Alfonso Linares
- Atención... atención Houston. Solicito comunicación. Cambio.
- Aquí Houston. Lo escucho, Atlantis. Confirme solicitud: clave, oficial a cargo. Cambio.
- Clave Redstone 61 actualizada. Le habla el Comandante Schirra. Espero verificación.
Cambio.
- Houston al habla. Solicitud verificada. Buenos días, Comandante. Le habla el operador
Hauck. El General McDivitt no ha llegado al Centro todavía. Sin embargo, lo comunicaré
con el Teniente Elías. Cambio.
- Comprendido, Houston. Cambio.
- Comandante, le habla el Teniente Elías. Estoy autorizado a recibir su informe
preliminar DEORBIT. Utilice el Eurovisor. Iniciaremos la grabación cuando usted
confirme. Cambio.
La gigantesca pantalla del Centro de Operaciones Espacial desdibujó instantáneamente
el mapa del mundo junto con la trayectoria del Atlantis para convertirse en un
gigantesco monitor donde apareció la figura del Comandante Schirra, sentado de frente,
vistiendo aún las ropas térmicas de experimentación, algo inusual a una hora tan
temprana de la mañana. Parecía sereno, tal vez ignorante del efecto que provocaría su
informe.
- Eurovisor encendido. Espero verificación de señal. Cambio.
- Señal nítida, Comandante. Comience su informe cuando quiera. Cambio.
- Les habla el Comandante Schirra, en nombre de los seis tripulantes del transbordador
espacial Atlantis y en el mío propio... Es mi deber informarles que hemos cancelado
todas las secuencias DEORBIT que se habían implementado desde hace dos días,
como también las previstas para hoy. Debo informar también que hemos bloqueado el
Sistema Secuenciador de Tierra (SST), como también los receptores radiales de control
a distancia...
El Teniente Elías y el Operador Hauck se miraron por un momento las caras. Once
personas más se encontraban en la sala. Había silencio.
- Se encuentra conmigo en estos momentos - continuó el Comandante - el resto de la
tripulación. Todos están al tanto de las medidas adoptadas y las aceptan...
El Teniente Elías comenzaba a impacientarse. Los científicos en la sala empezaban a
movilizarse para confirmar lo que acababan de escuchar. El Operador Hauck encendió
un cigarrillo.
- No sabía que fumaba - comentó Elías, distrayendo por un segundo la mirada del
Eurovisor.
- No lo hago.
- ...los resultados de los experimentos de Proto-Plasma AQ, así como los de aislamiento
centrífugo del virus HV-8, serán transmitidos a través de la computadora matriz.
Informaremos convenientemente qué código será utilizado... Creo que de momento no
hay nada más que agregar. Cambio.
El Teniente Elías se preparó para tomar la palabra. Hauck se le acercó y le confirmó
con un gesto que absolutamente todo lo que había dicho era verdad.
- Comandante... Me parece que la situación no es muy clara... ¿Acaso consideran usted
y su tripulación que no están dadas las condiciones mínimas de seguridad para el
aterrizaje de mañana? Cambio.
- No, Teniente. Las condiciones son favorables. Cambio.
- ¿Los sistemas de direccionamiento abortaron las secuencias primarias? Cambio.
- Negativo. Sistemas favorables a DEORBIT. Cambio.
- Comandante, tengo en mis manos la confirmación escrita de todas las maniobras que
describió usted. Creerá que estoy loco, pero cualquiera diría simplemente que no
quieren... bajar. Cambio.
Hubo un silencio prolongado en la pantalla. El Comandante Schirra bajó la mirada por
un momento. Luego sonrió levemente y dijo:
- ¿Para qué?
La señal del Eurovisor desapareció y enseguida regresó el mapamundi. Hauck dejó
caer el cigarro. Elías se incorporó al instante.
- Localicen al General McDivitt - ordenó -. Esto es serio.
La reunión comenzó a las 10:45 a.m. de ese mismo día. De Washington habían viajado
de inmediato dos funcionarios cercanos al Presidente. Además del General McDivitt se
encontraban William Haise, Coordinador del Programa Espacial, y Leonard Roosa, jefe
encargado de la misión.
Los dos funcionarios eran el Consejero de Seguridad Nacional, John Mullane, y Brian
Coats, Asesor Presidencial.
