mente. A partir del tercer lustro del presente siglo la historia de
la Orden de los Rosacruces se presenta diáfana para el interesado en pertenecer a esa asociación
y en general para quien tenga alguna curiosidad sobre el tema.
Pero en cambio los momentos anteriores son oscuros no por prurito de secreto, sino porque los
mismos rosa-cruces ignoran la historia verdadera de su orden; ni ellos mismos saben la
antigüedad de su existencia que probablemente pudiera precisarse sobre el año 1614, cuando se
publica el primer documento conocido atribuido a la orden. Aunque éste da por hecho la
existencia de la Hermandad, se ha insistido en suponer que bien pudo haberse tratado de ganar
adeptos asegurando su antelación cuando en realidad surgía en ese momento. El documento en
cuestión es la Fama Fraternatis de la Meritoria Orden de la Cruz Rosada. Este se publicó por
primera vez en Alemania; en él, al tiempo que el Papa, Galeno y Aristóteles eran calificados de
falsos maestros, se invitaba a los sabios y grandes pensadores europeos del momento, a
pertenecer a dicha orden. Se prometía un verdadero conocimiento de la Naturaleza, se proponía
una reforma general y profunda del mundo. Aunque el contenido del documento era de implícito
desprecio por los intentos alquimistas de fabricar oro, se ofrecía a los virtuales adeptos, tal vez
metafóricamente, mayores riquezas y oro que las recibidas por el reino de España en el tiempo
en que el descubrimiento de América reportaba pingües beneficios para toda Europa. Sin
embargo no se indicaba la forma de ingresar a la orden ni de ponerse en contacto directo con sus
miembros; no obstante las insólitas ofertas, nadie aparecía como cabeza visible al frente de la
orden ni se tenía conocimiento de alguna aportación filosófica o científica que respaldara esos
ofrecimientos. El efecto entonces era de total 'desconcierto; los grandes pensadores no sabían si
se encontraban frente a una misteriosa agrupación de eruditos o frente a una broma de
charlatanes. La reacción general fue de expectación; el documento respondía a una serie de
ideales y preocupaciones vanguardistas de la época. Ya antes algunos filósofos habían hecho
patente su inquietud por los cambios de la Europa del siglo XVII; por otra parte durante los
siglos XV y XVI muchos renombrados eruditos habían estudiado con especial atención los
secretos de la alquimia y la cábala; éstos se conciliaban con los anhelos renacentistas y a partir
de entonces merecieron otra consideración. Bajo esa atmósfera nació el rosacrucismo. Su
primera manifestación escrita, La Fama, relataba la biografía de Christian Rosenkreuz a quien se
le atribuye la fundación de la hermandad. De él hay datos precisos como las fechas de su
nacimiento, (1378) y de su muerte (1604); su permanente búsqueda a lo largo de su vida hasta
que finalmente encontró el anhelado conocimiento. A Rosenkreuz se le describe como nacido en
el seno de una familia noble, en decadencia económica, a los cuatro años ingresó a un
monasterio donde recibió las primeras enseñanzas que determinaron su vida mística. En ese
ambiente transcurrió su infancia y parte de su adolescencia. Todavía siendo joven fue escogido
por un fraile para ir en una peregrinación a Jerusalén. Cuenta La Fama que el viejo fraile murió
en el camino, cerca de Chipre, y el joven Christian tuvo que permanecer en Damasco donde dio a
conocer sus conocimientos sobre medicina y pronto se hizo famoso por ellos; no obstante su
juventud rápidamente alcanzó prestigio y reconocimiento. Pero no permaneció mucho tiempo en
esa ciudad; continuó su camino hacia una ciudad árabe, (el nombre que cuenta la historia
probablemente sea imaginario), ahí vivían los hombres más sabios, conocedores de todos los
misterios en torno a la Naturaleza. La llegada del joven Christian supuestamente estaba prevista
por los eruditos de manera que le aguardaban para entregarle toda la sabiduría enseñándole
árabe, física, matemáticas, el Libro M —una especie de compendio, de los secretos universales
que luego Rosenkreuz tradujo al latín—; continuó estudiando botánica y zoología en Egipto;
también se ocupó de la cábala y fue entonces cuando se sintió preparado para verter todos esos
conocimientos en Europa entre los sabios y más distinguidos hombres de ciencia. Primero pasó
por España donde no tuvo ningún eco en sus promociones, más bien al contrario se le veía con
cierta actitud de rechazo. Bajo esas circunstancias optó por intentarlo en Alemania, ahí se dedicó
a escribir un libro cuya intención llenaría los máximos ideales humanos; para esa obra requirió la
ayuda de los siete frailes que más tarde constituirán la base de la Fraternidad de los Rosacruces.
Estos frailes pertenecían al monasterio donde Rosenkreuz recibió albergue durante su infancia.
Una vez terminado el libro fundaron la Fraternidad de la Cruz Rosada; para extender sus
enseñanzas por toda Europa decidieron dispersarse en diferentes países, prometiéndose
dedicación a su ideal, comprometidos entre sí a enseñar los conocimientos adquiridos en la
secreta erudición oriental por el afortunado joven Rosenkreuz. Curarían gratuitamente,
mantendrían la apariencia de personas normales, es decir, no vestirían ninguna ropa especial y
cada año celebrarían una reunión en Alemania para mantener viva la cohesión de esa fraternidad.
Cada uno de ellos igualmente se comprometía a nombrar un sucesor antes de morir; esa
selección debería ser muy rigurosa y acertada para que éste continuase las enseñanzas y diera
inmortalidad a la fraternidad pues también el sucesor se obligaba a los mismos compromisos que
su iniciador. El sello serían las iniciales R.C., como identificación de la fraternidad, y su secreto
se mantendría durante cien años.
La parte principal de La Fama se dedicaba a la biografía de Rosenkreuz; ahí se afirmaba que
este personaje vivió ciento seis años y fue enterrado en una tumba secreta que sólo se abrió
exactamente ciento veinte años después encontrándose completo su cuerpo, y cumpliéndose así
la sentencia que rezaba una inscripción puesta a la puerta, la cual además simulaba
perfectamente la tumba.
Esta decía: "Me abriré cuando transcurran ciento veinte años". La tumba daba paso a una
cripta de forma heptagonal; en ella un altar en el centro, justo el sitio donde estaba la tumba.
Había además un armario de espejos cuyo significado místico aludía a diversas virtudes y
también un pergamino llamado Libro T que se consideraba por ellos mismos como el mayor
tesoro después de la Biblia. También un diccionario escrito por Paracelso, de éste no se tiene
mayor conocimiento sobre su contenido; se dice que había otros objetos, pero en esa amplia y
detallada descripción encontrada en La Fama se omitía un detalle fundamental para estudiar la
veracidad de la versión: no se indicaba dónde se localizaba la tumba. Finalmente se prometía a
los seguidores de la fraternidad que el "Libro de la vida" registraría sus nombres y el
conocimiento universal se abriría para ellos descubriendo la verdadera sabiduría pero, en suma,
tales noticias en vez de aclarar algo sobre los rosacruces hacían más misteriosa su existencia. La
única cuestión que quedaba aclarada era su inclinación luterana, pero nada más se decía; el
documento causó verdaderas polémicas y en poco más de tres años posteriores a su primera
publicación aparecieron nueve ediciones más con varias traducciones en idiomas como el latín y
el holandés.
Sobre 1615 aparecieron dos libros más, primero Confessio Fraternatis Rosae Crucis y un año
después Nupcias" Alquimicas de Christian Rosenkreuz, pero sólo el primero de éstos daba
algunos datos más, también muy vagos, acerca de los objetivos de la fraternidad y las
condiciones generales para ingresar a ella; se puntualizaba su apertura a cualquier persona
interesada en encontrar la verdadera sabiduría, al margen de su nivel social y, quizás en forma
metafórica, se decía que poseía más oro y más plata de la que existía en el mundo. Por otra prte
el contenido alegórico de esa obra se encuentra mediante la descripción de las bodas de dos
personajes enigmáticos y míticos: un rey y una reina. Todos los elementos que integran la
ceremonia nupcial tienen profundos significados alegóricos y está escrito en forma de romance.
El principio del libro es la fuga de Rosenkreuz del "calabozo de la ignorancia"; de ahí se insiste
en las incidencias pasadas en el viaje para llegar como invitado a las famosas bodas venciendo
muchas pruebas para finalmente llegar a ellas como principal invitado; se habla también sobre
cierta explicación acerca del título de la obra, indicando que la alquimia de los rosacruces no
consiste en obtener oro de los materiales corrientes, sino que el material utilizado por esa
diferente alquimia es el alma humana y sólo ésta es la que se transforma convirtiéndose
metafóricamente en oro. Aunque no hay una afirmación categórica sobre la identidad del autor
de dicha obra, se supone que fue Valentín Andrea porque él mismo lo afirma en su autobiografía.
En ésta, que es una obra aparte, primeramente describe su dedicación a los estudios de
astronomía, matemáticas, óptica y filosofía, como era la costumbre en la época: Pese a su
manifiesto desacuerdo con la línea luterana se ordenó diácono cuando tenía veintiocho años y a
partir de entonces fue firme defensor de esa corriente religiosa por el resto de su vida. A este
hombre se le considera el verdadero fundador de la hermandad de los rosacruces. Parece estar
fuera de toda duda su paternidad como autor de Nupcias Alquímicas y trató de lograr la
unificación de los cristianos mediante diversos proyectos francamente utópicos. Proponía una
república que se llamase Ciudad del Sol; también le apasionaba el estudio del hermetismo y de la
cábala aunados al misticismo cristiano. Se supone, sin embargo, que La Fama no fue obra
individual de él, sino que contó con la colaboración de sus amigos y seguidores. Pero
contradictoriamente en sus libros posteriores Andrea manifiesta abiertamente su desacuerdo con los rosacruces.
Durante la Edad Media y, más adelante, durante el Renacimiento el estudio de la cábala y de
los libros herméticos sufrió un cambio sustancial. En la primera época estos estudios se hacían
prácticamente en secreto, pero durante el Renacimiento, merced al interés manifestado por
humanistas prestigiosos, se cambió la consideración sobre los asuntos que sólo interesaban a los
alquimistas. En primer término la Cábala es en hebreo "tradición recibida" su origen se
explicaba como una serie de enseñanzas transmitidas directamente por el propio Moisés. Según
ésta, Dios sería una luz potentísima, eterna e infinita que da origen a la creación mediante una
sucesión de diez esferas que al mismo tiempo son la supremacía, la sabiduría, la inteligencia, el
amor, el poder, 4a eternidad, la majestad, la creación y la gloria; éstos serían atributos de Dios
que le concede al ser humano, permaneciendo dentro de él siempre prestos a ser la fuente de
sabiduría cuando el hombre se aleje del pecado que lo hace distante de esa sabiduría.
El hermetismo se basaba en la existencia de "los libros herméticos"; la creencia es que estos
libros contenían la síntesis de los misterios egipcios cuyo desentrañamiento arrojaría el total
conocimiento de la humanidad y de la naturaleza, plenamente. Dichos libros, se decía, formaban
parte de dos grupos: unos que trataban sobre alquimia, astrología y magia. Y además la otra parte
la que habla de la regeneración del alma por la sucesión de las esferas superiores. La primera vez
que se difundieron, de manera más o menos amplia dichos libros, fue a finales del siglo XV y
esto significó una trascendente influencia para los filósofos y humanistas del Renacimiento,
aunque ciertamente su mayor auge ocurrió hasta ya bien entrado el siglo XVII. Por esas fechas se
descubrió y aclaró su antigüedad. En realidad se escribieron sobre los siglos segundo y tercero
después de Cristo, pero sus autores no fueron egipcios sino griegos emigrados a Egipto y su real
contenido filosófico eran el platonismo y el neoplatonismo, o más precisamente el gnosticismo.
Pero los rosacruces se encargaron de conciliar por una parte los anhelos renacentistas
producidos por el desconcierto de la época, con el contenido filosófico de los libros herméticos y
una especial interpretación de la Cábala. En suma se consideraba que el ser humano por sí
mismo posee una serie de atributos especiales, siempre latentes, que le permiten alcanzar el
máximo conocimiento sobre la naturaleza y lograr esa mutación o regeneración del alma. Se ha
insistido en señalar a Paracelso como el eslabón entre las aspiraciones filosóficas del
Renacimiento y la primera época del rosacrucismo. Mediante esa concepción del hombre, y
como respuesta concreta al desconcierto en el primer período renacentista, la existencia oculta de
los rosacruces cautivó a muchos de los más prestigiosos filósofos de la época, aun cuando en
ningún momento se aclarase satisfactoriamente la identidad de sus integrantes, ni la fecha de su
fundación ni se explicaran sus símbolos: la cruz y la rosa. Fueron muchos los hombres de
renombre que en vano trataron de ponerse en contacto con los rosacruces sin ningún éxito.
Descartes entre ellos, y tras sus fallidos intentos, por el silencio de la fraternidad, tuvo que creer
para sí que no existía tal orden y los llamados no eran más que una broma de mal gusto, eso
ocurría sobre el año 1619, cuando Descartes residía en Francfort. Poco más tarde Leibniz
también manifestó públicamente su duda sobre la real existencia de los rosacruces. En el año de
1622 fue famosa la denuncia de Lodovicus Orvius por lo que consideró una estafa: declaró haber
pagado mil dólares holandeses a un supuesto representante de los rosacruces y haber sido
expulsado de la orden al poco tiempo sin haber entrado en contacto directo con la hermandad ni
haber recibido ninguna revelación interesante y tampoco haber conocido las causas de su
expulsión; esta conocidísima versión corrobora efectivamente la suposición de estafa. Un siglo
después siguieron sucediéndose casos similares, quizás el más famoso sea el relatado por el
propio Voltaire, quien describió, cómo también el duque de Bouillon, que fue engañado en esa
forma; coincidía la estafa económica. Lo más probable en estos casos es que se haya tratado
simplemente de estafadores profesionales que aprovecharon la fama de la hermandad, y
valiéndose del interés manifestado por la gente, creyeron (los estafadores) que realmente dicha
asociación no existía.
Pero también es poco probable que los anteriores llamados de los rosacruces y sus
manifestaciones públicas como la aparición de La Fama, las Nupcias Alquímicas y la Confessio
Fraternatis Rosae Crucis fueran solamente charlatanería. Sus primeros llamados y luego su total
silencio quizá se deba a que efectivamente Andrea fue el fundador de esa hermandad junto con
Christoph Besóla y otros más, pero hay datos que parecen dar la explicación al silencio, y es la
rectificación de Andrea sobre el luteranismo, del cual después fue exponente ortodoxo y al
mismo tiempo por lo menos Besold se convirtió al cristianismo. Eso haría suponer la
desintegración de la hermandad, dejando en la atmósfera el interés sobre lo que en la antigüedad
efectivamente había sido su propósito genuino, creencia de superación y salvación para la
humanidad. Fue entonces cuando muchos estafadores aprovecharon la ocasión de obtener diner
fácilmente encontrando incautos acaudalados. Pero en aquellos momentos quizá no se hicieron
estas suposiciones y fue por eso que cayeron en la trampa muchos, además quedó la curiosidad
sobre esa misteriosa organización que tantas promesas hacía. De cualquier forma a muchos les
parecía una sandez y en cambio para otros era probablemente la esperanza, el camino que más
convendría a la humanidad.
Dentro del desconcierto y dudas en torno a la real existencia de los rosacruces hubo un libro
muy famoso Themis Áurea, escrito en 1618 por Michael Maier, que defendía vehementemente la
existencia y altos propósitos de los rosacruces. Sus argumentos exponían que los integrantes de
la fraternidad eran los representantes de los grupos secretos más antiguos, poseedores de la
sabiduría; citaba como antecesores a los magos persas y a los brahmanes hindúes. Les atribuía
asombrosos conocimientos en materia de la más avanzada medicina, religión, alquimia, magia y
filosofía. Afirmaba que el principal contenido de esa sabiduría se encontraba en el Libro M,
supuestamente escrito por Rosenkreuz. Pero esa emotiva defensa se descalificaba a sí misma
cuando el propio autor confesaba honestamente no pertenecer a la hermandad ni conocer
ciertamente a sus miembros ni sus procedimientos internos que seguían en secreto.
En 1619 Roberto Fludd, en Inglaterra, asumió la misma posición de defensor que Maier, sólo
que éste sí aseguraba pertenecer a la fraternidad, o al menos se manifestaba como discípulo
directo de los rosacruces. También Fludd se dedicó al estudio de la cábala, la alquimia, los libros
herméticos y de las teoría médicas de Paracelso (Fludd era médico). En su libro "Una apalogía
compendiada de la Fraternidad de la Cruz Rosada, contra la que se ha arrojado el lodo de la
suspicacia y la infamia, que ahora queda limpia y purificada por las aguas de la verdad" (A
Compendious Apology for the Fraternity of the Rosy Cross, pelted with the Mire of Suspicion
and Infamy, but now Cleansed and Purged as by the Waters of Truth), al afirmar que no
pertenecía formalmente a la fraternidad por no existir ésta como organización real, dejaba
implícita la afirmación de que al conocer la sabiduría de los preceptos rosacruces podía
considerarse miembro de ésta. Su sistema lo concebía como una filosofía natural, basada en la
observación de la naturaleza y de las estrellas; de ahí la interpretación de los "signos místicos"
contenidos en el universo. Según él, las aportaciones rosacruces eran la aportación práctica para
conocerlos y al descifrarlos obtener las respuestas a los misterios de la naturaleza terrestre y
divina, y de ahí alcanzar toda la sabiduría posible.
Desde la tercera o cuarta década del siglo XVII no se vuelven a tener más noticias sobre los
rosacruces, cuyo prestigio para entonces ha descendido a la duda burlona, pues en ningún
momento se manifestó realmente y el gran revuelo que provocó con sus asombrosas promesas
dio lugar lo mismo a vigorosas defensas que a virulentos ataques; pero lo más común era el
camino de la burla, sobre todo a nivel popular. Desde esas fechas aproximadamente parece haber
quedado olvidado el asunto hasta el siglo siguiente, en 1710, cuando en Alemania vuelven a
surgir sus noticias ratificadas siete años más tarde, dando origen nuevamente a las polémicas y
captando la atención de sus virtuales seguidores. Se tienen noticias relativamente confiables que
por los años indicados la orden existía efectivamente en Inglaterra y Francia e incluso en Rusia,
donde fue suprimida por un decreto zarista. Sin embargo en Europa tuvo auge una vez más el
interés por las ideas rosacruces, y surgieron ritos ceremoniales de iniciación que, por lo menos en
los anteriores períodos de la orden, nunca se mencionaron implícitamente. Lo mismo se dieron a
conocer los diferentes grados que podrían alcanzarse de acuerdo al avance en las enseñanzas.
También fue muy evidente el empeño de los afiliados en tratar de mostrar pruebas prefabricadas de su antigüedad.
Más tarde, hacia la quinta década del siglo pasado, el esoterismo y el interés por las "ciencias
ocultas" recibieron gran impulso. También los ideales de la época así lo exigían y de manera
indirecta propiciaron el mayor y mejor terreno para que ya, de una manera más abierta, se
establecieran las sociedades rosacruces dirigidas por el marqués Stanilas de Guiata y de Joseph
Péladan; la teosofía y lo que bien podría llamarse como antecedente de la parapsicología
causaron enorme interés principalmente entre grupúsculos de esnobistas. Por una parte se
manifestaban anticlericales hasta donde podrían serlo sin salirse de la norma, pero también se
pronunciaban en contra del ateísmo. Bien podría decirse que ofrecían una tercera opción, o
quizás una solución intermedia.
La historia más precisa de las sectas rosacruces, desde la época más reciente, podrían
encontrarse a partir de la fundación de la Societas Rosicruciana in Anglia; esto ocurrió en 1865,
como apéndice de la francmasonería; es necesario precisar ese dato porque sólo podían ser
miembros de ella los maestros masones. Sus intenciones eran las de animarse mutuamente en la
solución de los grandes problemas que entrañaban la existencia y el desciframiento de los
secretos de la naturaleza. Colaborar en el estudio de la Cábala y de los libros herméticos; el
estudio de la medicina ocupaba un sitio de especial importancia en la dedicación de las prácticas
rosacruces, pero esencialmente tratando de conservar los antiguos métodos; se dedicaban a la
enseñanza y la práctica de "los efectos curativos de la luz coloreada". Entre sus miembros más
destacados estaban Wynn Wescott y McGregor Mathers, el primero ostentaba el cargo de
coronel (un investigador especial encargado de averiguar judicialmente las causas de una muerte
que no haya sido suficientemente explicada por causas naturales y tiene facultades de ordenar un
procesamiento o declarar que no existen culpables) y el segundo, también miembro prominente,
era un director de museo, traductor de libros esotéricos y dedicado a ese tipo de estudios.
Wescott hizo un hallazgo en 1877, una serie de documentos descriptivos sobre magia y cábala
y encontró que una forma efectiva de incrementar el interés sobre esas materias era fundar otra
organización dedicada especialmente a ese fin. Así surgió la "Orden Hermética de la Aurora
Dorada" (Hermetic Order of the Golden Dawn) y el Templo de Isis Urania; ninguna de las dos
tenía nexos formales con las logias masónicas y se permitía prácticamente el ingreso a cualquier
persona interesada en el estudio de esas materias puesto que ésa era la intención, acrecentar las
investigaciones y en última instancia hacer labor de proselitismo sobre esas cuestiones. En
cambio tenía afiliación con la "Sociedad Teosófica", fundada en 1875; incluso muchos de sus
miembros pertenecían a esa misma o a otras asociaciones simultáneamente. Algunos de sus más
renombrados miembros fueron el poeta W.B. Yeats, Madame Blavatsky que escribió "Isis sin
Velos" y "Doctrina Secreta", dos libros que favorecieron también el desarrollo de los dogmas,
los ritmos y la magia; otros de sus miembros fueron: el escritor George Russell, Maud Gonne,
Annie Horniman y Algernon Blackwood.
Los grados otorgados por la jerarquía de la Aurora Dorada eran Celador, Theoricus, Practicus
y Philosophus hasta el de Portal, llegando al cual se suponía que el iniciado estaba preparado
para "recibir la luz". Pero superior a éste era el Adeptus Minor que ya estaba en posición de
alcanzar las enseñanzas del "Genio Superior". Es en este momento cuando comienza la serie de
ritos y la prestación de los juramentos que obligan al miembro de la sociedad a la mayor de las
fidelidades. El Mago Supremo era el máximo jerarca y, hacia finales del siglo XIX, el director de
museos Mathers se autonombró "Mago Supremo", creando cierto descontento entre los demás
afiliados y más aun cuando les exigió por escrito el juramento de fidelidad. Esa exigencia
propició la retirada de muchos inconformes y marcó un indiscutible conflicto interior. Poco
después el mismo Mathers fue expulsado de la orden por voto de todos sus miembros como
consecuencia de su imposición de un nuevo miembro en una clara disputa de jerarquía o poder
dentro de la fraternidad. Fue famosa una contienda a base de magia entre el ex Mago Supremo y
su antiguo protegido Aleister Crowley por quien acabó expulsado. Después de que juntos
intentaron combatir a la orden se enfrentaron en una grotesca o temeraria lucha echando mano de
todos sus recursos de magia y elementos esotéricos de combate, pasando por alto los preceptos
seguidos anteriormente que supuestamente tendían a la superación del ser humano, mediante el
estudio de las materias secretas. Era clara la inclinación de Mathers sobre los fenómenos
mágicos más que por el estudio de las energías ocultas y por la filosofía y, aunque fue expulsado
por cuestiones de ambición personal, alcanzó a dejar huella de sus preferencias por la magia. Eso
trajo como consecuencia el desprestigio de la orden exteriormente y la distinción interior; el
resultado fue prácticamente su desmembramiento total o por lo menos la total pérdida de
seriedad en sus prácticas inicialmente de intención seria.
A principios de la última década del siglo pasado se integró otra asociación, la Orden
Cabalística de la Cruz Rosada (Kabbalistic Order of the Rosy Cross), como respuesta antagónica
a las asociaciones francmasónicas. No se puede precisar cuándo desapareció esta nueva orden,
pero sí es fidedignamente conocido que surgieron ahí también ciertas rivalidades interiores y, en
general, corrió la misma suerte que su antecesora, con la añadidura de que esta vez los grupos
antagónicos se mantuvieron más o menos unidos y eso determinó la formación de otras dos
sociedades. Una de ellas siguió existiendo hasta casi el final de la primera mitad de este siglo.
Aunque el tronco principal de ambas aceptaba la admisión de católicos. A partir de este sector,
se podría decir, se extendieron las doctrinas rosacruces hacia América, ubicándose primeramente
en Estados Unidos, donde, en 1915, se fundó la Antigua Orden Mística Rosae Crucis o AMORC
(Ancient Mystical Order Rosae Crucis); establecida abiertamente en San José California; en sus
instalaciones y obras patrocinadas se encuentran un museo de ciencias, una biblioteca abierta al
público y un planetario de observación, igualmente abierto a todo el público.
A partir de esa fecha la historia de los rosacruces en Estados Unidos puede conocerse de
manera más o menos precisa y nuevamente ha retomado sus cauces originales, aunque quizá ya
más realistas, es decir, menos salpicados de ideas cabalísticas y de magia exóticas. Es decir, se
mantienen en su posición de llegar a desentrañar los profundos misterios de la vida por medio
del estudio de las fuerzas y energías ocultas. A los aspirantes no se les pide ya jurar fidelidad ni
guardar secretos sobre los ritos de iniciación que no existen, sino que el único requisito es el
juramento de creer en alguna fuerza superior, o sea, implícitamente se rechaza el ateísmo pero no
necesariamente se pide la práctica de algún culto religioso y también, admitiendo esa diversidad,
se trata indirectamente de conciliar las divergencias entre católicos protestantes o seguidores de
otras religiones. La sabiduría esotérica sigue predominando y la labor de convencimiento, el
proselitismo, se hace de manera más abierta insertando anuncios en la prensa. Por una parte
venden una especie de amuletos "magnéticos" que surtirán efectos siempre que el usuario crea en
su poder curativo; en última instancia es la sugestión comercial, y parece ser, efectivamente, que
la intención de los auténticos rosacruces no es precisamente lucrativa, si recurren a ese tipo de
promociones es para financiar investigaciones, planetarios, bibliotecas, etc., y siguen
necesariamente empeñados en desentrañar por sus propios métodos, los misterios de la
naturaleza. Se admiten criterios científicos, lo cual podría permitir aventurar pronosticarles
todavía una larga vida, siendo para muchos de sus miembros un reencuentro espiritual en este
mundo cada vez más alejado del desarrollo y evolución del humanismo.
EL KU-KLUX-KLAN
Desde su aparición, poco después de la segunda mitad del siglo pasado hasta la fecha, el Ku-
Klux-Klan ha sobrevivido en tres etapas especialmente interesantes por sus características y
finalidades. De todas las sociedades secretas quizá sea ésta la que mayor curiosidad sociológica
representa por su bien definido contenido ideológico. El Ku-Klux-Klan ha sido una organización
surgida de los más importantes momentos históricos de Estados Unidos; sus ideales se insertan
en los conceptos nacionalistas más arraigados en ese país, aunque en este caso, fuera de toda
legalidad, valiéndose de los más crueles métodos y los más hábiles procedimientos de
corrupción.
Una característica interesante del Ku-Klux-Klan, como detalle distintivo sobre otras
"hermandades" es la indumentaria utilizada por los miembros de esa sociedad secreta para sus
públicas apariciones: túnica y capucha blancas para hacerlos irreconocibles, incluso entre sí
mismos, propiciando en esa forma la intromisión de gente ajena al movimiento que amparada en
ese anonimato, aprovechaba la ocasión de cometer tropelías o tomar venganzas personales.
Si bien los momentos de mayor actividad del Ku-Klux-Klan se conocieron a fines del siglo
pasado, a principios y tercera década del presente, todavía, por los años sesenta, la existencia de
esos núcleos fanáticos siguieron aterrorizando a sus víctimas e incluso llegaron a inquietar a los
mandatarios norteamericanos. Pero todavía, aunque más esporádicamente en los años más
recientes de la presente década, han seguido apareciendo para protestar por la integración racial
de negros e inmigrantes y eventualmente "escarmientan" a alguno de los que no pertenecen a la
"superraza americana", cuya superioridad pretendían preservar los fundadores de esta
organización.
La discriminación racial apareció en el mundo hacia finales del siglo XVI, pero se manifestó
en su forma más fanática en Estados Unidos después de la Guerra Civil. Hasta antes en ese país
se consideraba que el negro era un ser ligeramente superior a la bestia pero sin llegar a alcanzar
el rango humano del hombre blanco. Su dedicación al trabajo como esclavo era la forma natural
de vida; la esclavitud, viejo sistema conocido aún en los pueblos antiguos más sabios y
poderosos, como Grecia y Roma, se justificaban en nombre de la riqueza.
