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AUTOR DE TIEMPOS PASADOS
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miércoles, 29 de agosto de 2012
CYBERPUNK
viernes, 24 de agosto de 2012
Agripa
Agripa (A Book of the Dead)
Grabados por Dennis Ashbaugh
(C) 1992 Kevin Begos Publishing
1411 York Avenue. Nueva York, Nueva York
Todos los Derechos Reservados
Dudé antes de desatar el lazo que unía a este libro. Un libro negro: ALBUMS CA. AGRIPA Ordene las hojas adicionales Por letra y nombre Un álbum de Kodak de tiempo-quemado papel de construcción negro La cadena ató Ha sido desentrañado por año y el clima seco de los troncos Al igual que la cinta de zapatos de señora de la Primera Guerra Mundial Sus casquillos metálicos comido por el oxígeno Hasta que no se parecen a los cigarrillos cenizas Dentro de la cubierta se inscribe algo en grafito blando Ahora se ha perdido Entonces su nombre WF Gibson Jr. y algo, coma, 1924 Luego pegó su impresiones Kodak hacia abajo Y escribió bajo los En similar a la tiza lápiz negro: "Papa del aserradero de agosto de 1919." Una choza de techo plano En un canto de la montaña En el primer plano se voltean juntas y los recortes Debe de haber olido el terreno de juego, en agosto El hedor caliente dulce De la sierra eléctrica Morder en décadas A continuación, el perro de aguas Moko "Moko 1919" Poses en el banco pequeño o mesa Antes de que un árbol del patio trasero Su pelaje es brillante El césped necesita cortar Más allá del árbol, En espeluznante claridad Kodak, Son los backstairs de verano de Wheeling, Virginia Occidental Alguien ha dejado una escalera de madera hacia fuera "Tía Fran y [oscurecida]" A pesar de que no es así, este caballero Él tiene una "G" hebilla de cinturón Una solapa el dispositivo de origen masónico Una patente de propulsión con lápiz Una pluma estilográfica Y las flores que representan tan sólidamente detrás Tienen sus raíces en una longitud vertical de encalado hormigón alcantarilla-pipe. Papá tenía un caballo llamado Dixie "Ford Dixie en 1917" Una manta de silla marcada con una sola estrella Jodpurs Corduroy Una silla de montar occidental Y un paño tapa Orgulloso y feliz Como cualquier niño podría ser "Arthur y Ford pesca 1919" Herido de bala por un adulto (Observe la mano firme que captura las flores silvestres las sombras en sus amplios sombreros de paja reflexiones de una valla de split-rail) de pie frente a ellos, al otro lado del charco, en medio de los doctores de serpiente y el barro, Kodak en la mano, Ford Sr.? Y la "Moma julio de 1919" paseos al lado del estanque, en zapatos blancos grandes de la ciudad, Monedero escondido detrás de ella, Mientras tanto Ford o Arthur, aún con sombreros de paja, se acerca a un coche que viajaba con tapa de lona. "Moma y la señora Graham criadero de peces en 1919" Moma y la señora G. se sientan encima de un hormigón agraciado arco. "Arthur en Dixie", también de 1919, más bien incómodo. En el techo detrás del granero, detrás de él, se pueden hacer fuera esta marca críptica: HVJM [?] "Papá Mill 1919", mi abuelo más real en medio de un estante de cortar madera, podría fácilmente ser el registro algunos de demolición más tarde, y Sus mangas de algodón se enrollan a pero no más allá del codo, rayado, con una banda para el cuello blanco para la fijación de un collar. Detrás de él se encuentra un cono de aserrín a unos diez metros de altura. (¿Cómo se siente al caer, o huele cuando está mojado) II. El mecanismo: estaño negro estampado, Cuero sobre cartón, pedazos de madera de boj, Una lente El obturador cae Para siempre Dividiendo que a partir de este. Ahora en alto techo dormitorios, no visitado desocupado, en los cajones inferiores de oficinas enchapadas en conmemoración rizo fresco químico oscuridad montajes de muertos en el país la Primera Guerra Mundial, así como yo mismo descubrí un verano otro en un baúl del ático, y debajo de eso mejor que todos los niños del tesoro de munición real empañada verdaderos pedacitos de guerra pero también el mecanismo sí mismo. El acabado pavonado de armas de fuego es un proceso, controlado, derivado de común óxido, pero hay bajo tan raro y poco común una pátina que durante muchos años sin tocar hasta que lo tomó y volviéndose, en trance, por el sin pintar escalera, al pasillo donde te lo juro Nunca oí el primer disparo. La bala con camisa de cobre recuperado de cilindro de cartón del cuarto de baño de Sal de Morton fue deformada salvo por las débiles marcas brillantes de tierras y ranuras tan caliente, la energía se calmó, lo ampollas mi mano. La pistola yacía en la alfombra polvorienta. Volviendo con asombro absoluto lo tomé tan cuidadosamente hasta Que el segundo disparo, igualmente no deseados, muescas en la madera barandilla y trajo un olor extraño brillo de la savia antigua a la vida en un rayo de luz solar polvoriento. Absolutamente solo en el conocimiento del mecanismo. Al igual que la primera vez que ponga su boca en una mujer. III. "Ice Gorge en Wheeling 1917 " Puente de hierro en la distancia, Más allá de que sea una ciudad. Hoteles donde los proxenetas se dedicaban a sus negocios en las aceras de un mundo perdido. Pero el primer plano está enfocado, este rincón del gótico carpintero, estos patios que llegan hasta la congelación. "Barco de vapor en Ohio River", el humo sucio y oscuro, su año desconocido, más allá de él a la otra orilla cubierto de fábricas. "Nuestro Wytheville Casa 09 1921 " Han bajado de Wheeling y mi padre lleva su ropa de la ciudad. Main Street es de tierra y es un farol eléctrico alta