El señor Roosa tomó la palabra:
- Caballeros, me parece que todos estamos conscientes de la gravedad de la situación.
El General McDivitt les ha dado todos los detalles de la última comunicación realizada
con el Atlantis, más específicamente con su Comandante.
- Señor Roosa, no quiero que me malinterprete - interrumpió Mullane -, pero considero
que tal vez existan algunos detalles que hayan sido omitidos por su gente.
- ¿Como cuáles? - preguntó de inmediato el General McDivitt, sintiéndose claramente
aludido.
- Verá, General - intervino Coats -. Nuestra misión es mantener al Presidente lo más
informado posible en relación a este singular asunto. Cualquier información pertinente
que justifique la demora en el aterrizaje nos será muy útil.
- Señor Coats, si hubiera algo que justificara este retraso no me hubiera molestado en
llamar al Presidente y ustedes no estarían aquí.
- Tan vez usted está llevando el secreto militar más allá de la misión, General - sugirió
Mullane con ironía.
- No me gusta su actitud, Consejero. Conozco los procedimientos y no necesito que un
civil venga a decirme cómo manejar mis asuntos.
- Caballeros, por favor, no hay que perder la calma - intervino Haise -. La situación es
delicada, no la compliquemos más. El General McDivitt no ha omitido nada. La
tripulación ha aislado por completo al transbordador de cualquier intento de forzar un
aterrizaje dirigido desde tierra. No hemos tenido comunicación con ellos desde esta
mañana y no responden a nuestros llamados. Inferimos del último informe grabado que
por el momento no piensan aterrizar...
- ¿Cuándo lo harán? - preguntó Coats.
- De la evidencia desprendida de la grabación... aparentemente nunca. Pero es muy
prematuro afirmar eso - opinó Roosa -. Debemos esperar una nueva comunicación. Tal
vez tengan alguna petición. No lo sé.
- ¿Qué le dirán a la prensa? - preguntó Mullane -. Esto no puede trascender.
- Ya tomamos las medidas pertinentes. Las personas que se encontraban en la sala
esta mañana estarán bajo estricta vigilancia. Restringiremos el acceso del personal y el
señor Roosa prepara ya una declaración atribuyendo el retraso a una falla en las
computadoras - concluyó McDivitt.
Finalmente alguien preguntó, tal vez interpretando la sensación de impotencia que
brotaba de aquel círculo de «poder»:
- ¿Cuál será el próximo paso?
El General McDivitt sacó un habano, lo encendió con tres aspiraciones, dio una
bocanada y dijo:
- Esperar...
Tres líneas curvadas atravesaban las inmensas siluetas de los continentes delineadas
en la gigantesca pantalla. Una serie de coordenadas aparecían intermitentemente a
medida que una señal triangular avanzaba a lo largo de las líneas. Era el Atlantis en su
eterna órbita, recorriendo la pantalla por décima vez desde su última comunicación. La
atmósfera del Centro de Operaciones era de expectación tensa. Sólo cinco personas se
encontraban ante los terminales, en constante alerta a la menor señal de comunicación.
Del personal original que se encontraba cuando se recibió la última transmisión, sólo se
encontraban Elías y Hauck.
- No se comunicarán... No lo harán.
Hauck miró a Elías con aire de incredulidad ante lo que acababa de decir.
- ¿Por qué no?
- Ya lo habrían hecho. Han pasado ocho horas. El plazo para comenzar el descenso
terminó hace dos horas. Pasará una semana antes de que se pueda reprogramar
DEORBIT, además del aterrizaje.
- Oí decir al señor Roosa que los cálculos se podrían hacer en menos tiempo.
- Aunque lo lograran... ¿qué pasará si se rehúsan a bajar otra vez?
- No pueden rehusarse. No pensarán quedarse allá arriba para siempre...
Esta vez fue Elías quien miró a Hauck con incredulidad:
- ¿No?
- Atención... Atención, Houston. Solicito comunicación. Cambio.
- Aquí Houston, Atlantis. Mantenga frecuencia, iniciamos acceso. Cambio.
- Avisen al General - gritó Elías al tiempo que ocupaba un lugar frente a un terminal.
Rápidamente llegaron de una habitación contigua los miembros del alto mando reunido
aquella mañana, con excepción de los funcionarios de Washington.
- Iniciamos activación de Eurovisión, Atlantis. Cambio.
- Comprendido. Cambio.