Al producirse la escisión entre los líderes revolucionarios del norte y sur de Estados Unidos y
vivirse una época de belicosidad, la imposibilidad de mantener a los antiguos esclavos en esa
condición, determinó tratar de obligárseles a la vida más miserable coartando por completo el
desarrollo de sus capacidades personales. Sólo por el color negro era imposible llevar una vida
normal en la floreciente democracia americana. El dueño de restaurant, de cualquier almacén y
los prestadores de servicios, en general, se negaban a colocarse en el plan de servidores de sus
antiguos esclavos. La libre empresa norteamericana inmediatamente después de la guerra civil
hizo diferenciaciones para la venta de sus productos. La mayoría de los comerciantes se negaban
a vender a los negros, y ésa era la oportunidad de ejercer la segregación racial y, aunque
oficialmente estaba abolida la esclavitud, el blanco pretendía mantener su supremacía racial —
sobre todo económica— por encima de las aspiraciones y legítimos derechos humanos de los
negros.
El carácter político, ideológico y económico de esta actitud se manifestaba igualmente en la
persecución contra cualquier otro inmigrante de características raciales diferentes a la europea e
incluso sobre cuestiones de tipo religioso: los cristianos y los judíos también eran perseguidos.
Hasta en ese entonces la población estadounidense se había formado con inmigrantes ingleses,
irlandeses, holandeses, etc., todos pertenecientes a razas anglosajonas que aseguraban cierta
similitud para la creación de una nueva nación sin fundamentos históricos culturales propios. La
cultura comenzaba ahí mismo; la hacían esos esforzados aventureros que en Europa eran
miserables campesinos o sirvientes, que encontraron en la nueva América la oportunidad de
hacer fortuna y convertirse en respetables señores, respetabilidad lograda mediante la infalible
fórmula de la riqueza. La integración racial de esos grupos, manteniendo la conveniente distancia
entre negros y otros grupos étnicos, determinaría el carácter definitivo de la nueva América. Sus
colonizadores anglosajones procuraron el casi total exterminio de la población indígena
autóctona. Los negros residentes en el nuevo mundo habían sido arrancados de las selvas
africanas como producto de caza, bien cotizado en Europa y América donde se vendían como
animales, considerando sus características de edad, sexo y condiciones físicas.
Era claro entonces que a la nueva América, a los forjadores de esa joven nación no les
agradaba compartir su riqueza con los negros, esclavos, objetos de propiedad, seres considerados
ligeramente superiores a la bestia pero definitivamente inferiores al hombre blanco. Los
norteamericanos de mitad del siglo pasado, que protagonizaron el cambio democrático de
Estados Unidos, sentían que la riqueza y la formación de ese país correspondía exclusivamente a
la población blanca, pasando por alto la fuerza de trabajo que aportaron millones de negros en su
calidad de esclavos, utilizados como simples herramientas de trabajo, sin respeto a su condición
humana. El triunfo de las fuerzas del norte sobre los demócratas sureños significaba además la
abolición de la esclavitud, el reconocimiento de los negros como seres humanos con plenas
facultades e igualdad ciudadana que los blancos. Es decir, con capacidad de sufragio y sujetos a
todas las disposiciones legales establecidas constitucionalmente.
La fundación del Ku-Klux-Klan se registra casi con absoluta veracidad sobre el año 1865, más
que como una reacción de persecución fanática contra los negros, como respuesta política de los
ex combatientes sureños que, derrotados como ejército, disfrazaron su abierta oposición al
gobierno del norte en la formación de una sociedad secreta que se proponía purificar su región
mediante actos terroristas. Si pudiera hablarse de precursores del terrorismo en América, serían
los miembros del Ku-Klux-Klan puesto que inicialmente esa organización se concibió para evitar
que los negros disfrutaran de los derechos conseguidos por el triunfo de las tropas del norte. Esto
era una oposición política, contraria al orden constitucionalmente establecido. El klan actuaba en
el anonimato; su atuendo, además de servir para ocultar el rostro, tenía como objeto intimidar a
los supersticiosos negros; la táctica era aparecer cabalgando por la noche espantando a los negros
que no sabían si veían fantasmas u hombres poderosos capaces de beberse de un solo trago un
galón de agua. Al principio los klansmen se contentaban con llegar a la humilde casa de un
negro, pedir agua y simular que la bebían de un sólo trago, cuando en realidad la vaciaban a un
recipiente previamente preparado para esa farsa, oculto en sus ropajes. Al terminar pretendían
despedirse de los negros estrechándoles la mano con un brazo cadavérico que también llevaban
preparado. La degeneración a la violencia comenzó cuando algún negro se comportaba
"altaneramente", y era castigado. Primeramente se le amenazaba pintando en rojo "K.K.K." sobre
la puerta de la víctima, luego se le azotaba, pero no se había llegado a cometer ningún crimen.
El fundador y primer dirigente del Ku-Klux-Klan fue Nathan Bedford Forrest, famoso en la
guerra civil por su combatividad como general de las fuerzas sudistas, y por su encono contra los
negros. Al respecto, debió su celebridad por la matanza de soldados negros prisioneros en el
Fuerte Pilow ejecutada bajo sus órdenes. Como militar depuesto en la derrota del sur, poco podía
hacer en contra del gobierno republicano; así que encontró la coyuntura a su descontento en la
formación de un grupo secreto. Acto que consumó en el año 1865 en Pulaski,-Tennessee. Sus
primeros miembros no fueron más de una docena. Todos encapuchados constituyeron el Ku-
Klux-Klan; el significado de este nombre tal vez corresponda al vocablo griego kuklos, círculo y
a klan, palabra de origen escocés. El propósito de ese grupo era "depurar" la zona sureña de
estafadores forasteros, especialmente de los venidos del norte, también se dirigían contra
"malvivientes", gente que protegiera a los negros y contra éstos cuando pretendían hacer valer
sus derechos recientemente reconocidos. Por lo menos a sus comienzos Forrest concibió al klan
como un grupo de carácter temporal, que una vez cumplidos sus propósitos se desintegraría. Sus
razones eran principalmente políticas, combatiendo alternadamente la influencia de los
republicanos radicales con vejaciones y agresiones físicas contra los negros. A toda costa
trataban de mantener la segregación racial e incluso llegaron a pedir que el Congreso legislara
para mantener a los negros como siervos, ya no esclavos, pero sí carentes de todo
reconocimiento ciudadano.
Por sus propósitos políticos y escandalosa persecución contra los negros, que pronto degeneró
en repugnantes crímenes, la existencia del Klan constituyó una preocupación para los
republicanos del norte. Las filas de esa organización se fortalecieron y sólo en 1868 sus
miembros llegaron a sumar aproximadamente 500.000, que durante cuatro años, precisamente de
1868 a 1872, cometieron incontables crímenes y otros tipos de vejaciones. La cifra es tan grande
que ni siquiera se han hecho aproximaciones, pero un dato puede dar la dimensión de los
acontecimientos por aquella época. Sólo en el Estado de Carolina del Sur, en medio año se supo
con certeza, comprobadamente, que el Klan fue responsable del linchamiento de 35 negros. Casi
trescientos más fueron golpeados y un centenar y medio más no sólo vejados y golpeados, sino
mutilados y quemados vivos. Esto ocurrió sólo en media docena de distritos de ese Estado. Quizá
este dato sea el único que da una referencia más o menos precisa de las actividades del Klan
durante el mencionado lapso. Pero ésa podría ser la medida para establecer la proporción de las
atrocidades cometidas por los jinetes encapuchados y enfundados en blancas túnicas, símbolo de
la purificación que los sureños de Estados Unidos pretendían dar a sus tierras.
Forrest integró al K.K.K. con un criterio eminentemente militar, aprovechando su experiencia
como general del ejército sudista. Su campo de acción fue el sur de Estados Unidos a lo que
llamó "Imperio Invisible"; dentro de ese "imperio" hizo una división ajustándose a las
demarcaciones geográficas establecidas normalmente. Cada estado, distrito electoral, condado,
ciudad y comarca pertenecían a su territorio invisible y dentro de las jerarquías del Klan había un
dirigente que tenía bajo su responsabilidad determinada área. Era ni más ni menos el mismo
modelo de mando militar. De ahí la poderosa influencia alcanzada por el K.K. Klan en todo el
sur de Norteamérica. Sin embargo, no obstante que el ex traficante de esclavos había demostrado
grandes capacidades de mando durante sus acciones bélicas en la guerra civil, cuatro años
después de haber formado la asociación de fanáticos encapuchados en su carácter de "Gran
Brujo", ordenó la desintegración del Klan sin hacerse obedecer. Tanto el gobierno como la
opinión pública le identificaban perfectamente como fundador y máximo dirigente del Klan. En
varias ocasiones incluso concedió entrevistas de prensa, radio, explicando los objetivos e ideales
de su "sociedad secreta", pero cuando en 1871 fue requerido por una comisión investigadora del
Senado norteamericano declinó declarar sobre su participación en ese grupo que cometía los más
sádicos asesinatos y que de continuo presentaba inquietante oposición al gobierno republicano.
El primer ataque frontal dirigido contra los Klanes se produjo en el período 1870-1871 al
aprobarse las "Leyes Ku-Klux" Klan en el Congreso norteamericano. La iniciativa de esa
legislación para combatir legalmente al grupo terrorista fue debida principalmente al general
Grant que tomaba el gobierno como presidente tras la indolente participación de Andrew
Johnson, sucesor del asesinado Abraham Lincoln. Dentro de esa legislación el presidente tenía la
facultad de declarar en estado de guerra al territorio del sur y proceder en consecuencia. También
se autorizaba al gobierno federal a supervisar las elecciones y asegurarse de la participación de
los negros y aún de su elección. Durante ese período fueron encarcelados varios blancos
acusados de asesinatos y activa participación en los linchamientos a gente de color, o a sus
defensores; la inclinación del jurado era obvia según estuviese formada por negros o por blancos;
la sentencia se daba según la preponderancia de unos y otros que fallaban en favor o contra en
proporción de la representatividad. No obstante esas legislaciones y el irregular curso de esos
juicios no cesaron por completo las actividades de los jinetes encapuchados aunque el
movimiento decrecía considerablemente. Pronto sobrevino su agonía total, pero más que nada,
merced a una transacción de tipo político. Hacia el año 1877 la opinión del Congreso se inclinó a
favor de retirar los derechos electorales de los negros y a que éstos sin ser considerados esclavos
pudieran emplearse como trabajadores a cambio de la participación de los republicanos sureños
en el gobierno de su territorio, de acuerdo al juego electoral vigente.
Inmediatamente después de terminada la guerra civil, los demócratas sureños derrotados se
sintieron profundamente ofendidos por el ascenso de los negros sintiendo lesionados sus
intereses económicos pues, abolida la esclavitud, los mismos blancos tendrían que hacer el
pesado trabajo que antes desarrollaban los hombres de su propiedad sin remuneración alguna,
con la misma disponibilidad de los animales que no exigían sino alimentación y algún descanso.
La reacción que dio origen al K.K.K. era económica y política. Por una parte las legislaciones
de ese momento otorgaban al negro las mismas prerrogativas ciudadanas que disfrutaban los
blancos. Incluso el negro podía ser electo para gobernar u ocupar un escaño, eso al menos dentro
de la teoría. Ante esas opciones era difícil que quisiera ocupar las faenas más pesadas que vino
ejecutando por generaciones desde la llegada de sus antepasados africanos. El comportamiento
del negro, libertado, en ocasiones, ciertamente era altanera y, en efecto, hubo algunas represalias
directas contra los antiguos amos explotadores. También se dieron casos de violación o estupro
como actos de venganza a. mujeres blancas, pero nunca en la proporción pretendida por los
Klansmen. Esa "altanería" resultaba intolerable para los decimonónicos demócratas americanos,
sobre todo, porque ponían en peligro su estabilidad económica. Las consecuencias políticas no se
hicieron esperar, si los republicanos norteños, dominando el gobierno, favorecían esas
legislaciones, era menester dirigir sus ataques contra ellos, aunque veladamente valiéndose del
objeto de venganza más próximo, más vulnerable y más despreciado, pues no podía cambiar de
un día para otro la visión que el blanco en general tenía del ser a quien había conocido toda su
vida como esclavo. Si conmovían los asesinatos de los encapuchados en general, era por al lujo
de sadismo que utilizaban, más que por consideración a la vida' del negro.
No fueron pocos los "comprensivos" que propusieron como solución definitiva al problema de
los negros, reembarcarlos nuevamente al África de sus antepasados aunque en ese momento a
ellos ya no les perteneciera, pues a pesar del rechazo blanco, los negros en América ya habían
creado una cultura propia y también ese territorio les pertenecía. No era tan simple negarles el
derecho a vivir en esa tierra que, después de todo, ellos con su esforzado trabajo habían creado
para beneficio de otros. Por su parte los "pacifistas" trataban de hacerse los inteligentes con el
engañoso reconocimiento de la abolición de la esclavitud, pero fuera de las fronteras
estadounidenses. Mientras los negros gozaban, por lo menos en teoría, de las mismas
prerrogativas ciudadanas de los blancos, los Klansmen seguían esparciendo su violencia y
terrorismo en todo el país amenazando con originar otro enfrentamiento entre el norte y el sur.
Partiendo de esa premisa se optó por una solución política: reservar exclusivamente para la
población blanca los derechos políticos de sufragio y elección. Excluidos los negros, quedaban
en la posición de humildes trabajadores marginados, todavía a merced a los caprichos de los
"puramente americanos".
Conseguidos sus objetivos principales, el K.K.K. ya no tenía razón de existir; los sureños
recuperaron el gobierno de su territorio, lo cual también significó a los blancos, la posibilidad de
manifestarse a la luz del día, sin necesidad de recurrir a extravagantes atuendos. Otros antiguos
Klansmen se dedicaron a reconstruir la riqueza sureña, seriamente lesionada durante los difíciles
años de guerra. Los pocos fanáticos que insistían en mantener viva a la temible organización no
encontraron respuesta, ni en los atareados rancheros ocupados de sus riquezas ni en los
satisfechos políticos encargados de la administración pública saboreando sus sueños de poder.
Así, poco a poco murió el Ku-Klux-Klan; se creía que para siempre pues ya a nadie le interesaba
recordar viejas épocas. Sólo a los negros les quedaba presente en la memoria la muerte de algún
familiar, amigo o compañero o en carne propia, la mutilación, el signo indeleble de la vejación.
Para 1880 nadie quería recordar la existencia del K.K.K. pero muchos hacendados del sur de
Estados Unidos añoraban los viejos tiempos, sobre todo la comodidad de tener esclavos y vivir
una ficticia aristocracia.
El fanático espíritu racista que alentó el fortalecimiento del Klan estaba latente;
momentáneamente se encontraba adormecido pero resucitó intempestivamente en poco menos de
cuatro décadas. Una serie de factores externos determinaron que el K.K.K. renaciera en 1915 a
iniciativa de William Joseph Simmons, cuya militancia en por lo menos quince fraternidades y
asociaciones secretas similares a la de los Klansmen lo señalaban como líder del movimiento
terrorista "defensor" de los ideales nacionalistas, consuelo de status para los blancos más
miserables que necesitaban del negro para sentir cierta superioridad. Simmons como ex soldado,
clérigo y vendedor viajero de prendas femeninas, encarnaba el prototipo de fanático capaz de
empeñar su vida misma en el afán de sobresalir y aferrarse a su única alternativa de estatus pero
a partir de la opresión al negro. El momento de revivir al legendario ejército de encapuchados era
propicio por la cada vez mayor afluencia de católicos y judíos llegados de Europa, la incipiente
inmigración de latinoamericanos y el lento, pero seguro, ascenso económico de negros. Esa
situación alimentaba una atmósfera propicia para la formación de un grupo clandestino que
luchara irracionalmente contra lo que el mismo sistema del país había propiciado. Sólo hacía
falta un líder y lo mismo daba el nombre o las características exteriores. Todavía se recordaba
con callada admiración el prestigio alcanzado por el Klan durante sus mejores años, cuando llegó
a preocupar a toda la nación americana y ponía en peligro la paz en el país concluyendo en un
relativo triunfo al conseguir parte de sus finalidades. Así lo entendió Simmons y sólo con quince
seguidores reinauguró la terrorífica hermandad de encapuchados; el ritual esta vez superó el
ridículo de sus antecesores: sobre una piedra, una Biblia abierta, una bandera de Estados Unidos,
una cantimplora llena de agua bendita y una espada; mientras se prestaba el juramento se hacía
arder una cruz.
Enseguida Simmons y sus seguidores pusieron todo su empeño en reunir al mayor número
posible de simpatizantes del Klan. El "Gran Brujo" se dedicó casi por completo a esa tarea y
quedó de manifiesto el escaso valor de sus sentidos de persuasión. Alcanzó a conseguir unos
cuantos miles de miembros y estaba a punto de arruinar su economía personal y la de la sociedad
secreta cuando le auxiliaron dos comerciantes profesionales, ajenos a la causa del K.K.K., pero
bien seguros de su devoción por el dinero. Edward Young Clarke y Elizabeth Tyler dedicados a
dirigir una agencia publicitaria entraron en contacto con el desesperado Simmons y tomaron bajo
su cargo la tarea de reclutar nuevos miembros para fortalecer a la resucitada secta de
encapuchados nacionalistas y racistas, cuya afición por la violencia no podía manifestarse
directamente sino que era necesario encubrirla de alguna forma y canalizarla hacia una meta
congruente con su ideología. La experiencia de la pareja Clarke-Tyler se recomendaba por sí
misma con los resultados de su labor de recolección de fondos para la Asociación de Jóvenes
Cristianos y para el Ejército de Salvación; tal vez si alguna organización comunista hubiese
solicitado sus servicios también los habrían vendido pues para ellos no había otra convicción ni
otro interés primordial aparte del dinero. Prueba de ello es que antes de conocer a Simmons
trabajaban para un grupo cristiano y luego colaboraron con un grupo cuyos ideales no eran
precisamente los cristianos. La sociedad Clarke-Tyler firmó un contrato con Simmons en 1920 y
pronto, un año después, el Ku-Klux-Klan contaba con cien mil miembros activos y todos ellos
puntuales aportadores de sus correspondientes cuotas. Tres años más tarde el número de
Klansmen llegaba a los cuatro millones. El método era hasta cierto punto simple, curiosamente,
siendo una sociedad secreta, la clave del éxito de los agentes publicitarios —en este caso
dirigentes de la campaña de reclutamiento— consistía en exaltar los valores nacionalistas tan
arraigados en los Estados Unidos que creían consolidado el valor de su nación y la pureza de su
raza. No obstante ser "sociedad secreta", la venta de capuchones blancos a los simpatizantes y
miembros del Klan, reportaba la mayor ganancia y de paso anexaba nuevos integrantes. Pero el
mando real de Simmons duró poco tiempo; fue víctima de lo que hoy se llamaría "golpe de
estado". En 1922 cuando el renacimiento del K.K.K. había tenido fuerte repercusión
estadounidense, su resucitador eligió a Hiram Wesley Evans como hombre de confianza para el
puesto de secretario nacional. Poco tiempo después este hombre, más astuto que su favorecedor,
encontró una diplomática forma de desplazar a Simmons eligiéndolo "Emperador del Klan" pero
sin facultades de mando; en ese mismo momento despidió de la organización a la pareja Clarke-
Tyler que como amantes no eran bien vistos por otros de los dirigentes K.K.K., por disfrutar sin
inhibición alguna su relación de concubinato, opuesta a los principios morales enarbolados por el
segundo Klan. Por otra parte, dado que gracias a ellos se inició nuevamente el fervor por esa
organización, resultaban de cierta peligrosidad colocados en puestos casi directivos sin
concordar totalmente con este fanatismo que movía al americano racista. Esas fueron las causas
por las cuales el nuevo líder, Evans, los desplazó para apoderarse totalmente del mando de los
encapuchados. Uno de los ejemplos más sobresalientes del alcance del segundo Klan, bajo la
dirección del dentista Evans, fue el ascenso al poder de David C. Stephenson que, prácticamente
adueñado del gobierno de esa ciudad, repartió los puestos oficiales de más importancia entre los
más meritorios miembros del Klan. En ese estado, merced a la influencia de Stephenson, más de
medio millón de personas pertenecían a la secta de encapuchados. Evans logró introducir el
partido demócrata a muchos miembros relevantes (y decididamente fanáticos) del Klan,
asegurando de esa forma su protección estando dentro del gobierno y sobre todo su
invulnerabilidad, con la garantía de que la línea política sería precisamente la más acorde con la
ideología racista y nacionalista de los Klansmen.
En esas circunstancias, en determinados territorios de Estados Unidos, para los políticos,
pertenecer al K.K.K. era una nueva forma de ganar simpatías; muchas veces se hacía, más que
por convicción, por conveniencia. Dentro de Partido Demócrata la ideología de los
encapuchados estaba verdaderamente arraigada; en el renacimiento de la tempranamente
legendaria organización, se realizaban las añoranzas de otros tiempos. Nuevamente comenzó la
persecución de negros, extranjeros, judíos y de los exponentes de las nuevas teorías filosóficas o
sistemas político-sociales. Prácticamente toda la población del sur, aunque no militara
directamente entre los encapuchados, aplaudía con satisfacción el castigo que se daba a las
prostitutas o a los humildes obreros que no cumplían estrictamente sus deberes de esposos y no
eran responsables económica y moralmente con sus hijos, a los dedicados a placeres del alcohol
y la fornicación. En general, a aquéllos que se apartaran de la filosofía del trabajo y el
engrandecimiento de la patria dentro de la religión.
Entre las diez cláusulas componentes del juramento que hacían los nuevos miembros del Klan,
sobresalen algunos que revelan de una forma directa la peligrosidad social de la segunda etapa de
los encapuchados; requisito esencial para pertenecer a la secta, era haber nacido en Estados
Unidos, ser blanco y haber sido bautizado. Se exigía juramento sobre la creencia de que Estados
Unidos y sus instituciones, sus costumbres, su forma de vida eran superiores a todo lo existente
en el mundo en todos los aspectos, y, por si fuera poco, también se exigía jurar la convicción de
considerar la supremacía de los blancos, pero especialmente de los nacidos en Estados Unidos.
No obstante su poco éxito como líder de los Klansmen, Simmons había logrado sembrar en
sus adictos el ideal de superioridad americana sobre cualquier otra nación y curiosamente, más
que las características raciales en sí mismas (excepto el imprescindible requisito de ser blanco),
ponderaba el "privilegio" de haber nacido en los Estados Unidos. De ahí la importancia de
difundir e implantar una nueva moral, porque además de discriminar a negros, judíos e
inmigrantes no blancos, perseguían a los norteamericanos "inmorales", es decir, a los
transgresores de la ley, a las prostitutas, ladrones, malvivientes en general, y a quienes no
llevaran una vida dedicada al trabajo cumpliendo con sus deberes familiares y religiosos, sobre
todo, contribuyendo al engrandecimiento económico de Estados Unidos.
A cualquier persona ajena al movimiento en aquel momento hubiera parecido ridícula la forma
de transformar el lenguaje corriente y de "crear" una clave especial para los Klansmen. Más que
signo distintivo, bien podría considerarse infantil al abusivo uso de la letra K para casi todas sus
expresiones; una de sus reuniones más importantes era un Kónklave para identificarse entre sí
como integrantes de la siniestra hermandad, se estrechaban la mano y mantenían una peculiar
Konversación. Y, en total contradicción con sus supuestos principios religiosos, "formaron" un
nuevo "Kalendario" a partir del año de fundación de la mayoría de los Klanes de la primera
época. Los días de la semana, dentro de su Klave era lúgubre, mortal, triste, lastimero, desolado,
temible y desesperado. En realidad no hicieron alarde de imaginación pues dentro de la
enumeración se seguía exactamente el mismo orden correspondiente a la semana normal. Igual
ocurría con los meses del año, que, dentro de su nuevo orden nominal, era sangriento,
ensombrecido, horroroso, atemorizador, furioso, alarmante, terrible, horrible, fúnebre, afligido,
amedrentador y espantable. Pero ni siquiera a ellos mismos lograba atemorizarles esa absurda y
pobre invención. Sí en cambio les hacía sentir cierto secreto de su organización y contribuía a
alimentar la intención terrorífica de los fines perseguidos para acosar a quienes no comulgaban
con sus ideas, o entendían la libertad personal sólo como para dedicarse a los vicios más
placenteros.
El segundo Klan fue más, que nada, un movimiento dirigido por hombres ambiciosos de
dinero y de poder político cuya habilidad manipuló impunemente el fanatismo de la población
rural. Paralelamente a la decadencia de este movimiento quedaron al descubierto las
escandalosas maniobras venales de sus dirigentes. El máximo ejemplo se encuentra en el propio
D.C. Stephenson que, gracias a su posición de dirigente en el Klan de Indiana, hizo una fortuna
de varios millones de dólares; a ese nivel también cambiaron las tácticas de lucha del Klan, pues
si al principio sólo se les distinguía la violencia física, en esta etapa actuaban con métodos
diferentes. Para obligar a los comerciantes a realizar operaciones exclusivamente con blancos, se
comenzó por boicotear a quienes tuvieran relaciones económicas con la población negra, pero
luego surgieron otros intereses que determinaron una nueva forma de presión para objetivos
diferentes de los inicialmente perseguidos por los encapuchados: se percataron de la ventaja que
significaba formar monopolios y, estando en el dominio político del sur, determinaron el rumbo
de las operaciones económicas de los pequeños comerciantes para el beneficio de los Klanes
monopolistas y a quienes se resistieran a seguir las pautas marcadas por los poderosos, se les
boicoteaba hasta arruinarlos. Eso ocurría por los años veinte, y las víctimas, además de ceder a
las presiones se veían obligadas a formar parte de la terrorífica organización.
Fue tanto el afán de dinero que manifestaron los dirigentes del movimiento de la triple K, que
admitían en sus filas a todo aquél que apartara diez dólares. Por ese precio, cualquier asesino en
potencia obtenía la licencia necesaria para asesinar, torturar y dar rienda suelta a sus patológicas
necesidades de violencia. La capucha y la túnica blanca encubrían igual a nocturnos asesinos que
por el día llevaban una vida aparentemente respetable, como propietarios de pr
y a policías o sheriffs cuyo uniforme les impedía entregarse abiertamente a la persecución de
negros o blancos "inmorales".
Los poderíos económico y político iban de la mano; en 1924 los encapuchados dieron muestra
de su influencia y sus alcances, cuando prácticamente vetaron la participación electoral de un
candidato católico a la presidencia del país. Esa vez ni el candidato propuesto por los albos
siniestros ni el católico llegaron a la final en las elecciones, pero sí, al optarse por un tercer
hombre, quedó de manifiesto que el Klan por lo menos tenía suficiente influencia para vetar a
quienes no gozaran de sus simpatías. Este hecho fue suficiente para alertar a las fuerzas políticas
antagónicas del Klan y aprovechar la coyuntura de enfrentarlo políticamente. La oportunidad se
presentó cuando Stephenson se vio obligado a comparecer ante los tribunales acusado de violar y
mutilar a una joven en un tren. Su culpabilidad sobre éste y otros hechos de sangre quedó
plenamente demostrada; el acontecimiento por sí mismo bastó para restarle simpatías al
movimiento y que por otra parte originó una lucha interna por el poder, con temporales arreglos,
pero todo ello como síntoma de descomposición definitiva. Stephenson fue condenado a cadena
perpetua y ni por su poder político alcanzado como máximo dirigente del Klan, ni por su fortuna
de varios millones de dólares pudo alcanzar la libertad. Prácticamente todos sus antiguos
compañeros le volvieron la espalda. Eso le decidió a declarar en contra del Klan y reveló detalles
de atroces crímenes, linchamientos, turbios manejos económicos de esa organización y la
participación en actos de corrupción de varios destacados políticos y funcionarios; tanto, que un
diputado federal, el alcalde de Indianápolis, un sheriff, además de otros funcionarios, fueron
encarcelados al comprobárseles culpabilidad en las acusaciones. En los mismos delitos había
incurrido el gobernador de ese Estado, pero habiéndose aplicado la ley de caducidad de delitos
sólo él se salvó de ir a prisión. Ese desmembramiento y las luchas internas por el poder,
terminaron con el segundo klan; cuando alcanzaron la máxima algidez las consecuencias de las
declaraciones de Stephenson, los encapuchados en toda Norteamérica no pasaban de los 350.000,
cifra insignificante, comparada con sus mejores tiempos, cuando llegaron a sumar varios
millones y la militancia entre los encapuchados equivalía a un honor; se trataba en otras épocas,
de dirigir la nueva moral de la nación norteamericana, y de sentar bases indelebles para el
fortalecimiento del país más poderoso del mundo en todos los sentidos, según el ideal de sus
miembros.