colgado en el marco, centrado sobre el polvo de orugas en un alambre flojo, lo que sugiere la forma en que podría lanzar en un fuerte viento, las sombras que pudieran arrojar. La casa es pesado y poco atractiva, enfundada en estuco, no nativo para la región. Mi abuelo, que vende suministros a los contratistas, era propenso a los materiales modernos, que utilizó con mayorista entusiasmo. En 1921 sustituyó a la sección de ladrillo acera frente a su casa con la losa ancha sin problemas de vertido concreto, la firma de esta mejora con broche de oro, "WF Gibson 1921 ". Él creía en hormigón y madera contrachapada particularmente. Setenta años después de su firma sigue siendo, la losa flotando perfectamente nivelado y sin encanto entre tramos cubiertos de musgo de ladrillo desigual dulce que conocía las herraduras de los caballos yanquis. "Mama 01 1922" ha salido a barrer el concreto con un escoba. Sus botas se cierra con botones que requieren una especial instrumento. Ice garganta otra vez, el Ohio, 1917. El mecanismo de cierre. La recorte roto ofrece una Desoto Firedome 1957, de 4 puertas Sedan, TorqueFlite de radio, calentador y la dirección asistida y los frenos, el nuevo wsw premium neumáticos. Uno de los propietarios. $ 1.595. IV Llegó a la edad de TorqueFlite de radio pero no mucho más allá de eso, y nunca en esa ciudad. Eso era mío saber, la calle principal llena de Rocket ochenta y ocho, el Dimestore plantas y tablones de madera pasteles bajo plástico en la tienda Soda, y el misterio indecible, lo otro, percibido en el crujido de una señal después de la medianoche cuando nadie más estaba allí. En el polvo de talco fino debajo de la plataforma de la Norfolk & Western sentar la cabeza indian-peniques inalteradas desde el amanecer del hombre. En los bancos y del palacio de justicia, una vez fósil prevaleció, siglos de piedra caliza. Cuando fui a Toronto en el proyecto, mi consejo local estaba allí en la calle principal, por encima de una tienda que se compran y se venden pistolas. Yo una vez había negociado un hombre que para una derringer Walther P-38. Las pistolas estaban en la ventana detrás de un ámbar rodillo ciego como gafas de sol. Yo tenía diecisiete años más o menos, pero básicamente creo que sólo tenía que ser un chico blanco. Me gustaría ir de excursión a un pozo de shale y ejecutar diez dólares de 9mm a través de él, por lo que apenas usado tuvo que apretar el gatillo. Aburrido, intentó disparar abajo en un arroyo distante pero uno de ellos vino hacia mí una ronda de piedra de río Recorte las ramas de nogal de una rama dos metros por encima de mi cabeza. Así que me acordé del mecanismo. V. En la estación de autobús toda la noche vendían huevos revueltos a los policías estatales el broche-cuchillo largo delgado llamado cuchillos de frutas que fueron perla manejado sandía-rebanadoras hillbilly y novedades en madera barnizada marrón que se hicieron en Japón. En primer lugar me gustaría ser enviado allí por la noche sólo si la caja de la mamá de los camellos acabaron, pero poco a poco llegué a valor la luz submarina, el olor extraño de la larga humano, los extranjeros hacia abajo desde la Autoridad Portuaria se dirigió a Nashville, Memphis, Miami. A veces, el sheriff vio bajar asegurándose de que obtengan de nuevo. Cuando el baño de color ya no era necesario tocaron abrir el cinderblock y extendió el puesto de revistas a nuevas dimensiones, una cueva fría fluorescente de los sueños oliendo débilmente y por los siglos de desinfectante, tal vez también de los temores transitadas de aquellos otros incontables oscuros que, moviéndose como si contornos de hierro caliente, Se hicieron así para bailar o no bailar ya que la ley viniera en gana. Ahí fue que me marcó como escritor, habiendo descubierto que en alcoba copias de ciertas revistas esotérico y preciosa, y, sí, Supe entonces, conocía por completo, el acuerdo hecho en mi corazón para siempre, aunque yo sabía cómo no, ni nunca. De regreso a casa por todas las calles inmóviles tan silencioso que se podía oír los temporizadores de las luces de tráfico a una manzana: el mecanismo. Nadie más, sólo el silencio extendiéndose a donde los camiones de largo gemido en la carretera sus almas irracionales vastas desee. VI. Debe haber habido un cierto tiempo pasado Vi a la estación, pero no me acuerdo Recuerdo la capa dura piel de caballo negro regalo en Tucson de un chico llamado Natkin Recuerdo el frío Me acuerdo de la lona del Ejército que se perdió y el hombre negro en Buffalo tratando de venderme un anillo de diamante fino, y en la tienda de café en Washington Había espiado un hombre que llevaba un lazo negro bordado con rosas rojas que he buscado desde entonces. Tienen que me han pedido algo en la frontera Fui admitido de alguna manera y detrás de mí hizo girar el obturador lata estampada a través del cielo muy y fui libre encontrarme a mí mismo Mazed en ladrillo victoriano en medio de té dulce de leche y el humo de un cigarrillo llamado Gato Negro y cada marca desconocida de chocolate y las niñas con flequillo despuntado Ni siquiera los estadounidenses mirando hacia abajo desde ventanas altas y estrechas en la fusión de la nieve de la ciudad undreamed y de la gracia revelada del mecanismo, no de ida y vuelta. Derribaron la estación de autobuses hay allí chainlink hay autobuses paran en todas las y estoy caminando a través de Chiyoda-ku en un tifón la lluvia horizontal fina paraguas eversión en el aliento de la tormenta del Pacífico esta noche faroles rojos son maltratadas, riendo, en el mecanismo.