- Ya lo tenemos en la pantalla, General.
- Muy bien, conecte Eurovisión simultánea. Quiero que me vea cuando le hable.
- Entendido.
La imagen se fue formando lentamente. Se distinguía al Comandante Schirra y al Mayor
Cernan en un primer plano y al fondo el resto de la tripulación. El General McDivitt se
situó delante del terminal con la cámara para visualización simultánea, el número 14.
- Comandante Schirra, nos ha tenido a todos muy preocupados aquí abajo. Ha sido muy
difícil comunicarse con ustedes.
- Hemos estado muy ocupados aquí arriba, General.
- Al parecer usted y su tripulación han decidido trabajar horas extras, Comandante. El
descenso debió hacer comenzado hace horas. Los objetivos de su misión fueron
cumplidos hace ya tres días, y no ha habido órdenes de tierra para prolongar su órbita...
¿Me equivoco?
- No, señor.
Hubo una pausa. El General McDivitt pareció sentirse un tanto aliviado. Más dueño de
la situación.
Estaba errado.
- La reprogramación total de las rutinas DEORBIT tomará cinco días, Comandante.
Como usted bien sabe, las reservas de oxígeno de la nave durarán tres semanas más,
así que no existe peligro inmediato. Yo no me ocupo de esos aspectos técnicos, lo
demás lo puede discutir con el señor Roosa.
- General... - lo interrumpió Schirra -. Al parecer no fue informado de nuestra última
transmisión.
- Tenía la esperanza de que todo fuera un error, Comandante.
- No hay ningún error... Hemos decidido permanecer voluntariamente... en órbita. Tengo
a mi lado al Mayor Cernan. El le confirmará nuestra decisión y si así lo desea podrá
hablar con todos los miembros de la tripulación.
- Comandante, no creo que todo esto tenga mucho sentido. Sus reservas de oxígeno no
durarán mucho. ¿Qué pretenden, Dios mío?
- Estamos conscientes de las consecuencias de nuestro acto, pero estamos dispuestos
a afrontarlas - intervino el Mayor Carl Cernan.
El General McDivitt había perdido el habla. Se acercó a la pantalla el señor Roosa.
- No estoy muy seguro de eso que acaba de decir, Mayor. Se enfrentan a una muerte
segura, una muerte innecesaria. ¿Han pensado en sus familias? ¿Qué les diremos?
El Mayor Cernan titubeó por un momento. Pareció afectado, pero finalmente dijo:
- Ellos entenderán.
- Iniciaremos la transmisión de los resultados experimentales a través del satélite
CENCOM-2 - agregó Schirra -. Utilizaremos sus dos bandas alternas, así que
solicitamos que sean liberadas si desean recibir los datos.
- ¡Olvídese de los malditos datos! - gritó McDivitt, ya irritado -. ¡Aterricen esa nave
cuanto antes!
Schirra lo contempló como si estuviera en la misma habitación y no a kilómetros, con
una expresión casi de lástima y sin perder su serenidad. Parecía que los condenados a
muerte segura fueran los otros.
- Liberen las bandas... - dijo.
- Es todo. Cortaron la transmisión - informó Hauck.
- Maldición - susurró McDivitt.
Nadie se atrevió a replicar.
La actividad en el Centro Espacial Lyndon B. Johnson se incrementó violentamente
desde aquel momento. La situación fue declarada de extrema emergencia, que en su
terminología técnica era la más grave. Desde el accidente del Challenger, en 1986, no
había sido necesario recurrir a tal estado de alerta, y ahora, después de ocho años, la
temida emergencia era anunciada en las tres filas de terminales del Centro de Control
de Misión.
La segunda reunión empezó a las 8:15 a.m. del siguiente día. De nuevo el alto mando
del Centro Espacial se encontraba reunido con los representantes del Gobierno, y había
una persona más.
El Consejero Mullane inició la discusión.
- Señor Haise, creo que es más que evidente que la situación está escapando de
nuestro control. El Presidente está muy preocupado por el efecto que podría tener este
contratiempo en la opinión pública.
- Señor Mullane, mi intención no es alarmar al Presidente, pero esto ya pasó de ser un
simple «contratiempo».
- ¿Cuál es nuestro margen de maniobra? - preguntó Coats.
- Cero - contestó secamente el señor Roosa.