Ante los escándalos y la corrupción descubierta en esa siniestra organización, los banqueros,
los ricos hacendados y demás pilares económicos del klan, decidieron retirarse aliándose a los
políticos que estaban en la cumbre del poder. Por otra parte, el fenómeno de la industrialización
ya estaba llegando al sur de Estados Unidos y había que actualizar las formas de producción. Las
antiguas comarcas agrícolas ya prácticamente carecían de importancia, en comparación con la
pujante industria que unificaba la economía de todo el país. También durante la década de los
años 30 otras hermandades menos poderosas, pero más secretas, restaron simpatías a los
encapuchados y, siendo menos fanáticas, sin sufrir el acoso policial, fueron favorecidas por
quienes sólo en el fondo buscaban diversión. Prácticamente el inicio de la Segunda Guerra
Mundial marcó el fin del segundo klan. En aquel momento el mundo estaba demasiado
preocupado por las ambiciones nazis, y los horrores del fascismo europeo se identificaban
perfectamente con la enfermiza persecución de negros, judíos y otros inmigrantes. El
antisemitismo norteamericano se equiparaba al nazismo, lo cual era antipatriotismo y de ahí que
muchos de los Klansmen, verdaderamente impresionados por las matanzas de judíos, decidieran
retirarse del movimiento de los encapuchados, aunque interiormente mantuvieran en estado de
latencia su encono hacia quienes consideraban inferiores, pero peligrosos enemigos.
Todo se puso en contra del klan, incluso el fisco norteamericano demandó el pago de más de
un millón de dólares por concepto de impuestos y eso fue suficiente para que los encapuchados
se declararan en quiebra. Antes se habían visto grotescos los esfuerzos de Simmons para
recuperar de alguna manera el poderío que alguna vez tuvo. Para ello trató de formar otra
hermandad llamada Caballeros de la Espada Flamígera pero se topó con el boicoteo del klan;
ocurrió lo mismo cuando se acordó de las mujeres e intentó formar la Kamelia, pero sólo
causaban gracia sus grotescas invenciones. Esa organización, desprovista por completo de
poderío político y económico acabó su agonía cuyo espíritu débilmente era alimentado por los
blancos más pobres del sur que no tenían otra forma de sentirse superiores que oprimiendo a los
negros y tratando de mantenerlos en la mayor de las marginaciones, evitando su prosperidad
económica.
El tercer klan fracasó prácticamente desde su nacimiento, una vez terminada la Segunda
Guerra Mundial. Lo que originó esto, además del fanatismo latente y de los temores económicos,
fue la posición que alcanzaron los negros por esas fechas, pues por una parte éstos fueron
combatientes y conocieron, aunque en guerra, el mundo europeo y se percataron de que al otro
lado del mar no se ejercía la discriminación racial de que eran objeto en América. La relación
entre un hombre de color y una mujer negra, si bien no era muy frecuente ni socialmente
aplaudida, no se censuraba; causaba cierta extrañeza pero, en general, pasaba a la indiferencia.
También, durante los años en que Estados Unidos participó de manera definitiva en esa
convulsión, las fábricas de armamentos y municiones requirieron personal en abundancia y la
mayoría de empleados eran negros porque nunca habían alcanzado ese status y eran los trabajos
más pesados. Al término fueron despedidos muchos de ellos pero ya estaban acostumbrad
nivel de vida superior y se resistían a dejar ese nivel de la noche a la mañana. Fue entonces
cuando empezaron a plantear exigencias que aterrorizaron a los blancos los fanáticos panegíricos
del racismo.
Su único momento de éxito fue en 1945, en Georgia, cuando al resurgimiento contaba con
50.000 miembros aproximadamente, pero en el espíritu de muchos norteamericanos se le seguía
identificando con el nazismo y eso le restaba simpatizantes. Los negros exigían igualdad de
derechos con respecto a los blancos tratando de hacer valer las garantías constitucionales, pero
las condiciones habían cambiado y la estrategia de los partidos políticos observó la conveniencia
de manejar esa situación y allegarse el electorado de color a cambio de mínimos
reconocimientos, pues el mismo sistema se encargaría de marginarles; no intervendrían
directamente en un proceso de cambio, todo lo dejarían al tiempo, la directriz económica la
marcaban los blancos y de ahí se podía sostener la seguridad de no alterar el orden, practicando
el racismo sutilmente, valiéndose de la demagogia. Para los aspirantes a ocupar puestos de
elección popular el apoyo del temible Ku-Klux-Klan, lejos de beneficiarles en las nuevas
circunstancias, les sería perjudicial.
Murió por si mismo aunque todavía sigue apareciendo como recurso de desesperación de los
blancos sureños más incultos y deseosos de venganza, sabiendo que la justicia hecha y aplicada
por blancos será más benévola con ellos cuando se trate de juzgar un atentado a los negros. Hay
también quienes no perdonan el triunfo negro, y la población inmigrante de países
latinoamericanos hoy comparte esa discriminación que se hace ya no en segregarles de
determinados sitios públicos o escuelas, sino en mantenerles sometidos por el sistema
económico, imponiéndoles un tipo de trabajo despreciado por los blancos y cerrando su
participación como candidatos en los cargos público? del gobierno. El espíritu sigue latente, por
eso no es de sorprender que últimamente en ese país, como también en otros europeos, surjan
nuevamente grupos sicópatas que
Han sido muchas las historias divulgadas en torno a esta extraña asociación cuyos fines han
cambiado de una época a otra, de un tiempo a otro. Sus orígenes más antiguos se encuentran en
Italia desde el siglo pasado; en el sur de ese país se formó el movimiento clandestino rubricado
por una mancha de tinta hecha con una mano estampando su huella en los sitios donde cometía
sus atentados, de ahí recibió el nombre que la hizo famosa en todo el mundo. Mas por otra parte,
a principios del siglo, apareció la misma agrupación en Estados Unidos dominando el mundo del
crimen en Nueva York, Chicago, San Francisco y Boston, en los tiempos en que los inmigrantes
italianos hacían florecer la delincuencia en esas ciudades, mediante métodos nunca antes
conocidos y que pasaron a formar parte de sus modalidades de delincuencia más tarde con la
expansión de la mafia.
Por lo general se piensa en "La Mano Negra" como una asociación única y exclusivamente
delictiva, pero no es del todo exacta esa consideración, pues también, como otras fraternidades
secretas, se amparó en objetivos nacionalistas, tanto que a ella, indirectamente se le ha atribuido
el atentado que desencadenó la Primera Guerra Mundial. Ahora, que haya habido conexión
directa entre los rebeldes servios y los gángsters norteamericanos, es una cuestión menos que
probable. Sin embargo no puede dejar de mencionarse, aparte de su homología, la similitud de
métodos, y quizá la repetición del modelo de organización.
En otros países, como España, "La Mano Negra" se hizo presente en conspiraciones de tipo
popular, principalmente en las regiones andaluza y catalana. La represión oficial se vio en serios
apuros para restaurar su dominio de la situación. Las primeras noticias que se tuvieron en la
península ibérica de la existencia de esa agrupación clandestina fueron hacia 1882, por lo que-se
cree que encontró sus antecedentes o inspiración en algún modelo homónimo surgido en Italia,
Alemania y Francia y fue llevado a España por inmigrantes de vuelta en su país con ideas
liberales decididos a aprovechar para su patria la experiencia de la organización revolucionaria
tan efectiva en otras naciones europeas.
Pero no es por sus actividades revolucionarias de índole nacionalista que se conoce a la Mano
Negra en el mundo, sino por sus más vergonzantes coacciones ejecutadas en Estados Unidos
hasta hace unas cuatro décadas, fecha en que se cree fue eliminada totalmente. Sus integrantes
fueron procesados, otros muertos en enfrentamientos, con la policía o en ajustes de cuentas entre
sí y con otras bandas; hubo quienes se dedicaron al crimen independiente formando bandas fuera
de otras asociaciones o actuaban solos, lo mismo que pasaron a formar parte de poderosas
agrupaciones mejor organizadas como la mafia.
El acontecimiento que originó las fricciones que tuvieron su desenlace en el estallido de la
Primera Guerra Mundial fue el asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero de la
corona austríaca, en Sarajevo, capital de Bosnia, el 28 de junio de 1914; ese atentado fue
atribuido a un joven estudiante militante de la "Crne Ruka" ("La Mano Negra"), asociación
subversiva secreta integrada por la nobleza y por oficiales servios que se oponían a la expansión
territorial, económica y política de la monarquía austríaca. Tras el atentado el gobierno de
Austria exigió al reino de Servia que aclarase inmediatamente ese trágico acontecimiento, pero
como no se conformaba con la versión de los servios, comunicó su decisión de intervenir
directamente en las averiguaciones correspondientes destinando una comisión policial
representativa del régimen austríaco. En respuesta el rey Pedro I presentó su rotunda negativa atales intromisiones sabiendo que mayores consecuencias las resolvería con el ofrecimiento
anterior del gobierno zarista de apoyarle militarmente si entraba en conflicto con el imperio
austro-húngaro; así se inició la Primera Guerra Mundial. El asesinato del heredero del trono
Francisco Fernando de Habsburgo fue la chispa que encendió la mecha, el peligro de guerra
flotaba en el espacio, cualquier otro acontecimiento hubiera determinado el inicio del
enfrentamiento bélico. Tal vez haya sido simple coincidencia que un apocado estudiante
nacionalista disparara sobre los ilustres visitantes cuya presencia era calladamente repudiada por
los servios, pueblo y gobierno. Además de La Mano Negra, había otros grupos nacionalistas
opuestos al avance austríaco, deseosos de impedir la expansión austríaca en su territorio
disminuido y sometido por la fuerza de un imperio.
La sociedad secreta (La Mano Negra) a la que pertenecía el estudiante Gavrilo Princip, autor
de los disparos contra Franscisco Fernando de Habsburgo, se había fundado a principios del siglo
con el objeto de combatir la expansión del imperio austríaco. No se sabe la fecha exacta de su
nacimiento pero sí se tiene la certeza de haber sido en los primeros años de este siglo. Al igual
que otras fraternidades anteriores en países vecinos habían combatido clandestinamente con
efectividad colaborando con los levantamientos de líderes revolucionarios, la Crne Ruka se
impuso como meta expulsar a la monarquía austríaca dé los Balcanes y recobrar la autonomía
nacionalista tan diversa que encerraba el imperio extendido sobre los actuales territorios de
Austria, Hungría, Checoslovaquia, parte de Italia, Polonia, Rumania, Yugoslavia y Ucrania, y
fundar el reino de la Gran Servia, es decir, un nuevo imperio balcánico.
El punto de conflicto apareció por el despotismo de ese imperio y por el deseo nacionalista de
vivir de acuerdo a tradiciones propias, a desarrollar su cultura autóctona, conservar su lengua,
pero sobre todo vivir bajo un sistema de gobierno propio. No se planteaba el abolir un sistema
monárquico, sino instaurar una monarquía propia, la oposición era contra la invasión extranjera.
En ese objetivo estaban identificados gobernantes, nobleza, altos oficiales representantes de la
aristocracia y pueblo en general, era unánime el repudio al sometimiento extranjero. Su pasado
inmediato los ligaba al dominio turco en los Balcanes. Apenas en 1877 Servia se había separado
de Turquía formando un pequeño reino independiente a punto de ser borrado y su territorio
nuevamente absorbido, pero esta vez por el imperio austríaco. Entonces toda la atención de los
servios se dirigió a prevenir la invasión de otra monarquía. Austria avanzaba hacia esa dirección,
ya se había anexado otros territorios, era evidente su próximo paso, sus intenciones no se
disimulaban.
La reacción general fue de defensa, pocas veces se ha visto tanta identificación entre el
gobierno monárquico y el pueblo en un interés común, se estableció una mutua colaboración
implícita, pues la posición oficial de la monarquía servia recomendaba discreción, no tenía
capacidad suficiente para oponerse a un poderoso enemigo.
Antes de llegar a ese entendimiento se produjeron otros trágicos sucesos: el rey servio
Alejandro I manifestó una línea política de sometimiento a los intereses austríacos, fue más bien
complaciente. Eso provocó la reacción contraria de la aristocracia desligada de la dinastía de los
Obrenovich, el pueblo se opuso a su gobierno y el resultado fue que el monarca murió asesinado
en 1903, su esposa también fue víctima del atentado. Quedando el trono vacante, la dinastía
Karageorgevich colocó a la cabeza del gobierno a Pedro I quien se mostró más favorable al
sentir popular compartido por la nobleza y por los altos oficiales del ejército.
El avance invasor de la corona austríaca se manifestaba en hechos concretos por los cuales
había razones efectivas de temor: en los años 1908 y 1909 añadió a su dominio las provincias de
Herzegovina y la de Bosnia. Esos acontecimientos exigían una respuesta de la disidencia servia,formalmente no podían oponer resistencia al imperio austro-húngaro por sus claras desventajas
ni era conveniente desde el punto de vista político, no había suficientes elementos que
permitieran contar con cierto margen de seguridad de éxito en un conflicto armado. Más tarde
Rusia ofreció su apoyo militar para resistir a una invasión o para frenar el avance austríaco, pues
al gobierno zarista tampoco convenía tan ostentosa expansión.
Ese era el clima político en el imperio servio a principios de siglo, cuando (en 1911) surgió la
Crne Ruka —La Mano Negra—, formada por gente del pueblo, pero en sus puestos dirigentes
ocupada por la aristocracia, incluyendo a oficiales de alto rango en el ejército real. Al poco
tiempo de su fundación reunió en sus filas a más de diez mil militantes, todos asociados bajo la
clandestinidad, pues sus intenciones de conspiración no podían presentarse públicamente ni
aunque los principales miembros contaran con la égida real. De hecho el gobierno de Pedro I dio
su beneplácito y a través de gente de su confianza sancionaba sus actividades aprobando o
rechazando planes. De la misma forma indirecta la financió durante muchos años permitiendo su
fortalecimiento, sin embargo, paulatinamente, sin llegar a prohibirla formalmente fue
desligándose de ella.
En 1914 el anuncio de la visita oficial a Sarajevo, de Francisco Fernando de Habsburgo causó
indignación popular; la nobleza tuvo que reprimir su descontento por conveniencias políticas,
pero la Crne Ruka encontró ahí la oportunidad de demostrar su fuerza haciéndole ver al imperio
austro-húngaro cuál era su posición ante sus propósitos expansionistas. Era una romántica form
de descubrir un movimiento de resistencia formado de antemano en previsión de posibles
invasiones, poco podía hacer la oposición popular frente al poderío militar del mejor ejército de
Europa. La guerra tenía que estallar, las potencias se habían armado preparando las condiciones
para la guerra pero nadie se atrevía a dar el primer paso, hacía falta un pretexto y ése do dieron
los servios.
Realmente el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Habsburgo aportó la coyuntura
esperada, lo mismo hubiera servido otro incidente hasta de menor importancia. Gavrüo Princip,
el estudiante que empuñó la pistola contra el príncipe heredero de la corona austríaca, fue un
instrumento insignificante, su militancia en la Crne Ruka apenas un detalle complementario,
pues como él había miles de patriotas dispuestos a dar su vida en defensa de su territorio, de su
gobierno autónomo. La Crne Ruka exaltaba los sentimientos patrióticos profundamente
arraigados en todo el pueblo, pero no era necesaria su existencia para alentar la aversión servia
contra los austríacos. Fue, ciertamente, un detalle fortuito, fueron instrumentos de intereses
manejados a altos niveles pero, independientemente de esos antecedentes, correspondió al
archiduque Francisco Fernando ser la víctima y a Gavrilo Princip ser el protagonista que dirigió
los disparos contra el heredero de la corona repudiada. La Crne Ruka trabajó en favor de la
radicalización que estimuló a ese joven nacionalista a cometer un atentado estéril cuyas
consecuencias, lejos de ser positivas a su causa, alcanzaron trágicas dimensiones internacionales.
Tras el asesinato del archiduque, el gobierno servio se percató de sus excesos; ese atentado
concretamente provenía de una asociación solapada por la propia monarquía. La reacción de la
corona austríaca logró atemorizar a los servios pero la situación era irremediable, no había
muchas opciones diferentes al desenlace mediante las armas. No obstante, tratando de satisfacer
las exigencias presentadas por el gobierno austríaco en el sentido de esclarecer el atentado —
pero sin permitir la intromisión policial del gobierno ofendido— contra el heredero Francisco
Fernando, se lanzó a una caza de brujas quizás intentando congraciarse con su enemigo
potencial. Una caza de brujas muy simple porque los conspiradores estaban infiltrados en la
misma corte, los oficiales de mayor rango pertenecían a la Crne Ruka y en otros tiempos habían
contado con las simpatías del reino, tanto que era del Estado de donde procedían los ingresos
necesarios para financiar la conspiración.
Entonces se hicieron públicas las actividades de la sociedad secreta que, no obstante ser
conocida su existencia, se ocultaba reservando su admisión a los patriotas más decididos. El
dirigente de la organización era el coronel Dragutin Dimitrievich, oficial del Estado Mayor
Servio al servicio de Austria. Era de todos conocida la íntima relación que durante mucho tiempo
mantuvo con los miembros de la dinastía Karageorgevich, con el propio rey y demás miembros
de la nobleza. Este era un personaje popular, muy carismático, también conocido por el
sobrenombre "Apis". Al demostrarse su responsabilidad en la conspiración el gobierno servio
pretendió aplicar justicia condenándole a muerte. No dejo de sorprender la frialdad de Pedro I
cuando "Apis" fue sentenciado a la pena capital; fue muy conocida la relación amistosa de
ambos personajes y se esperaba que el indulto real anulara la ejecución, sin embargo eso no
ocurrió y el líder de la Orne Ruka murió demostrando aceptar el sacrificio de su vida por
mantener sus convicciones nacionalistas. El resto de los miembros más importantes del grupo
clandestino también fue apresado y condenado según la participación que tuviesen en esa
asociación subversiva. Varios oficiales acompañaron a Dragutin Dimitrievich, muriendo en la
horca, otros fueron sentenciados a condena perpetua y los menos fueron recluidos por cortos
períodos en diferentes cárceles.
Las ejecuciones sirvieron para demostrar hasta qué altos niveles estaba infiltrada la
conspiración, dentro de la misma nobleza, lo cual vino a corroborar al gobierno austríaco su
sospecha de que los protagonistas del atentado eran meros instrumentos de una oposición mayor,
y que efectivamente el gobierno de Pedro I, directa o indirectamente, permitió la consumación
del atentado. Las simpatías populares hacia la Crne Ruka eran demasiadas como lo era el
rechazo al imperio austríaco; no obstante el desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial,
Pedro I quiso sentar precedentes de justiciero, comprendió que las sociedades secretas en el
futuro podrían conspirar contra su propio gobierno, y al mismo tiempo cuidaba su imagen ante el
exterior. La fraternidad quedó aniquilida definitivamente hasta después de 1918, pero más que
nada por las consecuencias de la gran tragedia.
"La Mano Negra" en Italia se cree que aportó iniciados que más tarde se destacaron en otras
hermandades criminales como "La Mala Vita" en Nápoles, "La Mafia" en Sicilia y otras
similares. La mano negra fue también símbolo utilizado por estafadores independientes que,
aprovechando la fama de esa "organización" tal vez ficticia como tal, extorsionaron a incautos
hombres acaudalados en Estados Unidos y en Italia. El procedimiento era simple y efectivo: se
hacía llegar una carta que exigía determinadas cantidades de dinero a cambio de protección o
bajo amenaza de secuestro y muerte de alguno de los miembros de la familia coaccionada. Como
única firma se estampaba una mancha de tinta impresa con la mano extendida. El método dio
resultado pero no hay pruebas concluyentes que permitan suponer la real existencia de una banda denominada así.
Los emigrantes italianos que hicieron florecer el crimen en Estados Unidos formaron cuarteles
generales en las ciudades más importantes como Nueva York, Chicago, San Francisco, Boston y
otras, donde efectivamente el número de delincuentes de origen italiano, agrupados bajo grupos
"familiares" sólo en la primera década de este siglo (de 1900 a 1910), llegó a sobrepasar los
15.000 miembros, todos dedicados única y exclusivamente a negocios ilícitos, involucrados en
asesinatos y demás actos de violencia cometidos en los bajos mundos, en el control del tráfico
ilegal y otras acciones ilegales. Pero la época de esplendor de la mafia, la organización formada
por emigrantes italianos —en particular de Sicilia— llegó varias décadas después.
En España a raíz de un sonado asesinato se conoció la existencia de un grupo subversivo
también denominado "La Mano Negra", que se cree fue exportación directa de los grupos
secretos que combatieron en Italia y en Francia por el derrocamiento de los gobiernos
monárquicos de naciones extranjeras. En 1822 fue rescatado un cuadernillo con manuscritos que
descubrían los fines y reglamentos de una fraternidad subnominada "Los Pobres Honrados contra
los Ricos Tiranos". A lo largo de varias parrafadas a manera de introducción se alude a las ideas
expuestas en periódicos y revistas de definidas tendencias socialistas. Se detalla el reglamento
interno para los miembros de la hermandad, los comunicados y sentencias para traidores y
enemigos.
El descubrimiento de la existencia de esa agrupación clandestina se produjo por el asesinato
de un matrimonio sumamente conocido y prestigioso en la localidad de Jerez de la Frontera,
precisamente en el año 1822. En el lugar del crimen se encontró el mencionado documento que
seguramente cayó al suelo sin que su propietario se percatase del extravío, pues eso revelaba la
conspiración que iba más allá de asaltos a caciques acaudalados.
Entre otras cosas, aclaraba que todos los partidos políticos son iguales; se pronunciaba contra
la propiedad del sistema capitalista, textualmente decía: "Es ilegítima toda propiedad adquirida
con el trabajo ajeno aunque sea por la renta o por el interés, sólo es legítima la adquirida por el
trabajo directo y útil". Ese mismo documento insistía en la condición secreta de la agrupación
formada para defender los intereses de los pobres y combatir a los ricos tiranos. Se describía la
forma de iniciación que incluía varias pruebas —de ideología, convicción, extracción económica
y física— para poder ser admitidos. Quienes habían ingresado a la fraternidad comprometían
hasta su vida y las escasas propiedades en favor de su movimiento y de los demás hermanos en
apuros.
La clase campesina andaluza explotada por el cacicazgo apoyó a esa agrupación otorgándole
su ayuda y protección en sus actividades subversivas, dirigidas contra los intereses de los ricos.
La forma de organización copió fielmente los modelos de otras sociedades secretas
correspondientes en Italia. Se integraban pequeñas células cuyos representantes accedían a otras
microorganizaciones de mayor rango y así sucesivamente. La breve rebelión encontró campo
propicio en varias provincias ibéricas, lo mismo en la región andaluza que en la catalana.
Presentaron valiente resistencia a las fuerzas de represión oficiales los grupos asentados en Jerez,
Arcos de la Frontera, La Línea de la Concepción, Ubrique, Lebrija, Ronda, Paterna, Bosnos y
Puerto de Santa María. En todos estos lugares, cuando cometía algún atentado vandálico contra
las propiedades de los ricos dejaba como huella reivindicativa una mano impresa con tinta en la
puerta del sitio atacado, de ahí que se le nombrara directamente "La Mano Negra" y no como se
autonombraba en su estatuto. "Los Pobres Honrados contra los Ricos Tiranos".
La mayor represión gubernamental se produjo en Cataluña donde se exterminó por completo
la insurrección sin que hubiera arraigado mayormente en las capas populares con suficientes
motivos para llevar más lejos ese movimiento. Pero todavía, en tiempos de la Segunda
República, se habló de las actividades de La Mano Negra y, en efecto, es probable que algún
reducto de asociados siguiera cometiendo actividades subversivas. Su relación directa con las
organizaciones homónimas surgidas en otros países europeos se explica mediante la emigración
de trabajadores españoles que pasaron largas temporadas en Italia, Francia, Alemania y otras
naciones, donde quizá se empaparon de ideales subversivos, viendo el resultado de la
conspiración. En España fue un movimiento independiente, es decir, no tuvo nexos directos con
los modelos del extranjero, surgió con sus propios recursos, copiando sólo algunos rituales de
iniciación, tal vez para reforzar la decisión de militancia. La organización por células era una
necesidad natural de protección y conocido el sistema se aprovechó fielmente, pues al margen de
diferencias raciales la dinámica de grupos produce, por lo general, los mismos resultados.
Ha de puntualizarse que en todos los casos donde apareció la agrupación "La Mano Negra"
sólo hubo formas espontáneas de rebelión, no hubo conspiración internacional interrelacionada
ni mucho menos procedente de una dirigencia central. En cada nación adoptó los modelos
propios de sus condiciones de lucha y objetos precisos. Por ejemplo en España no se combatía
exclusivamente la monarquía borbónica como ocurrió en Italia; el enemigo era el mismo español
explotador, el régimen por supuesto favorecía ese orden de cosas pero al campesino le afectaba
más directamente el acaparador que tenía cuantiosas fortunas sin esfuerzo personal de trabajo.
En Italia el objetivo era la expulsión de las monarquías extranjeras y la unificación nacionalista
de su territorio en manos de la aristocracia de reinos ajenos a su tradición. En Servia se luchó
incluso al lado de la monarquía en defensa de intereses nacionalistas amenazados por la
expansión austro-húngara.
Ni siquiera es probable la conexión directa entre los modelos organizadores en su primera
versión. Aunque las fraternidades eran secretas, algo se sabía de su composición interna y un
breve informe sobre su sistema de células habría bastado para copiarlo fielmente y aplicarlo en
defensa de los intereses propios de cada grupo insurrecto.
Pero la versión de "La Mano Negra" más famosa e imitada, ésta sí por inspiración directa, fue
la expandida por los Estados Unidos en el momento en que esa nación representó la nueva
esperanza para el mundo europeo decadente. América ofrecía todas las alternativas de riqueza;
llegaban al Viejo Mundo fantásticas noticias que hicieron a cientos de campesinos italianos
abandonar sus estériles tierras y lanzarse en busca de otras formas de vida. Se encontraron con
dificultades, pues no todo era el paraíso, sin embargo esa sociedad, todavía no tan contaminada,
era prácticamente virgen para permitir el florecimiento de la delincuencia al estilo italiano y en
esas condiciones efectivamente ofrecer un paraíso donde se podían reunir fabulosas fortunas sin
pasar por el esfuerzo del trabajo honrado.
Pocas sociedades secretas han tenido tanta significación política como el Mau Mau cuya
definición no cabe en clasificaciones generales; el Mau Mau fue algo más que una liga secreta y
sería inexacto considerarle únicamente como grupo terrorista. Tampoco se trata de una sociedad
puramente nacionalista ni de un clan defensor de sus compatriotas kenianos marginados; su
acérrimo rechazo a la colonización británica no se limitó exclusivamente a un anhelo de
emancipación nacional. Sería mucho menos válido argumentar su xenofobia como inspiración
principal; igualmente quedan descartados virtuales móviles de carácter expansionista y aún el
deseo de autogobierno. Sin embargo, al explicar su singular composición, se advierte que cada
elemento de los antes mencionados, influye decisivamente en las acciones desarrolladas por esta
secta cuya estructura formal guarda asombrosas semejanzas con otras famosas asociaciones
secretas como la masonería, por ejemplo, sin que se tenga conocimiento fidedigno de alguna
relación entre ambas ni siquiera para considerar que haya habido ocasión de copiar ritos de
iniciación como por su similitud podría suponerse. El fenómeno Mau Mau es todavía más
complejo: combina efectivamente finalidades nacionalistas pero carentes de una ideología
definida, dado que su pronunciación por la liberación del colonialismo británico no se sustentaba
en el legítimo derecho de independencia, sino que se tomaba como vía de recuperación de las
tierras cuya posesión, más que medio de riqueza y sentido de propiedad, representaban un
trascendental simbolismo cultural. Los elementos componentes del Mau Mau son al mismo
tiempo políticos, raciales, religiosos; en suma, culturales.
El Mau Mau surgió en Kenia cuando este país formaba parte de las colonias británicas en
África; aunque su fundación se originó tras una serie de acontecimientos políticos, su carácter
nacionalista debe mencionarse, puntualizando la división interna de las tribus de ese territorio. El
más radical rechazo a la intromisión británica correspondía exclusivamente a un beligerante
sector kikuyu agrupado en torno al Mau Mau. Sus objetivos eran:
Recuperar las tierras que por tradición les pertenecían.
Restablecer sus antiguas costumbres restaurando en esa forma la cultura autóctona, desplazada
por la colonización inglesa.
Aunque en el punto anterior queda implícito el deseo de practicar sus cultos religiosos propios,
se precisaba cómo un objetivo más cancelar la evangelización cristiana.