miércoles, 22 de agosto de 2012
Horacio Quiroga -- BIOGRAFIA
Horacio Quiroga
Horacio Silvestre Quiroga Forteza (Salto, Uruguay, 31 de diciembre de 1878 – Buenos Aires, Argentina, 19 de febrero de 1937), cuentista, dramaturgo y poeta uruguayo. Fue el maestro del cuento latinoamericano, de prosa vívida, naturalista y modernista. Sus relatos breves, que a menudo retratan a la naturaleza como enemiga del ser humano bajo rasgos temibles y horrorosos, le valieron ser comparado con el estadounidense Edgar Allan Poe.
La vida de Quiroga, marcada por la tragedia, los accidentes de caza y los suicidios, culminó por decisión propia, cuando bebió un vaso de cianuro en el Hospital de Clínicas de la ciudad de Buenos Aires a los 58 años de edad, tras enterarse de que padecía cáncer de próstata.
Nacimiento
Horacio Quiroga fue el segundo hijo del matrimonio de Prudencio Quiroga y Pastora Forteza. En el momento de su nacimiento, su padre había sido, por dieciocho años, el Vice-Cónsul argentino en Salto. Antes de cumplir dos meses y medio, el 14 de marzo de 1879 su padre murió al dispararse accidentalmente con una escopeta que llevaba en la mano.
Adolescencia y formación
Horacio Quiroga a los 19 años, frente a su casa natal en Salto (Uruguay).
Hizo sus estudios en Montevideo, capital de Uruguay hasta terminar el colegio secundario. Estos estudios incluyeron formación técnica (Instituto Politécnico de Montevideo) y general (Colegio Nacional), y ya desde muy joven demostró un enorme interés por la literatura, la química, la fotografía, la mecánica, el ciclismo y la vida de campo. A esa temprana edad fundó la Sociedad de Ciclismo de Salto y viajó en bicicleta desde Salto hasta Paysandú (120 km).
En esta época pasaba larguísimas horas en un taller de reparación de maquinarias y herramientas. Por influencia del hijo del dueño empezó a interesarse por la filosofía. Se autodefiniría como «franco y vehemente soldado del materialismo filosófico».
Simultáneamente también trabajaba, estudiaba y colaboraba con las publicaciones La Revista y La Reforma. Poco a poco, fue puliendo su estilo y haciéndose conocido. Aún se conserva su primer cuaderno de poesías, que contiene 22 poemas de distintos estilos, escritos entre 1894 y 1897.
Durante el carnaval de 1898, el joven poeta conoció a su primer amor, una niña llamada María Esther Jurkovski, que inspiraría dos de sus obras más importantes: Las sacrificadas (1920) y Una estación de amor. Pero los desencuentros provocados por los padres de la joven —que reprobaban la relación, debido al origen no judío de Quiroga— precipitaron la separación definitiva.
París
En 1897 fundó la Revista de Salto. Después del suicidio de su padrastro, que presenció, Horacio decidió invertir la herencia recibida en un viaje a París. Estuvo —contando el tiempo de viaje— cuatro meses ausente. Sin embargo, las cosas no salieron como había planeado: el mismo joven orgulloso que había partido de Montevideo en primera clase, regresó en tercera, andrajoso, hambriento y con una larga barba negra que ya no se quitaría nunca más. Resumió sus recuerdos de esta experiencia en Diario de viaje a París (1900).
El Consistorio del Gay Saber y primeros libros
Al volver a su país, Quiroga reunió a sus amigos Federico Ferrando, Alberto Brignole, Julio Jaureche, Fernández Saldaña, José Hasda y Asdrúbal Delgado, y fundó con ellos el «Consistorio del Gay Saber», una especie de laboratorio literario experimental donde todos ellos probarían nuevas formas de expresarse y preconizarían los objetivos modernistas. Pese a su corta existencia, el Consistorio presidió la vida literaria de Montevideo y las polémicas con el grupo de Julio Herrera y Reissig.
La alegría que le provocó la aparición de su primer libro (Los arrecifes de coral, poemas, cuentos y prosa lírica, publicado en Buenos Aires en 1901, dedicado a Lugones) se vio trágicamente opacada —una vez más— por las muertes de dos de sus hermanos, Prudencio y Pastora, víctimas de la fiebre tifoidea en el Chaco.