- Se han aislado por completo de nosotros. En estos momentos se están compilando los
datos de los experimentos realizados durante la misión. El hecho de que nos los envíen
es signo evidente de que no piensan aterrizar - informó el señor Haise.
- ¿Qué me dice del satélite? - preguntó Mullane.
- El satélite está en orden - intervino el General McDivitt, que hasta ahora se había
mantenido pensativo, casi ausente de la reunión -. Entrará en funcionamiento dentro de
cinco días. Por fortuna fue puesto en órbita mucho antes de este «motín».
- Señor Haise, independientemente de que esta misión tenga un final afortunado o no,
creo que no necesito recordarle que en estos momentos se discute en el Congreso la
aprobación del presupuesto para la segunda fase de la estación espacial FREEDOM. El
Presidente ha sido su aliado en la defensa del proyecto, pero las críticas se
incrementan, la opinión pública está presionando y cada vez hay más sectores en
contra de la conclusión de la Estación Orbital. Alegan que en los últimos tiempos
hubieron demasiadas misiones mientras el Sur es devastado. Ayer hubo un nuevo
terremoto en África, y la gente empieza a simpatizar con las causas humanitarias.
- No creo que una cosa tenga que ver con la otra, señor Coats. Las tragedias que están
azotando el Sur no tienen por qué afectar el Programa Espacial. Me parece que el
Presidente sabrá reconocer la prioridad de nuestro trabajo ante cualquier otra
necesidad.
- No podemos perder la delantera. Los europeos ya están prácticamente en la Luna y
los japoneses están apuntando hacia Venus - agregó Roosa.
- Caballeros, no creo que esta sea la hora de discutir prioridades o caridad. La vida de
siete personas se encuentra en juego en estos momentos y aún no tenemos una forma
de rescatarlos - interrumpió McDivitt.
- Tal vez sí.
Las miradas fueron dirigidas al final de la mesa, donde el nuevo integrante de la reunión
había permanecido en silencio hasta el momento. Roosa se puso en pie, y se dispuso a
presentarlo.
- Señores, permítanme presentarles al doctor Layce Irwing. El doctor Irwing es el
encargado de realizar las pruebas psicológicas a nuestros astronautas. Ha estado
trabajando en nuestro Programa Espacial durante diez años, como jefe de la Sección
Psicofisiología.
- Doctor Irwing, me pareció oírle decir que existe una posibilidad.
- Sólo dije «Tal vez», General. Caballeros, buenos días. El señor Roosa me ha
informado de la situación y el resto lo ha escuchado ahora. Al parecer la tripulación del
Atlantis ha decidido permanecer en órbita sin motivo aparente. De acuerdo a lo que me
han dicho, ninguno parece forzado a aceptar la decisión y todos se observan muy
serenos. Creo que todos están dispuestos a morir, aunque ése no sea su objetivo.
- ¿Y cuál es su objetivo?
- Verán, señores, durante todos estos años he tratado a decenas de astronautas antes
y después de sus misiones. Un gran porcentaje de ellos presentan lo que es conocido
como el «Síndrome de Cooper». El mayor Gordon Cooper, tripulante de la misión
Mercury-Atlas 9, en 1963, fue el primero en presentarlo. Al parecer los astronautas
adquieren una perspectiva diferente de sus vidas y del mundo al encontrarse en el
espacio.
- Explíquese.
- Al regresar, y después de cierto tiempo, muchos han rechazado a sus esposas. Un
gran porcentaje de ellos se dedica a participar activamente en la Iglesia y a predicar el
Evangelio. Otros han buscado el aislamiento total del mundo exterior. Me estoy
entrevistando constantemente con muchos de ellos, los he conocido antes y después
de las misiones, y créame que ninguno regresa como era antes. Pareciera que ante la
belleza del espacio descubrieron una perspectiva más religiosa de sus vidas.
El clima de la sala de reuniones era de perplejidad. Nadie se atrevía a preguntar nada.
El doctor Irwing continuó:
- En mi opinión estamos frente a una especie de anticipación del Síndrome, una
aberración causada, tal vez, por lo prolongado de la misión, que ha inducido en los
tripulantes del Atlantis un falso sentimiento de bienestar.
- ¿Podría ser un poco menos técnico, doctor?
- Están viviendo un espejismo. Tal vez piensen que están en el Cielo.
- ¡Jesús! - exclamó el Consejero Mullane.