El movimiento de Mau Mau combatía la sumisión kikuyu ante la corona británica exigiendo
su independencia y autogobierno.
Al lograrse la autonomía se procedería a la expulsión de todos los extranjeros residentes en
territorio keniano.
El principal líder visible del Mau Mau, Jomo Kenyatta o Johnstone Kamau, también conocido
como "Lanza Ardiente", nació en el último año del siglo pasado; siendo el territorio keniano
gobernado por la corona británica, cursó sus primeros estudios en una escuela misional de la
Iglesia de Escocia; más adelante trabajó en Nairobi en una oficina administrativa y en 1922 se
inició en la militancia política en su país. Primeramente ingresó en la Asociación de Jóvenes
Mundial, la mayoría de ellos egresados de las escuelas misionales y pertenecientes a una
generación desarraigada de sus propias tradiciones, marginada de la asimilación cultural
colonialista. Estos se agruparon en la K.A.U. para luchar abiertamente por la recuperación de las
tierras usurpadas por los europeos. En aquel momento el dirigente de la asociación era Harry
Trucu a quien la policía colonial encarceló acusado de encabezar manifestaciones
antigubernamentales durante las cuales murieron varios negros. Su aprehensión causó
indignación y descontento; sus partidarios hicieron protestas públicas con la consecuencia de
violentas represiones que costaron más vidas de manifestantes negros. La KAU fue proscrita
finalmente después de esos tristemente célebres acontecimientos de marzo de 1922. Kenyatta
participó en las marchas de protesta relevándose muy pronto en los cuadros directivos de la
asociación.
Poco más tarde, apenas los ex militantes de la Asociación de Jóvenes Kikuyus, pudieron
reorganizarse, fundaron la Asociación Central Keniana (K.C.A.), cuyas finalidades aparentes
eran meramente culturales, pero en realidad era sucesora directa de la K.A.U. con los mismos
ideales e integrantes; Kenyatta también formó parte de esa nueva asociación.
Su militancia en la Asociación Central Keniana fue destacada, sin embargo no sobresale
ninguna aportación personal verdaderamente notoria; es decir, siguió exactamente las pautas
marcadas de antemano, escalando hábilmente los puestos directivos. Así, en 1928, pasó a ocupar
la Secretaría General de la K.C.A., poniendo de manifiesto su carismática personalidad que más
tarde le significaría la máxima dirigencia del movimiento Mau Mau.
El mismo Kenyatta promovió su designación como enviado de la Asociación Central Keniana
a Inglaterra para plantear directamente ante el Ministro de las Colonias el asunto que originaba el mayor descontento kikuyu y era bandera de la K.C.A.,como lo fue de su antecesora K.A.U.
Solicitó formalmente la devolución de sus tierras y presentó las bases de las exigencias kenianas
contenidas en la esencia de los objetivos de lucha abierta a través de los únicos recursos legales
disponibles, tales como la K.C.A. La petición contenía el derecho a la participación autóctona en
la dirección del gobierno colonial mediante la representación de nativos en el Congreso keniano.
El resultado de esas gestiones fue totalmente negativo. El gobierno británico se opuso a tales
peticiones. Kenyatta regresó a su tierra continuando en el mismo puesto directivo hasta el año
siguiente, 1930, cuando hizo un nuevo viaje a Inglaterra otra vez bajo la égida de la K.C.A., pero
esta vez su estancia en Londres se prolongó durante 16 años en cuyo transcurso hizo estudios
universitarios, contrajo matrimonio con una británica, Edna Grace Clarke. En la Gran Bretaña
también formó parte de asociaciones que luchaban por los derechos nacionalistas de su país;
agrupó bajo ese objetivo a los kenianos residentes en Inglaterra; tuvo contacto con grupos
izquierdistas, incluso militó en el Partido Comunista, por lo que se mencionó con mucha
insistencia, sin probarse satisfactoriamente, una visita a Moscú. En 1946 regresó a Kenia,
abandonando a su esposa e hija en Londres quienes sólo volvieron a saber de él cuando, años
después, fue señalado como dirigente del Mau Mau. En su país natal pasó a ocuparse de la
dirección de la Escuela Normal de Githunguri, donde se dedicó especialmente a hacer labor
proselitista en favor del movimiento enarbolado por la Asociación Central Keniana.
La línea de esas escuelas se compaginaba con los objetivos de la Iglesia Kikuyu de
Pentecostés Independiente y la Iglesia Ortodoxa Africana Kikuyu; dos iglesias independientes
fuertemente influenciadas por las escuelas misionales británicas; la penetración religiosa fue
tanta que un amplio sector de la población kikuyu renunció a su antigua tradición de extirpar el
clítoris a la hembra de la tribu en edad infantil.
La Iglesia de Pentecostés Independiente y la Iglesia Ortodoxa Africana Kikuyu se fundaron en
1935, en cierta forma como resultado de la colonización cultural británica, sustituyendo a las
escuelas misionales e iglesias inglesas. En las nuevas escuelas se trataba de encontrar puntos de
reconciliación entre las doctrinas cristianas y las costumbres kikuyus. Se asimilaba parte de la
cultura colonialista pero la historia africana se enseñaba con marcada parcialidad nacionalista
africana. En ese intento se trabajó con el beneplácito del gobierno colonialista durante 18 años
solamente; en 1953, cuando el Mau Mau desquiciaba la estabilidad de la dominación británica
sobre Kenia, fueron cerradas por prohibición gubernamental como presuntos centros de agitación
desde donde se celebraban juramentos del Mau Mau y como centros de adiestramiento terrorista.
La respuesta contra la subversión también alcanzó a la Escuela Normal Githunguri dirigida por
Kenyatta. Trece años antes la Asociación Central Keniana fue proscrita cuando también
Kenyatta aparecía al frente de ella. Las acusaciones la relacionaban con la labor de agentes
italianos desleales que subvertían en Etiopía. La oposición dentro de la legalidad continuó cuatro
años después cuando, nuevamente organizados los disidentes, combatieron por los mismos
ideales en la Unión Africana Keniana (K.A.U.), fundada por Eliud Mathu, quien fue el primer
miembro africano del Consejo Legislativo.
La base militante de las tres organizaciones fue prácticamente la misma; las finalidades
iguales, las únicas variaciones eran los nombres de las asociaciones y la apariencia de objetivos
diferentes para extender su labor de proselitismo. La esencia de sus exigencias emanó
directamente de la tradición kikuyu; en principio fue un movimiento de reivindicación tribal que
más adelante alcanzó mayores dimensiones, principalmente porque los colonizadores ingleses no
le dieron la importancia debida o porque no entendían el fenómeno complejo de la cultura
kikuyu.
El origen de la lucha del Mau Mau se encuentra realmente en las costumbres de la tribu
kikuyu, desde su creación; según la tradición sus raíces fueron Gikuyu y su esposa Muumbi
quienes procrearon nueve hijos con el favor del dios Negai, hace ocho siglos aproximadamente.
Hacia finales del siglo XVI el crecimiento de la tribu había sido tal que su influencia alcanzaba
más allá de la orilla del río Chania por el sur y hasta el Nyeri, en las faldas del Monte Kenia, por
el norte. En una de sus colindancias territoriales se asentaba otra tribu, la de los wanderobos cuya
actividad bélica no representaba mayor preocupación para los kikuyus; su modo de vida era la
cacería y la recolección de raíces vegetales. Las familias wanderobos tenían dominio sobre
grandes extensiones de tierras fértiles sin cultivar, por ignorancia; los kikuyus en cambio
tribu conocedora de la agricultura y empeñada en trabajar los mejores terrenos. La mejor forma
de obtenerlos hubiera sido mediante la fuerza, pues no habrían encontrado ningún obstáculo,
tanto por la desventaja de sus virtuales rivales como por su indiferencia hacia esas propiedades,
pero la religión kikuyu prohibía ese despojo; la tradición en cambio, señalaba un procedimiento
ritual cuya celebración, además de asegurar la paz entre los vecinos, perpetuaba la propiedad en
una sola familia interrelacionándose de forma más directa, extendiendo así su influencia cultural,
económica y política en su ámbito cada vez mayor.
La forma de obtener en propiedad el terreno deseado era, si se quiere, una elemental operación
de compraventa, consistente en el trueque de cabras, ovejas o algún otro objeto que compensara
el valor simbólico de las tierras, pero la operación sólo tenía validez cuando entre ambos
interesados se celebraba una ceremonia de "mutua adopción", ésta misma debía ser aprobada d
antemano por los jerarcas de la tribu, de otra forma no reunía las condiciones de legalidad, aun
en los casos más sencillos o directos de efectuar el cambio de propiedad. La variante facultaba
por derecho natural a los kikuyus por nacimiento o por adopción a realizar esas operaciones, sin
embargo, no excluía la sanción de las autoridades tribales ni les liberaba de la obligación de
realizar el acto en público, en presencia de toda la tribu, ya que era un asunto de interés para
todos, por repercutir directamente en la vida de la comunidad.
Quien adquiría las tierras se denominaba mbari; sólo por el hecho de ser "comprador" estaba
considerado como fundador de un subclán dentro del cual se agrupaban todos sus hijos varones,
todos los hermanos varones de su familia, los hijos de éstos e incluso los primos y sus hijos
varones. De esa manera sin proponérselo directamente la influencia kikuyu se extendió
considerablemente hasta finales del siglo XIX en una amplia porción del territorio keniano,
imponiendo sus costumbres y ejerciendo el total control sobre espacios cada vez mayores. Pero
una serie de acontecimientos, por completo ajeno a su voluntad, facilitaron el asentamiento
británico en ese lugar, con el consecuente despojo de tierras a las cuales los kikuyus creían tener
derecho y de las que realmente eran propietarios. Coincidieron calamidades tales como el brote
de varias epidemias simultáneamente; epidemias de viruelas, epidemia bovina e incluso una
larga temporada de sequía seguida de otras plagas que obligó a los kikuyus a replegarse en zonas
interiores del país y devastó todas las riquezas logradas en muchos años de esfuerzos. En el corto
período que duró esa tragedia la población disminuyó hasta en un cincuenta por ciento. Al poco
tiempo de la retirada kikuyu los colonizadores británicos, que entraban a ese territorio
introduciendo el ferrocarril Kenia-Uganda, viendo campos fértiles, decidieron asentarse ahí
creyendo obrar legalmente, pues no encontraron a nadie como "propietario". Pero en otros casos
si se presentaba el supuesto propietario reclamando sus derechos, la reacción de los británicos
era realizar una compra al estilo occidental. "Pagaban" con dinero el precio que ellos
consideraban justo, suponiendo ingenuamente haber adquirido todos los derechos del terreno en
cuestión; en cambio los kikuyus recibían ese pago más bien con indiferencia pues en-esos
momentos el dinero británico carecía por completo de valor en el territorio keniano; sin embargo,
los dueños de los terrenos, que creían ser gratificados por el uso temporal que los extranjeros
daban a sus tierras, nunca pensaron en haber perdido derechos sobre ellas.
Los colonizadores británicos, ignorantes de la tradición kikuyu respecto a esas operaciones,
simplemente se limitaron a entregar dinero, en algunos casos, pero ignorando que de acuerdo a la
tradición autóctona esa transacción, además de carecer de toda validez legal, violaba sus normas,
por tanto se sintieron realmente despojados del derecho sobre las tierras que les pertenecían por
tradición y herencia siendo la ceremonia dé "adopción mutua" la única forma de hacer cambio de
propietario;-como tal procedimiento no fue realizado por los ingleses nunca se les reconoció
algún dominio sobre las grandes extensiones cultivadas a beneficio personal o de la corona
británica. Los colonizadores por su parte se sintieron en plenas facultades legales cuando la Gran
Bretaña proclamó un protectorado en 1895, por el cual adquiría soberanía en todo el territorio de
África Oriental. Tal proclama fue ignorada por la población nativa pues para ellos la única
legalidad era su propia tradición sin poder llegar a concebir otra forma de legalidad impuesta por
el colonizador que llegaba a invadir territorios heredados por los kikuyus durante varias
generaciones. Por otra parte, el concepto occidental de propiedad era ajeno y extraño para la
cultura local; la posesión de la tierra se lograba solamente en la ceremonia de mutua adopción,
pero nunca en el sentido occidental de propiedad privada. Así, es lógico suponer la extrañeza de
los kikuyus cuando recibían dinero; o sea para ellos papeles sin ningún valor ni significado pues
estaban al margen del consumo civilizado.
El protectorado establecía que la mayoría del territorio era propiedad de la corona británica, e
incluso permitió una extensión determinada para "reservas" de la población autóctona que
además recibió la "oferta" de trabajar para los británicos "otorgándoles también la opción" de
emigrar a otra parte. La primera reacción de los indígenas fue de sorpresa por ese nuevo orden de cosas que les sometía a un imperio desconocido y el sentimiento general fue claramente de
invasión, de injusticia y discriminación pues, a pesar de todo, persistía el sentimiento racista en
el mundo occidental y los kikuyus eran seres en estado semisalvaje que los colocaba en una
posición inferior a la consideración colonialista cuyo paternalismo incubó el movimiento de
liberación nacional más violentamente representado a través del Mau Mau, pero logrado por otros sectores de la población.
Para entender mejor el fenómeno Mau Mau y apreciar en toda plenitud la repercusión de la
colonización británica conviene conocer las tradiciones culturales kikuyus. En éstas los
hechiceros o mundu mugu que eran una mezcla de médicos adivinos y exorcistas, jugaban un
papel muy importante: eran la única autoridad en la tribu en materia de curaciones a base del
conocimiento primitivo de hierbas medicinales, por cierto en relación muy cercana con su
efectiva aplicación, según se pudo comprobar respecto a la medicina del mundo occidental, sólo
que a niveles muy rudimentarios. Esos mismos personajes combinaban las curaciones con
ceremonias rituales diversas; los mundu mugu ejercían la magia protectora, consistente en la
aplicación de hierbas medicinales en una "ceremonia de purificación", acto imprescindible,
según sus creencias, para lograr el resultado deseado.
Los hechiceros o sacerdotes habían logrado alcanzar una jerarquía de máximo respeto dentro
de la tribu después de largos años de preparación que incluían aprendizaje de los ritos, de la
religión, las tradiciones tribales y los efectos de sus hierbas curativas. También representaban la
máxima sabiduría formando parte de las autoridades de la comunidad, facultadas para
deliberaciones disciplinarias en todos los posibles conflictos, pues al mismo tiempo eran fiscales
de las leyes y costumbres kikuyus; quien violaba algún tabú, además de ser amonestado, debía
ser atendido por el mundu mugu para liberarle de las fatídicas consecuencias que se presentaban
como enfermedad que podían llegar aun a causarle la muerte. En muchas de esas ceremonias se
sacrificaba un animal como parte esencial del proceso curativo. Los murogui, en cambio, eran
los brujos causantes de la magia negra, trabajaban en secreto por encargo especial de una persona
empeñada en hacerle mal a otra. Sus efectos también podían llegar a causar la muerte de la
víctima: sin embargo, la fuerza de la magia protectora dirigida por un mundu mugu podía
contrarrestar los efectos negativos de la magia negra.
Dentro de la vida tribal los juramentos tenían una significación muy importante; su
trascendencia afectaba directamente toda la vida del protagonista, pudiendo repercutir hasta en
otros miembros de la familia ajenos al juramento. Su realización tenía varias funciones:
confirmar pactos, celebrar juicios legales, matrimonios, operaciones comerciales, etc. El violar
un juramento podría traer consecuencias de extrema gravedad, como la muerte del transgresor o
de sus parientes cercanos. Todos los juramentos debían efectuarse voluntariamente; en caso de
ser forzados el mismo mundu mugu lo descubría y se negaba a sancionarlos; para darles mayor
validez se hacían en presencia de toda la tribu que desempeñaba el papel de testigo y era
conocedora del compromiso adquirido por el protagonista del juramento. Aunque se ha
puntualizado en el requisito de concurrir por voluntad propia sin coacción de ninguna clase,
había juramentos prácticamente obligados por ser parte de la tradición tribal. Una vez hecho el
juramento el sujeto conocía de antemano las consecuencias que podía traerle su violación. De ahí
que el Mau Mau se valiera de los juramentos como práctica profundamente arraigada y
merecedora del máximo respeto o temor, para atraer a sus partidarios asegurándose de su
fidelidad, pues el castigo mágico a un desacato no concluía a la muerte del traidor, tal vez
causara el mismo efecto en sus parientes próximos, pero, por sus creencias en un mundo
posterior y la existencia de espíritus, el castigo podría prolongarse más allá de la muerte. Esas
supersticiones fueron aprovechadas por el Mau Mau para forzar a elementos renuentes a prestar
el juramento, asegurándose de su fidelidad. De acuerdo con sus propias creencias tales
juramentos no procederían por celebrarse forzando la voluntad del iniciado, siendo además
realizadas en secreto, al amparo de la noche sin la presencia del mundu mugu. No obstante
causaban temor porque en ellos participaban la magia negra cuyos efectos eran igualmente
infalibles. Para librarse de ellos era necesaria la purificación de la magia protectora lo cual
suponía una especie de investigación que asegurara la coacción efectiva y luego la celebración de
otros ritos para invalidar las maldiciones inherentes a la ruptura del juramento. Por lo general no
se seguía todo ese procedimiento porque el principal temor era la venganza de los Mau Mau
fieles que podía afectar directamente al delator e incluso a sus familiares.
Por otra parte las ceremonias de iniciación son importantes en la tradición kikuyu pues
determinan el carácter mágico de esta cultura, haciendo más comprensible el arraigo de esas
creencias. Los miembros de la tribu se consideraban como tales hasta después de la adolescencia,
edad en la cual se iniciaban formalmente. Antes de la ceremonia correspondiente los sabios
ancianos y los hechiceros de magia protectora, únicos reconocidos en la tribu, se encargaban de
instruirles sobre costumbres, historia, significado de los ritos, deberes y obligaciones efectivas a
partir de la iniciación; ésta comenzaba con una serie de fiestas en las cuales se hacían danzas y
libaciones de cerveza fabricada por ellos mismos (sólo los sabios ancianos tenían derecho a
beber cerveza, su significado era puramente religioso y pocas veces llegaban a emborracharse, el
resto de la tribu desconocía los efectos de cualquier licor y nadie se atrevía a probarlo). La
iniciación de los hombres consistía principalmente en la circuncisión, pero también participaban
en danzas muy significativas como pasar bajo un arco. Las muchachas corrían en una carrera
hasta el árbol sagrado; la ganadora se convertía en la novia más codiciada sólo por ese hecho. La
población mayoritaria la constituían las mujeres, por ese motivo la poligamia era prácticamente
común; muchas chicas que no eran escogidas por los varones como primeras esposas pasaban a
ser segundas y terceras consortes con el beneplácito de la primera esposa, de su propia familia y
de la autoridad en general.
Este hecho, considerado exclusivamente desde el punto de vista estadístico de población,
podría resultar natural, pero relacionado con otras prácticas revela su carácter misógino. Era
costumbre "natural"3 someter a las mujeres a la clitoritomía; su realización escandalizó a los
misioneros cristianos ingleses, pero la mentalidad kikuyu no comprendía cómo aceptaban en
cambio de muy buena gana la circuncisión en los varones, pues para ellos ambas cosas
significaban exactamente lo mismo; la mujer educada en esa tradición aceptaba abnegadamente
su destino. Una madre que había sobrevivido a esa intervención en su infancia, a la penetración
en el matrimonio y los desgarramientos en el parto, consideraba natural y necesario que sus hijas
sufrieran el mismo destino e igual si llegaban a morir como no pocas veces ocurría4.
La costumbre entre los varones, cuando un kikuyu quería casarse, era comunicárselo a su
padre quien, generalmente enterado de la preferencia de su hijo, hacía una lista con los nombres
de varias chicas de la tribu. Las incluidas en esa selección contaban con el beneplácito paternal
para efectuar el matrimonio; si la elegida por el hijo gozaba de las simpatías del padre, su
nombre se incluía en esa lista, pero en caso de que no apareciera, quizá por omisión involuntaria,
el joven casadero pedía a su padre que hiciese una nueva lista. Si por segunda vez no aparecía el
nombre de la mujer deseada, el hijo, obediente, respetuoso de la voluntad paternal comprendía
que su predilecta no era grata a su familia y debía escoger alguna de las impuestas por su padre.
De hecho, actualmente en muchos países africanos se continúa realizando esta práctica cuyo resultado se traduce en elevados
índices de muertes. La operación, —extirpación del clítoris— se realiza aproximadamente entre los siete y diez años de edad en
condiciones verdaderamente salvajes. La víctima es sujetada de manos, pies y todo el cuerpo por varias mujeres en cargadas de
ejecutar esa absurda "intervención quirúrgica" -ritual Una de ellas cercena el clítoris sin aplicarle ninguna clase de sedante, sólo usa
algunas sustancias cicatrizantes. En la misma operación se hace una especie de obturación en la vagina dejando un pequeño orificio
para dar paso a la orina y menstruaciones. Eso asegura la absoluta abstención de prácticas sexuales pues sólo en vísperas del
matrimonio se efectúa la desfloración, pero muy breve, de manera que el hombre pueda consumar la relación sexual siendo él el
único que alcance placer. Poco antes del parto se le somete a otra intervención "de apertura" pero después de dar a luz se vuelve a
cerrar.
Efectivamente para combatir la mortalidad por esa causa, todavía en muchos países africanos la misma operación se realiza en
modernos hospitales, ejecutada por médicos de formación universitaria. Las denuncias ante las Naciones Unidas y otros organismos
internacionales encargados de hacer respetar los derechos humanos y de protección a los niños no han tenido ninguna repercusión.
Cuando la familia del novio y la de la novia estaban de acuerdo en la celebración del
matrimonio, el compromiso se formalizaba; los padres de la novia señalaban algo que
garantizara la realización del matrimonio, por lo general eran algunas cabezas de ganado,
entonces los padres del novio entregaban a la otra familia esos bienes sin que significara
propiedad definitiva, sino simplemente una forma de custodia destinada a asegurar una
"indemnización" en un matrimonio malogrado. Si el marido cometía falta, maltrataba a su
cónyuge, o no cumplía sus obligaciones podía romperse el vínculo marital, regresando la mujer a
la familia de sus padres, siendo las cabezas de ganado la compensación material para su propia
familia que nuevamente tendría la obligación de brindarle techo y comida a ella y los posibles
hijos. En caso contrario, cuando fuese la mujer quien faltase a sus obligaciones, él tendría el
derecho de recuperar la garantía- entregada por sus padres. La práctica de ese ceremonial
determinaba el bajo índice de divorcios, aunque no se puede especular hasta qué punto eran
satisfactorias las relaciones matrimoniales pues al menos para la mujer todo parecía indicar la
mayoría de desventajas.
La influencia de los misioneros cristianos en Kenia fue muy notoria, con las más variadas
consecuencias, una de ellas el desarraigo y otra, la creación de una cultura híbrida con más vicios
occidentales aunque también dejó innegables beneficios; ocurrió lo mismo con ligeras variantes
en el resto del África colonizada por potencias europeas. Todavía hoy esas jóvenes naciones
padecen el colapso de la colonización sin haber logrado recuperarse ni encontrar su camino de
vida independiente.
Fue muy elevado el número de jóvenes que realizaron estudios en las escuelas misionales: la
mayoría de ellos fue campo fértil para el cultivo de las enseñanzas cristianas desplazando las
tradiciones kikuyus, mostrándoselas como absurdas supersticiones e idolatría. El resultado fue en
algunos casos de sincera conversión al cristianismo, renunciando a sus antiguas creencias; una
decisión de esa naturaleza implicaba romper prácticamente con la familia, pues los padres nunca
aceptarían a un miembro apartado de su tradición. Además, como se ha dicho, ante los kikuyus
sólo tenían validez los juramentos públicos. Hubo entonces auténticas conversiones, pero lo más
frecuente fue simular ese cambio de creencias con finalidades utilitarias para aprovechar las
ventajas de la educación inglesa. Las contradicciones, el resultado verdadero apareció durante la
Primera Guerra Mundial, cuando una generación trató de asimilar los beneficios de la cultura
europea combinándola con las costumbres nativas; las ceremonias de iniciación casi quedaron
reducidas a la circuncisión. Esa generación medianamente capacitada al nivel más bajo trató de
integrarse sin ningún éxito a la forma de producción británica, pero siguió viviendo marginada
en todos los aspectos; los adultos trabajaban en las ciudades pero vivían en las reservas,
diariamente tenían que hacer ese viaje advirtiendo su marginación económica. A partir de esa
toma de conciencia trataron de intervenir en la política buscando alguna compensación, tratando
de reivindicar dentro de los escasos cauces legales su situación; paradójicamente su acceso a la
educación occidental les permitió vislumbrar esa injusticia e incubar las bases del movimiento
iniciado en la K.C.A. y en la K.A.U. hasta concluir en la independencia de su país, pasando por
las feroces luchas del Mau Mau como única posibilidad de aportar soluciones, propias a la nueva
dinámica social keniana alterada definitivamente por la intromisión británica.
La moral kikuyu se encontraba totalmente relajada; se había perdido el respeto a sus antiguas
instituciones. Vicios como el alcoholismo eran cada vez más alarmantes, la unidad familiar no se
conservaba como en tiempos primitivos, las virtudes fueron sustituidas por efectos consumistas;
las amenazas de exclusión del clan familiar a pocos jóvenes llegaba a impresionar, la mayoría
había dejado de respetar la jerarquía de su tribu. Antes se ejercía una forma de control muy
efectiva, la tribu estaba organizada por grupos de edad: niños, adolescentes, adultos jóvenes,
recién casados, adultos, hombres maduros y ancianos. Para pasar de uno a otro grado era
necesario presentar algo similar a un examen público, demostrando aptitudes especiales, de
acuerdo a la edad, a las características del grupo en cuestión. El consejo de ancianos dictaminaba
en esas ceremonias ratificando el ascenso o la expulsión. El tabú del robo también se perdió; si
los varones de la tribu antes, para destacarse se empeñaban en demostrar virtudes o habilidades,
el sistema consumista mostrado por los colonos les facilitaba el camino, es decir, era más fácil
conquistar a una chica haciéndole un obsequio que convertirse en un buen agricultor. Otro tanto
sucedía en la formación de los matrimonios, si las costumbres kikuyus establecían una propiedad
en garantía o bien las formas modernas la habían desplazado por completo o simplemente se
convertía en un requisito más e intrascedente que sin embargo llegaba a perjudicar la economía
de una familia pues un chico al querer casarse rápidamente no dudaba en contraer deudas. La
estabilidad familiar en cuanto al crecimiento natal se deterioró muy pronto; la medicina
occidental combatió los elevados índices de mortalidad infantil, las enseñanzas cristianas dejaron
sin efecto la costumbre nativa de tener no más de un hijo cada tres años; como consecuencia
creció la población acompañada en proporción directa de miseria nunca antes conocida.
En 1949, cuando el gobierno colonial británico debía haberse preocupado desde tiempo antes
del malestar manifestado por la Asociación de Jóvenes Kikuyus, la Asociación Central Keniana
y la Unión Africana Keniana, se conoció la existencia de un grupo denominado Mau Mau cuyo
nombre nunca se ha aclarado exactamente; su denominación tal vez fuera una deformación de
uma uma, " ¡fuera, fuera!" en lengua nativa, utilizado como clave para indicar la presencia de la
policía colonial. Esa organización secreta correspondía a un movimiento subversivo
protagonizado por casi un millón y medio de kikuyus. Los atentados cometidos a su nombre
fueron de diversa índole; dos años antes se habían iniciado asaltos, robos y delitos de mayor
cuantía atribuidos efectivamente al mismo grupo, sospechando solamente que se trataba de una
banda de delincuentes al margen de intereses políticos, pero sus propósitos se esclarecieron fuera
de toda duda en 1953, cuando ejecutaron una brillante acción terrorista asaltando la estación de
policía de Naivasha, al norte de Nairobi. Bastaron cien kikuyus pertenecientes al Mau Mau para
apoderarse de todas las armas depositadas en ese resguardo. En esa misma ocasión mostraron los
alcances sin precedentes de su crueldad; incendiaron todas las chozas levantadas en las
proximidades del cuartel policial pasando a cuchillo a todos sus ocupantes, a los testigos en
huida y a los guardianes de la estación. En una palabra, eliminaron a sangre fría a todo posible
testigo.
Fue un crimen sin precedentes que escandalizó a toda la población; blancos y negros
repudiaron el acto que de momento no pudo ser aclarado por la policía pues su desconcierto no
alcanzaba límites. Pero, a partir de esa matanza, las acciones violentas del Mau Mau comenzaron
a hacerse más frecuentes cada vez dejando igualmente sangrientos resultados. Durante los cuatro
años siguientes, cuando el gobierno británico consideró la seriedad del movimiento subversivo,
se destinó un alto presupuesto para combatirlo: once batallones de infantería, veintiún mil
policías uniformados y otras fuerzas de seguridad representaron un costo de ciento cincuenta y
cuatro mil dólares pero no fueron suficientes para apagar el foco de rebelión. Todavía se
ignoraban muchas cosas del Mau Mau, sus juramentos por ejemplo.