El funesto año de 1901 guardaba aún otra espantosa sorpresa para el escritor: su amigo Federico Ferrando, que había recibido malas críticas del periodista montevideano Germán Papini Zas, comunicó a Quiroga que deseaba batirse a duelo con aquél. Horacio, preocupado por la seguridad de Ferrando, se ofreció a revisar y limpiar el revólver que iba a ser utilizado en la disputa. Inesperadamente, mientras inspeccionaba el arma, se le escapó un tiro que impactó en la boca de Federico, matándolo instantáneamente. Llegada al lugar la policía, Quiroga fue detenido, sometido a interrogatorio y posteriormente trasladado a una cárcel correccional. Al comprobarse la naturaleza accidental y desafortunada del homicidio, el escritor fue liberado tras cuatro días de reclusión.
La pena y la culpa por la muerte de su querido compañero llevaron a Quiroga a disolver el Consistorio y a abandonar el Uruguay para pasar a la Argentina. Cruzó el Río de la Plata en 1902 y fue a vivir con María, otra de sus hermanas. En Buenos Aires el artista alcanzaría la madurez profesional, que llegaría a su punto cúlmine durante sus estancias en la selva. Además, su cuñado lo inició en la pedagogía, consiguiéndole trabajo bajo contrato como maestro en las mesas de examen del Colegio Nacional de Buenos Aires.
Misiones y el Chaco
Designado profesor de castellano en el Colegio Británico de Buenos Aires en marzo de 1903, Quiroga quiso acompañar, en junio del mismo año y ya convertido en un fotógrafo experto, a Leopoldo Lugones en una expedición a Misiones, financiada por el Ministerio de Educación, en la que el insigne poeta argentino planeaba investigar unas ruinas de las misiones jesuíticas en esa provincia. La excelencia de Quiroga como fotógrafo hizo que Lugones aceptara llevarlo, y el uruguayo pudo documentar en imágenes ese viaje de descubrimiento.
Cuentista
Al regresar a Buenos Aires luego de su fallida experiencia en el Chaco, Quiroga abrazó la narración breve con pasión y energía. Fue así que en 1904 publicó el notable libro de relatos El crimen de otro, fuertemente influido por el estilo de Edgar Allan Poe, que fue reconocido y elogiado, entre otros, por José Enrique Rodó. Estas primeras comparaciones con el «Maestro de Boston» no molestaban a Quiroga, que las escucharía con complacencia hasta el fin de su vida, respondiendo a menudo que Poe era su primer y principal maestro.
Durante dos años Quiroga trabajó en multitud de cuentos, muchos de ellos de terror rural, pero otros en forma de deliciosas historias para niños pobladas de animales que hablan y piensan sin perder las características naturales de su especie. A esta época pertenecen la novela breve Los perseguidos (1905), producto de un viaje con Leopoldo Lugones por la selva misionera, hasta la frontera con Brasil, y su soberbio y horroroso El almohadón de plumas, publicado en la celebérrima revista argentina Caras y Caretas en 1905, que llegó a publicar ocho cuentos de Quiroga al año. A poco de comenzar a publicar en ella, Quiroga se convirtió en un colaborador famoso y prestigioso, cuyos escritos eran buscados ávidamente por miles de lectores.
El amor y la selva
En 1906 Quiroga decidió volver a su amada selva. Aprovechando las facilidades que el gobierno ofrecía para la explotación de las tierras, compró una chacra (junto con Vicente Gozalbo) de 185 hectáreas en la provincia de Misiones, sobre la orilla del Alto Paraná, y comenzó a hacer los preparativos destinados a vivir allí, mientras enseñaba Castellano y Literatura.
Durante las vacaciones de 1908, el literato se trasladó a su nueva propiedad, construyó las primeras instalaciones y comenzó a edificar el bungalow donde se establecería.
Enamorado de una de sus alumnas —la adolescente Ana María Cires—, le dedicó su primera novela, titulada Historia de un amor turbio. Quiroga insistió en la relación frente a la oposición de los padres de la alumna obteniendo por fin el permiso para casarse y llevarla a vivir a la selva con él. Los suegros de Quiroga, preocupados por los riesgos de la vida salvaje, siguieron al matrimonio y se trasladaron a Misiones con su hija y yerno. Así, pues, el padre de Ana María, su madre y una amiga de esta, se instalaron en una casa cercana a la vivienda del matrimonio Quiroga.
En 1911 Ana María dio a luz a su primera hija, Eglé Quiroga, en su casa de la selva. Durante ese mismo año, el escritor comenzó la explotación de sus yerbatales en sociedad con su amigo uruguayo Vicente Gozalbo y, al mismo tiempo, fue nombrado Juez de Paz (funcionario encargado de mediar en disputas menores entre ciudadanos privados y celebrar matrimonios, emitir certificados de defunción, etc.) en el Registro Civil de San Ignacio. Las tareas de Quiroga como funcionario merecen mención aparte: olvidadizo, desorganizado y descuidado, tomó la costumbre de anotar las muertes, casamientos y nacimientos en pequeños trozos de papel a los que «archivaba» en una lata de galletas. Más tarde adjudicaría conductas similares al personaje de uno de sus cuentos.
Al año siguiente nació su hijo menor, Darío. En cuanto los niños aprendieron a caminar, Quiroga decidió ocuparse personalmente de su educación. Severo y dictatorial, exigía que cada pequeño detalle estuviese hecho según sus exigencias. Desde muy pequeños, los acostumbró al monte y a la selva, exponiéndolos a menudo —midiendo siempre los riesgos— al peligro, para que fueran capaces de desenvolverse solos y de salir de cualquier situación. Fue capaz de dejarlos solos en la jungla por la noche o de obligarlos a sentarse al borde de un alto acantilado con las piernas colgando en el vacío.