- ¿Usted habló de una posibilidad? - preguntó Coats.
- Podría intentar hablar con ellos. Si es eso lo que está pasando, tal vez los pueda
convencer de que aterricen. No es seguro, pero se puede intentar.
- Tiene que ser eso, ¿qué más puede ser?
- Señor Haise, ¿existe la posibilidad de una misión de rescate? - preguntó Coats.
- Las plataformas principales están ocupadas con los preparativos del FREEDOM I. No
garantizaría otros antes de tres semanas. Sería demasiado apresurado. No asumiré el
riesgo.
- Creo que ahora todo depende de usted, doctor Irwing.
Más que una orden era un voto de confianza. El doctor Irwing se levantó de la mesa y
abandonó la sala de reuniones de inmediato. El tiempo era ahora un enemigo.
- ¿Qué le diremos a la prensa? - preguntó el señor Roosa.
Mullane y Coats se miraron. La respuesta era necesaria.
- La verdad.
La verdad, ¿pero cuál era la verdad de todo? La gente no iba a aceptar tal explicación.
Aun a ellos mismos les costaba aceptarla. El mundo estaba particularmente
sensibilizado, aunque no lo suficiente, ante los constantes desastres naturales que
habían estado sacudiendo el hemisferio sur del planeta en los últimos diez meses,
precisamente en los continentes más pobres y más abatidos por el hambre. La muerte
era aceptada como algo cotidiano, latente en el desarrollo habitual de aquellos países
distantes, lejos, hacia el sur. Pero de improviso se encontraban ante las imágenes de
una tripulación que abordaba una nave, una tripulación que saludaba desde el espacio
en los primeros días de su misión, y que ahora, de acuerdo al narrador de las noticias,
había decidido permanecer en el espacio, enfrentando la muerte, aceptando la muerte
voluntariamente, sin una razón lógica. Era algo impresionante. ¿Pero acaso no tan
impresionante como las imágenes de un maremoto en Quatar, o un tifón en Brasil? ¿Es
que el hecho de que las imágenes estén personalizadas le da mayor horror a la
tragedia? No, claro que no, mucha gente se dio cuenta de ello. ¿Era acaso la paz, la
tranquilidad lograda desde hacía dos años, el fin de las alianzas militares, la reducción
sistemática de los armamentos, lo que había sumido a la Humanidad en el Sueño
Espacial, en una carrera por las estrellas, buscando el progreso? ¿El Progreso? ¿A qué
precio? ¿Es que no se hace nada por esos pobres países del sur? ¿No hay ayuda?
Los rebeldes fueron reconocidos de inmediato como héroes, protagonistas de un acto
único en la historia. Sacrificaban sus vidas con un propósito: demostrar a la Humanidad
su indiferencia, su indiferencia ante el dolor, ante la muerte, tomando con ellos el orgullo
de su desarrollo tecnológico, quitándoles súbitamente todo cuanto pudiera haber sido
un mérito en la conquista del espacio. La NASA y todas las agencias espaciales del
mundo eran vistas ahora como entes criminales. Aquella gloriosa tripulación orbitaría el
mundo como símbolo de una causa, una causa que, a diferencia de ellos, no moriría
nunca: la de la humanidad, la verdadera humanidad.
Todo esto sucedía a un tiempo, al mismo tiempo que el doctor Irwing tenía
interminables entrevistas con los miembros de la tripulación, tratando de escrutar en sus
mentes las razones de su decisión. Ninguno parecía asustado o vacilante. Aun el
Especialista de Misión Sean Cunningham, que había mostrado cierta aversión a la
permanencia prolongada en el espacio exterior en los tests preliminares, se veía
tranquilo, hasta de buen humor. Las entrevistas fueron posibles gracias al Comandante
Schirra, que accedió para demostrar que nadie era forzado a la decisión común.
Después de entrevistar al último miembro de la tripulación, el doctor Irwing decidió
enfrentarlos con sus familias: esposas, hijos, padres. Todo fue inútil. Era un encuentro
innecesario. Se mantenían firmes aun ante las lágrimas. Luego hubo silencio por una
semana. El terminal número 14 fue trasladado a una habitación cerrada donde la única
persona con acceso era el doctor Irwing. El movimiento de personal se había reducido
drásticamente. En el Centro de Control permanecía sólo el personal necesario ante
cualquier cambio de situación, como esperando un milagro. Un milagro que no llegaría.