El Mau Mau se inició con muy pocos hombres logrando sumar al poco tiempo
aproximadamente 12 mil kikuyus dispuestos a morir en defensa de su movimiento, dando muerte
si fuera preciso a sus padres o hijos según el compromiso adquirido en el siniestro juramento
cuyo efecto fue decisivo para asegurar la fidelidad de sus integrantes. El Mau Mau se reunía
generalmente por la noche en una choza retirada del resto de la población, donde la iluminación
era muy escasa, apenas podían verse los rostros los concurrentes pero no había duda de la
identidad de cada uno, la infiltración de elementos extraños estaba descartada por el riguroso
sistema de vigilancia. En la mayoría de los casos el iniciado sabía exactamente a qué tipo de
ceremonia asistiría, o mejor dicho, sabía del compromiso que adquiriría, o sea, acudía por
voluntad propia de pertenecer a esa agrupación secreta. No obstante fueron cientos los iniciados
engañados, otros tantos coaccionados e incluso obligados violentamente a prestar el juramento
(lo cual originó delaciones a favor de la policía). Una asombrosa similitud de este rito con las
iniciaciones masónicas consiste en establecer la costumbre de despojar a los neófitos de todos los
objetos metálicos que llevasen en sus bolsillos; la variante propia de la cultura kikuyu era
despojarles también de prendas de tipo europeo, quizá para "purificar" el sentido nativo del
juramento pues en última instancia su lucha iba dirigida precisamente contra los europeos,
particularmente contra los ingleses, mas por extensión contra todos los extranjeros cuya
presencia en territorio africano significaba lo mismo, por tanto eran rechazados.
Una vez dentro de la choza el iniciado y los demás miembros de la sociedad secreta que
fungían como preceptores unos y como testigos otros, se sacrificaba un carnero para ungir con su
carne y grasa al cuerpo del nuevo miembro; esa mezcla se vertía en un recipiente, luego se
introducía una flor de plátano para impregnar con ella la cabeza del neófito quien a lo largo de la
ceremonia sostenía en las manos sendas varas pasadas por sangre y tierra. El brujo director de la
ceremonia sostenía en la mano derecha el corazón del animal recién sacrificado hasta haberlo
pasado siete veces por encima del cuerpo del novicio; éste, en igual número de veces bebía un
trago de la sangre del carnero pero ahora mezclada con tierra. El número siete tenía una especial
significación en ese rito pues también eran siete las veces que piernas y brazos del nuevo
miembro eran repasadas con trozos de carne empapados de sangre. Acto seguido debía cruzar
siete veces sobre un montón de hojas de plátano colocadas en el suelo, terminada esa especie de
danza cogía una espina para pinchar siete veces uno de los ojos de la cabra al tiempo que
pronunciaba el juramento aprendido de antemano, o repitiendo las palabras del hechicero cuando
el juramento se hacía obligadamente. La insistente reiteración del número siete continuaba hasta
las venganzas pues, aparte de destrozar los cadáveres por la creencia de que en el más allá
podrían seguir siendo enemigos, se les dejaba invariablemente, siete notorias cuchilladas en
alguna parte visible del cuerpo como rúbrica del asesinato.
La única vez que el gobierno británico se planteó la posibilidad de "negociación", o mejor
dicho, consideración de las exigencias kikuyus fue en la más temprana época de la insurrección,
cuando era efectivamente un movimiento popular cuya lucha se hacía abiertamente por completo
alejada de la criminalidad Mau Mau. En 1932 se constituyó una comisión gubernamental para
examinar las peticiones pero no se accedió a ninguna; en adelante la fuerza disidente proscrita
como Asociación de Jóvenes Kikuyus primero y como Asociación Central Keniana después,
degeneró hacia la violencia en la criminal militancia dentro del Mau Mau.
Al estado de emergencia, declarado en octubre de 1952, precedió una serie de atentados
terroristas cuyos sangrientos resultados escandalizaron al mundo occidental y causaron el
repudio keniano contra ese movimiento enemigo de la colonización británica pero también
verdugo de la población nativa que se oponía o no colaboraba con la disparatada insurrección.
Como respuesta a la creación de un cuerpo de seguridad keniano el Mau Mau formado por
kikuyus contrarios a su lucha (La Guardia Civil Kikuyu integrada por nativos para protegerse a sí
mismos y a los europeos contando con el beneplácito del gobierno colonial del que eran
colaboradores) atacó una aldea habitada por familiares de esos guardias voluntarios; colocaron
alambradas alrededor de las chozas y les prendieron fuego, a quienes lograban escapar les daban
alcance matándolos a cuchilladas. Al mes siguiente, en febrero, fueron incendiados varios
campos propiedad de colonos británicos, las pérdidas ascendieron a decenas de miles de dólares.
Por esas mismas fechas el gobierno inició una investigación masiva de kikuyus para tratar de
averiguar actividades del Mau Mau; la investigación de setenta mil negros comenzó en abril, en
mayo de 30 mil investigados aproximadamente dieciséis mil eran enviados a prisión como
implicados en el movimiento criminal subversivo. Para diciembre los resultados rebasaron los
cálculos iniciales, se detuvo a cerca de ochenta mil kikuyus cuya participación de diversas
formas en el Mau Mau fue un hecho comprobado; en el curso de ese año Kenyatta también fue
aprehendido. Mientras se desarrollaban esos acontecimientos Sir Philip Mit-chell dimitió a su
cargo de gobernador de Kenia, fue evidente su temor a enfrentar la situación prefiriendo optar
por la retirada evadiendo serios compromisos. Le sustituyó Sir Evelyn Baring a quien
correspondió recomendar la declaración del Estado de Emergencia que no se levantó sino hasta
1960 cuando se creyó terminada la rebelión. Las medidas posteriores fueron acordes con las
creencias autóctonas, así se inició una campaña de "desjuramento" para dar oportunidad de
desertar a muchos miembros del Mau Mau que participaban en él, más por temor al juramento
que por convencimiento. Los hechiceros de magia protectora celebraban ceremonias masivas
"liberadoras" para tranquilizar a los arrepentidos, éstos aportaban valiosas informaciones para la
lucha contra los terroristas aunque una delación, una deserción o colaboración con el gobierno
podía costar la vida: de hecho declarar contra el Mau Mau o no apoyarle en los términos que
exigiera equivalía a firmar sentencia de muerte. Muchos jefes kikuyus fueron asesinados por esa
causa. El fanatismo del juramento dejaba bien claro el compromiso de matar a los propios
padres, aún a los hijos si se oponían a su organización. No obstante el gobierno colonialista
prosiguió su persecución logrando debilitar cada vez más la fuerza del grupo desestabilizador.
Una ejecución importante fue la de Dedau Khimati, un líder del Mau Mau que arrastró a más de
diez mil indígenas hasta el interior de la selva. Cuando sus fuerzas estuvieron por completo
agotadas vivieron en estado salvaje, alimentándose de la cacería, recolectando frutas, luchando
contra las hostilidades del medio. Khimati tenía aspiraciones mesiánicas a nivel verdaderamente
patológico; él mismo propició la destrucción de su pequeño ejército evitando ser opacado por sus
"generales". Creyéndose el salvador de los kikuyus persistía en su empeño de poder algún día
dominar él como monarca y guía divino todo el territorio keniano para gobernar por mandato de
su dios entre todos los kikuyus. Pero aun escondido en los parajes más recónditos de la selva fue
apresado y poco tiempo después ejecutado, su crueldad había sobrepasado todo límite.
En enero de 1960 fue levantado el estado de excepción; Kenyatta permanecía en prisión desde
muchos años antes y el movimiento Mau Mau pareció terminar. Nadie olvidaba los resultados ni
las cifras: cien mil kikuyus seguían sin tierras; durante los años de rebelión murieron más de
trece mil negros kikuyus, diez mil quinientos del Mau Mau que cayeron en combate, dos mil
quinientos asesinados por delatores o por colaborar con el gobierno, cien blancos fueron las
víctimas de ese irracional movimiento.
Todavía durante 1960 un destacamento militar británico se mantuvo a la expectativa de
posibles brotes terroristas hasta que en 1963 fue declarada la independencia de Kenia,
lográndose así uno de los objetivos de la larga lucha. Al año siguiente nuevamente hizo su
aparición el último Mau Mau, esta vez en pequeños grupos dispersos, repudiados por la
población nativa. Para llegar a su pacificación fue necesaria la intervención de Kenyatta a cuyas
instancias los rebeldes depusieron las armas pero no hay seguridad aún en este momento de que
haya desaparecido totalmente la sociedad secreta más poderosa e influyente en la política, en la
estabilidad de un país en la historia reciente. Queda para el anecdotario el dato de que uno de los
oficiales negros del ejército británico fue Idi Amín Dada, un militar que combatiendo al Mau
Mau se familiarizó con la sangre, con los más atroces crímenes y ganó los primeros ascensos que
luego lo situarían en la posición desde la cual pasó a ser amo y señor de un país miserable
convertido en su fortuna personal.
Queda también sin respuesta una pregunta esencial: ¿qué fue, o es en realidad el Mau Mau?
¿Desapareció efectivamente o permanece en estado latente? Quizá haya variado sus métodos y
continúe tratando de intervenir en la política keniana. Es difícil aceptar explicaciones
elementales como alguna que atribuyera la formación del Mau Mau simplemente a motivaciones
de afirmar tradiciones tribales. La cantidad de militantes que ese grupo tuvo durante los años
más importantes de su rebelión actuaban poniendo su vida en juego, fuera por convencimiento o
por temor, con la certeza de que violar el juramento les ocasionaría la muerte, si no por los
efectos de la magia negra, sí por los efectos de la atroz venganza.
El Mau Mau efectivamente puede considerarse un grupo terrorista pero esa calificación es
insuficiente para definirlo, evidentemente hubo otras motivaciones. La intención
desestabilizadora fue clara en todo momento, la organización de los grupos subversivos superó
en mucho la imaginación bélica kikuyu. Pero ahora, cuando Kenia ha conseguido la
independencia de la corona británica, continúa prisionera de sus propias contradicciones y le
espera todavía un largo suplicio: más y más movimientos políticos en los cuales sigue presente el
espíritu —o la acción— del siniestro Mau Mau.
LA MAFIA
Es paradójico que cualquier persona alguna vez haya tenido conocimiento de la existencia de
la mafia y pocas veces pueda saber con certeza lo que hay tras esa famosa y enigmática sociedad
secreta, plenamente identificada con el crimen.
Incluso se conocen los nombres de quienes han sido sus más famosos jefes: Al Capone, Lucky
Luciano, Jim Diamond, Frank Costello, Joe Adonis, etc., relacionados en espectaculares acciones
criminales de repercusión internacional. Tanto que la palabra mafia es ya una voz popular
incorporada a todos los idiomas, pues cuando la gente habla de mafia se refiere a herméticos
grupos colocados en la cima del poder. Estas élites no siempre se valen de recursos criminales
aunque frecuentemente rebasan los límites de la legalidad para lograr sus propósitos de dominio.
Actualmente en todo el mundo, al decir mafia se designa a las camarillas confabuladas en el
dominio político, por ejemplo los grandes monopolios comerciales son manejados por un
pequeñísimo y selecto grupo de empresarios a quienes se les llama mafia aún sin tener ningún
nexo real con la organización siciliana que proyectó universalmente el nombre de su sociedad
secreta. Esto mismo ocurre en el mundo del arte, en las finanzas internacionales y, en general, en todos los grupos donde existan intereses económicos, políticos, y en las decisiones
trascendentales fuera del alcance de la gente común y comente.
En realidad esos grupos no tienen ninguna relación con la verdadera mafia, es decir, con las
bandas sicilianas que organizaron desde Italia, y desde las principales ciudades norteamericanas,
el más complejo sistema delictivo de alcance internacional. Simplemente ocurrió que los
procedimientos de la mafia se difundieron en todo el mundo y han sido eficazmente repetidos y
quizá superados por sus imitadores sin llegar a escandalizar con escalofriantes asesinatos
cometidos en plena calle a la luz del día; y hoy, a quien toma el ejemplo de la mafia,
extorsionando, sobornando o coaccionando, se le llama mafioso sólo por analogía, sin pertenecer
efectivamente a esa temible organización.
Pero es muy poco lo que se sabe con certidumbre de las actividades de la mafia y mucho
menos de su historia. Nada, aparte de sus episodios más escandalosos, llega a ser del dominio
público, porque una de sus características es mantener el secreto de su organización a cualquier
precio. La delación de propios o extraños se paga con muerte.
En cuanto a la mafia todo es secreto; sin embargo se sabe que uno de los principios que la
mafia ha mantenido firme, a pesar de los más fuertes ataques, es la norma de la omertá cuyo
acatamiento la hizo poderosa especialmente en sus primeros tiempos y sirvió para asegurar su
carácter secreto. Este principio significa absoluta obediencia a los mandatos del jefe de la mafia;
transgredirla equivale a firmar sentencia de muerte. Por tanto, obliga además a situaciones
precisas tendientes a proteger su integridad. La disciplina familiar omertá prohíbe proporcionar
información a las autoridades sobre cualquier acto de violencia relacionado con la Mafia, pues
para ésta no existe otra justicia que la aplicada por propia mano, cumpliendo la "Ley del Talión":
"Ojo por ojo, diente por diente. . .". Y, más que justicia, el objetivo perseguido es la venganza,
así pasen años y se soporten las peores humillaciones. Siempre llegará el momento oportuno para
cumplir el desagravio. La omertá igualmente incluye la obligación de participar en la venganza
según el mandato del jefe de la familia, no sólo en apoyo de los miembros fraternales, sino
también de otros parientes unidos cercana o lejanamente por lazos consanguíneos. En muchas
ocasiones, el estricto acatamiento de esta norma llegaba al extremo de exterminar a todos los
miembros varones de dos familias enemigas, y aún así el deseo de venganza persistía hasta
generaciones posteriores. Esto corresponde al concepto italiano —y particularmente siciliano—
del honor, independientemente de los métodos mafiosos. Pero también la disciplina omertá
comprometía a velar por los intereses y bienestar de la familia en general; así se establecían
solidaridad y deberes casi sagrados. Pero, paralelamente a esa "moral", en nombre de la familia
se permitían los más crueles asesinatos sobre inocentes miembros de la familia enemiga.
Podría parecer contradictorio que dentro de la Mafia se observara este tipo de principios, pero
conociendo su historia, desde sus más remotos orígenes se entenderá su carácter ambivalente,
pues la Mafia se originó como una respuesta a la injusticia; su propósito inicial fue defender a los
débiles en un régimen tiránico, manteniéndose, obviamente, en la ilegalidad o actuando
clandestinamente, por lo cual el secreto era esencial para la supervivencia.
De acuerdo a sus características y etapas históricas, bien podrían diferenciarse tres tipos
distintos de Mafia: la antigua, la moderna y la actual.
Los primeros antecedentes de la Mafia se encuentran en el siglo XI cuando la isla de Sicilia
cayó en poder de los normandos y los señores feudales se apropiaron de las tierras pretendiendo
cultivar sus extensos latifundios con la mano de obra local en condiciones esclavizantes. Fue
entonces cuando muchos labriegos sicilianos, despojados de sus pequeñas porciones de tierra,
prefirieron huir a las montañas en vez de trabajar como siervos para los despóticos invasores.
Los lugares donde se establecieron eran riscos casi inaccesibles llamados mafias en lengua árabe,
que significa "lugar de refugio".
Más tarde, en el siglo XV los españoles conquistaron Sicilia y se hizo presente la Santa
Inquisición explotando a pobres y ricos con sus temibles procesos seguidos bajo acusaciones de
herejía. Por ese tiempo sólo los refugiados en la montaña lograban salvarse de la persecución
inquisitorial y los pobres, en busca de protección, también huían a las mafias, donde residía la
"Honorable Sociedad" formada por humildes campesinos empeñados en vencer la injusticia, que
se regían por los principios más honorables; siendo sin embargo, una sociedad al margen de la
ley, amparada en la clandestinidad fielmente protegida por la población humilde que mantuvo el
secreto de sus defensores. Pero, además de contar con simpatías de los explotados por el hecho
de oponerse a la tiranía, los ya llamados mafiosos gozaban de respeto porque en su organización
interior la estructura se identificaba con la sociedad familiar, lo cual satisfacía al pueblo y se
consideraba virtuoso y necesario al mismo tiempo, pues sólo en el seno de la familia se hallaba
la solidaridad y seguridad suficientes y la autoridad emanada de ésta se aceptaba como principio
natural.
Durante la última década del siglo XVIII y la primera del XDC, la Mafia tuvo relevante
participación de carácter político; luchó contra la tiranía borbónica y contra las invasiones
inglesas formando bandas armadas para combatir las huestes monárquicas y las tropas de los
invasores ingleses causándoles considerables bajas y gran desconcierto con su táctica de lucha.
Sus ataques por sorpresa y su perfecto conocimiento del terreno compensaban la desproporción
numérica y diferencia de armamentos. Sus refugios eran seguros casi inaccesibles para las tropas
extranjeras; además contaban con el apoyo y absoluta lealtad de los campesinos que también
rechazaban las intervenciones invasoras.
Una vez expulsados los ingleses, el régimen monárquico optó por aliarse con los mafiosos
ante la imposibilidad de vencerlos definitivamente. De ahí surgió el reconocimiento que redundó
en ciertos derechos y en la encomienda de autoridad sobre algunos pueblos y villas donde tenían
especial predominio y simpatía por sus hazañas patrióticas. Esa situación determinó la fusión de
las bandas antes dispersas pero identificadas por los mismos principios e ideales. El primer gran
jefe de la Mafia, necesario para mantener la unidad y el orden entre los rebeldes, fue Giussepe
Mazzini cuyo fin era la defensa de los humildes, contando para ello con audaces seguidores que
exigían dinero a los terratenientes; quienes se negaban a sus requerimientos eran víctimas de
asesinatos o robos, incendios y otros atentados en sus propiedades. De esa manera sus súbditos
pronto se acostumbraron a cometer toda clase de tropelías y al poco tiempo el vandalismo fue
para ellos un placer por sí mismo, exento de justificación.
El carácter acomodaticio de la mafia, se mostró tempranamente; en tanto no se realizaron los
anhelos patrióticos y de liberación nacional, las bandas mañosas se proyectaron como heroicas,
enfrentándose a los invasores y a los regímenes despóticos. Pero en cuanto Garibaldi invadió
Sicilia con sus Camisas Rojas, el grupo que se había distinguido por su posición combativa,
comprendió que esta vez lo más conveniente era pasarse al lado del ganador y así lo hizo
abandonando a los Borbones; previamente, cuando los señores feudales perdieron él interés de
cultivar por sí mismos sus enormes latifundios emplearon arrendadores llamados gabellotti
contratados para trabajar la propiedad a cambio de una cantidad fija al año. La mayoría de estos
gabellotti pertenecían a familias mañosas, y al aliarse a Garibaldi ganaron una mejor posición
siendo gratificados con la confianza del revolucionario que los colocó en los puestos políticos
más sobresalientes de la isla. Estos gabellotti contrataron a otros arrendadores y en este caso,
sólo por su papel de intermediarios recibían una ganancia gratuita sin ser propietarios ni
ocuparse directamente 'de la tierra. Esa fue la clave de su futuro dominio económico, pues
exigían tributo por la protección de huertos, minas y demás propiedades. Así, pronto llegaron a
comprar tierras a muy bajo precio y alcanzaron el máximo poder económico y político en la isla.
Su papel como dirigentes no fue muy diferente al de sus tiranos antecesores contra quienes
lucharon; y tampoco encontraron oposición pues bien conocida era su fuerza. La protección que
antes otorgaron a los desamparados les llevó a organizarse en "Honorable Sociedad"; ya para
entonces no se obsequiaba, se vendía para explotar por igual a ricos y pobres, y sólo era ése el
motivo de continuar su existencia como grupo mañoso. Consolidada la República, la asociación
secreta de los montañeses perdió todo sentido y automáticamente se convirtió en organización
proscrita, dedicada al bandidaje desprovista de su antigua imagen heroica.
Ya en 1875, después de las intervenciones garibaldinas, la Mafia y sus ideales, como
originalmente fueron conocidos, habían perdido vigencia; todos los propósitos libertarios
anhelados por el pueblo se estaban realizando. La correcta aplicación de la justicia se volvió
contra el grupo rebelde y en ese mismo año el Parlamento italiano designó una comisión para
investigar a los mañosos y se propuso exterminar esa organización, pero los principios que en
sus orígenes la mantuvieron triunfadora, también la salvaron en esa ocasión y continuó en su
escandalosa línea delictiva tal como sería su futura característica no obstante el acoso policial;
sólo en 1892, en Catania, dentro de la isla de Sicilia fueron detenidos más de centenar y medio
de mañosos, todos ellos de la más alta relevancia dentro de la organización y registrados en
voluminosos historiales policiales pero todos fueron puestos en libertad al no podérseles
comprobar ninguna de las acusaciones. Y un dato más que revela el alcance de sus fechorías, es
el siguiente: en quince años (entre 1895 y 1910), de ciento doce asesinados, noventa y cinco
robos a mano armada en bancos y comercios, y la recaudación de más de cincuenta millones de
dólares cobrados a banqueros, industriales y comerciantes, por concepto de "pago de
protección", ninguno de esos delitos cometidos en Italia, Estados Unidos y Argentina, pudo
comprobarse satisfactoriamente ante los correspondientes tribunales y los autores, todos
miembros de la Mafia disfrutaron impunemente de su libertad para continuar su latrocinio. Para
lograr esos resultados en los tribunales, se han valido de métodos que van desde el soborno a los
jurados hasta amenazas de muerte a ellos mismos y a sus familiares. Por lo general, lo último es
más efectivo.
La Mafia moderna se consolida en las principales ciudades norteamericanas y de Italia a
finales del siglo pasado y a principios del presente. Durante ese mismo lapso se produjo una
inmigración masiva de italianos a Estados Unidos; éstos y otros europeos veían en la joven
nación americana la oportunidad histórica de hacer fortuna rápida y fácilmente aunque para
muchos resultó un espejismo; sin embargo, ciertamente el prometedor país, en pleno desarrollo y con gran riqueza potencial, ofrecía mejores opciones que la vieja Europa. Se calcula que
aproximadamente un millón de sicilianos se instalaron en las principales ciudades
estadounidenses y encontraron empleo en las faenas más modestas. La mayoría de los
emigrantes sicilianos fueron contratados como estibadores en los principales muelles de los
puertos norteamericanos. Las condiciones salariales, en efecto, aún dentro de esa labor, eran
mejores que en Italia; también había otros medios para ganarse la vida, pero en general todo el
trabajo honrado requería de tiempo y esfuerzo para lograr la anhelada fortuna. Por eso
rápidamente comenzó a florecer la delincuencia al estilo italiano y no tardaron en extenderse los
métodos mañosos al principio aplicados sólo entre la población de origen italiano.
La opinión pública y las autoridades de Norteamérica se percataron de ello cuando se produjo
un sonado enfrentamiento entre dos bandas en los muelles de Nueva Orleáns; inaugurando en
Estados Unidos el sistema de explotación mafiosa, en 1890, los hermanos Matranga, originarios
de Palermo, formaron una organización que vendía "protección" a los trabajadores italianos;
éstos, acostumbrados a tal explotación accedieron resignada-mente a las exigencias de los
delincuentes, pues temían la venganza igual en Norteamérica o en Italia; la represalia los
alcanzaría cruelmente. Así el negocio prosperaba hasta la aparición en escena de los hermanos
Provenza, éstos eran procedentes de Nápoles y ya estaban familiarizados con el crimen dentro de
Estados Unidos. Como ambas bandas se disputaban el derecho exclusivo de vender protección
—contra ellos mismos, en todos los casos— en los muelles de Nueva Orleáns, se desató la
guerra entre las dos familias al estilo italiano. Tal situación preocupó al jefe de la policía, un
escrupuloso hombre de origen irlandés llamado Hennessey, que eficazmente inició
investigaciones, logrando detener a varias decenas de mafiosos, pero cuando faltaban unos días
para presentarse a declarar ante el juzgado investigador, fue abatido a tiros por alguna de las dos
bandas que, en esos casos en un pacto sobreentendido, se aliaban contra las autoridades.
Tal asesinato abiertamente atribuido a las bandas criminales de origen italiano despertó la
indignación de toda la población, por lo cual fueron procesados 19 italianos implicados en el
atentado y comprometidos con los delitos que dieron origen a la investigación. Fue entonces
cuando aparecieron los clásicos métodos mafiosos sobornando o amenazando a los miembros del
jurado. Por otra parte, los mejores abogados de esa ciudad y de otras más, contratados
exclusivamente para defender a los inculpados, lograron ciertamente plantear la condena en
términos muy difíciles. Como consecuencia se suspendió el juicio a tres de los acusados más
comprometidos con evidencias y el resto fue puesto en libertad, pero eso acrecentó la
indignación de la población de Nueva Orleáns encaminándola a tomar justicia por propia mano:
la muchedumbre asaltó la prisión y sacaron a una decena de italianos acusados. Los llevaron a
golpes por la calle y, finalmente tras lincharlos, los colgaron en una calle y estando así los
acribillaron a balazos.
Ese linchamiento provocó una airada réplica del Estado italiano, cuyo ministro de Asuntos
Exteriores exigía ante el Secretario de Estado americano la aprehensión de los dirigentes del
linchamiento. A esto siguieron mutuas acusaciones en cuanto a los sistemas de justicia en los dos
países acabando por romper relaciones diplomáticas.
Como bajo tales circunstancias, una investigación o un juicio resultaban extremadamente
difíciles por una parte, y por otra, las autoridades de Nueva Orleáns encontraron en esta
coyuntura la aplicación de justicia que legalmente no fue posible, los culpables del linchamiento
nunca fueron requeridos a comparecer ante los tribunales.
Pero al poco tiempo, otros intereses de ambas naciones determinaron el restablecimiento de
relaciones diplomáticas y el incidente quedó olvidado. Se reanudó entonces la inmigración de
italianos que había quedado suspendida durante un breve tiempo y con ello la Mafia siguió
fortaleciéndose en Estados Unidos. Ya para entonces su dominio alcanzaba a manifestarse en el
cacicazgo sobre las nuevas y grandes ciudades norteamericanas. Los rnafiosos italianos fueron
los pioneros del crimen organizado en Estados Unidos y en todo el mundo.
La Mafia italiana radicada en Estados Unidos tuvo imitadores muy pronto, en ese mismo país.
A principios de siglo surgió "La Mano Negra", dedicada a extorsionar a italianos honrados
radicados en Norteamérica: éstos recibían cartas amenazadoras rubricadas por esa organización
que sellaba sus misivas con un tosco dibujo de una mano pintada de negro. Se les exigía dinero a
cambio de "protección" y la amenaza a quienes no cumplieran las indicaciones, era el secuestro o
el asesinato de los hijos y de la misma persona a quien se dirigían.
Hasta el momento los norteamericanos identificaban a todos los italianos criminales como
miembros de una organización llamada "La Sociedad Italiana" creyendo que también "La Mano
Negra" se amparaba bajo esa agrupación.
Esa fue la premisa que llevó al detective Petrosino —de origen italiano— a investigar más a
fondo las actividades criminales de las bandas sicilianas radicadas en Estados Unidos; de ahí
surgió su especial interés en conocer los procedimientos mañosos. Su empeño inmediato en las
investigaciones que le ocuparon 20 años de su vida, era demostrar que no había ninguna
conspiración internacional de la Mano Negra; y en cambio se propuso establecer nexos de
cooperación entre las policías estadounidense e italiana para controlar el poder de esas
asociaciones; informarse en su debida oportunidad de los historiales policiales de los mafiosos
sicilianos o Ítalo-norteamericanos, asimismo de la conveniencia de comunicarse sus
movimientos principalmente cuando hicieran viajes entre Italia y Estados Unidos, en previsión
de actos delictivos. Con ese propósito Petrosino se dirigió a Italia y no acababa de desembarcar
en Palermo cuando el capo dei capí de toda Sicilia, don Vito Casio Ferro lo recibió a tiros,
frustrando los deseos del precursor de la Interpol, cuya preocupación no era la mafia italiana sino
la establecida en América. Pero su muerte paradójicamente fue el primer acto de colaboración
concreta entre los mafiosos europeos y los norteamericanos.