El varón y la niña, sin embargo, no se negaban a estas experiencias —que aterrorizaban y exasperaban a su madre— y las disfrutaban. La hija aprendió a criar animales silvestres y el niño a usar la escopeta, manejar una moto y navegar, solo, en una canoa.
Buenos Aires
Tras el suicidio de su esposa, Quiroga se trasladó con sus hijos a Buenos Aires, donde recibió un cargo de Secretario Contador en el Consulado General uruguayo en esa ciudad, tras arduas gestiones de unos amigos orientales que deseaban ayudarlo.
A lo largo del año 1917 habitó con los niños en un sótano de la avenida Canning (hoy Raúl Scalabrini Ortiz) 164, alternando sus labores diplomáticas con la instalación de un taller en su vivienda y el trabajo en muchos relatos que iban siendo publicados en prestigiosas revistas como las ya mencionadas, «P.B.T.» y «Pulgarcito». La mayoría de ellos fueron recopilados por Quiroga en varios libros, el primero de los cuales fue Cuentos de amor de locura y de muerte (1917) (por decisión expresa del autor, el título no lleva coma). La redacción del libro le había sido solicitada por el escritor Manuel Gálvez, responsable de Cooperativa Editorial de Buenos Aires, y el volumen se convirtió de inmediato en un enorme éxito de público y de crítica, consolidando a Quiroga como el verdadero maestro latinoamericano del relato breve.
Al año siguiente se estableció en un pequeño departamento de la calle Agüero, al tiempo que apareció su celebrado Cuentos de la selva, colección de relatos infantiles protagonizados por animales y ambientados en la selva misionera. Quiroga dedicó este libro a sus hijos, que lo acompañaron durante ese período de pobreza en el húmedo sótano de dos pequeñas habitaciones y cocina-comedor.
Con dos importantes ascensos en el escalafón consular (primero a cónsul de distrito de segunda clase y luego a cónsul adscrito) llegó también su nuevo libro de cuentos, El salvaje (1919). Al año siguiente, siguiendo la idea del Consistorio, fundó Quiroga la Agrupación Anaconda, un grupo de intelectuales que realizaba actividades culturales en Argentina y Uruguay. Su única obra teatral (Las Sacrificadas) se publicó en 1920 y se estrenó en 1921, año en que salía a la venta Anaconda y otros cuentos, otro libro de cuentos. El importantísimo diario argentino La Nación comenzó también a publicar sus relatos, que a estas alturas gozaban ya de una impresionante popularidad. Colaboró también en La Novela Semanal. Entre 1922 y 1924, Quiroga participó como secretario de una embajada cultural a Brasil (cuya Academia de Letras lo distinguió especialmente) y, de regreso, vio publicado su nuevo libro: El desierto (cuentos).
Por mucho tiempo el escritor se dedicó a la crítica cinematográfica, teniendo a su cargo la sección correspondiente de la revista Atlántida, El Hogar y La Nación. También escribió el guion para un largometraje («La jangada florida») que jamás llegó a filmarse. Poco tiempo después, fue invitado a formar una Escuela de Cinematografía. El proyecto, financiado por inversionistas rusos y que contaría con la inclusión de Arturo S. Mom, Gerchunoff y otros, no prosperó.
Nuevos amores
Poco después, Horacio regresó a Misiones. Nuevamente enamorado, esta vez era de una joven de 17 años, Ana María Palacio, intentó convencer a los padres de que la dejasen ir a vivir con él a la selva. La negativa de éstos y el consiguiente fracaso amoroso inspiró el tema de su segunda novela, Pasado amor, publicada en 1929. En ella narra, como componentes autobiográficos de la trama, las mil estratagemas que debió practicar para conseguir acceso a la muchacha: arrojando mensajes por la ventana dentro de una rama ahuecada, enviándole cartas escritas en clave e intentando cavar un largo túnel hasta su habitación para secuestrarla. Finalmente, cansados ya del pretendiente, los padres de la joven la llevaron lejos y Quiroga se vio obligado a renunciar a su amor.
En una parte de su vivienda, Horacio instaló un taller en el que comenzó a construir una embarcación a la que bautizaría «Gaviota». En su casa —ahora convertida en astillero— fue capaz de concluir esta obra y, puesta ya en el agua, la piloteó río abajo desde San Ignacio hasta Buenos Aires, realizando con ella numerosas expediciones fluviales.
A principios de 1926 Quiroga volvió a Buenos Aires y alquiló una quinta en el partido suburbano de Vicente López. En la cúspide misma de su popularidad, una importante editorial le dedicó un homenaje, del que participaron, entre otros, figuras literarias como Arturo Capdevila, Baldomero Fernández Moreno, Benito Lynch, Juana de Ibarbourou, Armando Donoso y Luis Franco.
Amante de la música clásica, Quiroga asistía con frecuencia a los conciertos de la Asociación Wagneriana, afición que alternó con la lectura incansable de textos técnicos y manuales sobre mecánica, física y artes manuales.
Para 1927, Horacio había decidido criar y domesticar animales salvajes, mientras publicaba su nuevo libro de cuentos, quizá el mejor, Los desterrados. Pero el enamoradizo artista había fijado ya los ojos en la que sería su último y definitivo amor: María Elena Bravo, compañera de escuela de su hija Eglé, que sucumbió a sus reclamos y se casó con él en el curso de ese mismo año sin haber cumplido 20 años.