- Aquí el Atlantis. Cambio.
El doctor Irwing se levantó de inmediato de la cama que le habían dispuesto en la
habitación aislada. Junto con un escritorio y la pantalla-cámara, el Eurovisor, era el
único mobiliario.
- Aquí el doctor Irwing. Enciendo el Eurovisor. Cambio.
La pantalla parpadeó por unos momentos hasta estabilizarse. En primer plano se
encontraba el Comandante Schirra. Nadie más se observaba a su alrededor.
- Buenas noches, doctor. Espero no haberlo despertado.
- Buenas noches, Comandante. En realidad sólo descansaba. Últimamente he tenido
problemas para conciliar el sueño.
- Tal vez ha estado bajo mucha presión.
- Tal vez... No teníamos noticias de ustedes desde hace una semana.
- Mientras más alejados permanezcamos de todo, será más fácil.
- ¿Fácil? ¿Considera usted que esta situación se puede hacer más fácil simplemente
ignorándola? Sólo podrán facilitar esto si acceden a justificar de alguna manera esta
locura; y si no, regresando a Tierra.
- Usted no se da por vencido, doctor.
- Sólo quiero ayudarlos.
- ¿Ayudarnos a qué? ¿A regresar? ¿Es que acaso no se han percatado todavía de
nuestra felicidad aquí arriba? ¿Necesitará mil exámenes más para llegar a una
conclusión tan obvia?
El Comandante Schirra parecía exaltado. Se observaba en sus ojos un brillo de alegría
intensa. Un fuego interior parecía devorarlo. Su mirada irradiaba una revelación, un
misterio, un secreto develado, y al mismo tiempo desesperación. Recobró su
compostura lentamente.
- Lo llamé porque necesito que me haga un favor.
- Claro.
- Mi segundo hijo nacerá en dos meses. Sé que esto es una tontería, pero quiero que le
diga a mi esposa que no lo bautice con mi nombre. Nunca me gustó mi nombre.
Hizo una pausa. Era la primera vez que se lo veía realmente afectado.
- Dígale que lo llame como su padre; ella siempre quiso eso.
El doctor Irwing simplemente asintió. No podía articular palabra.
- Me hubiera gustado conocer a mi hijo, doctor, pero así pasa; nosotros no escogimos,
fuimos escogidos.
La imagen se difuminó lentamente hasta que la oscuridad invadió por completo la
pantalla. El doctor Irwing permaneció inmóvil, contemplando la pantalla, pensativo.
¿Fueron escogidos?
La investigación que siguió en los días subsiguientes fue extensa, completa,
ininterrumpida. El doctor Irwing analizó uno por uno los informes grabados que fueron
enviados periódicamente desde el inicio de la misión. Revisó con cuidado los detalles
de cada uno de los experimentos que realizaron en el espacio. Aunque entendía poco
de los procedimientos científicos que implicaban los experimentos, y mucho menos de
su interpretación, el doctor Irwing continuaba su búsqueda, aun sin saber a ciencia
cierta qué era lo que buscaba. Los informes grabados presentaban normalidad durante
los primeros nueve días de la misión; luego había una interrupción atribuida a una falla
del satélite EUROSTAR, encargado de transmitir la parte visual. No hubo informes en
los dos días siguientes, cosa que fue considerada normal por el Centro de Control de
Misión, pues lo único importante que faltaba comunicar era el informe preliminar al
aterrizaje, denominado DEORBIT. Los experimentos no presentaban una relevancia
mayor; sólo un experto en microbiología podría interpretarlos bien. Por último, el satélite
espía, que el General McDivitt había tenido la precaución de mantener al margen,
representaba una obsolescencia, algo inútil en un mundo desmilitarizado casi en su
totalidad. ¿Fueron escogidos? El doctor Irwing concluyó que el cambio ocurrió entre el
noveno y el décimo día de la misión. Fue algo repentino. ¿Pero qué?
El lunes 23 de Mayo de 1994 se cumplieron los 42 días de estadía en el espacio. De
acuerdo a los cálculos, las reservas de oxígeno ya habían llegado a su fin. Fueron
dados por muertos exactamente a la doce del mediodía del día anterior, y el mundo
entero les rindió un homenaje póstumo la mañana de aquel lunes. El Presidente de los
Estados Unidos daba un discurso ante miles de personas que se habían congregado
alrededor del monumento a Lincoln, como una despedida final. Oficialmente todo había
terminado.