El principio de lealtad y solidaridad —que no siempre se han respetado estrictamente—
característicos en la Mafia, proceden de su misma estructura interna. Existe un jefe cuyas
decisiones acertadas o erróneas, se cumplen con obediencia; el desacato aún dentro de la misma
familia se castiga severamente, en ocasiones hasta con la muerte. Pero dentro de ese
autoritarismo, contradictoriamente se observa cierta democracia: el capo famiglia (Jefe de la
Familia) es elegido democráticamente por todos los miembros de su familia. Por lo general la
decisión colectiva coincide al designar a quien ha demostrado mayor audacia y fuerza para
proteger los intereses comunes. La "Familia" está formada en primer término por todos aquellos
miembros unidos por lazos consanguíneos directos; por lazos de parentesco en general, o por
semejanza en status social y económico, pero siempre y cuando en el último caso, los miembros
lleven sangre siciliana. El carácter exclusivista de la familia se basa en esa selección.
Cada familia tiene bajo su mando y total dominio un territorio, pero al mismo tiempo está
obligada a cooperar y mantener lazos de amistad y apoyo mutuo con otras familias: el poder de
todas se brinda sin restricciones al jefe máximo, el capo dei capí cuyo rol es decisión de todos
los capo famiglia en un sistema de elección todavía más exclusivista, pero ejercido por libre voto
personal. Este es el sistema más ortodoxo cuyo cumplimiento se sigue principalmente en Sicilia,
pero también en las organizaciones mañosas de Túnez, Marsella y América del Norte, y con
menos frecuencia, en América del Sur.
El ritual y las exigencias de admisión a la Mafia han cambiado según la época y las
circunstancias. En los primeros tiempos sólo podían pertenecer a ella aquellos sicilianos que
habiendo demostrado aptitudes suficientes pasaran la prueba de un duelo a cuchillo. Pero relatos
más recientes han revelado otras formas de recepción: Serafino Castagna, en algún año de la
década de los cuarenta ingresó a la temible sociedad secreta siguiendo un extraño ritual.
Primeramente se hizo una herida en un brazo, cuya forma bien podría identificarse con las
prácticas de sectas satánicas; enseguida todos los presentes chuparon la sangre que escurría y
luego, levantando el brazo, dejando libre el fluir de la sangre dijo: "Juro por nuestros nobles
antepasados, los caballeros españoles Osso, Mastrosso y Carcagnosso, ser fiel a nuestra
honorable sociedad, obedecer su código y cumplir todos los deberes que me impongan hasta la
muerte. . .". Castagna traicionó ese juramento y la norma disciplinaria omertá pues sólo alcanzó
a cumplir el principio de sus encomiendas que fueron robos, incendios y otros delitos, podría
decirse menores. Luego se le ordenó dar muerte a uno de los miembros de la familia cuyos actos
fueron sentenciados por el capo famiglia con la pena máxima. El neófito, no apto para el crimen,
sólo llegó a herir levemente a su víctima y en cambio cumplió una condena carcelaria de cuatro
años. Al recuperar la libertad recibió una nueva orden: asesinar a un policía. Esto indignó a
Castagna que se resistía a matar a un hombre inocente. Decidido a terminar con sus torturadores,
se dirigió a la casa del jefe de la familia dispuesto a asesinarlo. Pero al no encontrarlo se vengó
asesinando a los padres del capo familgia: dos ancianos. . . Para congraciarse con la policía
aceptó el recurso de la delación. Por su causa se detuvieron a muchos de sus antiguos
compañeros y sólo así pudo salvarse de la silla eléctrica, pero no de la Mafia.
Otro relato del ritual de admisión lo hizo también un desertor, En presencia del jefe de la
familia y sus miembros el debutante se pincha un dedo para hacerlo sangrar; con ésta impregna
la estampa de un santo y enseguida quema el papel conteniendo la ceniza en sus manos mientras
pronuncia el juramento "Juro lealtad a mis hermanos, no traicionarlos jamás, ayudarlos siempre y
si no lo hiciere, arda yo y quede reducido a cenizas como esta imagen. . .".
El código de la vendetta que obliga a los miembros de la Mafia a vengar la muerte de
cualquier miembro de su familia y también a otros parientes, contradice el principio de
colaboración y hermandad con otras familias. Uno de los ejemplos más sobresalientes de las
consecuencias del acatamiento de esa norma es el que se produjo en el reducto mafioso de
Corleone: en cuatro años se cometieron ciento cincuenta y tres asesinatos entre los miembros de
dos familias enemigas. Y de los años 1918 a 1960, casi la décima parte de la población de
Godrano murió víctima de las venganzas ejecutadas por la Mafia. En situaciones extremas ni el
mismo capo dei capí ni la obligación de obedecerle ciegamente logran evitar la violencia.
Otro de los más sonados enfrentamientos entre dos familias enemigas, una napolitana y otra
siciliana, ocurrió en 1910 en Nueva York; las diferentes bandas se disputaban el mando de los
barrios más importantes y su exclusividad sobre los sucios negocios de mayor ganancia.
También quien venciera sería reconocido como jefe de la ciudad. El desenlace de la feroz guerra
fue el triunfo de Ignazio Saietta "El Lobo", quien utilizó su poder para lucrarse traficando
drogas, extorsionando a inmigrantes, organizando loterías ilegales y otras formas de juego fuera
de la ley. Pudo haber construido un fuerte imperio delictivo de no haber sido por su desmedida
ambición que lo llevó a falsificar dinero, marcando así su estrepitosa caída, pues por ello fue
condenado a treinta años de prisión.
Habiendo quedado vacante el puesto de mando de la Mafia en Nueva York, nuevamente se
inició la lucha abierta con las mismas características de violencia y varias decenas de muertos en
poco tiempo. Finalmente
Guiuseppe Masseria obtuvo el triunfo y bajo su mandato fue conocido como "Joe The Boss"
(Pepe el Patrono) que no obstante haberse ganado el primer lugar de mando en la gran urbe
neoyorquina, continuamente debía enfrentar otros ataques de las mismas bandas italianas y de las
formadas por otros grupos inmigrantes e incluso de las integradas por norteamericanos. En
ocasiones, por no existir la fórmula de colaboración al estilo siciliano, todos los delincuentes de
ese origen sin otro apoyo que el de sus propias fuerzas cedieron o fueron derrotados por sus
competidores. Aun cuando por medio de la violencia una sola banda se colocaba en la primera
línea del delito organizado, todavía no se llegaba al procedimiento de nombrar un capo dei capí
como se hiciera en Sicilia. Otro de los famosos mañosos derrotados en esos enfrentamientos fue
Jim "Diamond" Colosino; muerto en 1920, dejando en manos de otro gángster, Johny Tomo, su
vasto imperio de tráfico de drogas, prostitución, "venta de protección" y juego ilegal en Chicago.
Torrio fue desplazado por su lugarteniente, un audaz jovenzuelo con precoces dotes de mando y
dueño de grandes capacidades organizativas: Alphonse Capone; no obstante haber nacido en
Roma y no llevar sangre siciliana por su sagacidad se elevó al puesto de máximo jefe de la
Mafia. Este hombre fue el pionero de la organización internacional del crimen, y cimentó las
bases de cooperación delimitando actividades y territorios para evitar interferencias con motivo
de posteriores disputas autodestructivas.
Al Capone se hizo jefe de la Mafia en 1925, a partir de esa fecha puso todo su empeño en
reunir a las bandas italianas en una sola manteniendo cada una su autonomía territorial e
independencia en su mandato interno, así como su organización, pero obligadas a respetar las
jurisdicciones ajenas y a prestar su colaboración en caso necesario. Prácticamente era el mismo
sistema siciliano, pero ampliado en términos de colaboración; más flexible en cuanto al
centralismo de mando y menos rigurosa en su admisión exclusivista.
Una de las más escandalosas épocas del gangsterismo en Estados Unidos transcurrió durante
los años de la famosa Ley Seca que fue causa de centenares de muertes resultantes de las
disputas entre las bandas criminales empeñadas en obtener la exclusividad en las ganancias del
contrabando de alcohol, la venta y su fabricación clandestina.
La paz durante esos tiempos se debió directamente a la intervención de Al Capone. Convenció
a los principales jefes de las bandas en pugna concediéndoles ciertas áreas de la ciudad como
centro de operaciones exclusivo, con la seguridad de que serían respetados por las otras bandas,
y al mismo tiempo con la obligación de respetar los territorios ajenos, e incluso prestarse ayuda
mutuamente.
El resultado de esa propuesta fue magnífica para todos y Al Capone aprovechó su idea
explotándola al máximo. En 1929 en la ciudad de Atlanta reunió a los máximos jefes de las
bandas criminales que operaban en todo Estados Unidos: les expuso su plan y de ahí resultó una
exacta división del país en territorios. En esa organización nacional se pactó respeto mutuo y
colaboración sin restricciones por el origen siciliano o anglo, de las agrupaciones. Simplemente
se atendía la necesidad práctica de extender su influencia y evitar luchas inútiles entre el gremio
gangsteril, puesto que los unía una labor común coincidiendo por lo general en sus violentos
métodos de trabajo. A partir de ese momento Al Capone obtuvo el mando máximo de la Mafia
en todo el país no obstante los innumerables atentados de que fue objeto, sobre todo por su
carácter exhibicionista y su indiferencia a los más elementales principios de la ley. Varias veces
fue requerido por la justicia acusado de numerosos delitos pero nunca se le comprobó nada y
seguía gozando de impunidad hasta 1931, cuando fue declarado culpable de evadir impuestos y
tras dieciséis años de permanecer en prisión murió dentro de la cárcel terminando así su
novelesca biografía.
Otro gángster famoso fue Michel Spinella, cuya audacia no fue favorecida por la suerte y
quizá su vertiginosa carrera marcó el mismo ritmo en su descenso. Este arribó a Estados Unidos
en 1923 con los bolsillos y las manos vacías. Pocos años más tarde su fortuna era ostentosa pero
la policía norteamericana nunca pudo comprobar su participación en negocios delictivos. Se
tenían fundadas sospechas —nunca comprobadas— de la procedencia de su fortuna en íntima
relación con el tráfico de drogas. También se descubrió su influencia entre los agentes y
armadores navales quienes estaban amenazados de sabotajes, huelgas, atentados, etc., si no
pagaban la debida protección al feudo Spinella. Nadie se atrevía a testificar en contra del
gángster pues la vida iba de por medio; de esa forma disfrutaba de ganancias exorbitantes; desde
el armador hasta el más modesto estibador debían pagar para poder realizar sus jornadas de
trabajo en condiciones normales, o para mantener su empleo puesto que también el sindicato
estaba controlado por la banda mañosa. El F.B.I. tras varios frustrados intentos de enviarle a
prisión, por su ostentosa delincuencia, encontró la coyuntura en el único detalle que Spinella
había pasado peralto: la ilegalidad de su estancia en Estados Unidos. De esa forma bastaron tres
agentes policiales para detenerlo una noche mientras dormía en el más lujoso hotel de
Washington; de ese lugar, su habitual residencia, sólo pudo sacar la ropa que llevaba puesta y un
cepillo de dientes. En su armario se quedaron los trescientos sesenta y cinco trajes que tenía para
usar, uno cada día del año, más de doscientos pares de zapatos, otra cantidad similar de camisas
confeccionadas especialmente para él con tela tejida en exclusiva en Japón y más de medio
millar de corbatas y un centenar de sombreros. No se le permitió llamar por teléfono ni hablar
con sus guardaespaldas. En menos de quince minutos fue sacado del hotel y puesto en un avión
que lo llevaría directamente a Italia donde ya le esperaban las autoridades policíacas para
recluirlo en una pequeña aldea siciliana, donde viviría por el resto de sus días.
Lucky Luciano también merece mención especial cuando se habla de la Mafia norteamericana.
Charles "Lucky" (El Afortunado) Luciano llegó a Estados Unidos llevado por su familia siendo
un niño de siete años. Su padre, un albañil nacido en la pequeña y miserable aldea de Lercara en
los montes sicilianos, al igual que muchos de sus compatriotas, creyó encontrar fortuna en
América. Este hombre que nunca en su vida tuvo relación alguna con la Mafia ocupó una
humilde vivienda en el sector neoyorquino de Manhattan. Lucky fue a la escuela irregularmente
hasta los catorce años. Decidido a emplear su tiempo en actividades remunerativas, obtuvo su
primer empleo en un comercio como ayudante de mostrador, con un sueldo modesto, pero al
nivel de sus escasas habilidades. Su primer contacto con el mundo delictivo ocurrió una tarde al
salir del trabajo; hacía poco había recibido su salario de siete dólares, fue a un bar donde se
jugaba clandestinamente y apostó todo su dinero US$ 7, obtuvo una ganancia de doscientos
treinta dólares más. Eso le demostró su aptitud para el dinero fácil, y su carácter decidido,
ambicioso lo encaminó muy pronto a enrolarse como aprendiz de gángster en los suburbios de
Brooklyn. Por esa zona distribuía droga a los viciosos obteniendo regulares ganancias hasta que
fue sorprendido en una comprometida situación y llevado a prisión. En cuanto recupera su
libertad, aprovecha la obligación de entrar al ejército para también lucrar ahí con el clandestino
tráfico de alcohol, prohibido y muy bien pagado en la escasez producida por la Primera Guerra
Mundial. Terminado su servicio en el ejército continúan sus actividades delictivas y por primera
vez evade la condena por su primer crimen adentrándose cada vez más en los sucios métodos
criminales de la nueva vida norteamericana durante los difíciles años veinte. Sus negocios y gran
capacidad de relaciones personales asombran incluso a los políticos y famosos artistas que
alternan con él en los más lujosos centros vacacionales estadounidenses y principales ciudades
de ese país.
En la tercera década de este siglo alcanza la cima del poder, ejerciendo el máximo control
sobre la Mafia americana, dominando prácticamente todo Nueva York en su participación del
tráfico de estupefacientes, prostitución, juego ilegal, venta de protección, etc.; con las pingües
ganancias de esos negocios vive en la opulencia y asombra con su derroche aún a los más ricos
para quienes resulta inexplicable la riqueza del "Afortunado" Luciano. Todo lo relacionado con
su persona siempre era noticia de primera plana en la prensa norteamericana, además destacaba
por su afición de exhibirse con las famosas estrellas de cine, con quienes presumiblemente
mantenía romances, conquistándolas por medio de valiosos obsequios y recomendaciones ante
importantes productores. Hasta que por el año 1936, el procurador Thomas Dewey, también
famoso en los célebres procesos seguidos a los mañosos, encuentra la oportunidad de
encarcelarlo acusándolo de incitación a la prostitución por su obvia participación en ese negocio.
A pesar de sus influencias políticas y económicas y de varios intentos de soborno, coacción y
amenazas de sus sicarios, es sentenciado a treinta y seis años de prisión. Diez años más tarde,
gracias a su todavía poderosa influencia en la Mafia, obtuvo su libertad en una maniobra que más
adelante se relatará, pero fue confinado a un pequeño lugar de la isla siciliana, donde alcanzó a
disfrutar de su fortuna, del respeto de todos los mafiosos norteamericanos y sicilianos, y todavía
hasta su muerte, se dijo que seguía controlando la Mafia internacional desde su obligado exilio.
Poco antes de morir dijo: "Si viviera de nuevo volvería a hacer lo mismo, pero lo haría
legalmente. Tal vez demasiado tarde me di cuenta de que para ganar un millón de dólares
ilegalmente hace tanta falta inteligencia y esfuerzo, como para ganarlos honradamente..." Y
todavía antes de morir estuvo a punto de ser detenido nuevamente, esta vez acusado de tráfico de drogas a nivel internacional.
La Mafia en Norteamérica y Sicilia ha sobrevivido a los más serios ataques policíacos y de
otras bandas empeñadas en su exterminio pues, aunque con las variantes de cada caso, tanto en
Norteamérica como en Sicilia, el carácter propio de su organización y sus seculares normas
disciplinarias de secreto y obediencia, basadas en una estructura patriarcal, han asegurado su
vigencia.
Uno de los más fuertes ataques contra la Mafia efectuados en Sicilia fue durante el régimen de
Mussolini: su jefe de policía, Cesare Mori, dirigió una acción tendente al total exterminio de la
Mafia, valiéndose de los métodos más crueles sin ser, en efecto, muy diferentes de los empleados
por la propia Mafia. A varios centenares de detenidos les obligó a traicionar el principio omertá
mediante golpes, torturas, mutilaciones, represalias contra sus familias. Tras las confesiones se
aprehendía y condenaba a los principales mafiosos y a todos los miembros de sus familias
imposibilitadas en ese momento para presentar batalla o salvarse con sus habituales recursos de
chantaje, amenazas y soborno, pues el régimen de Mussolini no admitía tales procedimientos
entre sus colaboradores, fue tal la persecución y procesamiento de mafiosos que Mori declaró
públicamente, en 1928, la desaparición de la Mafia en Italia, difundiendo además los secretos de
la poderosa organización. Trató de explicar —sin justificar— el comportamiento del miembro de
mafioso. Decía que el código de la vendetta transformaba la moral de sus seguidores, pues éstos
creían obrar bien si lo acataban estrictamente, logrando tranquilizar su conciencia aunque ello les
obligara a los más crueles asesinatos. Su norma moral era cumplir sus juramentos y actuar en
consecuencia independientemente de los conceptos comunes del bien y del mal, combinando en
ellos contradictoriamente ciertas observaciones de caridad, sancionadas en la religión católica de
la cual todas las familias debían ser fieles seguidoras.
Entre los miembros de la Mafia, a diferencia de otras sociedades secretas, no había una clave
que los identificara, pues la peculiaridad de agrupación por núcleos llamados familias, permitía
dentro de las mismas normas cierta independencia; entonces se reconocían simplemente por
intuición.
A pesar de que la Mafia todavía existe con poderosa influencia en el crimen internacional
organizado, y en su nueva faceta, se puede hablar de cierta decadencia, principalmente a raíz del
enriquecimiento de sus jefes en Estados Unidos, pues allá, al principio valiéndose de recursos
ilegales, lograron la fortuna y el respeto anhelados por sus antecesores, los miserables
campesinos sicilianos. Encontraron entonces más cómodo y menos riesgoso el dedicarse a la
administración de negocios lícitos. Los inmigrantes sicilianos enriquecidos en Norteamérica
entraron de lleno a las reglas de juego dentro del American way of Ufe y sus principales negocios
actualmente, o la nueva forma de "hacer la mafia", es formar grandes monopolios comerciales,
apoderarse del predominio en la propiedad de centros vacacionales y casinos de juego tolerados
por las autoridades, pero no exentos de las trampas propias de ese negocio, sin llegar por ello a
extremos conocidos en décadas anteriores. Dentro del reciente comercio del sexo en forma
industrializada y permitida legalmente, también tiene intereses la nueva Mafia, todavía dentro de
la prostitución, las "call girls", los espectáculos sexuales, alquiler de aparatos de juego en bares y
cafeterías, de máquinas tragamonedas en general; y otro tipo de Mafia es la que controla el
narcotráfico internacional.
Pero la actual Mafia tiene preponderancia en el mundo político dentro de los límites
permitidos por el sistema. Todavía los negocios relacionados con el juego, y en general los más
sucios que explotan el vicio y la perversión son controlados por una Mafia decadente. La
verdadera y poderosa Mafia ejerce su dominio desde elegantes oficinas a través de las finanzas
internacionales, donde se ponen en juego varios millones de dólares en una operación industrial
de segundos, cuya duración será de años.
MAGIA Y BRUJERÍA
La fascinación que ejerce la magia, todas las formas de hechicería, los encantamientos y
rituales macabros tienen una raíz muy profunda. Se encuentra en el origen mismo del hombre, en
su período primitivo cuando tuvo necesidad de inventarse explicaciones para afrontar los
fenómenos que se producían a su alrededor y veía con azoro sin poder comprenderlos. Sus
primeras reacciones fueron de temor; luego, como defensa a su repetición, a su persistencia, e
incapacidad de controlarlas tuvo que asumir esa realidad pero trató de interpretarla, de atribuirle
una causa y un significado. Entonces comenzó a manejar símbolos, después creó mitos. Esas son
nuestras primeras matrices, nuestra memoria genética ineludible inmutable al paso del tiempo y
aun a la evolución del pensamiento.
La magia ha existido en todas las comunidades humanas; situada en el pensamiento primitivo
parece un hecho natural, un proceso lógico de acuerdo a esas circunstancias. Visto así el asunto
no hay punto de discusión sobre las creencias del hombre prehistórico, los fenómenos que dieron
origen a sus primeros mitos hace siglos dejaron de asombrar, pero surge la discrepancia cuando
se advierte que las explicaciones científicas no han alterado el pensamiento mágico del hombre
contemporáneo ni su tendencia a la mitificación. Sin embargo hasta aquí ciencias como la
antropología o la psicología aclaran los motivos de ese comportamiento. El conflicto aparece
cuando se plantea el análisis del contenido del fenómeno mágico, donde comienza la frontera
entre lo real y lo fantástico.
La solución más fácil, la falacia resultante del método científico es negar lo que no se
comprueba objetivamente. La ciencia rechaza categóricamente todo lo que implique magia
porque es un fenómeno fuera de control, no susceptible de experimentación. Siguiendo ese
criterio sería ociosidad abordar el tema de la brujería como fenómeno independiente. Partiendo
de consideraciones científicas elementales el asunto se observa desde diversos puntos de vista, es
un objeto de estudio interdisciplinario; la historia, la sociología, la psicología y, si se quiere, la
parapsicología son las materias más íntimamente relacionadas en torno al estudio de la brujería.
Aquí la intención es solamente presentar breve exposición histórica del desarrollo de la
brujería haciendo mención a sus orígenes, manifestaciones y repercusiones en la sociedad. Se
incluye este tema en el presente volumen porque la finalidad ha sido proporcionar al lector una
muestra representativa de las más famosas sociedades secretas que tuvieron sonadas
consecuencias en distintos países y distintas épocas, en ese contexto es imprescindible incluir el
asunto de la brujería advirtiendo el resurgimiento del culto en estos momentos. En la época
moderna la brujería ha aparecido poco después de la Primera Guerra Mundial; aunque ahora no
existe una Santa Inquisición que la prohíba y condene a la hoguera a sus simpatizantes, persiste
el prejuicio social, no es algo que pueda observarse a distancia y quedar en la indiferencia o
acaso despierte ligera curiosidad como serían las logias masónicas que en América y en Europa
celebran sus reuniones sin ser molestados, mas bien ante la indiferencia colectiva (sí es atractivo
conocer sus misterios, pero no constituye un objeto de persecución ni hay un empeño especial en
averiguar lo que ocurre dentro de esos grupos). En cambio produciría violentas reacciones el
tener conocimiento exacto del lugar donde funciona un conventículo, y los participantes del culto
con seguridad serían agredidos.
En la reciente formación de conventículos interviene predominantemente gente joven
perteneciente a generaciones desencantadas de su tiempo. No hay tradición familiar que
justifique ciertas inclinaciones a esas prácticas transmitidas por herencia. Tampoco es el caso de
gente rural saturada de supersticiones. Son jóvenes de cultura urbana, de nivel educacional
universitario que reaccionan rebeldemente contra la corrupción clerical, contra el orden
establecido, contra una sociedad preocupada por los aspectos materialistas. Su apego a cultos
aparentemente abolidos en el pasado tal vez sea motivado por un deseo de reconciliación con lo
humano, convocando fuerzas espirituales producidas única y exclusivamente con la fe, con la
celebración de rituales dirigidos a convocar la manifestación de fuerzas misteriosas que hagan
vibrar su espíritu.
Dicho de otra forma: el resurgimiento de la brujería es un hecho palpable en este momento, en
las naciones más desarrolladas (principalmente en éstas), en los rincones más apartados.
Actualmente funcionan conventículos donde se celebran los mismos ritos descritos desde hace
miles de años en textos que observaron con curiosidad ese culto. En un moderno edificio de una
de las capitales mundiales más importante es probable que haya un sabbath y sus protagonistas
sean las jóvenes que caminando por la calle se ganan miradas de admiración, exitosos
profesionistas o acaudalados magnates. Funcionan en secreto naturalmente, pero en los últimos
años han sido cada vez más frecuentes los descubrimientos de sectas satánicas dedicadas al culto
diabólico en las grandes ciudades. La prensa de todos los días recoge esas informaciones y hasta
entonces el escéptico se percata de que los vecinos más agradables del barrio formaban parte de
un grupo demoníaco, que ha intervenido la policía porque alguno de los asistentes al aquelarre
estaba implicado en cuestiones de droga.
Estos grupos también ahora se protegen en el secreto —a veces no muy eficaz puesto que son
descubiertos— y se multiplican en su afán de búsqueda. Se ha visto cómo las religiones
orientales han merecido la atención de la juventud occidental siempre a la expectativa. En este
momento somos protagonistas de una nueva etapa en la brujería. Es oportuno entonces,
condensar aquí algo referente a la brujería desde sus orígenes hasta nuestros días.
Sin el propósito de invadir los campos de estudio de materias concretamente especializadas en
esas cuestiones, se hace necesario puntualizar que la magia y la religión tienen un significado
equivalente para el ser humano. Todavía no hay acuerdo entre las teorías que consideran a la
magia como el antecedente directo de la religión o a la inversa, y las que las sitúan
paralelamente. De cualquier forma son elementos análogos los que integran el simbolismo de
una y otra; la religión tiene algo de mágico que se llama milagro por la concurrencia de una
fuerza divina, y la magia tiene algo de religión por la fe inherente a la confianza depositada en el
objeto mágico y por el misticismo que implica su proceso de relación sujeto-objeto.
En esos términos el pensamiento del hombre contemporáneo no difiere mucho al del hombre
primitivo, simplemente se adecuan los ritos. Ni los viajes espaciales, ni la invención de la
computadora más compleja son capaces de cancelar el pensamiento mítico. En principio los
fenómenos desconocidos fueron inspiradores de mitos; ahora lo son la impotencia, el apego a
símbolos en respuesta a las necesidades fetichistas. La ciencia del siglo XX aún ha dejado en la
oscuridad grandes misterios; a ellos se aferra el ser humano como exigencia para satisfacer un
profundo deseo. Cuando la omnipotente ciencia se declara incapaz de trasponer un límite el
hombre recurre a su capacidad inventiva para encontrar la respuesta más satisfactoria a sus
inquietudes y dispone de un campo propicio para la creación de símbolos mágicos.
En nuestros días mostrar apego a la magia, la hechicería, el fetichismo, es signo de incultura
porque "el pensamiento científico" prohíbe los mitos, pero las supersticiones se conservan
subyacentes en la conciencia col activa. Se mencionan frases, se omiten ciertos actos, se
suprimen números y aunque se trata de escudar en la religión, el hombre del siglo XX es
fetichista. Cree con reservas lógicas (por inhibiciones sociales disfrazadas como, snobismo
cultural) en ciertos mitos y en casos de desesperación (frente a una enfermedad, un desengaño
amoroso, etc.) extremos no dudaría en recurrir a la magia si la tuviese a su alcance y no pesaran
sobre ella prohibiciones clericales.
El apego del ser humano a los mitos, su componente mágico en la esencia de su personalidad,
son cuestiones indiscutibles; ¿pero qué hay en realidad de cierto, respecto a todas esas antiguas
leyendas sobre brujería transmitidas oralmente a través de varias generaciones? No hay respuesta
categórica. El rigor científico de hoy hace inadmisible la existencia de un fenómeno sin
comprobación. Sin embargo la Iglesia católica creó una poderosa institución (La Santa
Inquisición) dedicada —entre otras cosas— a perseguir a brujas, hechiceras y endemoniados.
Las iglesias protestantes tuvieron el mismo empeño y son incontables, cientos de millares de
víctimas de hombres y mujeres, condenados a muerte acusados de practicar la brujería como
sinónimo de satanismo.
Pero no ha sido sólo a partir de la era cristiana cuando se comenzó a hablar de brujas; también
en épocas anteriores se mencionó a personajes similares5 que preparaban filtros amorosos,
curaban o causaban la muerte6 echaban mal de ojo preparando asquerosas pociones. Autores
clásicos como Horacio, Virgilio, Tíbulo y Luciano ya atribuyen a las hechiceras de su época la
capacidad de volar por los aires.
Hornero y Ovidio hablan de hechiceras, son ciertas mujeres conocedoras de fórmulas secretas
para preparar bebedizos cuyos efectos amatorios eran infalibles. Horacio se refiere a una mujer
llamada Canidia (según biógrafos y críticos de Horacio este personaje existió realmente, era una
mujer dedicada a la composición y venta de perfumes) a quien le atribuye actos perversos; la
bruja acompañada por otra mujer, descuartizaba una oveja negra ante la imagen de Príapo, el
dios del sexo. Después de beber la sangre del animal arrojaban muñecos de cera al fuego.
También menciona que prepara bebedizos cuyos ingredientes son sangre de sapo, huesos y
plumas de lechuzas, etc.). Otro bebedizo era preparado con sangre de niño sacrificado para ese
fin.