Amistades literarias
Además de los ya mencionados Leopoldo Lugones y José Enrique Rodó, la infatigable labor de Quiroga en el ámbito literario y cultural le granjeó la amistad y admiración de grandes e influyentes personalidades. De entre ellos se destacan la poeta argentina Alfonsina Storni y el escritor e historiador Ezequiel Martínez Estrada. Quiroga llamaba cariñosamente a este último «mi hermano menor».
Caras y Caretas, mientras tanto, publicó diecisiete artículos biográficos escritos por Quiroga, dedicados a personajes como Robert Scott, Luis Pasteur, Robert Fulton, H.G. Wells, Thomas de Quincey y otros.
En 1929 Quiroga experimentó su único fracaso de ventas: la ya citada novela Pasado amor, que solo vendió en las librerías la exigua cantidad de cuarenta ejemplares. A la vez comenzó a tener graves problemas de pareja.
Otra vez la selva
A partir de 1932 Quiroga se radicó por última vez en Misiones, en lo que sería su retiro definitivo, con su esposa y su tercera hija (María Elena, llamada «Pitoca», que había nacido en 1928). Para ello, y no teniendo otros medios de vida, consiguió que se promulgase un decreto trasladando su cargo consular a una ciudad cercana. Los celos dominaban a Quiroga, quien pensó que en medio de la selva podría vivir tranquilo con su mujer y la hija de su segundo matrimonio.
Pero un avatar político provocó un cambio de gobierno, que no quiso los servicios del escritor y lo expulsó del consulado. Algunos amigos de Horacio, como el escritor salteño (de Salto, Uruguay) Enrique Amorim, tramitaron la jubilación argentina para Quiroga. Comenzando a partir de este problema, el intercambio epistolar entre Quiroga y Amorím se hizo numeroso. Las cartas que se conservan demuestran que Horacio hacía partícipe a su confidente de la mayor parte de sus problemas —casi todos de índole íntima y familiar—, pidiéndole consejos y ayuda: a la mujer de Quiroga —al igual que su infortunada antecesora— no le gustaba la vida en el monte y las peleas y violentas discusiones se volvieron diarias y permanentes.
En esta época de frustración y dolor salió a la venta una colección de cuentos ya publicados titulada Más allá (1935). A partir de su interés en las obras de Munthe e Ibsen, Quiroga se decantó por nuevos autores y estilos, y comenzó a planear su autobiografía.
La enfermedad, el abandono, y el final
Reunión de literatos en Buenos Aires, 1928: Horacio Quiroga (parado, primero de la izquierda), su amigo Leopoldo Lugones (cruzado de brazos), Baldomero Fernández Moreno (sentado, a la izquierda) y Alberto Gerchunoff (sentado, al centro).
En ese año de 1935 Quiroga comenzó a experimentar molestos síntomas, aparentemente vinculados con una prostatitis u otra enfermedad prostática. Las gestiones de sus amigos dieron frutos al año siguiente, concediéndosele una jubilación. Al intensificarse los dolores y dificultades para orinar, su esposa logró convencerlo de trasladarse a Posadas, ciudad en la cual los médicos le diagnosticaron hipertrofia de próstata.
Pero los problemas familiares de Quiroga continuarían: su esposa e hija lo abandonaron definitivamente, dejándolo —solo y enfermo— en la selva. Ellas volvieron a Buenos Aires, y el ánimo del escritor decayó completamente ante esta grave pérdida.
Cuando el estado de la enfermedad prostática hizo que no pudiese aguantar más, Horacio viajó a Buenos Aires para que los médicos tratasen sus padecimientos. Internado en el prestigioso Hospital de Clínicas de Buenos Aires a principios de 1937, una cirugía exploratoria reveló que sufría de un caso avanzado de cáncer de próstata, intratable e inoperable. María Elena, entristecida, estuvo a su lado en los últimos momentos, así como gran parte de su numeroso grupo de amigos.
Por la tarde del 18 de febrero, una junta de médicos explicó al literato la gravedad de su estado. Algo más tarde, Quiroga pidió permiso para salir del hospital, lo que le fue concedido, y pudo así dar un largo paseo por la ciudad. Regresó al hospital a las 23.
Al ser internado Quiroga en el Clínicas, se había enterado de que en los sótanos se encontraba encerrado un monstruo: un desventurado paciente con espantosas deformidades similares a las del tristemente célebre inglés Joseph Merrick (el «Hombre Elefante»). Compadecido, Quiroga exigió y logró que el paciente —llamado Vicente Batistessa— fuera liberado de su encierro y se lo alojara en la misma habitación donde estaba internado el escritor. Como era de esperar, Batistessa se hizo amigo y rindió adoración eterna y un gran agradecimiento al gran cuentista.
Desesperado por los sufrimientos presentes y por venir, y comprendiendo que su vida había acabado, el soberbio Horacio Quiroga confió a Batistessa su decisión: se anticiparía al cáncer y abreviaría su dolor, a lo que el otro se comprometió a ayudarlo. Esa misma madrugada (19 de febrero de 1937) y en presencia de su amigo, Horacio Quiroga bebió un vaso de cianuro que lo mató pocos minutos después entre espantosos dolores. Su cadáver fue velado en la Casa del Teatro de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) que lo contó como fundador y vicepresidente. Tiempo después, sus restos fueron repatriados a su país natal.