Sólo una persona permanecía en su lugar, vigilando el terminal número 14, tres días
después de haber recibido la orden de abandonarlo todo.
- Tienen que llamar. Tienen que hacerlo...
Sólo en su corazón persistía la esperanza, tal vez absurda, de que el Atlantis llamaría,
no para salvar sus vidas, pero sí para redimir su acto. ¿O ya estaban redimidos?
- Doctor Irwing, ¿está usted ahí?
Nunca sabría si la imagen que vio en esos momentos en la pantalla era de este mundo,
ni siquiera intentó grabar la transmisión. No pensó, sólo contestó instintivamente.
- Aquí estoy, Comandante Schirra.
El Comandante se veía más delgado, pálido, su cara denotaba un cansancio de días
enteros, fatiga, pero aún conservaba ese brillo, esa vida en sus ojos. Su respiración era
dificultosa, jadeante. Una mascarilla de oxígeno era su único vínculo con este mundo.
- Creo que se acerca el final. Ya todos se han ido y ya me queda poco a mí. - Se colocó
un momento la mascarilla y respiró -. Pero necesitaba saber, necesitaba saber antes...
Parecía que por momentos perdía el conocimiento. El doctor Irwing cerró un puño.
- Comandante...
- Estoy bien. - Hizo una pausa y respiró -. ¿Qué piensa el mundo de nosotros?
- Son unos héroes. Han sido cancelados los programas espaciales de casi todos los
países desarrollados. Se está ayudando al Sur con esos recursos. Ustedes lo lograron.
Es un cambio total de rumbo.
El Comandante Schirra sonrió, casi con sorpresa. Pareció tomar un segundo aire; no
pudo disimular su felicidad.
- ¿Lo entiende ahora, doctor? Es el quo vadis de la Humanidad. Alguien tenía que hacer
la pregunta, y de una manera que no pudiera ser ignorada.
- Usted y su tripulación nunca hubieran podido predecir este cambio. Ni siquiera sabía,
hasta hace unos momentos, la consecuencia de su acto.
- Doctor...
- En unos días no pudieron tener una evolución tan drástica de sus perspectivas del
mundo. Nunca sabrían a ciencia cierta lo que iba a pasar. En su quinto informe bromea
y habla de cosas que hará al regresar. Algo pasó allá arriba, algo los hizo cambiar.
¿Qué, maldición, qué?
Fueron sólo unos segundos entre el momento en que había terminado de hablar y el
instante en que la imagen del Comandante desapareció de la pantalla. A veces no
recuerda qué fue primero. Lo único que se escuchaba era la voz de Schirra, cada vez
más apagada.
- Sucedió en la madrugada del noveno día de misión. Cernan había salido a reparar un
deflector del ala izquierda. El lo vio primero, luego nos avisó.
La pantalla presentaba estática constante. En ese momento se vio una grabación, una
grabación del circuito interno del Atlantis. En la esquina superior derecha se podía leer
la fecha y la hora, con los segundos avanzando sin interrupción. La perspectiva
mostraba la parte izquierda del fuselaje del Atlantis, al fondo la silueta cortada de la
Tierra y muy lejos, atrás, el brillo del sol. ¿El sol? ¿Pero por qué aumentaba de
tamaño? ¿Se estaba acercando? ¿Era el sol?
No podía darle crédito a sus ojos. Pensó por momentos que era la estática, pero ésta
desapareció. Aquella luz se acercaba más y más, y adquiría forma, forma humana.
- Observe el aura, doctor. ¿La ve?
Ya aquella luz llenaba por completo el campo visual de la pantalla. Disminuyó
lentamente de intensidad y entonces se pudieron distinguir las alas, doradas como el
oro, aquel vestido de blancura luminosa y el rostro más inimaginablemente hermoso
que ser humano alguno haya visto. El doctor Irwing sintió que se le formaba un nudo en
la garganta ante esa visión celestial, ante aquel Ángel bondadoso que ahora volteaba
muy lentamente hacia la cámara. No se pudo contener, las lágrimas invadieron sus ojos
y deseó, deseó con toda su alma estar en el Atlantis.
- Vea cuando sonríe, doctor. ¿Lo vio?... ¿Lo vio?
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