Las referencias más antiguas a estos personajes no se relacionan con la forma medieval de
concebir la figura de una bruja. Su descripción es en términos que corresponden a una hechicera
cuyo conocimiento de la magia le permitía lograr que una enamorada consiguiera su propósito de
atraer al amado.
En las culturas antiguas el rol de hechicero, sacerdote y curandero podían ser atributo de una
sola persona; en esas culturas no se hacían distinciones precisas entre magia y religión; desde ese
punto de vista ha de considerarse que la celebración de ritos especiales, la preparación de
bebedizos y la veneración a ciertos objetos, eran funciones del individuo merecedor del máximo
respeto y admiración dentro de la tribu. Esos actos sólo podía ejecutarlos uno de los miembros de
la tribu que hubiera dedicado toda su vida a una intensa preparación para poder alcanzar ese
5 Su relación con el satanismo sí es durante la persecución inquisitorial, ya cuando se había creado la imagen del diablo tal
como lo concibe el catolicismo, porque en tiempos anteriores a Cristo no se conoció a ninguna deidad equivalente al Diablo
católico.
6 Incluso ya desde la antigua cultura egipcia se encuentra un antecedente de la magia de la imagen: el descubrimiento de
un papiro en una de las pirámides de Egipto permitió saber que el Fanón Ramsés III fue embrujado por una de sus
esposas a quien se le encontró una figura de cera personificando al faraón; la imagen estaba marcada con punciones en
diversas partes del cuerpo, exactamente donde Ramsés decía sentir dolencias. Según el papiro eso ocurrió en el año 1100
a. de J.C. grado.
Una concepción más amplia de la historia revela otra perspectiva soslayada por vanidad, pero
visto con toda objetividad, es claro que la magia tuvo los mismos principios de observación que
los adoptados más tarde por la ciencia. Los fenómenos naturales que dieron origen a los primeros
símbolos, se apreciaron en toda su extensión; es decir, la "creación" del fenómeno fue captada en
su total amplitud. No escapó ningún detalle de su atención. Con esta puntualización se amplía el
campo de estudio de la brujería, rescatándola del gratuito menosprecio a que se la ha relegado.
La magia ha sido común característica en todas las culturas como rasgo esencial que es en las
agrupaciones humanas primitivas. Así cada una de ellas ha hecho aportaciones muy valiosas para
el estudio científico de los fenómenos naturales. Cuando pasó a formar parte de una religión, de
un culto dedicado a determinadas figuras, confundió la diferencia entre los actos de magia y los
de brujería.
Persecución de brujas
La persecución de brujas comenzó hace menos de cinco siglos; durante los casi primeros
quince siglos de cristianismo no pareció muy preocupante la existencia de pitonisas que
adivinaban la suerte e interpretaban algunos sueños como ocurría entre los griegos y los
romanos. Las hechiceras no pasaban a ser molestadas si encaminaban su magia a fines
inofensivos, es decir, se reconocía el poder de la magia para quitar la vida a alguien, se sabía de
casos en que quien encargaba el trabajo a la hechicera deseaba hacerlo como forma de venganza,
ahí dependía por completo de la "ética", por así llamarlo, de la hechicera si cumplía o no ese
encargo. En alguna ocasión se siguió la causa de sentencia a una mujer famosa por sus pócimas
"amorosas" que se prestó a instrumentar como una venganza por despecho. Ella trató de
defenderse con el argumento de que sólo cumplía un encargo, lo cual propició la sentencia de la
mujer que había deseado el mal.
Las primeras condenas propiciadas directamente por la Iglesia contra la hechicería, se
conocieron hacia los siglos XIV y XV. El primer Papa que prohibió la magia y la hechicería
refiriéndose concretamente a esas prácticas fue Inocencio III en una bula firmada exactamente en el año 1484. En los años anteriores ni siquiera se habló directamente del asunto, se supo
vagamente de dos condenas aparte de la antes mencionada; en bulas precedentes se hizo alguna
alusión a la hechicería pero no refiriéndose directamente a ella ni a sus ejecutoras.
La cacería de brujas surgió como una febril moda simultánea en varios países europeos:
Alemania, Austria, Francia, Suiza, Inglaterra, Escocia, Países Bajos y Escandinavia. La súbita
reacción no pudo ser obra de la casualidad, necesariamente fue respuesta a un poderoso motivo
dirigido por la Iglesia pero curiosamente acogido entusiastamente por el pueblo. Son varias las
opiniones que tratan de explicar esa repentina reacción. Unas aluden a un deseo de la Iglesia de
demostrar su poder ya superados los problemas que afrontó en siglos anteriores por la definición
de la línea más ortodoxa que habría de seguir la máxima autoridad católica en el mundo. Otras
en cambio aluden directamente al descubrimiento de una conspiración cuyo mejor
enfrentamiento fue propiciando la participación popular en defensa de la religión y, por ende, de
la institución clerical.
Aunque es arbitraria toda especulación se cita un dato que da idea de la magnitud de la
persecución; se calcula que sólo la Santa Inquisición fue causante de la muerte de más de nueve
millones de personas, en ese número se incluyeron ejecuciones, torturas, suicidios en prisión y
otras formas de muerte en las mazmorras: hambre, enfermedades no atendidas adecuadamente,
etc.
Hubo un momento en que pareció competencia el condenar personas acusadas de brujería, la
simple observación de cifras pone de manifiesta esa posibilidad. Sólo en Alemania un obispo
firmó la sentencia de muerte para novecientas personas en la diócesis de Bamberg; en ese mismo
país la jurisdicción episcopal de Wurzburg fue escenario de la ejecución pública de seiscientos
acusados en menos de un año. La cifra de condenas a muerte en Nuremberg y otras grandes
ciudades alemanas oscilaba entre los cien y doscientos condenados cada año. Las ejecuciones
llegaron a convertirse en un espectáculo que complacía a la gente. Poco recordaban datos de la
historia, cuando los emperadores romanos hacían algo similar con los primeros cristianos a
quienes se les perseguía no tanto por sus creencias religiosas, sino por considerarlos elementos
subversivos, protagonistas de conspiraciones contra la institución gubernamental. Hasta los
países más pequeños, no señalados precisamente por su fanatismo religioso se produjeron
vergonzantes ejecuciones; sólo en un condado de Suiza fueron ejecutados mil acusados. En todos
los casos se daba por sentada la culpabilidad del acusado, pues, aunque fuera inocente, las
torturas le obligaban a confesar herejías, blasfemias y toda clase de perversiones que ni siquiera
había imaginado pero que los verdugos le obligaban a aceptar.
Un juez francés se mostraba orgulloso de haber sentenciado a casi mil acusados, todos ellos
muertos en la horca o en la hoguera después de haber sido torturados. Con esa cifra récord el
juez se jubilaba tras quince años de servicio. Una forma de defensa contra posibles acusaciones
era convertirse en acusador. Pero las causas que orillaban a la gente a lanzar cargos desde el
anonimato eran muchas, lo mismo podía ser el resultado de venganzas personales que el deseo
de las autoridades de confiscar para sí los bienes del condenado según procedía en sus leyes.
El único apoyo en que se sustentaba la represión clerical contra las personas acusadas de
hechicería era lo definido por el derecho canónico como herejía: "Un error religioso mantenido
en forma consciente y reiterada a los conceptos de verdad expresada por los representantes de la Iglesia de manera autorizada." En esa ambigüedad cabía cualquier acusación, no se hacía
ninguna mención a las condiciones en que debiera manifestarse esa permanencia en el error, por
supuesto que se omitía la forma de obtener las confesiones que invariablemente eran bajo
torturas. Si el acusado moría en las salas de tortura, cualquier explicación bastaba pues desde el
mismo momento de ser aprehendido podía darse por muerto. Fueron excepcionales los casos en
que se declaró inocente a un detenido y sometido a torturas.
De la misma forma que súbitamente nació la afición por cazar bruja; desapareció esa moda.
Casi hasta finales del siglo XVII las ejecuciones fueron más o menos constantes pero a partir de
esas fechas se suspendieron. En Inglaterra la última condena fue en 1712, en España hasta 1781
y en Polonia hasta 1793.
En todas las acusaciones de brujería se trataba de establecer una relación de tipo sexual entre
la bruja y el diablo, el diablo de los católicos que no era exactamente el Satanás judío, el satanás
del Antiguo Testamento era un ángel de Dios cuya encomienda era probar la fidelidad de los
hombres, la nobleza de sus sentimientos, su apego a la Voluntad Divina. Poco después se hizo
acusador de los hombres ante Dios y por último tentador de los hombres, pero nunca enemigo de
Dios como corresponde a la figura del diablo católico.
El diablo que reinaba sobre las brujas era la clásica representación del macho cabrío cornudo.
Pero cuando éstas hablaban de sus representaciones en los sabbaths lo describían de diferentes
formas, incluso las más de las veces como hombre "normal" con la única característica de dejar
un fuerte olor a azufre. Su concepción de acuerdo a la imagen clásica correspondería a la de
algunos dioses griegos —Pan, por ejemplo— o de otras mitologías, pero la versión más antigua
de ese estereotipo procede de hace unos doce mil años; en Ariege (Francia) se descubrió un
dibujo rupestre de esa antigüedad aproximada, en él aparece la figura de un hombre cuyo cuerpo
se cubre con pieles, lleva astas en la cabeza y en torno a él la variedad de animales que cazaba
para alimentarse y cubrirse.
Los antropólogos interpretan ese dibujo como un deseo de atraer siempre a esos animales y al
cazarlos asegurar la alimentación. En las mitologías de Egipto, Grecia, Roma y las culturas
célticas aparecen varias imágenes de dioses cornudos pero que no tienen ninguna relación con el
mal. Esas veneraciones proceden directamente del paleolítico y tal vez la figura sea
efectivamente pecaminosa porque hubo un momento en que la cacería decayó y las tribus
primitivas descubrieron la agricultura, seguían adorando a su dios cornudo; la forma de rendirle
tributo para implorarle su protección era copulando ante su imagen sobre un campo recién
sembrado. El ritual no tenía intenciones orgiásticas sino exclusivamente dedicadas a solicitar su
intervención en favor de la fertilidad. Así el dios se convirtió en un rito asociado con el sexo,
práctica que luego se atribuyó a las brujas y que quizá efectivamente realizaran pero en última
instancia con propósitos diferentes al motivo del pecado contenido en el catolicismo —saber y
placer—.
Es probable que haya habido brujas desquiciadas, malévolas que efectivamente sacrificaran
niños para preparar sus hechizos, pero eso no correspondía a la magia como se entendía en
tiempos primitivos. El símbolo ha sido una necesidad de expresión al margen de prohibiciones
morales impuestas por las religiones.
La maniática caza de brujas que protagonizó el mundo cristiano durante dos siglos confundió
la hechicería con la magia, en última instancia ambas se complementan pero la represión de la
Iglesia persiguió exactamente lo mismo que ella creó y difundió.
La concepción popular de la brujería sostiene desde hace siglos la asociación de hechizos
maléficos con la utilización de representaciones (figuras de cera, muñecos de tela, fotografías,
objetos de uso personal, cabellos, uñas, etc.) de la persona a quien va dirigida la magia. La
conducta fetichista explica esa necesidad de contar con el apoyo de la imagen para fortalecer los
efectos del hechizo; es, en principio, una necesidad psicológica de la bruja. Pero históricamente
hay antecedentes que se remontan a cientos de años antes de Jesucristo. Ya en los tiempos de
Ramsés III se menciona esa práctica.
En 1324 se conoció otro incidente similar; los tribunales ingleses consignan un caso de este
tipo en la localidad de Conventry. Veintisiete personas fueron acusadas de acudir ante una bruja
pidiéndole que ejerciera sus influjos sobre el prior de ese lugar y además otros cinco religiosos.
El "trabajo" se pagaba a veinte libras por cada una de las víctimas. Para comenzar la bruja hizo
una demostración de la efectividad de sus poderes, garantizando a los clientes el resultado
deseado. Lo primero fue hacer una figura de cera que representaba a un hombre del pueblo no
incluido en la lista de las víctimas. La bruja clavó un alfiler en la cabeza del muñeco; el hombre
perdió la razón, su repentina locura causó sorpresa entre todos sus amigos y conocidos pues
siempre había gozado de buena salud y cabal juicio. Para mayor seguridad de los clientes la bruja
ensayó directamente con la muerte. Para ello recurrió nuevamente a la figura clavándole un
alfiler en el pecho a la altura del corazón. El hombre murió en ese mismo instante. Uno de los
que fueron a solicitar los servicios brujeriles se aterró ante la malévola comprobación y
arrepentido llevó el relato a los tribunales identificando a los implicados. La bruja pasó el resto
de sus días en la cárcel, sucedió igual con algunos de sus clientes, otros más pudieron escapar
antes de ser apresados.
Un caso semejante se produjo en 1441, siendo en esa ocasión Enrique VI la presunta víctima;
Eleanor Cobham, duquesa de Gloucestér contrató a una bruja para causar la muerte del rey,
según las acusaciones. Se siguió el mismo procedimiento: una figura de cera representando al
monarca; cada día le acercaban al fuego para consumir lentamente esa imagen. Antes de su
destrucción total se descubrió el atentado. La bruja fue quemada públicamente y la duquesa
condenada a prisión perpetua. Las únicas pruebas presentadas por el fiscal fueron dos figuras de
cera encontradas en poder de las sentenciadas.
El exorcismo aprobado por la Iglesia católica también recurrió durante un tiempo a la imagen
en un sentido mágico. Una vez determinada la operación el sacerdote hacía una figura
representando al demonio poseedor y le llamaba por su nombre cuando lo manifestaba en voz del
poseso. El exorcismo se hacía junto a la víctima, el sacerdote pronunciaba oraciones al tiempo
que arrojaba la figura demoníaca al fuego, cuando la figura ardía el poseso recuperaba su
personalidad; las oraciones, la purificación del fuego, la destrucción de la figura eran fórmulas
también utilizadas por la hechicería, pero la Iglesia sólo las autorizaba cuando quien las usaba
era sacerdote exorcista.
La magia de la imagen era la más efectiva según las propias brujas y las voces populares
aunque tampoco se despreciaban otras formas de fetichismo, por ejemplo alguna parte del cuerpo
del hechizado según el efecto deseado. Su efectividad no se ponía en duda; el célebre
"enamoramiento" por artes mágicas es un relato repetido en todas las épocas, un hecho que
demuestra los alcances de ese poder presenta matices cómicos. Ocurrió en North Berwick donde
era famoso el médico escocés John Fian por su prestigio como brujo aunque nunca bien
comprobado. Fian era profesor en el liceo de la ciudad, aprovechó esa circunstancia para
conseguir el amor de la hermana de uno de los chicos que era su discípulo; el profesor prometió
a su alumno que dejaría de azotarle como lo hacía de continuo a causa de sus distracciones en la
lección si a cambio le llevaba uno o varios vellos púbicos de su hermana. Al chico le pareció
sencillo el intercambio pues dormía en la misma cama. Esa noche el chico trató de conseguirlos
pero en vez de ello logró despertar a su hermana quien enteró a su madre del asunto. La madre
obtuvo la verdad del propósito del muchacho, confesó de quien partía la idea. La madre
conocedora de las artes hechiceras encargó al chico que le diera al profesor tres pelos de la ubre
de una ternera sin decirle que eran del animal. El doctor los recibió con entusiasmo pensando
haber conseguido su propósito, sin pérdida de tiempo preparó su hechizo llevándose la sorpresa
de ser perseguido por todo el pueblo por la ternera enamorada.
Ese tipo de hechicería comprendía una amplia variedad de remedios, como un prontuario tenía
fórmula para "mejorar la memoria": se recomendaba colgar del cuello del hechizado un ojo,
cerebro o corazón de un avefría garantizándole mientras llevara el amuleto la disposición plena
de sus facultades nemotécnicas. "Para curar la esterilidad de la mujer" también había un sencillo
remedio: pulverizar un asta de ciervo y mezclarla con hiel de vaca, teniéndola siempre con ella
se haría fértil. "Filtros de fidelidad de la mujer" eran una petición muy frecuente; los maridos
celosos recurrían al hechizo, consistía en hacer un bebedizo con los órganos sexuales de un lobo,
pelos del hocico y cejas mezclados para que la mujer los bebiese sin enterarse de qué eran. Así se
aseguraba su fidelidad al hombre que hiciera la operación. Para obtener su amor o "exclusividad
sexual" el hombre debía obtener sebo de macho cabrío y ungirlo a sus órganos genitales, después
tener una relación y a partir de entonces no le apetecería ningún otro.
Los ingredientes de los bebedizos siempre se relacionaban con sustancias repugnantes. W.
Shakespeare hacía la siguiente descripción en Macbeth de una preparación clásica:
Escama de dragón, diente de lobo,
humores de momia, fauces y entrañas
de voraz tiburón de agua salada,
raíz de cicuta arrancada en la noche,
hígado de blasfemo judío,
hiel de macho cabrío y esquejes de tejo
plantado bajo el eclipse de luna,
nariz de turco y labio de tártaro,
dedo de recién nacido estrangulado
arrojado a la charca por una ramera...
Es obvia la intención satírica, ingredientes tan caprichosos era prácticamente imposible reunir,
pero su relación creaba una atmósfera especialmente sobrecogedora por la repugnancia de cada
uno de ellos. Su imagen oscilaba entre lo grotesco y el humor negro. Recetas de este tipo hay
miles conocidas de fuentes confiables; otras en cambio de auténticas propiedades curativas
aunque debían administrarse acompañadas de un ritual mágico, aunque no diabólico como se ha
insistido. En la lista de ingredientes sin embargo siempre se incluía algún elemento que
presentara el carácter maligno (dedo de niño estrangulado) que tal vez la aversión popular haya
aumentado para lograr justificar su manía de cazar brujas, o ellas mismas lo hayan propiciado
para mantenerse alejadas de burlas creándose un estereotipo de inaudita crueldad.
Sobre la creencia de que las brujas realizaban vuelos por los aires montadas en una escoba,
hay varias versiones que tratan de clarificar el origen de ese atributo. Efectivamente las
reuniones de brujas se hacían en las encrucijadas pero ello no obedecía a un simbolismo especial,
era más bien una medida práctica: un encuentro a mitad del camino donde convenía mejor a las
brujas que se desplazaban desde pueblos distantes. La reunión nocturna favorecía el encuentro
por varias razones: evitaban la indiscreción de miradas intrusas, se identificaba más con el objeto
de sus artes y sus creencias (la noche, la luna y ciertos estados climatológicos han ejercido
irresistible fascinación en el ser humano. La poesía de todos los tiempos abunda en esos temas y
lo mismo, los influjos atribuidos a la luna son innumerables en todas las culturas primitivas e
incluso en tiempos actuales en países desarrollados donde la tradición rural conserva
encantadoras leyendas). Para un recorrido nocturno por caminos plagados de obstáculos era
conveniente llevar un bastón como guía; tal vez la escoba lo sustituyera y pasara a formar parte
del ritual cuando en las danzas del sabbath las brujas danzaban alrededor de la fogata
"cabalgando" sobre sus bastones o escobas. De esa práctica pudo derivarse el atributo de volar
transportadas por escobas.
En cuanto al hecho de volar debe puntualizarse que antes de hacerlo las brujas confesaban
aplicarse un ungüento preparado por ellas mismas para ese fin. La composición variaba, pero hay
algunas descripciones que analizadas nos conducen a una explicación del fenómeno. Un
elemento mencionado con insistencia es a grasa de niño recién nacido; se cuenta que eran
hervidos vivos para obtener "mayor pureza de la propiedad", pero también se dice que el acónito
era uno de los ingredientes mezclados con belladona y cicuta. Esas sustancias, según algunos
médicos, producen palpitaciones, delirios, excitación y parálisis. No se descarta la posibilidad de
que accidentalmente añadieran alguna droga alucinógena (hongos, etc.) y diera por resultado
alucinaciones que les hacían creer efectivamente en una especie de vuelo. La leyenda decía que
si las campanadas del Ángelus las sorprendía en pleno vuelo eran capaces de derribarlas, lo cual
también es fácil de inferir. Si los vuelos se iniciaban a primeras horas de la noche para acudir a
los sabbaths en ese momento comenzaban los efectos alucinógenos del ungüento. Al amanecer
habían pasado y las campanas cortarían de golpe lo que suponían era transvección.
Cuando comenzó la caza de brujas se persiguió por igual a quienes hacían prácticas
inofensivas que a quienes en realidad participaban en rituales de brujas. Las hechiceras
existieron desde antes que las brujas. Para precisar un poco las diferencias podría mencionarse
que las hechiceras no hacían culto de sus prácticas, sólo se dedicaban a la magia; tal vez con
mucha amplitud aplicaban sus conocimientos herbolarios lo mismo para curar que para causar
enfermedades, pero por lo general sus bebedizos eran inocuos, si tenían algún efecto verdadero
se debía más que nada a la sugestión. En cambio en la brujería el culto era un requisito
imprescindible; los objetos de adoración muy probablemente se relacionaban con antiguas
deidades, basando fundamentalmente su orientación en una representación femenina. Las danzas
de hombres y mujeres desnudos que al final copulaban ofreciendo el acto a las imágenes
veneradas se debía tal vez a la representación de los ritos dedicados a la fertilidad que dieron
origen a esa celebración. Efectivamente en las culturas primitivas el sexo desempeñaba un rol
muy importante, pues siendo la fertilidad el motivo de la celebración el hombre primitivo veía en
los órganos sexuales el medio más directo de hacer sentir a sus dioses esas fiestas en su honor.
Sin prejuicios religiosos (del catolicismo que concibió al sexo como pecaminoso) para ellos el
sexo significaba justamente lo que es, sin intención morbosa pues nada lo prohibía, era una
práctica natural.
Los conventículos eran el sitio de reunión de las brujas, el recinto dedicado al culto. Estos eran
lugares secretos, por tanto limitaban el número de miembros, prefiriendo formar otros a reunirse en uno muy numeroso.
Las orgías sexuales formaban parte de esas celebraciones. En primer lugar despojarse de las
ropas era una forma más directa de participar en las ceremonias, se concentraba la atención y la
energía en la invocación; se asegura que por lo menos en los momentos de mayor importancia
ninguno de los presentes debía tener excitaciones sexuales pues eso desviaría la atención. Al
final sí se podía terminar en una verdadera orgía. Pero también es probable que los conventículos
fueran centros de conspiración, de ahí su feroz persecución y la acusación más cómoda para
deshacerse de un grupo disidente durante la época de persecución era atribuirles esas
perversiones.
El conventículo funcionaba con ciertos reglamentos y cada uno de los integrantes tenía roles
precisos. Un maestro que dirigía el ceremonial, sus ayudantes, y los casos especiales de
matrimonios, bodas y los festines que siempre se incluían en cada sesión. El cliché de la caldera
en las reuniones de brujas quizá sea fantasear sobre lo que contenía en realidad; dado que se
hacían grandes comilonas era necesario para mantener caliente o preparar ahí mismo el guiso.
Pero una vez comenzada la cacería de brujas no era muy importante tener pruebas de que las
acusadas participaran en esos ceremoniales. Las torturas inquisitoriales arrancaban confesiones
pero no podían crear un lugar simplemente porque así pondrían en evidencia su equivocación.
Quienes caían en manos de los verdugos de la Inquisición terminaban por confesar lo que el
fiscal quisiera. Eran tales las torturas que cuando se pedían nombres de otros brujos lo atribuían a la persona cuyo nombre acudiera primero a la memoria; en tal caso tampoco era necesario
aportar pruebas ni hacer careos. Era curioso cómo los cazabrujas encontraban a las culpables e
iban sumando acusaciones pero pocas veces se llegaba a conocer una prueba material como lo
hubiera sido el conventículo que debía contener elementos delatores (grabados alusivos a los
sabbaths).
Era curiosa la coincidencia que en las acusaciones figuraran personajes de alto potencial
económico, fue el caso de Lady Alice Kyteler de la nobleza de Irlanda acusada de bruja en 1324
por el obispo de Ossory. Era la mujer más rica de Kilkenny quien había heredado cuantiosas
fortunas en viudez consecutiva durante tres veces y dada la salud del cuarto marido parecía
próxima a aumentar su fortuna. Las acusaciones la declaraban culpable de negar a Dios y a la
Iglesia católica, que celebraba cultos satánicos y que confeccionaba poderosos venenos
destinados a causar la muerte a sus maridos. Lady Alice no se acobardó ante las acusaciones, lo
que provocó que el obispo la excomulgara pero el poder de ella y su nivel de relaciones con la
nobleza se volvieron en contra del obispo quien fue encarcelado a causa de la difamación. El
jerarca religioso insistió con sus acusaciones ante el tribunal secular; su posición era
verdaderamente necia, el mismo tribunal tuvo que expulsarlo de la sala pero insistía en condenar
a la que ya era su enemiga personal. La rica dama optó por una mejor solución que fue poner
tierra de por medio; dejó Irlanda para radicarse un tiempo en Inglaterra mientras pasaba la furia
de su acusador. La venganza del obispo se dirigió a una victima: la sirvienta de Lady Alice.
Aprehendida y llevada a las salas de tortura confesó que eran verdaderas todas las acusaciones
hechas contra su ama y que ella misma participaba de esas herejías. Entonces el tribunal no
reparó en condenarla a ser quemada viva. De la rica señora no se volvió a saber nada.
Si a la Iglesia le escandalizaba la conducta sexual de los acusados de brujería, se mostraba
discreta cuando alguno de sus ministros se veía implicado en actos lujuriosos. No se pudo ocultar
que entre Felipe I y el arzobispo de Tours hubo un conciliábulo muy poco apegado a la
escrupulosidad moral que predicaban. El monarca no fue excomulgado por adulterio, pero a
cambio fue complaciente con el obispo que lo perdonó concediéndole la sede de Orleáns para el
concubino del obispo cuyos amoríos eran notorios. En 1198 un obispo recibió una sanción
meramente simbólica como castigo a la probada acusación de incesto; luego de un tiempo, con
mayor discreción reincidió ante el silencio de la jerarquía eclesiástica. La acusación era incesto
porque su lujuria era compartida con la abadesa de Remiremont.
Sería interminable la lista de casos similares, sólo uno más por escandaloso: el obispo de Toul
fue acusado de tener varias amantes, pero su favorita era precisamente su hija. Y al más alto
nivel del aparato clerical se contó que el Papa Silvestre II (1003) convivió con una enviada del
demonio durante varios años, y que debido a sus poderes fue que ascendió al trono de San Pedro.
Así se mantuvo hasta que la endemoniada le hizo una revelación: cuando el Papa le comunicó su
intención de encabezar una peregrinación a Jerusalén partiendo de Roma, la infernal mujer le
anunció que si lo hacía moriría mientras decía misa en Jerusalén. Eso hizo desistir del viaje a
Silvestre II pero en una misa celebrada en Roma sufrió un ataque. Comprendió su castigo e hizo
pública su situación. La historia no aporta mayores pruebas sobre la verdad en torno a este hecho
porque ha sido cuidadosamente ocultado y cabría la posibilidad de ser simplemente fantasía. Si
así fuera los argumentos de la Inquisición caerían contra la propia Iglesia; al acusar a una
persona de practicar la hechicería y no aportar pruebas se escudaban en el rumor popular "cuya
sabiduría es infalible". Podría aplicarse entonces a todos los rumores expandidos en torno a la
promiscuidad sexual en conventos e iglesias.
Por otra parte, de acuerdo con la definición de bruja: "Aquélla que conociendo la ley de Dios
intenta realizar alguna acción mediante acuerdo con el Diablo", pocas acusaciones debían ser
plenamente comprobadas. Se recomendaba como método más eficaz para obtener la confesión
de culpabilidad cualquier tortura, pues la ofensa a Dios no tenía ningún límite de castigos. La
rutina en las confesiones facilitó el proceso de acusación. Se elaboró una especie de cuestionario
al cual la acusada debía responder sí o no. Para las respuestas negativas había grados mayores de tortura que las convertían en un sí contundente.
La persecución de brujas fue un fenómeno que agravó la ya de por sí marcada misoginia, se
decía que la mujer era un enemigo de la amistad entre los hombres, cuando ella aparecía
comenzaban las disputas entre dos varones antes unidos en fraterna relación. Se la consideraba
"un mal necesario", un peligro doméstico engañoso, presentado en bellas formas para tentar al
hombre al pecado. Se la identificaba en ocasiones como "cuerpo del demonio" en sus diferentes
formas para lograr cada uno de los pecados asignados a diversas denominaciones del demonio;
Belcebú el favorito de Lucifer era príncipe de los serafines. Leviatán responsable de tentar a los
hombres a la herejía. Asmodeo gobernaba los espíritus de las prostitutas, tentaba a los hombres a ser lujuriosos. Baalberith era el demonio que provocaba las disputas y los crímenes entre los
hombres. Astarot gobernaba sobre los tronos llevando a los hombres a la pereza, al ocio vicioso.