Su obra
Seguidor de la escuela modernista fundada por Rubén Darío y obsesivo lector de Edgar Allan Poe y Guy de Maupassant, Quiroga se sintió atraído por temas que abarcaban los aspectos más extraños de la Naturaleza, a menudo teñidos de horror, enfermedad y sufrimiento para los seres humanos. Muchos de sus relatos pertenecen a esta corriente, cuya obra más emblemática es la colección Cuentos de amor de locura y de muerte.
Por otra parte se percibe en Quiroga la influencia del británico Rudyard Kipling (Libro de las tierras vírgenes), que cristalizaría en su propio Cuentos de la selva, delicioso ejercicio de fantasía dividido en varios relatos protagonizados por animales.
Su Decálogo del perfecto cuentista, dedicado a los escritores noveles, establece ciertas contradicciones con su propia obra. Mientras que el decálogo pregona un estilo económico y preciso, empleando pocos adjetivos, redacción natural y llana y claridad en la expresión, en muchas de sus relatos Quiroga no sigue sus propios preceptos, utilizando un lenguaje recargado, con abundantes adjetivos y un vocabulario por momentos ostentoso.
Al desarrollarse aún más su particular estilo, Quiroga evolucionó hacia el retrato realista (casi siempre angustioso y desesperado) de la salvaje Naturaleza que lo rodeaba en Misiones: la jungla, el río, la fauna, el clima y el terreno forman el andamiaje y el decorado en que sus personajes se mueven, padecen y a menudo mueren. Especialmente en sus relatos, Quiroga describe con arte y humanismo la tragedia que persigue a los miserables obreros rurales de la región, los peligros y padecimientos a que se ven expuestos y el modo en que se perpetúa este dolor existencial a las generaciones siguientes. Trató, además, muchos temas considerados tabú en la sociedad de principios del siglo XX, revelándose como un escritor arriesgado, desconocedor del miedo y avanzado en sus ideas y tratamientos. Estas particularidades siguen siendo evidentes al leer sus textos hoy en día.
Algunos estudiosos de la obra de Quiroga opinan que la fascinación con la muerte, los accidentes y la enfermedad (que lo relaciona con Edgar Allan Poe y Baudelaire) se debe a la vida increíblemente trágica que le tocó en suerte. Sea esto cierto o no, en verdad Horacio Quiroga ha dejado para la posteridad algunas de las piezas más terribles, brillantes y trascendentales de la literatura hispanoamericana del siglo XX.
Análisis de su obra
En su primer libro, Los arrecifes de coral, compuesto por 18 poemas, 30 páginas de prosa poética y 4 relatos, Quiroga pone en evidencia su inmadurez y confusión adolescente. Punto aparte para los relatos, en los cuales está ya en germen el estilo modernista y naturalista que identificaría al resto de su obra.
Sus dos novelas Historia de un amor turbio y Pasado amor tratan sobre el mismo tema —que obsesionaba al autor en su vida personal—: los amores entre hombres maduros y jovencitas adolescentes.
En la primera de ellas Quiroga divide la acción en tres etapas. En la primera, una niña de 9 años se enamora de un hombre adulto. En la segunda parte, el hombre, que no se había percatado del amor de la niña, pasados ocho años (ella tiene ahora 17) comienza a cortejarla. En la tercera parte el hombre narra la última etapa de su amor: han pasado diez años desde que la joven lo ha abandonado. La acción se inicia aquí: es el tiempo presente de la novela.
En Pasado amor la historia se repite: un hombre maduro regresa a un lugar luego de años de ausencia y se enamora de una jovencita a la que había amado siendo niña.
Conociendo la historia personal de Quiroga, se evidencian las características autobiográficas de ambas novelas: hasta el nombre de la protagonista de Historia de un amor turbio es Eglé (así se llamaba la hija de Quiroga, de una de cuyas compañeritas se enamoró el escritor y que llegaría a ser su segunda esposa).
Los avatares eróticos de Quiroga con muchachas muy jóvenes pueblan el drama de estas dos novelas, con especial hincapié en la oposición de sus padres, rechazo que Quiroga había aceptado como parte integrante de su vida y con el que debió lidiar siempre.
Dejando a un lado el teatro de Quiroga, poco difundido y al que los críticos siempre han llamado «un error», lo más trascendente de su obra son los cuentos cortos, género en que el autor alcanza la madurez, impulsando en el mismo sentido a toda la narrativa latinoamericana.
Es Horacio Quiroga el primero que se preocupa por los aspectos técnicos de la narrativa breve, puliendo incansablemente su estilo (para lo cual vuelve y rebusca siempre sobre los mismos temas) hasta alcanzar la casi perfección formal de sus últimas obras.
Claramente influido por Rubén Darío y los modernistas, poco a poco el modernismo del oriental comienza a volverse decadente, describiendo a la naturaleza con minuciosa precisión pero dejando en claro que la relación de ella con el hombre siempre representa un conflicto. Extravíos, lesiones, miseria, fracasos, hambre, muerte, ataques de animales, todo en Quiroga plantea el enfrentamiento entre naturaleza y hombre tal como lo hacían los griegos entre Hombre y Destino. La naturaleza hostil, por supuesto, casi siempre vence en la narrativa quiroguiana.