Verinne conduce a la impaciencia, Gressil los arroja a la impureza, Sonneillón inspira la
venganza. El demonio podía presentarse en forma de mujer —especialmente si era hermosa—
para inducir a los hombres a cometer todos esos pecados.
La persecución de brujas fue un largo y triste episodio en la historia del mundo occidental;
había muchos intereses de por medio para mantener el que, además de ser una forma efectiva de
control político, era un floreciente negocio. De paso daba circo al pueblo, era una válvula de
escape que contenía otros motivos de agresividad; las torturas aplicadas en las prisiones son una
muestra del grado de patología social que vivió la Europa del medioevo. Todo un montaje para
las ejecuciones, una ocupación para entretener a la gente y evitarle pensar en las condiciones de
vida de los señores feudales y de las masas sometidas a sus caprichos. Un sistema hasta
burocrático que detallaba en formas prefabricadas para facilitar los procesos haciendo rutinaria la
crueldad.
Las cuentas de los tribunales incluían por ejemplo datos como los siguientes: por concepto de
vigilancia de una bruja; treinta chelines diarios; la intervención del punzor para averiguar su
culpabilidad costaba un promedio de cinco libras, se le pagaba además al cazador profesional
una cantidad dedicada a viáticos para él, sus ayudantes y sus animales. Una nota aparte para
gastos de la acusada diez libras por ropa y alimentación durante un mes, pero en realidad no se
cumplía ninguno de esos gastos, las brujas, culpables o inocentes, eran abandonadas en
inhumanas mazmorras privadas de alimentos, sin abrigo. Los verdugos en cambio, los
preparadores y todos los que de alguna forma intervenían en el proceso cotizaban sus honorarios
al mejor postor.
Las torturas tenían un costo especial según el grado de dificultad o esfuerzo para el verdugo.
Lo más barato era "aterrorizar haciéndole ver la cámara de tortura y explicando el
funcionamiento de cada uno de esos instrumentos". Seguían pasos como "ajustarle y estrujarle el
pulgar en primer grado de tortura"; los honorarios de los verdugos especializados variaban según
la forma de ejecución. Se detallaban en los presupuestos inquisitoriales las nóminas de quienes
decapitaban, quemaban, estrangular y quemar, quemar viva, descoyuntar viva en la rueda,
colgada sobre ese instrumento, cortarle de uno a todos los dedos o la mano completa, por
quemarla al rojo vivo, por descuartizar y desmembrar con cuatro caballos, por preparar la soga o
la pira...
Los informes de tortura eran verdaderamente espeluznantes, un testimonio recogido en
Alemania describe un reporte de la sala de tortura.
El primer grado de tortura fue colocar a la víctima en la escala para cortarle el cabello y mojar
la cabeza de alcohol prendiendo fuego hasta que se quemaran las raíces.
Lo segundo fue colocar líneas de azufre bajo los brazos y alrededor de la espalda y prenderles
fuego.
Con las manos atadas a la espalda se le elevó hasta el techo.
El torturador dejó así a su víctima durante tres o cuatro horas porque llegó la hora de ir a
almorzar.
Después que el verdugo se reintegró a su trabajo le roció alcohol por la espalda prendiéndole
fuego.
Le colocó pesas en el cuerpo y nuevamente la levantó hasta el techo. Enseguida le puso la
espalda en la escala y le colocó una tabla encima llena de puntas. Otra vez la levantó al techo.
El séptimo grado de tortura fue comprimirle los pulgares y los dedos de los pies con tornillo,
apuntándole los brazos con un palo, así le colgó durante un cuarto de hora lo que le ocasionó
repetidos momentos de mayor dolor.
Enseguida le comprimió las pantorrillas y las piernas con el tornillo.
Un tormento más suave fue el noveno: azotes con un látigo de cuero haciéndole brotar la
sangre.
Luego repitió con el tornillo comprimiéndole los dedos de las manos y de los pies. Así le dejó
durante varias horas.
Ese fue el primer día de tortura.
La historia no es tan simple: el asunto merece un amplio estudio. Durante más de dos siglos la
humanidad convivió cotidianamente con estas prácticas hechas en nombre de la religión. Antes
se hicieron con otros pretextos. Hoy los gobiernos dictatoriales han avanzado en tecnología pero
sus prisioneros sufren lo inenarrable, no se les persigue por herejía en el sentido religioso, pero
significa lo mismo para algunos regímenes opinar en contra de la política oficial. Esto sucede
cuando el gobierno es tiránico.
La historia de la brujería que es un tema aún no suficientemente estudiado, ha sido soslayado
por miopía científica. El escepticismo a priori no permite ver todas las implicaciones de una
importantísima etapa de la historia de la humanidad. Efectivamente la Edad Media ha sido
arduamente estudiada pero desde otras perspectivas. Las conclusiones generales siempre
concurren a la misma meta, pero abordadas desde otros ángulos aparecen nuevas aportaciones.
SOCIEDADES NACIONALISTAS
Una constante en las asociaciones secretas ha sido la combatividad por motivos nacionalistas,
dirigidas casi siempre por líderes de extracción popular. El descontento contra un gobierno
procede directamente de las masas populares. Son los campesinos, los obreros, los artesanos, en
suma, trabajadores más modestos quienes resienten la injusticia; en ellos recae el peso de un
régimen autocrítico. Mientras que las clases privilegiadas disfrutan de su posición por su
proximidad al poder político, las grandes masas soportan el peso de las desigualdades. Para que
las minorías que concentran la riqueza puedan vivir holgadamente a un nivel de escandaloso
dispendio, las mayorías se sacrifican, viven al margen de los satisfactores que producen para el
disfrute parasitario de un reducido sector heredero de las mejores riquezas.
Los extremos avanzan por sí mismos. Mientras más cerrado sea el núcleo poseedor de la
riqueza, más estrecho se mantiene, evitando cualquier alteración que le desplace de su posición
privilegiada. La relación de proporción inversa es infalible; si una comunidad permite el
gobierno de una minoría dirigente, la miseria se reparte en su máxima extensión. Las masas
marginales multiplican su pobreza, el crecimiento demográfico natural agudiza esas diferencias y
el conflicto se produce infaliblemente. La forma de resolverse está sujeta a una serie de
condicionantes sumamente complejos. El mismo fenómeno no se presenta exactamente igual en
dos naciones cuya problemática —minoría privilegiada, mayoría desposeída— sea en esencia la
misma. Las insurrecciones populares que han transformado de fondo un sistema sociopolítico,
han coincidido ciertamente en una meta común, pero sus condiciones han sido diferentes. Los
antecedentes —distancias económicas— han sido en efecto las premisas generales, pero la
orientación del movimiento emancipador, el planteamiento del conflicto, ha obedecido a
acontecimientos peculiares de cada entidad que por su mayor similitud entre sí, nunca aparecen
dos veces como copia exacta.
En algunas naciones esos movimientos han triunfado rotundamente; en otras sólo después de
varios intentos se ha obtenido la transformación deseada. Y quedan las revoluciones abortadas,
las sublevaciones reprimidas. O sea, que dicho en términos más directos, cada nación tiene
características propias como condicionantes primarias de las necesidades de cambio y la
orientación que ésta deba seguir. No hay fórmula ni modelo clásico, simplemente la historia y la
cultura de cada pueblo exigen planteamientos adecuados para la solución de las contradicciones
que originan los enfrentamientos. Ni siquiera cabe un ejemplo; está al alcance deja mano la
simple observación del resultado de esos cambios, sus éxitos y fracasos e incluso sus
expectativas.
Aunque al estallar el conflicto la forma más común de presentación sea mediante
enfrentamientos armados, (insurrecciones populares al inicio en torno a grupos clandestinos,
luego, según su consistencia y éxito abiertamente) también han aparecido acompañados de
matices propios del medio, del momento histórico, del carácter o cultura de la sociedad
desequilibrada.
Ha habido grupos disidentes del régimen apostados en todas las posiciones; monárquicos y
antimonárquicos; liberales y conservadores; independistas y colonialistas; izquierdistas y
derechistas; católicos y protestantes, etc. Sea cual la filiación del grupo que inicia la subversión,
hay un factor esencial: ese modelo de sociedad, esa sociedad en particular ha llegado a un
desequilibrio tal vez susceptible de restauración dentro de sus mismos esquemas, pero
determinado, irremediablemente, a violentos enfrentamientos de
momento oportuno para resurgir en otro levantamiento, o tal vez, aunque no hay antecedentes,
llegar a un punto medio de equilibrio entre las tendencias más opuestas.
SOCIEDADES NACIONALISTAS EN IRLANDA
La prensa internacional presenta continuamente abundantes informaciones sobre la situación
política irlandesa. El terrorismo en ese país es un viejo fenómeno en su historia; sus
manifestaciones coexisten en la rutina cotidiana. Cada vez se torna más compleja la solución a
los problemas agravados por formas de actuación más y más violentas. Enfrentamientos entre
fuerzas policiales y grupos clandestinos protagonistas del terrorismo, fortalecen la consecuente
represión. Entre uno y otro extremo se pierde de vista la causa que motiva el conflicto
confundiendo el objeto de la lucha y los factores que originan la insurrección.
El origen de la división de Irlanda se remonta al siglo XVIII, cuando dos tendencias religiosas
(católicos y protestantes) ya distantes por esa diferencia, fueron matizadas por una legislación
que favorecía a una sentando el costo del privilegio de la expoliación de la otra; el Código Penal
imperante en los años 1700 colocaba a las minorías protestantes en posición de privilegio. (Había
unidad entre Estado e Iglesia anglicana). Los irlandeses protestantes del norte ostentaban la
denominación de "arrendador", título cuya sinonimia era más directa si se le identificaba como
explotador, señor que oprimía a los demás (con los protestantes era complaciente) imponiendo su
voluntad y marcando una diferencia sustancial entre católicos y protestantes. El católico
oprimido reaccionaba rencorosamente contra sus opresores, pero éstos no se conformaban con
mantenerse en su rol de amos y señores, encima de monopolizar todos los privilegios se
empeñaban en humillar a los sojuzgados. Aunque no todos los protestantes gozaban de iguales
atributos se sentían menos impotentes acogiéndose al amparo de sus correligionarios que tenían
para ellos especiales distinciones como forma de marcar todavía más la desigualdad entre una
clase y otra.
En ese contexto se forjó la base del conflicto; las diferencias económicas fueron inicialmente
la divisa para identificar el antagonismo, pero, por extensión, siendo protestantes los
explotadores y católicos los oprimidos, la filiación religiosa condujo a la radicalización, al
enfrentamiento entre dos sectores de la población divididos aun territorialmente, los primeros
predominaban en el norte, los segundos en el sur.
El Código Penal favorecía discriminatoriamente a los protestantes, el resto carecía de derechos
civiles, mientras que los arrendadores basaban su privilegio en el contenido de las mismas leyes.
No obstante que los labriegos del norte eran también inmigrantes de Escocia, se colocaban al
lado de los ricos arrendadores por desprecio a los católicos.
El gobierno británico determinaba esa situación causando el conflicto; los católicos también
sentían aversión contra los ingleses. La injusticia se prolongaría indefinidamente, los amos y
señores se eternizarían en su papel y no se vislumbraba un panorama estimulante. Así
esporádicamente surgieron de forma espontánea las conspiraciones dirigidas contra el gobierno
opresor y sus representantes. No había posibilidad de protesta ni vías legales de cambio, sólo
quedaba la conspiración ó la oposición clandestina. Cancelados los medios pacíficos la violencia
era lo más factible, ese proceso se dio por sí mismo; no fue algo forzado, sino consecuencia
natural quizá no considerada por el otro bando pues no estaba dispuesto a renunciar a sus
privilegios, además subestimaba al oprimido que era marginado en todos los aspectos. Tal vez u
exceso de confianza en su "superioridad" permitió la evolución del descontento a una rebelión
hondamente sentida por los protagonistas de la marginalidad.
La rebelión tomó forma con la organización de grupos secretos: en el norte surgieron los
"Oakboys" (los Muchachos de Roble"), los "Steelboys" (Muchachos de Acero). Se inauguraron
en la lucha clandestina con actos de violencia y de sabotaje, pero los "Whiteboys" (Muchachos
Blancos) del sur, llegaron más lejos: armados de las guadañas que usaban para la labranza,
porras, palos, piedras y alguna espada, se lanzaron contra sus opresores haciéndose justicia por
mano propia, haciendo pagar a los arrendadores su despotismo y la injusticia de todo un sistema
que mimaba a una minoría y era cruelmente severo con la mayoría.
La situación muy pronto se tornó altamente peligrosa: la violencia fue el denominador común.
Pese a los antagonismos internos, los sectores enfrentados, al margen de su lucha perseguían un
objetivo común: la independencia de Irlanda. Los colonos y ricos propietarios presentaban
excesivas exigencias al gobierno británico; excesivas en ese momento porque la corona británica
atendía la rebelión independista norteamericana, repartiendo sus fuerzas en el intento de sofoca
la rebelión en Estados Unidos neutralizando la insurrección que le privaría de su dominio sobre
el rico territorio americano. En Irlanda todo estaba a punto para producirse un levantamiento
general. La única medida paliatoria aplicada por el gobierno inglés permitió una especie de
autonomía al Parlamento irlandés, lo cual vendría a gravar la situación interior de la isla; casi
cien mil irlandeses se agruparon bajo un cuerpo denominado "Los Voluntarios" integrado por
protestantes que disponían de armas que podrían utilizar efectivamente poniendo en práctica su
adiestramiento militar. El patrocinio de ese grupo estaba a cargo de la dirigencia rural. La
presión ejercida sobre el gobierno de Inglaterra les significó un triunfo no muy importante pero
sí suficiente para contentarles temporalmente. En 1778 accedieron a la representación
parlamentaria, lo que quería decir que un millón de protestantes gobernarían sobre tres millones
de católicos.
De la organización "Los Voluntarios", que en 1785 incluía militantes católicos, surgió una
amplia fragmentación de grupos potencialmente beligerantes que más tarde actuarían desde la
clandestinidad. Los Peep o "Day Boys" (Muchachos del Día) de filiación protestante aglutinó a
los más radicales defensores de ese sector. "Los Defensores" representaban los intereses de los
católicos; sus finalidades eran más amplias o así lo parecieron cuando intervino su "ideólogo"
Wolfe Tone, un escritor y abogado que militando dentro de la organización pronto ascendió a los
cuadros directivos; se había distinguido como "organizador intelectual" y autor de panfletos
subversivos. Atribuyéndose el papel de dirigente se proponía lograr la total subversión, atacar al
gobierno hasta derrocarlo por tiránico, enseguida romper hasta el último nexo con Inglaterra;
hacer de Irlanda una nación independiente, acabar con la diferencia entre católicos y
protestantes, uniéndolos en un nacionalismo que hiciera de todos una identificación ciudadana al
margen de prácticas religiosas. La denominación "protestante" y "católico" dividía a los
irlandeses, entonces debían eliminar el motivo de desunión coincidiendo en objetivos comunes.
Esos objetivos fueron expuestos en un manifestó que contenía los fundamentos para la creación
de la "Sociedad Irlandesa Unida" cuya organización fue propuesta en 1791, en Belfast, y vuelta a
presentar en Dublín. La meta inmediata era la independencia de Irlanda.
La promoción de esa propuesta lanzada en 1791 sólo duró dos años; en 1793 los dirigentes del
proyecto "Sociedad de Irlandeses Unidos" fueron encarcelados en un intento gubernamental de
reprimir el movimiento independista. En los dos años siguientes los militantes de la S.I.U.
sufrieron persecuciones, encarcelamientos y tuvieron que agruparse en la clandestinidad.
Sostener sus ideas era el reto, pero en ese contexto no procedía manifestarlas públicamente, algo
no concordaba, la vía de la palabra y el convencimiento con la expresión abierta de su oposición
al actual estado de cosas tenía efectos contrarios. Una vez más la represión les conducía a buscar
el secreto como única forma de protección. El medio no permitía disentir en los cauces legales, y
esas ideas para llegar a su realización necesitaban divulgarse libremente, lo cual era considerado
subversión. Entonces sus partidarios se ocultaron para determinar el método de lucha más
adecuado. Con la represión oficial ratificaron su objetivo de sustituir al gobierno vigente por uno
autónomo de sentido nacionalista, no autocrático, que permitiera la diversidad de criterios.
En 1795 los nacionalistas agrupados en la proscrita Sociedad de Irlandeses Unidos se
convencieron de que por la vía pacífica nunca alcanzarían sus finalidades. Desistieron de su
empeño en seguir ese camino, prefirieron optar por la alternativa más accesible: la violencia en
todas sus modalidades. Así se completaba el ciclo que da origen a las sociedades nacionalistas
secretas: al ser declaradas ilegales el gobierno no consigue cambiar las ideas de sus afiliados,
sólo les induce a la clandestinidad; acosados reaccionan violentamente alejándose de su
propósito inicial.
El movimiento de los Irlandeses Unidos prendió una conspiración extendida por todo el país,
lo mismo en pequeñas comunidades rurales que en las ciudades más importantes. El modelo de
organización debía ser ingenioso para resistir a la persecución y lograr subvertir
simultáneamente todas las regiones del territorio irlandés. La fórmula adoptada por los carbonari
italianos aquí también ofrecía la mejor opción: pequeños grupos constituían una célula primaria
enlazada por medio de un representante ante otros pequeños grupos formados por los
representantes de los anteriores, de los cuales resultaría un representante más que integraría otra
célula de más alto nivel y así sucesivamente hasta los cuadros directivos finales. El sistema era
efectivo, los nuevos conspiradores eran recibidos en una de las células primarias donde
comenzaban a recibir adoctrinamiento sobre los ideales nacionalistas paralelamente a su
preparación militar para ejecutar actos terroristas. Permanentemente fueron reuniendo
armamento, pero eran realmente escasas las posibilidades de obtenerlo; con guadañas e
instrumentos de labranza no podrían resistir a la artillería británica. Wolfe Tone y lord Edward
Fitzgerald viajaron a Francia para solicitar al gobierno galo apoyo para su lucha independista,
pedían la invasión de la isla como medio de neutralizar el dominio inglés. Nunca llegó a
consumarse ese plan por tres causas en sendas ocasiones, la primera tentativa fracasó por un
hecho fortuito; en 1796 salió una expedición de los puertos franceses dirigida a Irlanda, pero a
mitad de la travesía un mal temporal la hizo naufragar. Al año siguiente un puerto de Holanda
fue el punto de partida; casi a punto de arribar a su destino la marina británica interceptó por
sorpresa a la embarcación francesa derrotándoles fácilmente. Y se insistió una vez más en 1798,
en esa ocasión la navegación sí alcanzó a desembarcar en las costas irlandesas, pero las fuerzas
armadas del gobierno virreinal enteradas de la operación estaban preparadas a recibirles y
nuevamente fue abortado el intento de invasión. Para esas tres veces se había preparado el
levantamiento de apoyo popular a la causa independista, los irlandeses unidos la esperaban pues
en las embarcaciones venían los armamentos que necesitaban para iniciar la lucha abierta. Con el
último fracaso decidieron actuar con los elementos disponibles, veinte mil hombres se lanzaron a
la lucha, no resistieron sus escasas fuerzas y fueron derrotados en el contraataque de las tropas
oficiales perfectamente equipadas.
Por otra parte debe añadirse que antes de ese enfrentamiento decisivo habían derrochado
recursos atacando y rechazando al Ulster que alarmado por la radicalización clandestina de los
católicos se protegió creando grupos de defensa, uno de ellos el "Orangista". Cuando sus
adversarios del Irlandeses Unidos se sublevaron abiertamente el grupo paramilitar patrocinado
por los protestantes poseedores de los mayores y mejores terrenos de la isla intervinieron en
contra de la rebelión católica al lado del ejército británico. Con ese acontecimiento desapareció
la Sociedad de Irlandeses Unidos. Sus inspiradores no sobrevivieron al sofocamiento de su
rebelión desesperada. El abogado Wolfe Tone se suicidó por su sentencia de muerte luego de ser
encarcelado. En cuanto al angloirlandés lord Edward Fitzgerald no se repuso de las heridas que
recibió en combate, murió pocos días de ingresar a prisión.
Los católicos perdieron terreno que nunca volvieron a recuperar, los protestantes ganaron esa
posición colocándose una vez más por encima de sus compatriotas católicos. La ocasión les
permitió envanecerse en su triunfo para matizar más todavía las formas de explotación a los que
seguían siendo sus servidores.
Unirse en el momento adecuado tal vez hubiese sido la forma de obtener la independencia de
Irlanda pero ambos bandos se debilitaron entre sí facilitando el control gubernamental sobre el
enemigo común.
No hubo más intentos subversivos durante los años siguientes, los católicos resintieron
demasiado la derrota, tenían dos enemigos: los ingleses y los protestantes. La desventaja era
clarísima, el rencor era el único consuelo que alimentaría otra sublevación en el momento
oportuno. Tampoco despreciaron los medios pacíficos propuesto por Daniel O'Connell que
encabezando una asociación católica al sur de Irlanda, con un numeroso respaldo popular, pudo
presionar al gobierno británico para continuar en la línea de logros iniciada en 1800, fecha de
aprobación de una Ley de Unión, consistente en añadir Irlanda al Parlamento de Westminster. La
segunda reivindicación vendría veintinueve años después con las gestiones de O'Connell; logró
que se aprobara la Ley de Emancipación de los Católicos, un avance valiosísimo dentro de esa
limitación, pues sin violencia ni demasiadas dificultades se obtuvo un reconocimiento
trascendente.
Poco tiempo duraría el ánimo por ese precedente. En 1840 una mala temporada de sequías
provocó una tragedia incontrolable. Casi todas las cosechas se perdieron, cundió el hambre cuyos
peores efectos lo sufrieron los católicos aglutinados en el sur. Los protestantes acapararon la
única reserva rescatable. Irlanda vivió en crisis durante los años 1845 y 1851, en ese lapso más
de un millón y medio de irlandeses católicos murieron de hambre, literalmente. Otro millón pudo
salvarse del mismo destino emigrando a Estados Unidos donde había excelentes oportunidades
no sólo de salvar la vida sino para hacer fortuna. La población en la isla, que en la década de
1840 sumaba más de ocho millones y medio de habitantes, se redujo a seis y algunos miles más.
A la sequía se añadieron otros acontecimientos; el gobierno británico no se preocupó por
suministrar ayuda, dejó morir de hambre a sus colonizados. Los protestantes arrendadores, ricos
terratenientes, aparte de acaparar la reserva de alimentos, trataron de introducir nuevos métodos
de cultivo, o sea maquinaria que desplazaba a los trabajadores católicos abandonados a su
destino sin ingresos económicos ni alimentos.
Fue durante esa década cuando "Los Fenianos" hicieron su aparición; su línea se identificaba
con la última posición de los Irlandeses Unidos. Atribuyeron al gobierno británico la tragedia
como medida para disminuir la población marginada, ellos no confiaban en la táctica pacifista de
O'Connell, les parecía demasiado cauteloso, hasta servil frente al enemigo. "Los Fenianos"
desesperados por el hambre, resentidos con los protestantes y con el gobierno inglés se
inclinaban decididamente por la vía de la violencia; se dedicaron a organizar una insurrección
armada. Antes de que esa sublevación fuera debidamente organizada el Estado tuvo
conocimiento de ella, su reacción fue una estrategia diferente a las anteriores, determinó que para
no dar más mártires a los disidentes debía actuar defendiéndose sin reprimir. Creyó que
desterrando a los incitadores de la conspiración desbarataría el movimiento, entonces dispuso la
expulsión de los líderes rebeldes.
Tres de ellos, John O´Mahony, Michael Doheny y James Stephens se refugiaron en Estados
Unidos donde rápidamente se unieron a otros irlandeses católicos. Con la ayuda de ellos se
formó la "Fenian Brotherhood" ("Hermandad Feniana" o también conocida como "Hermandad
Republicana Irlandesa") que comenzó a funcionar en riguroso secreto, sus integrantes debían ser
irlandeses y católicos. Uno de sus primeros objetivos fue el financiamiento de una organización
correspondiente en Irlanda, la cual se constituyó en 1858; su organización interna fue a base de
células siguiendo el mismo modelo que sus antecesores ideológicos los Irlandeses Unidos, la
única diferencia fue añadir la prohibición de conocerse entre sí los miembros de cada célula
distinta, con ello trataban de prohibir que los conspiradores de una célula se enteraran de los
planes de acción de otra y hubiese indiscreciones; con ese sistema además eliminaban la
posibilidad de infiltraciones enemigas.
Hubo otra variante entre los fenianos como sociedad secreta, el juramento que anteriormente
en otras agrupaciones se hacía sobre una Biblia, en la nueva versión prescindían de ella, juraban
guardar secreto sobre su identidad y exceptuando "lo que sea contrario a la ley de Dios" se
comprometían a observar fidelidad a sus jerarcas e incluso sacrificar su vida si era necesario en
defensa de su movimiento. El juramento sin tener nada de blasfemo provocó el recelo de algunos
sacerdotes católicos quienes más preocupados por sutilezas teológicas que por la emancipación
de sus correligionarios denunciaron a un grupo de rebeldes.
Los fenianos irlandeses repuestos de ese ataque redoblaron sus actividades de terrorismo y
sabotaje sin llegar a contar realmente con el apoyo popular. Por su parte los patrocinadores
emigrados en Norteamérica se desconectaron de su correspondiente en Irlanda y desviaron su
objetivo fundamental. Planeaban independizar a Canadá y después hacer lo mismo en Irlanda.
Sus planes muy rebuscados nunca pudieron realizarse. Independizar a Canadá fue una costosa
ilusión reprimida totalmente .
Esos intentos quedaron al descubierto en Estados Unidos en 1863, en esa fecha los fenianos
celebraron una asamblea pública en la ciudad de Chicago, revelaron sus planes y permitieron ser
ampliamente identificados antes de un paso decisivo. El grupo se desintegró dejando dispersos a
los más extremistas de sus últimos reductos nació otra asociación secreta abiertamente terrorista
que pretendió asesinar a la reina Victoria, dinamitar la Cámara de los Comunes —varias veces
provocaron explosiones en ese recinto, sin mayores consecuencias— hundir buques británicos
desde submarinos y otros ataques dirigidos a la corona británica; nada a favor directo de Irlanda,
simples venganzas inalcanzables. Su extremismo restó simpatías en Inglaterra y en otros países
en los sectores donde se apoyaba la causa irlandesa. Algunos de sus partidarios iniciales
rectificaron prefiriendo conducirse por vías abiertas dentro de la legalidad y obtuvieron por ese
medio mejores resultados: en 1869 la separación del Estado y la Iglesia anglicana, y en 1869 la
aprobación de la Ley Agraria. Todavía hasta 1882 quedaban .dispersos varios núcleos de
fenianos ubicados en la desesperación terrorista, alguno de ellos cometió el asesinato de lord
Frederick Cavendish y Thomas Burke, primero y segundo secretario de Irlanda. El atentado
cometido en un parque público de Dublín se lo atribuyó el grupo autodenominado "Invencibles".
Las gestiones pacíficas que estuvieron a punto de conseguir la autonomía sufrieron irreparables
deterioros por ese triste acontecimiento.
A principios de este siglo (en 1905) surgió otro grupo más, el "Sinn Fein" cuyos propósitos
inmediatos eran reinstaurar la cultura irlandesa limitando la invasión de costumbres británicas
que habían desplazado. Inicial -mente "La Liga Gaélica" trataba de resucitar el idioma gaélico —
original de Irlanda— y con medidas semejantes formar un movimiento de identidad nacionalista
que concluyera en la independencia pacífica.
En 1912 la Ley del Estatuto de Autonomía de Irlanda estuvo a punto de ser aprobada pero
finalmente esa medida se postergó lo cual repercutió en el surgimiento de nuevas organizaciones
de católicos radicales y protestantes que contraatacaban previniendo agresiones directas contra
ellos, decididos a impedir el ascenso de los católicos al poder. Después de la guerra iniciada en
1914 reapareció en I.R.B. cuyas acciones desencadenaron represiones más violentas. El poeta
W.B. Yeats en un poema alude a la ejecución de dieciséis jefes revolucionarios lamentándose de
que esas muertes sólo sirvieran para generar más derramamientos de sangre.
Irlanda quedó dividida después de la Segunda Guerra Mundial como consecuencia de la
aparición formal de la guerra de guerrillas. El sur, dominado por los católicos, recibió un estatuto
de autonomía pero continuaron los enfrentamientos que se producen con frecuencia casi
cotidiana hasta nuestros días y no terminarán hasta que no se haga un cambio radical,
armonizador de las tendencias en pugna.
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