La morbosa obsesión de Quiroga por el tormento y la muerte es aceptada mucho más fácilmente por los personajes que por el lector: la técnica narrativa del autor presenta protagonistas acostumbrados al riesgo y al peligro, que juegan según reglas claras y específicas. Saben que no deben cometer errores porque la selva no perdona, y, al caer, lo hacen con algo de «espíritu deportivo» y suelen morir, dejando al lector ansioso y angustiado.
La naturaleza es ciega pero justa; los ataques sobre el campesino o el pescador (un enjambre de abejas enfurecidas, un yacaré, un parásito hematófago, una serpiente, la crecida, lo que fuese) son simplemente lances de un juego espantoso en el que el hombre intenta arrancar a la naturaleza unos bienes o recursos (como intentó Quiroga en la vida real) que ella se niega en redondo a soltar; una lucha desigual que suele terminar con la derrota humana, la demencia, las muertes o, simplemente, con la desilusión.
Hipersensible y excitable, dado a amores imposibles, frustrado en sus empresas comerciales pero aún así emocional y sumamente creativo, Quiroga abrevó en su propia vida trágica y en la naturaleza a la que estudió y padeció, con su férrea voluntad de trabajador y su sutil mirada de minucioso observador para construir una obra narrativa a la que la mayor parte de los críticos consideraron (y aún consideran) «poéticamente autobiográfica». Tal vez en este «realismo interno» u «orgánico» de las piezas de Quiroga resida el irresistible encanto que aún hoy ejercen sobre los lectores, que, sin darse cuenta, descubren en sus páginas la verdadera naturaleza del escritor que, tal vez como muy pocos en la literatura latinoamericana, fue capaz de susurrar sus propias palabras al oído, aunque a veces el murmullo se transforme en un grito desesperado.
Libros
Los arrecifes de coral (poemas,1901)
El crimen del otro (cuentos, 1904)
Los perseguidos (cuentos,1905)
Historia de un amor turbio (novela, 1908)
Cuentos de amor de locura y de muerte (cuentos, 1917)
Cuentos de la selva (cuentos infantiles, 1918)
El salvaje (cuentos, 1920)
Los sacrificados (teatro, 1920)
Anaconda (cuentos, 1921)
El desierto (cuentos, 1924)
La gallina degollada y otros cuentos (cuentos, 1925)
Los desterrados (cuentos, 1926)
Pasado amor (novela, 1929)
Más allá (cuentos, 1935)
El hombre muerto (cuentos)
Véase también
Modernismo
Realismo
Materialismo
Referencias
- ↑ Influencias recibidas por Horacio Quiroga
- ↑ El «salvaje Horacio Quiroga», biografía
- ↑ Horacio Quiroga: cita con la fatalidad
- ↑ «Horacio Quiroga - El Consistorio del Gay Saber y primeros libros» (18 de noviembre de 2009). Consultado el 20 de junio de 2011.
- ↑ a b Gálvez, Manuel (1944). Amigos y maestros de mi juventud. Buenos Aires: Editorial Guillermo Kraft. «Le puso por título Cuentos de amor de locura y de muerte, y no quiso que se pusiera coma alguna entre esas palabras.»
- ↑ Una vida de amor, locura y muerte: Horacio Quiroga
Bibliografía
- Franco, Jean (ed.), Historia de la Literatura Hispanoamericana, Ariel, Barcelona, 1993 (9ª ed.) ISBN 84-344-8315-7
- Fleming, Leonor, prólogo a Horacio Quiroga, Cuentos, Cátedra, Madrid, 1994, ISBN 84-376-0959-3
- Lafforgue, J., intr. crítica a Horacio Quiroga, Los desterrados y otros textos, Castalia, Madrid, 1990.
- Enlaces externos
Wikiquote alberga frases célebres de o sobre Horacio Quiroga.
Wikisource en español contiene obras originales de Horacio Quiroga.
Wikimedia Commons alberga contenido multimedia sobre Horacio Quiroga.
- Serie Siluetas Americanas, artículo sobre Horacio Quiroga, El undécimo mandamiento, en el Centro Virtual Cervantes, por Karim Taylhardat
- Cuentos de la selva para los niños, lectura en línea
- ↑ Influencias recibidas por Horacio Quiroga
- ↑ El «salvaje Horacio Quiroga», biografía
- ↑ Horacio Quiroga: cita con la fatalidad
- ↑ «Horacio Quiroga - El Consistorio del Gay Saber y primeros libros» (18 de noviembre de 2009). Consultado el 20 de junio de 2011.
- ↑ a b Gálvez, Manuel (1944). Amigos y maestros de mi juventud. Buenos Aires: Editorial Guillermo Kraft. «Le puso por título Cuentos de amor de locura y de muerte, y no quiso que se pusiera coma alguna entre esas palabras.»
- ↑ Una vida de amor, locura y muerte: Horacio Quiroga
Bibliografía
- Franco, Jean (ed.), Historia de la Literatura Hispanoamericana, Ariel, Barcelona, 1993 (9ª ed.) ISBN 84-344-8315-7
- Fleming, Leonor, prólogo a Horacio Quiroga, Cuentos, Cátedra, Madrid, 1994, ISBN 84-376-0959-3
- Lafforgue, J., intr. crítica a Horacio Quiroga, Los desterrados y otros textos, Castalia, Madrid, 1990.
- Enlaces externos
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